Ahora que se movilizan las mayorías, hay que mover las neuronas

Es un buen momento para revisar la historia y destruir mitos como el de la salida exportadora. El autor rescata el modelo de industrialización por sustitución de importaciones que duró desde 1945 hasta 1976. Polemiza con las teorías de la restricción externa y el concepto del “stop and go”. Dice que los déficits comerciales no fueron la causa principal de las crisis, sino más bien los servicios financieros y el movimiento de capitales. Es más: el aumento salarial no necesariamente deteriora la balanza comercial, sino que puede mejorarla.

La movilización popular del 18 de junio para solidarizarse con Cristina Kirchner fue imponente. Fue motivada por el fallo de la Justicia que la condenó a estar recluida seis años e imposibilitada de ejercer ningún cargo público mientras viva. La formalidad del fallo habla de defraudación al fisco (hechos no probados) ocurridos durante sus dos presidencias (2007-2015). En el fondo es una vendetta del orden establecido contra ella y contra toda persona que quiera tener en cuenta la suerte de las mayorías nacionales en las decisiones y puesta en marcha de las políticas públicas.

La observación del sentir popular sugiere que en la jerarquización de sus consecuencias, se considere especialmente los caminos de salida de la crisis argentina. La esperanza no es sólo esa cosa con plumas de la que hablaba la poeta Emily Dickinson. También fue –y es- uno de los ejes de la movilización. La otra Argentina, la de sus deseos, aguarda su hora. 

Desatar los lazos que aferran a los argentinos al retroces implica que quienes aspiran a dirigir sus destinos superen un par largo de prejuicios que no solo involucran la necedad monetarista. Reverdecer los laureles de la sustitución de importaciones y evitar ser atraídos hacia el naufragio por el canto de sirena la salida exportadora, fue siempre la cuestión. Más ahora, cuando el proteccionismo despiadado de siempre de los países desarrollados se ejerce sin careta. 

Es menester deshacerse de los prejuicios que pululan por el relato estándar. Según una verdad sabida, y a buena fe guardada, el desarrollo del modelo de sustitución de importaciones (ISI por sus siglas en inglés: Import Substitution Industrialization), que se profundizó a partir de 1945, fue interrumpido dramática y trágicamente a partir del golpe cívico militar de 1976 y fue retomado con fuerza a partir del 2002. Fue el único modelo que generó industrialización y permitió conformar un poderoso mercado interno con altos salarios y movilidad social ascendente, al punto de ser el principal motor del surgimiento de la clase media argentina.

Pero en la virtud está el pecado. Por eso se nos advierte que este modelo siempre había presentado como principal problema la restricción externa, que se producía cuando los dólares ingresados al país por la exportación de productos primarios no alcanzaban para financiar la importación de bienes de capital e intermedios necesarios para el desarrollo de la producción industrial. Ese desarrollo avanzaba al compás del mayor consumo no sólo de las clases medias, sino también de las clases populares. 

Aparecían así los cíclicos estrangulamientos en la balanza de pagos –los famosos “stop and go”- . A partir del cambio de patrón de acumulación producido en1976, el endeudamiento del país en dólares sumado a la aparición del carácter bimonetario de nuestra economía profundizaron y agravaron la restricción externa.

Para no ser atrapados por las temibles tenazas de la restricción externa se propone que el crecimiento de la economía en Argentina y su posibilidad de desarrollo con trabajo bien remunerado, únicamente es posible alcanzarlo con un patrón de acumulación sustentado en un modelo industrialista de sesgo exportador con valor agregado, con bajos volúmenes de deuda externa o con una correcta y responsable administración de ella. En ese aspecto los que sostienen esas ideas bregan por correcciones de la estructura productiva de la Argentina que lleven a profundizar el sesgo exportador. Entre esas “correcciones” se destacan la actualización laboral (eufemismo para bajarle fuerte el ritmo a la recomposición salarial) y la creación o transformación de empresas bajo la forma de una asociación pública y privada.

Simples mitos

No estamos para comernos otro garrón. Insistir con el “sesgo exportador” y plantear una ineludible “actualización laboral” que éste demandaría es una contradicción en sus términos: ¿bajar los salarios en nombre de subirlos alguna vez?. Pero además tiene como fundamento una serie de mitos. El mayor es el del stop and go. Mitos desmentidos completamente por los datos y exactamente por la aproximación teórica. 

A su vez impacta una duda: ¿cómo lograr más valor agregado atajando los salarios que son un componente de ese valor agregado? ¿Subiendo las ganancias, que es el otro componente del valor agregado? Más tasa de ganancia implica menos masa de ganancias. A la inversión la comanda la masa, no la tasa de ganancia, la que sube por encima de su nivel normal cuando bajan las ventas porque es riesgoso, muy riesgoso, invertir. Las contradicciones arrecian en estas postulaciones contrahechas.

