El mito del valor agregado

Los opositores pregonan que es necesario enfocarse en actividades económicas que produzcan valor agregado. Hacen foco en la industria. Pero hay valor agregado en todos los productos de la economía. Cómo es la cáscara vacía de algunos discursos opositores. Los salarios, una decisión política. La herencia de Prebisch. Girar y girar sobre lo mismo sin dar respuesta a la crisis argentina, o cómo decir algo sin decir nada.

Hay un dato político insoslayable: la condición necesaria de la legitimidad opositora para derrotar al oficialismo libertario es una ostensible mejora en la distribución del ingreso. Pero a contramano de esa condición necesaria, el diagnóstico habitual es que una mejora no inflacionaria del ingreso únicamente provendría de un aumento considerable de la productividad. 

¿Cómo hace la política económica para incrementar la productividad? No lo dicen, y por amañadas razones. No hay producción sin mercados previos (y por tanto sin ingresos), y no hay ingresos sin producción previa. El desafío, entonces, es estimular la producción inicial y, para ello, anticipar la demanda ciertamente puede ser la solución. Lo que condiciona positivamente tal anticipación es, sobre todo, un aumento relativo de los precios de venta en relación con los precios de los insumos. Incluso si el posterior crecimiento salarial –con legitimación política– impide que los empresarios se beneficien plenamente de ello. 

Pero el punto es que el crecimiento salarial debe estar en el origen de la salida del pantano o de lo contrario se permanecerá ahí. Con el cuento “del aumento de la productividad” como condición previa, están diciendo que no quieren hacerse responsables del aumento de la inflación (por presión de los salarios) y de la deslegitimación política que conlleva. Han esgrimido una estrategia discursiva para que no les hinchen las pelotas y puedan seguir con la inflación apaciguada. En ningún momento temen hostilidades por tirarles a los leones del circo la suerte de la clase trabajadora. Si no se les ocurre cómo hacer para financiar la subida de los salarios –sin que impacten en los precios– es porque nadie se los está exigiendo a fondo con el fervor necesario. Esto probaría –objetivamente– que es otra manifestación de la caput mortuum de la clase política realmente existente comprometida con las mayorías nacionales. 

¿Hay o no que seguir con la industrialización? Sí, claro, pero no para ilusionarse con que eso por sí mismo es la llave que abre la puerta de la igualdad. Es al revés, porque la vida es así. Primero las sociedades civiles determinan cuánto deben cobrar sus trabajadores y luego proceden a formarse todos los otros precios. La agricultura argentina es top. La industria argentina, no. Pero si queremos ampliar la canasta familiar (mayores salarios y más igualitarios), entonces hay que sustituir importaciones profundizando la industrialización.

Los seres humanos trabajan poco en el agro y mucho en los sectores servicios y manufacturero debido que la ringlera de bienes industriales es notablemente más amplia que aquella brindada por el agro. Casi toda la humanidad se alimenta con cuatro tipos de carne y tres o cuatro cereales. El aumento de los bienes industriales en la canasta familiar manifiesta una función creciente del nivel de vida. Además, en tanto las rigideces del comercio exterior y ciertas dimensiones mínimas de los países vienen dadas, las salidas de la agricultura son velozmente saturadas.

El dedo en la llaga

La ristra de opositores al gobierno libertario suele criticar el empeño oficialista en reprimarizar la economía argentina y abogan –en sentido contrario- por enfocarse en actividades que tengan mucho “valor agregado”. Por ejemplo, la industria. Así los argentinos encontrarían el sendero por donde encaminarse para mejorar su nivel de vida promedio.

La exlegisladora porteña Ofelia Fernández en un reportaje metió el dedo en la llaga. Dijo que no hay que limitarse a decir cosas que suenan bien pero son pura cáscara. Advirtió que el arco opositor seguirá tan gutural como Tarzán, columpiándose de liana en liana “hasta que no cuente con el contenido de una transformación, igual de radicalizada, pero en el sentido opuesto” dado que esa insuficiencia induce a “a tener un problema para formar parte de la conversación”.

Andando por estos andurriales, ¿quién no suscribiría que “históricamente, la difusión del progreso técnico ha sido desigual”? ¿Quién no apoyaría la idea de que esta desigualdad que “ha contribuido a la división de la economía mundial en centros industriales y países periféricos dedicados a la producción primaria, con las consiguientes diferencias en el crecimiento del ingreso”? “Actualmente nos encontramos en una etapa de transición, en la que esta división se está debilitando gradualmente, pero puede que tarde bastante tiempo en desaparecer. A medida que la difusión del progreso técnico hacia la periferia -limitada originalmente a las exportaciones de productos primarios y actividades relacionadas- avanza cada vez más hacia otros sectores, trae consigo la necesidad de industrialización”. Así se manifestaba Raúl Prebisch en un paper de fines de los ’50, ya siendo mandamás de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). 

