El kirchnerismo no es representativo del amplio espectro, hoy disperso en grado superlativo, de lo que conocemos históricamente como movimiento nacional, que incluye una amplia representación de las fuerzas del trabajo, la producción y sectores medios que integran la sociedad argentina. Sin alternativas sólidas de futuro seguirá prevaleciendo el ajuste como única opción, profundizando la desigualdad. Construir la fuerza de recambio implica tener en cuenta el conjunto de la sociedad y la integración creciente de los sectores marginados.
En la fragmentada situación política y social en que se encuentra la Argentina la instancia electoral es harto propicia para postular falsas opciones. Y así lo viene haciendo el gobierno, impulsando tal engaño con todo el andamiaje operativo de su permanente operación sobre la opinión pública. Hay que preguntarse por qué funciona una maniobra tan burda, cuáles son las condiciones que la hacen posible.
Mileismo o kirchnerismo era y es la consigna a imponer y así se logró en los comicios anticipados de algunos distritos y sobre todo este último domingo en la Capital Federal, con acatamiento puntual y acrítico de los medios y comentaristas. Ya no se trataba de elecciones de medio término para designar legisladores locales (en algunas provincias se votó además otras cosas) sino de convalidar o no las políticas del gobierno central.
Poco importa que ambos términos de la opción de hierro que se presenta a la ciudadanía sean irreales en cuanto a ser verdaderas opciones políticas. Ni el mileismo (al que se pretende hacer sinónimo de libertad) es una fuerza organizada sino una conjunción de individualidades oportunas y convergentes para la ocasión bajo un paraguas conservador, ni el kirchnerismo es representativo del amplio espectro, hoy disperso en grado superlativo, de lo que conocemos históricamente como movimiento nacional, que incluye una amplia representación de las fuerzas del trabajo, la producción y sectores medios que integran la sociedad argentina.
El hecho significativo de que bajara notablemente la cantidad de votantes puede perfectamente ser leído como un fuerte llamado de atención sobre la crisis de representación existente, que puede sintetizarse en: no tengo a quien votar en esa opción forzada y por lo tanto falsa.
Más tratándose de una elección de medio tiempo, donde puede suponerse que se abren alternativas para enriquecer los cuerpos deliberativos (legislaturas con consejos deliberantes) a nivel provincial y municipal. Nada de eso ocurrió y en la dispersión existente es bastante lógico que las propuestas oficialistas siguieran la conducta que se expresó en el ballotage de 2023.
El pánico frente a la continuidad de lo que había parece ser duradero, aunque también hay que pensar que no hay reales alternativas que abran perspectivas atractivas hacia el futuro para enfrentar el brutal disciplinamiento existente. Nadie quiere volver al pasado.
Así, frente a la riqueza de opciones que debiera ofrecer la pluralidad, como dicta la sustancia democrática, se plantean dilemas rígidos que nos encierran en políticas de vuelo corto: los libertarios no tienen un programa distinto del enfoque conservador del ajuste perpetuo. La novedad es que lo aplican con una crueldad nunca vista, hablando de políticas sociales y económicas, aunque es necesario diferenciar, desde luego, la criminalidad de los regímenes militares genocidas que se mide con otra vara, mucho más sustancial, la del respeto a los derechos humanos fundamentales.
El ajuste como religión
Lo realmente grave en la situación actual es que el modelo del ajuste perpetuo no sólo es compartido por el oficialismo mileista. Goza de un respaldo –aún en la confusión– mucho más amplio que los votos que consigue. Por el momento ha desaparecido de la oferta política la propuesta de integrar la comunidad nacional y promover el despliegue de sus fuerzas creadoras.
En su lugar se impone un criterio de sálvese quien pueda, en nombre de una libertad declamada e inexistente, donde la inmensa mayoría no tiene las mínimas condiciones para elegir por sí un destino mejor, condenado cada uno a vegetar y luchar por sobrevivir en condiciones muy adversas.
La atomización del campo nacional le confiere al gobierno una hegemonía ficticia, formada por porciones del electorado restringido a quienes concurren a respaldar con su voto las políticas predadoras actuales. Esto da cuenta de una relación de fuerzas adversa a toda construcción genuinamente representativa del conjunto social. El campo nacional tiene múltiples dimensiones que constituyen una realidad compleja.
