Milei sí tiene proyecto cultural

El proyecto de vaciamiento y ajuste a la cultura se enmarca dentro de un rechazo general hacia lo “popular” que, justamente, rescatan destacados artistas nacionales como Charly García o Fito Páez en la “Carta al Congreso Nacional” y que es parte fundante de la historia argentina.

Primero, un breve repaso sobre el Presidente. De profesión economista, Javier Milei comenzó a tener cierta notoriedad en los medios por sus efusivas participaciones que incluían formas agresivas de expresión y hasta insultos hacia sus rivales para defender sus planteos. Desde 2012, comenzó a escribir notas como columnista en la sección de opinión de diarios como La Nación​ y El Cronista y, un año más tarde, también en Infobae. Su carrera continuó con entrevistas en diversos programas de radio y televisión junto a Diego Giacomini.

Desde 2017 hasta 2022, Milei fue el anfitrión de su propio programa de radio semanal titulado “Demoliendo Mitos”. En ese contexto, logró hacerse de un núcleo de seguidores jóvenes de distintos puntos del país conectados a través de las redes sociales que, en 2018, fundaron el Partido Libertario (PL). Un año después, en un acto del partido, hizo pública su afiliación y fue nombrado presidente honorífico de la agrupación. 

Para las elecciones legislativas del 2021, el PL se integró a la alianza política La Libertad Avanza (LLA) y compitió por primera vez. Logró obtener dos bancas en Diputados por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) con el 17,04% de los votos: una fue para Milei y la otra para la actual Vicepresidenta, Victoria Villaruel. 

En esta suerte de camino en reversa es necesario revisar también la plataforma electoral del autodefinido “liberal libertario” que lo condujo, en última instancia, a la victoria electoral.

Si pensamos en la confluencia entre presencia mediática, viralidad y propuestas políticas del -en ese entonces- candidato, quizás recordemos su video quitando carteles que representaban a los diversos ministerios que prometía eliminar cuando fuera Presidente. Es más, probablemente no nos olvidemos de su grito de guerra “¡Afuera!” cada vez que arrancaba uno de los papelitos pegados en el pizarrón. 

El video en cuestión, que puede verse haciendo click en https://www.youtube.com/shorts/12De-C6gMCo, justamente comienza con el Ministerio de Cultura siendo eliminado por Milei. Esta performance desplegada en la Nación Más y difundida luego a través de medios de comunicación y redes sociales de manera masiva, instala un cuestionamiento hacia la gestión estatal de la cultura. 

¿Qué son las políticas culturales que tanto molestaban y molestan a Milei?

Rubens Bayardo García explica que las políticas culturales surgieron en el contexto posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. Con la conformación del Sistema de las Naciones Unidas, se crearon instituciones públicas para administrar el sector cultural y definir los conceptos básicos y agendas comunes de los Estados sobre la materia en conferencias intergubernamentales. 

Más aún: en 1948, los derechos culturales fueron sancionados como parte de los derechos humanos primero por la Organización de Estados Americanos con la Declaración Americana de los Derechos y, luego, por la Organización de las Naciones Unidas y Deberes del Hombre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 18 años después, estos derechos fueron reafirmados en el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, y en el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Pero… ¿Qué garantizan? 

Principalmente, refieren a participar libremente en la vida cultural de la comunidad, disfrutando de las artes y del progreso científico técnico, y a gozar de los beneficios morales y materiales derivados de las creaciones científicas, artísticas e intelectuales de que fuera autor. Se trata de derechos programáticos que constituyen un deber de hacer por parte del Estado, donde las políticas culturales se enfocan en el cumplimiento progresivo de las normas preestablecidas para el sector. 

Existen dos modelos básicos de política cultural. El Arts Council de Gran Bretaña (1946) fundó un sistema liberal dentro del cual la intervención del Estado es limitada. Se orienta a la asignación de fondos a instituciones comprendidas en dominios especializados. Paralelamente, el modelo centralista europeo se inspiró en el Ministerio de Cultura de Francia (1959) donde el Estado sí interviene en el diseño, financiamiento e implementación de políticas culturales, estableciendo prioridades, planes y programas de acción. 