La inspección de la cuenta comercial de la tabla de la Balanza de Pagos 1958-1973 (época dorada de la ISI) pone de manifiesto que las cosas sucedieron exactamente al revés de lo que se cuenta normalmente sobre la “restricción externa”. 

En efecto, cuando cae la participación de los salarios en el producto bruto, la cuenta comercial presenta déficit como en el ’58, ’60, ’61, ’62 y ’75 o se contrae su resultado positivo. Casi funcionan como un mecanismo de relojería.

Lo que muestra tabla de la Balanza de Pagos es que la cuenta corriente se desequilibró durante la etapa 1958-1973 por su componente de invisibles (seguros y fletes) y por los servicios financieros pero no, repetimos, por su componente comercial que permaneció positivo casi toda la etapa. El gran culpable es inocente. No obstante, si queremos encontrar el o los problemas por el cual o cuales se vuelve completamente romo el aguijón analítico del stop and go, debemos examinar las premisas que sostienen la lógica del modelo, las que sí deben ser empíricamente pertinentes.

La razón lógica de los creyentes en la religión del stop and go está en la elasticidad precio de la demanda. La elasticidad es un indicador que mide cuánto cae la cantidad de un bien cuando sube su precio, o cuanto sube la cantidad comprada de un bien cuando baja su precio. Es una relación entre proporciones de variaciones de precio y variaciones de cantidad. 

Así, se dice que la elasticidad precio de la demanda es igual a la unidad porque una variación del precio determina una variación inversa, proporcional de la demanda. La elasticidad precio de la demanda es superior a la unidad, porque a una variación determinada del precio le corresponde una variación inversa pero más que proporcional, de la demanda. En fin, la elasticidad precio de la demanda es inferior a la unidad, debido a que a una variación del precio de un bien le sigue una variación inversa menos que proporcional de la demanda. Por lo tanto, si es igual a la unidad, sus efectos son neutros; si es inferior a la unidad, sus efectos son “perversos”; es decir, en lugar de reequilibrar la balanza comercial, la desequilibra aún más. Por otra parte, está la elasticidad infinita. Al precio mundial se puede vender todo lo que se exporta. Si por costos internos se supera ese precio mundial –por ejemplo, aumento de salarios- no se venden nada. 

Los creyentes en la religión del stop and go observan en la balanza de pagos una trayectoria contraria a la realidad. Suponen sin aportar ninguna prueba convincente –en realidad no la hay- , que la demanda externa para los productos agropecuarios argentinos es infinitamente elástica, que la elasticidad precio de la demanda interna de la producción agropecuaria es baja, que la elasticidad de oferta del sector manufacturero es también infinita. Pero sucede que la elasticidad precio de la demanda de exportaciones es bien baja, y la de las importaciones es mayor que uno, tal como lo prueban innúmeros estudios estadísticos. Eso de “tomador de precio mundial”, es un simple mito irrelevante, para asustar, tipo hombre de la bolsa.

Es esto lo que explica que el aumento de los salarios, al aumentar el nivel de precios, lejos de deteriorar la balanza comercial la mejora, y cuando el nivel de precios logra ser atajado porque se atenazaron los salarios, la empeora. El límite de esa dinámica se encuentra en el tramo en que la curva se vuelve elástica. No obstante, el margen de maniobra que da la inelasticidad es muy generoso. En definitiva, fue lo que sucedió. Y a todo esto, el menor saldo exportable no trae ningún problema en el nivel de empleo, dado que el aumento de los salarios compra ese saldo. Eso si nada es instantáneo. Lleva su tiempo, pero va en la dirección apuntada. 

Profesión de fe

Los economistas neoclásicos Jorge Katz y Bernardo Kosacoff, especializados en la actividad industrial, cuentan en un paper académico que esta historia comienza “en diciembre de 1968 [cuando], Oscar Braun y Len Joy (1968) publicaron en el Economic Journal un modelo sencillo de la macroeconomía argentina con el que trataban de explicar las relaciones entre el balance de pagos, los precios internos y el nivel de actividad económica”. 

Para ello formularon de un modelo simple de dos sectores: “uno industrial, que sólo trabaja para el mercado interno y tras una fuerte barrera de protección arancelaria, y otro agropecuario, que exporta y abastece la demanda interna, tanto de wage goods (bienes-salarios: la canasta alimentaria) como de divisas”. Dichas divisas obtenidas por el agro se destinan a “cubrir las necesidades de importación de bienes intermedios y de capital que requiere el sector manufacturero”.