Por un lado, cualquiera puede estar tentado de sospechar que las observaciones de Prebisch refuerzan el impulso a ir en pos de actividades que tengan mucho “valor agregado”. Por el otro, sería un paso ineludible para formar parte de la conversación que reclama Ofelia Fernández.

Productividad

Cuando se fríe la milanesa y se hurga sobre su verdad, por varias razones lo de Prebisch es una evocación completa del “paraíso perdido”. Para empezar, la periferia sigue esperando sentada –parada se va a cansar- que por un acto de bondad el centro derrame la parafernalia tecnológica que los caracteriza. Sin contar a China ni a la India, aunque en menor medida para no ganar el partido por afano, la periferia está mucho más industrializada desde que Prebisch notara la insuficiencia. Más del 50% de la oferta exportable periférica -desde hace décadas y antes del arribo rutilante de China- la constituyen las llamadas manufacturas de origen industrial. Pero el pescado sigue sin vender. Además, podría decirse que la brecha que separa a las dos humanidades se amplió. 

Lo de la “productividad” que señala Prebisch está en el candelero de una importante franja de opositores, lo que augura un fracaso político rotundo. Se han olvidado y no han aprendido nada. 

Cabe considerar que rentabilidad no es lo mismo que productividad. Los precios y los salarios no dependen de la rentabilidad, como sugiere la sanata de una parte importante de la oposición. La rentabilidad es una función de los precios y los costos. Cuando se habla de productividad propiamente dicha, se menta de la productividad física. En tal caso –único con sentido respecto de la productividad– los precios, lejos de ser una función creciente de la productividad son, por el contrario, una función decreciente de la productividad. Pero se había quedado –unas líneas atrás– en la necesidad de “un aumento relativo de los precios de venta en relación con los precios de los insumos”. 

Definiciones

Hecho el intento de saldar las cuentas con la productividad como coartada, se palpa algo similar con el mal uso del concepto de valor agregado. La propia definición de valor agregado indica lo lejos, pero lejos, que están los que lo invocan de esa manera para tener legitimidad y espacio en la conversación de la sociedad civil sobre su futuro. Incluso cuando se considera el concepto de valor agregado, el fervor del gobierno libertario por estrolar el gasto público y los impuestos se materializa como un absurdo ideológico cuya consecuencia real es estropear los motores del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) argentino.

Sinónimo de PIB

Para expresarlo de manera llana: la categoría “valor agregado” es sinónimo de PIB. Surge de sumar los salarios, las ganancias y los impuestos indirectos, todos emolumentos que se cobran y pagan durante el año calendario. Eso es una formalidad para poder comparar la variación de esos flujos. Hacerlo a moneda constante y a un dólar técnico que permita la comparación internacional son partes clave de la receta de este estofado. 

Al ser los ingresos que remuneran los factores productivos, definidos éstos como el derecho primario al reparto del producto, la cuestión es determinar cómo se fijan esas remuneraciones. Por cierto, la renta de la tierra y la renta minera son también remuneraciones de factores productivos.

El salario es un precio político. Lo fijan las fuerzas más de fondo que operan en la lucha de clases de un país. Visto así, en la Argentina se pagan salarios de morondanga por pura decisión política, que tiene en la expresión vulgar “negro barato”, un síntoma inequívoco de por quién doblan las campanas. La ganancia queda como un residual y tiende a igualarse a escala mundial. Esto significa que el capital se mueve traspasando fronteras buscando su mejor remuneración. 

Los impuestos indirectos (el IVA) se llaman así porque se cobran en los precios de compra y venta y no gravan directamente el patrimonio o los ingresos. Lo que remuneran esos impuestos es el orden político y la tendencia hacia el pleno empleo, que sin el gasto público no se puede alcanzar. 

Claramente el Gobierno libertario al querer –obsesivamente– bajar impuestos, se está embarcando en una aventura ideológica que redunda en un PIB totalmente alicaído. No hay tal cosa como un pase de magia en el que un peso puesto en el gasto público se muere y uno en el sector privado se multiplica. Desde el momento en que la inversión es una función creciente del consumo y esto depende del gasto, los impuestos al alza ayudan a salir de la crisis porque obligan a gastar. Esto es exactamente lo contrario a lo que predica la economía vulgar, que es llevado al paroxismo por el disparate libertario. Ni se preocupan en explicarse a sí mismos por qué, si el gasto público en los países de la actual OCDE a principios del siglo XX significaba no más del 10 por ciento del PIB y las crisis profundas se sucedían entre siete y diez años, esos altibajos se liquidaron cuando ese gasto subió a 50 por ciento promedio del PIB. Ah, sí, debe ser la conspiración comunista, debe ser.

