El ataque a los empleados públicos empieza a notarse, los coches aumentan por los impuestos de importación y Signal se transforma en una app famosa.
Un chiste carioca dice que el año empieza allá por marzo, cuando termina el Carnaval. Es un día de mufa en la ciudad y la provincia, que viene de festejar Navidad y Año Nuevo, las vacaciones y el pre-Carnaval, gran invento para bailar en febrero. Pero marzo marca el corte, psicológico, de volver a tomarse la vida en serio…
Este jueves 27 de marzo comenzó, con días de atraso sobre el calendario, la primavera en Estados Unidos. Ese día, temprano a la tarde, el viejo Shea Stadium en el Bronx se iluminó para que los Yankees jugaran el primer partido de la temporada de baseball. El suspiro de alivio era audible: al fin había algo para hablar que no fuera una mala noticia.
Cuando nuestro Javier Milei le regaló una motosierra a Elon Musk lo llamativo no fue que el argentino hiciera ese obsequio -el hombre no tiene tantas ideas, después de todo- sino que el sudafricano lo aceptara. Ese día, en la conferencia de derechosos truculentos, Musk espadeó con la máquina como si atacara molinos o cortara arbustos. Estaba feliz.
En este apenas tercer mes de la presidencia Donald Trump, la motosierra está empezando a llegar al hueso. Ya hay miles de empleados públicos sin conchabo, un número todavía pequeño que sirve para asustar a la gran masa de funcionarios que queda, a ver si renuncian o se disciplinan. El conspiracionista Robert Kennedy Jr acaba de echar 26.000 empleados de los laboratorios médicos nacionales, del célebre Centro de Control de Enfermedades y de la entidad nacional que evita que te pongan matarratas en la comida. Es la misma idea que los ataques locales al Conicet, con el agravante de que los entes de allá además regulan lo que las corporaciones te meten en remedios y alimentos.
Los pobres empleados públicos son el enemigo simbólico de Trump y los suyos, y son verdugueados sin piedad para que renuncien. Un ejemplo de tantos es la orden general de presentarse a la oficina y dejar de “hacer huevo” con el teletrabajo. Los temerosos empleados volvieron a oficinas de las que se habían llevado los muebles, donde faltaba papel higiénico en los baños y, en un caso notable, donde no había agua corriente. Muchos ni podían trabajar por falta de una silla pero no importaba, tuvieron que cumplir su horario.
La parálisis se empieza a notar. En abril se pagan los impuestos en Estados Unidos, sobre todo la gran mina de oro nacional que son el impuesto a las ganancias y a la riqueza. Musk despidió a cientos de empleados de la Afip de por allá, lo que invita a sanatear en tus declaraciones porque ¿quién te controla? Lo mismo va a ocurrir con el turismo a partir de junio: los primos del norte son fanáticos de sus parques nacionales, donde ahora casi no hay guías, los baños abren a veces y no hay más mapas.
Si estos recortes suenan tontones es porque lo son. La idea es preparar el ambiente, ver quién salta, quién se opone, antes de llegar a la ballena blanca, el presupuesto de salud y asistencia social. Paralizar antes de disolver el ministerio de Educación registra en algunos millones, cerrar el Centro de Estudios Estratégicos del Pentágono ahorra un segundo y medio del presupuesto de ese coloso. Recortar Medicaid es otra cosa porque permitiría pagar la rebaja de impuestos a las corporaciones y los ultrarricos. Se van a joder muchos millones de pobres y jubilados, por eso hay que probar la idea con el chiquiteo.
Los cortes son también un testeo de la idea trumpiana de la “presidencia unificada”, que es la que no acepta los límites que le impongan los otros dos poderes. El partido republicano tiene ínfimas minorías en las dos cámaras, pero es como si no existiera, con sus representantes fingiendo demencia ante cada cosa que hace el presidente infringiendo la división de poderes. Por ejemplo, liquidar en todo menos nombre entidades creadas por el Congreso. Hay que ver qué va a hacer la Corte Suprema cuando tenga que decidir si el Ejecutivo puede desobedecer las órdenes de los jueces.