Y mientras tanto las dirigencias opositoras están ocupadas en preservar sus posiciones, para nada interesadas en construir opciones genuinas de futuro que respondan a las necesidades de todos los miembros de una comunidad organizada. No se escandalizan de las condiciones en que están los diversos sectores, cada cual con sus dificultades acrecentadas a cuestas. Esperan muy tranquilos el desgaste del oficialismo. Son cómplices de hecho.
Años de prédica sobre falacias de la economía han hecho mella en la conciencia nacional. En particular y a modo de ejemplo las presuntas “verdades” del monetarismo y el fiscalismo, según los cuales la emisión de dinero es en sí misma causa de inflación y el gasto público una catástrofe en sí misma.
Ambas vertientes de ideología económica le confieren a la moneda una función sagrada y proponen automatismos que nunca dan los resultados esperados en el mediano plazo. Esto, con ser una simplificación totalmente equivocada, ha hecho carne en muchos segmentos de la opinión pública. No estamos así por casualidad, esto viene de lejos.
Si esas “verdades” presuntas y sesgadas han ocupado el lugar de doctrinas nacionales integradoras es preciso asumirlo. Naufragó el estatismo, que es otra simplificación en el campo opuesto, y las políticas de auxilio a la población menos favorecidas terminaron siendo insuficientes o inoperantes. La pobreza y su extremo más doloroso, la indigencia, aumentaron a pesar de esas políticas de ayuda social. Y esto ocurrió porque no tenían detrás un proceso expansivo de creación de riqueza genuina que aumentara las opciones laborales y propiciara la tendencia al aumento de los salarios.
Hay tanta confusión que conviene desnudar la falsedad que difunde el gobierno de que los salarios han crecido en dólares porque los miden contra un dólar dibujado y sostenido allí por las feroces políticas recesivas aplicadas. Por eso, entre otras razones, niegan que la divisa estadounidense cotice con atraso.
Esas mistificaciones tienen efecto sobre amplios sectores que terminan apoyando al gobierno al faltar opciones generosas de ampliación de la estructura productiva y valorizar los recursos que abundan a lo largo y lo ancho del país.
Buscar las causas del estancamiento
El principal problema que tenemos es la fragmentación social. No es la inflación, que es un síntoma de las distorsiones que padece nuestra estructura socioeconómica, ni tampoco la emisión o la desproporción del sector público sobre el privado. Aquí hay una gran división de enfoques con quienes creen, sin indagar mucho, que la principal tarea a realizar es reordenar la economía, la que está ciertamente desquiciada porque lleva años de mala praxis y la necesidad de expandir la economía y fortalecer todo el cuerpo social argentino.
Por supuesto que hay que reordenar y proponer objetivos que incluyan a conjunto social, pero hacerlo en un marco recesivo es suicida y terminará en un diseño empobrecedor de lo que hoy tenemos y, más aún, de lo que podríamos construir.
El ajuste sin expansión deja afuera al menos a la mitad de los habitantes, que no encontrarán puestos de trabajo dignos para atender las necesidades básicas de sus familias. Es una fórmula explosiva que puede no explotar de inmediato, si siguen teniendo éxito las manipulaciones odiosas que dividen a la población.
Contra el revanchismo que inspira una gestión claramente destinada a desinteresarse por la suerte de quienes resultan ser los menos favorecidos la forma práctica de convocar a todos está vinculada a la construcción de un país integrado y donde cada uno pueda hacer su aporte al bienestar del conjunto. Un proyecto común. Es fundamental diseñarlo con la participación de los diversos sectores y ponerlo en marcha con esfuerzos compartidos disolviendo la “cultural del descarte” que con tanta claridad denunció el papa Francisco.
Como tal, ese proyecto común no está aún explicitado. Hay que convocar a esa magna tarea, teniendo en cuenta que no se trata sólo de exponer los reclamos de cada sector (eso se hizo durante el Diálogo Argentino en el gobierno de Duhalde y resultó en una mera exposición de necesidades y aspiraciones) sino de articularlos en una política dinámica, expansiva, técnicamente solvente y con amplia participación popular, pues de otro modo no va a sostenerse en el tiempo.