Actividades con valor agregado

Al considerar las definiciones, se ve la coartada política de invocar “actividades con valor agregado” y asimilarla a la industrialización. Los libertarios buscan la magia de bajar la demanda agregada vía achicar el gasto público y que los billetes en poder de los privados obren el milagro del crecimiento. El crecimiento depende del nivel del gasto y no de si es privada o pública la persona jurídica, según el prejuicio libertario.

Por el lado opositor, buscan la magia de encontrar actividades que paguen buenos salarios, que tengan “valor agregado”. Pero todas las actividades económicas tienen valor agregado. Si no, no son actividades económicas. Pero la muchachada insiste. Conscientes o inconscientes –poco importa– con tal de sacarse de encima el denso problema de la batalla política por mejorar el poder de compra de los salarios, se mienten a sí mismos procurando emprendimientos con alto valor agregado.

¿Fideos en lugar de granos?

Un relato manido es el de exportar fideos envasados en vez de trigo en granos. Según ese relato, el segundo no tendría valor agregado en tanto el primero, sí. La definición de valor agregado dice que los dos lo tienen. Podría argumentarse que el fideo envasado en vez del trigo exportado a granel tiene más valor agregado. Una aclaración importante que hace a lo que abarca la definición de valor agregado. 

Las materias primas e insumos que están involucrados en la producción, tanto de fideos envasados como de trigo a granel, no forman parte del valor agregado. En la contabilidad del producto bruto (que se obtiene sumando los rubros pertinentes del balance de las empresas) se considera –muy razonablemente– que las compras de insumos de una empresa son iguales a las ventas de otra y se cancelan entre sí. Hay otro indicado llamado Valor Bruto de la Producción (VBP) que se incorpora a las materias primas, pero se usa para otro tipo de análisis. 

Ser “competitivos”

Encima, el cuento de actividades con valor agregado suele venir acompañado de la monserga de ser “competitivos”. Ya debería quedar en claro que la única manera de que aumente el valor agregado es que aumente el precio que resulta del bien o servicio que se trate. Parece que no es común que se apiolen acerca de que más valor agregado y ser competitivos es una contradicción. Volviendo a los fideos envasados, requieren más capital y más materia prima. Puede ocurrir que ese mayor precio remunere ese aumento de costo, pero que fue atenuado por una baja en los salarios y posiblemente en la ganancia, lo que redundaría en menos valor agregado. Además vender fideos es un engorro. No por nada desde hace siglos a los granos los catalogan como cashcrops.

Si el trigo a granel es vendido con alta renta y alto salarios, sube el valor agregado. Más claro, cuando allá por principios de los ’70 se produjo el shock del petróleo por aumento del royalty que cobraban los beduinos, aumentó en esa medida el valor agregado. 

De paso cañazo, eso demuestra el altísimo error práctico de ese desmadre teórico de propugnar que se sancione un impuesto a la renta potencial de la tierra. La renta de la tierra no es establecida por el precio, sino también por la lucha de clases. Su nivel se sostiene con esa práctica de dejar campos ociosos. El Estado tiene que cobrar retenciones que las paga el consumidor extranjero y quedarse con la renta. Si el debate nacional sigue descarriado sosteniendo –falsamente– que las paga el chacarero y se inhibe al Estado de aumentarla, las consecuencias son presiones inflacionarias. Acá tampoco se hagan los boludos.

Prebisch y los prejuicios

Ese cuento de la tecnología y la industrialización como fines para aumentar el valor agregado y salir del subdesarrollo, que tanto le debe a Prebisch, tienen en el Brasil muy industrializado, en la India que llegó a la Luna, una buena desmentida. Belindia seguirá siendo Belindia (siempre que pueda, lo cual es dudoso o imposible para la India), mientras la lucha de clases no ponga los salarios donde los tienen que poner.

No hay difusión de progreso técnico sin mercado previo. Prebisch va tras un falso grial. Ese diagnóstico olvida que los brazos y cerebros se reemplazan por máquinas cuando éstas resultan más baratas. Si los bazos y los cerebros se abaratan, ¡olvídalo! Ese reemplazo no mella ni un ápice los salarios, porque no entra en su determinación que es política. Procede a buen ritmo partir del alto valor de la fuerza de trabajo. Posiblemente ese aumento de la composición orgánica del capital (relación capital/ trabajo) lleve a una mayor relación composición orgánica de la mano de obra (relación mano de obra calificada/ mano de obra no calificada) y con ello a más salarios porque las novedades tecnológicas implican más calificación.

 “Adela en el más allá”, canta Charly. “Tanto girar/Girar es un efecto (…) La calesita de los sueños/ que se fueron y ya no volverán”, sigue “Adela en el carrusel”. Almendra refiere que “Ana no duerme / espera el día”. Para no desentonar, Ofelia debe estar girando y esperando.

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