En nuestro país, el inicio de las políticas culturales, que conllevó la creación de instituciones públicas para administrar el sector podría establecerse en 1948 con la creación de la Subsecretaría de Cultura durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952). Según el Boletín del Ministerio de Educación emitido en febrero de ese año, “figuraba entre sus capítulos esenciales el fomento de la cultura y el fortalecimiento de sus instituciones representativas” y la decisión política del nuevo gobierno de controlar la ejecución de la cultura. 

Una década después, el 3 de febrero del ‘58, fue fundado el Fondo Nacional de las Artes (FNA), tan solo veinte días antes de que el gobierno de facto de Pedro Aramburu llamara a elecciones nacionales. En sus inicios, fue concebido como un sistema técnico y especializado para promover y brindar soporte técnico y ayuda económica a las actividades culturales y artísticas del país. 

A diferencia del Arts Council británico, el FNA fue creado como un organismo autónomo con la tarea de administrar, recaudar y distribuir los fondos del fomento a las artes dispuesto en las leyes. Las artes plásticas, las artes aplicadas, el diseño, la arquitectura y urbanismo, el teatro, la danza, la música, las letras y la industria editorial, las artesanías, la cinematografía, la fotografía, la radiofonía, la televisión, los centros culturales y el mundo del mercado del arte integran su campo de competencia. 

Es decir, hace más de medio siglo que los Estados del mundo han asumido la responsabilidad de orientar con políticas culturales sus intervenciones en el territorio nacional y en las acciones internacionales, dotándose de estructuras administrativas, normativas y financieras específicas. 

Las políticas culturales son constitutivas de la unidad simbólica de una nación. Néstor García Canclini las define como“un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados” y subraya que entre sus objetivos se encuentran el desarrollo simbólico, la satisfacción de las necesidades culturales de la población y la obtención de consensos para un tiempo de orden o transformación social.  

Nuestro presente

Si bien las propuestas culturales del gobierno de Milei se centran en la quita de fondos, subsidios, despidos y ajustes en las diversas áreas como el cine, el teatro y la música nacional, no dejan de ser políticas culturales. No están exentas de un determinado proyecto de gobierno. Debemos entonces preguntarnos: ¿cuál es la ideología detrás de estas políticas culturales? ¿Cómo se conforma, actualmente, aquel “gran Otro” que retoma Victor Vich a partir del trabajo de Slavoj Žižek (1992)? 

Si el “gran Otro” se refiere a un discurso de autoridad que modela nuestros gustos, disciplina nuestros deseos y regula nuestras prácticas cotidianas, ¿cómo podemos identificarlo en estas medidas dispuestas por el nuevo Gobierno? El objetivo detrás de los recortes no es meramente económico sino que se relaciona con el concepto de ideología desarrollado por Zizek a partir de la categoría de Jacques Lacan. 

Proyectos como el de la Ley Ómnibus o las decisiones que toman los recién llegados funcionarios de las instituciones culturales (caso INCAA, por ejemplo) vienen a proponer un nuevo orden, un nuevo sentido común en torno a la cultura. Ya lo dijo Mirta Israel, integrante de Unidxs por la Cultura y Actrices Argentinas, con sus propias palabras en el debate en comisiones sobre el proyecto: “Quieren controlar y homogeneizar el discurso porque saben que el arte independiente integra miradas, aporta al pensamiento crítico, genera deseos, sueños de transformación y construye otros mundos posibles”.  

No está de más aquí repasar la frase esgrimida por Milei en referencia a las películas nacionales: “O financiamos películas que no mira nadie o damos de comer a la gente”. Bajo la excusa de solucionar la pobreza, se esconde un desprecio hacia la propia historia de nuestro país, que ha sabido desarrollar un proyecto cultural diverso hoy es reconocido mundialmente, más allá de los dichos del Presidente. 

No tenemos que leer el argumento (“o damos de comer a la gente”) sino, más bien, la postura ideológica detrás de sus palabras de desprecio (“películas que no mira nadie”) para intentar entender desde dónde habla Milei. Lo que nos conduce, también, a preguntarnos por cómo deberían ser -según este nuevo orden- las películas que tendría que hacer la industria argentina, o cómo las obras teatrales, o cómo las piezas musicales, según los parámetros libertarios. ¿O quizás no tendría que haber ni películas, ni obras, ni música? Hasta este punto de reflexión nos lleva la actual situación de la cultura.  