El proyecto común, o sea el programa de desarrollo, debe dar respuesta a los principales problemas, siendo el más acuciante la condición de los compatriotas más carenciados. Y hay que asumir que crear las condiciones para su reinserción en labores productivas no es algo instantáneo y llevará el tiempo requerido para que maduren inversiones a lo largo y lo ancho del país. Por eso es necesaria una épica de amplísima participación popular. En modo alguno se trata de pedir sacrificios sin futuro, hay que convertir a cada argentino en un protagonista de esa gesta compartida.
En cada región hay que establecer prioridades y ellas deben articularse con las nacionales. Es una tarea política y técnica que movilizará numerosas voluntades y debe ser sometida al apoyo de cada sector, trabajando codo a codo para que el realismo se imponga sobre el ilusionismo. No hay soluciones mágicas, pero es importantísimo saber que ellas existen y pueden diseñarse y debatirse con seriedad. Todo lo contrario de lo que ocurre hoy en día, que se persiguen abstracciones que encubren voluntades predadoras donde se multiplica el sufrimiento popular.
Hay dos vectores fundamentales: la energía como factor decisivo de mejora en la calidad de vida y el poblamiento de regiones hoy deshabitadas o con población ínfima. Una épica de la ocupación y valorización territorial.
La Argentina tiene una enorme capacidad de generación éolica en la región patagónica, donde existen condiciones altamente favorables para poblarla y desplegar actividades nuevas, no pocas de ellas derivadas de actividades extractivas actuales, mineras o hidrocarburíferas.
La Patagonia tiene una particularidad mundial: posee los vientos más constantes y fuertes del mundo sobre tierra firme (el mar del Norte también, pero instalar allí generadores es mucho más caro). Es geográficamente tan amplia que en gran medida registra corrientes constantes que subordinan una objeción pueril que suele oponerse de modo rutinario referida a la aleatoriedad del recurso viento. Combinada con reservorios hidroeléctricos y funcionando en el marco del sistema interconectado nacional constituye un conjunto sólido, cuyo parque generador actual no desaparece sino que actúa en reserva de contingencias extremas.
Como complemento, puesto que se trata de un sistema nacional que debe funcionar como tal, existe asimismo un gran potencial fotovoltaico y, conforme avance la tecnología, geotérmico. La Argentina puede pasar en muy pocos años a ser el país de los cortes salvajes a ser un gran exportador de energía, además de constituirse la electricidad en el factor industrializador principal.
En el precario “modelo” actual, del ajuste y la apertura brutal de su economía, existe el RIGI, (régimen de incentivos a las grandes inversiones), pensado para facilitar emprendimientos extractivos que no complementan ni multiplican las actividades existentes sino en una mínima medida. Hay que “envolver” esas inversiones con emprendimientos productivos que procesen lo que hoy se pretende exportar como materias primas con poco valor agregado, sea gas, cobre, litio u otros minerales.
Impresiona la docilidad con que estos gobernantes se someten a los intereses externos. No piensan en multiplicar la actividad interna sino en acoplarse a planes trasnacionales. Combinan su ignorancia con falta de patriotismo. No entienden que exportan mucho más los países que se desarrollan que aquellos que eligen permanecer como proveedores de materias primas.
Exportar cobre sin procesar es una estupidez (refinar, fundir, trefilar, etc., y que a su vez es totalmente reciclable), existiendo una amplia demanda para este metal en numerosísimas aplicaciones, tanto en las industrias electrónicas (como alambre, placas, fajas, etc.) y otras como la química, la construcción, fármacos y alimentos, muy versátil por sus numerosas combinaciones con otros metales (zinc, estaño, aluminio, silicio, berilo para infinidad de usos), incluyendo haluros y carbonatos. Un metal de usos múltiples cada vez más requerido, algo que no parece que ocurra a mediano plazo con el litio, lo cual no quiere decir que si hay inversores interesados no se los atienda.