Esto merece una aclaración para argentinos, que es que el Poder Judicial norteamericano funciona. Esto, en el sentido más llano y simple del verbo: uno puede apelar a la justicia y obtener una respuesta en cosa de horas o días, no de meses o años, como entre nosotros. Un caso reciente fue la escuadrilla de aviones que llevó a El Salvador a decenas de venezolanos acusados de pertenecer a bandas narco. Un juez ordenó tan rápido que frenaran los vuelos, que ahora están discutiendo si ya habían despegado cuando les llegó el escrito. El juez sospecha, con sustento, que lo desobedecieron, el departamento de Migraciones y Aduanas dice que nones, que ya se habían ido los aviones.
Ni hablar de la enorme bola de amparos para frenar despidos o paralizaciones de planes, entidades y subsidios. Los Musk-boys simplemente los ignoran y los abogados del gobierno se retuercen para no admitir que el Ejecutivo está desobedeciendo a los jueces, lo que sería un conflicto de rango constitucional. Pero es cosa de tiempo que tanta apelación y chicana legal llegue a la instancia máxima y la muy conservadora corte tenga que decidir si se auto castra o le para la chata al presidente.
Si todo esto parece planeado y omnisciente es un error de la nota. Esta semana hubo un escandalete que podría ser argentino, cambiando los nombres de los funcionarios. Resulta que Estados Unidos decidió bombardear a los houties de Yemen, un grupo que se dedica a la piratería en el Mar Rojo y a tirarle misiles a buques de carga en apoyo de la causa palestina. No son, como los definió pintorescamente un especialista, “cuatro tipos con ametralladoras” sino un grupo armado con drones con los que bombardearon Israel y misiles rusos de alta precisión.
Cada tanto, Washington decide tirarles unos misiles propios para que se acuerden quién manda, rutina desde los tiempos de Barak Obama. Pero lo lindo de esta semana es que el Asesor Nacional en Seguridad Michael Waltz creó un grupo en la app Signal para compartir en tiempo real el minuto a minuto del ataque. En el grupo estaba el vicepresidente J.D. Vance, el Secretario de Defensa Pete Hegseth, varios militares y otros funcionarios de la Casa Blanca. Y el director de la muy progre revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg, que al principio pensó que era una cargada o carne podrida.
Pero resultó que no, que era en serio: Goldberg leía que en dos horas empieza el bombardeo, y el bombardeo empezaba a las dos horas. El periodista, asombrado, sabía cuántos aviones despegaban desde cuál portaaviones, qué fragatas disparaban misiles, dónde estaban los blancos. Cuando publicó todo el lunes pasado, el gobierno primero lo negó y luego le bajó el precio, diciendo que no había nada secreto en los textos. Goldberg, que había contado la historia sin dar detalles potencialmente peligrosos, respondió publicando el hilo entero de mensajes.
De paso: si un militar hiciera una macana semejante, le hacen una corte marcial y lo echan a patadas. Como son ministros, no pasa nada.
De paso: ¿por qué a uno nunca le pasa algo así…?
En fin… la otra tormenta que se viene en el horizonte es que en cosa de días todos los autos importados a Estados Unidos van a pagar una tarifa del 25 por ciento. En este momento todo buque de carga con autos a bordo está acelerando para llegar antes de la fecha de corte y zafar del impuesto. No es generosidad, porque los importadores de allá son tan impiadosos y rapiñadores como los de acá, y lo que quieren es embolsarse la diferencia. Trump sigue diciendo que el costo extra lo van a pagar los fabricantes en el extranjero, pero eso no se lo creen ni sus votantes. Los coches ya están subiendo de precio preventivamente, argentinamente tanto los importados como los domésticos, y los usados ni te cuento.
Mientras el mundo se reacomoda, con Europa discutiendo frenéticamente relanzarse como potencia militar y buscar nuevos mercados, y China canchereando con un “no les dije, los yankees no son de confianza”, el mundo no quiere ni ver a los norteamericanos. El turismo a EE.UU. se cayó en un cinco por ciento, cuando la perspectiva era que aumentara un nueve. Los canadienses se borraron y sus visitas bajaron un 24 por ciento. Un operador turístico de Londres, cansado de cancelar tours al primo americano, explicó que sus clientes encuentran que “el ambiente allá es demasiado tóxico”.
No ayuda que la gente de migraciones te revise el teléfono y te cancele la visa si encuentra comentarios tuyos contra el Señor Presidente.