El proyecto de vaciamiento y ajuste a la cultura se enmarca dentro de un rechazo general hacia lo “popular” que, justamente, rescatan destacados artistas nacionales como Charly García o Fito Páez en la “Carta al Congreso Nacional” y que es parte fundante de la historia argentina. Bajo la excusa de que los entes culturales sujetos a revisión y/o cierre sirven, de alguna manera, “a la casta política”, se deja a un costado el rol estratégico de la cultura en la transformación estructural de un país. Un ejemplo de esto es la acusación de Sturzenegger a La Cámpora por desviar fondos a través del Instituto Nacional del Teatro. 

La reproducción y repetición de argumentos como “no hay plata” o en contra de la “casta política” influyen, en última instancia, en el correcto desarrollo de la democracia, en donde todos los actores y sectores tienen el derecho a expresarse y que sus reclamos sean reconocidos y, en el mejor de los casos, solucionados por el Estado. De lo contrario, el arte -en este caso- asume una lógica de mercado, en donde su valor no reside en el poder de los lazos sociales y la construcción identitaria sino en la demostración de la efectividad y rentabilidad de las obras artísticas. 

Al intentar desaparecer los espacios que nuclean y conectan los principales motores de la cultura nacional silencian, en definitiva, la diversidad democrática. Instituyen un sentido común que aleja el arte de la vida cotidiana de los sujetos, ubicándolo en un espacio simbólico ajeno a sus relaciones y cuestionando, en definitiva, su existencia. 

Sobre ello, también se puede pensar -desde una perspectiva latinoamericana- que no es casualidad que, durante el gobierno de Jair Messias Bolsono en Brasil, su secretario de Cultura Roberto Alvim haya plagiado en 2020 extractos de un discurso del ministerio de Propaganda de la Alemania nazi en una disertación sobre la convocatoria al Premio Nacional de las Artes (Canelas Rubin, 2020). Posición que se reprodujo, dos años después, en el veto por parte de Bolsonaro de la Ley de Emergencia Cultural (LAB) “Aldir Blanc” que planeaba invertir 3.000 millones de reales en el sector cultural. 

En nuestro presente, debemos entender los reclamos de los distintos sectores de manera relacional, en donde las diversas organizaciones y representantes se integran en demandas conjuntas como puede verse en la bandera desplegada en el “Musicazo” frente al Congreso convocado por la organización “Unidxs por la cultura”, bajo el lema: “La cultura está en peligro”. Es a partir de esta perspectiva que podremos continuar aportando al proceso democrático, registrando la pluralidad de nuevas demandas y actores sociales que las representan en sus espacios de trabajo, en sus redes sociales y en el espacio público, principalmente. 

No es casualidad el hecho de que una manifestación como la citada haya sido ejecutada frente al Congreso, ya que el artivismo integra la acción política con la exaltación del entorno urbano, en donde se abre un canal “predispuesto para cualquier cosa, incluyendo los prodigios y las catástrofes”, en palabras del investigador Manuel Delgado. En estas prácticas, podemos registrar las categorías que los actores ponen en valor y en tensión con el discurso autoritario: “identidad”, “memoria”, “derecho y acceso a la cultura” o “arte independiente”. Como también las que utilizan para definir aquello que perciben que es impuesto desde afuera de su espacio de trabajo y creación: “vaciamiento”, “ataque”, “apagón cultural” o “desmantelamiento”, principalmente. 

Por lo tanto, nos queda continuar visibilizando los ataques que está sufriendo la cultura nacional, cómo influyen en la vida de las personas que viven y trabajan de ello como también en los usuarios y consumidores de las producciones culturales para, en última instancia, discutir cuál es el espacio del arte y la cultura en el modelo de país que queremos seguir construyendo. Rescatando el rol central de la cultura no sólo como entretenimiento sino también como hacedora de las representaciones simbólicas de un país, lo que se relaciona directamente con su historia y la construcción de la identidad nacional.

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