Con el litio, tanto los voceros del PRO como los libertarios descartan muy rápidamente que deba procesarse localmente, como si no quisieran complicaciones industriales, desafíos. Negocios rápidos y sólo redituables para el conjunto en mínima medida. Cuando se habla de grandes inversiones mineras se mencionan (dibujo) los centenares o miles de dólares que se invertirán en la explotación pero ni una palabra sobre el grado de procesamiento local que alcanzará el producto. ¡Es una verdadera claudicación!
Además de las inversiones para las que hay capital disponible en el mundo, hay que tener en cuenta que los principales jugadores obviamente prefieren obtener productos con poca elaboración para mantener activas sus plantas instaladas en los países de destino o estaciones intermedias, se trata de competencias entre monopolios. Pero hay prioridades que no se rigen sólo por la suma y resta más elemental y tienen en cuenta otros intereses nacionales.
Tal el caso de la reconversión de la industria instalada en Tierra del Fuego, sobre la cual ha habido más agitación que estudios serios, porque se está actuando para desmantelar, no ampliar o diversificar. El ministro Sturzenegger ha sido bastante explícito al comparar lo que imagina para la isla, un destino turístico, tomando como ejemplo a Nueva Zelanda y mencionando que a él le gustó mucho cruzar la cordillera allí. No puede ser que ignore que Nueva Zelanda no es sólo un destino turístico sino un país con fuertes políticas industriales y exportadoras en diversos rubros, por ejemplo la lechería. Mistifica y por lo tanto confunde.
El turismo es una actividad que se complementa con otras, pero nunca como principal y su capacidad de ocupación de mano de obra es limitada. Por supuesto que Tierra del Fuego puede atraer más turistas que los que hoy llegan (la actividad está desalentada por el atraso cambiario que beneficia en cambio el turismo hacia el exterior) pero será realmente multiplicador si se articula con muchas otras actividades más complejas, en particular las que tienen que ver con la proyección antártica, cuestión geopolítica de primera magnitud.
Otro mito es “ordenar la macro” que se traduce en ajuste brutal. No pocos anuncios han quedado en el aire, mientras otros están hechos sin ton ni son, con el sólo objetivo de eliminar puestos de trabajo o fingir que lo hacen. La proporción de sector público sobre el privado se resuelve también en un marco expansivo, donde el sector privado se amplía y el público se redimensiona para ganar eficiencia sin que necesariamente engorde de modo artificial. El concepto de mejora continua también tiene una aplicación a los servicios que presta el Estado que se traduce en permanente revisión de su calidad y eficiencia. La reforma del Estado, en este sentido, debe ser permanente.
Pero esto encarada a lo tonto tiene patas cortas en contextos recesivos. El ajuste perpetuo como único objetivo es una política inoperante y muy dañina. Se basa en una suposición prejuiciosa no demostrada como válida: que el apriete genera por sí mismo condiciones para el crecimiento. Responde a una ideología sacrificial y no está apuntalada por la experiencia ni la teoría.
Hay más temas que son cruciales, como la publicitada reforma laboral, que apenas esconde el objetivo de desmantelar la defensa del salario y las condiciones dignas de labor cuando debiera servir para lo contrario. Asunto para especialistas que debiera movilizar al movimiento obrero para que no se transforme en otro factor de retroceso.
Hay muchísimo por hacer, pero lo principal es movilizar las fuerzas productivas para ampliar la producción y la oferta de empleo, sendero por el cual el resto de lo que está mal podrá comenzar a reordenarse positivamente, sumando trabajo y racionalidad a las cadenas de valor.
Por último una palabra sobre la dimensión ambiental. Lejos de ser un factor retardatario como muchas veces se presenta desde la agitación y la negatividad, se trata de incorporar los cuidados y precauciones que es necesario incorporar en todos los proyectos de ampliación de la estructura productiva. La Argentina tiene pocas zonas dañadas de modo irreversible y es tan necesario como factible emprender procesos de despliegue productivo que no sólo no agredan el ambiente sino que lo mejoren. Tiene la aptitud (territorio y agua) para aportar notablemente a la oxigenación del planeta.
La comunidad organizada requiere conciencia y participación masiva, esta es una diferencia sustancial con los mezquinos modelos de achicamiento en aplicación. Avanzar en ese camino nos hará libres.