Ahí estaba el problema identificado por los autores, porque según demostraban a partir de las premisas que habían establecido “durante la faz expansiva del ciclo económico se genera una demanda creciente de importaciones cuyo costo en divisas no alcanza a ser cubierto por la oferta exportable de bienes primarios, gestándose así condiciones estructurales para una devaluación del peso”. Pero, haciendo de necesidad virtud: “El alza del tipo de cambio se transmite a los precios, esto deprime el salario real y, como consecuencia, cae el gasto de los trabajadores”. 

El equilibrio se restablecía y todo viciosamente volvía a empezar a raíz de que “la recesión, por un lado, y la caída de demanda interna de wage goods, por otro, al liberar mayores saldos exportables, vuelven a cerrar la brecha en la cuenta corriente externa y a recrear una nueva situación de equilibrio macroeconómico”. Es con este modelo estilizado, con sus variantes y matices “que la profesión económica abordó el estudio de la industrialización argentina”, consignan Katz y Kosacoff. 

En 2006, Pablo Gerchunoff, de la mano del alza coyuntural de los términos del intercambio, por la concurrencia de la demanda asiática con las que considera buenas consecuencias de la apertura, la baja de los bienes salarios en el total exportado, el crecimiento global del comercio, el aumento del poder de compra del ahorro nacional, a su vez éste incrementado por la devaluación, pone en juego lo siguiente: “La hipótesis, algo arrojada y tan optimista como el optimismo que critico [es], que el ciclo de stop and go ha llegado a su fin”.

En el trayecto hacia ese destino que aprecia como de cese, Gerchunoff señala: “Ya para los años ‘60 las exportaciones comenzaron a crecer, incluso con un débil aporte de la industria, y quizás ello explique la efímera primavera económica de esos años”. Pero “el stop and go no terminó entonces. Un shock externo negativo y una enorme crisis política -ambos en 1975- fueron el preludio de una nueva versión del ciclo, y se trató de una versión más exasperada”. 

Es que para Gerchunoff, “si la versión anterior era una en la que la fase expansiva se agotaba con el déficit de comercio, en la nueva versión había que incorporar a la explicación los flujos internacionales de capital”, En tal forma que “cuando las exportaciones no alcanzaban para comprar los insumos y los bienes de capital que sostenían el pleno empleo, se podía recurrir ahora al ahorro exterior y contraer deuda para mantener la inversión sin afectar el consumo”. 

Eso tenía su historia, puesto que “Perón ya lo había intentado desde 1952 hasta su caída. Prefirió sacrificar -aunque con poco éxito- el nacionalismo al populismo llamando a la inversión extranjera” lo que efectivamente ocurrió y “en masa […] cuando Frondizi demostró que estaba dispuesto a dar una batalla por reducir los salarios reales, es decir cuando demostró que, a diferencia de Perón, no sólo apostaba sus cartas a sacrificar el nacionalismo sino también el populismo”.

Elegante e inspirador el modelo de Braun y Joy, llevó a derecha e izquierda a confluir en la meta de que para cortar el círculo vicioso proveniente de la balanza de pagos había que equilibrar los salarios a la baja, mientras se avanzaba a favor del aumento de las exportaciones y se perseguía frenar la ISI. Eso porque, como señalaban Braun y Joy, “el efecto inmediato de promover inversiones en la sustitución de importaciones puede dar como resultado el aumento del gasto en insumos importados” en tanto y además “pareciera existir un mayor margen del hasta ahora imaginado para restringir el consumo de bienes con alto contenido de importación”. 

Hay que reconocer que Braun y Joy han sido mucho más honestos que sus seguidores, al aclarar respecto de la experiencia ISI argentina de entonces, que “nada de lo que contiene hasta aquí nuestro modelo podría dar cuenta de un período de crecimiento”. ¡Qué confesión de parte! Además ¡jamás atendida por los partidarios del modelo, que lo aplicaron a una Argentina que crecía y crecía, para explicar porque se detenía el crecimiento! Es que “los períodos de crecimiento después de las recesiones de 1958 y 1962/3 parecen haber sido diferentes” a lo previsto por su modelo, dicen Braun y Joy. La salida del ‘59 “parece haber sido inducida por una influencia de inversiones extranjeras directas” y la de 1962/63 “por un gran incremento en el volumen del déficit fiscal […] En ambos casos los efectos de expansión del multiplicador y del acelerador se reforzaron por un aumento continuo en los salarios nominales resultado de la negociación exitosa de los sindicatos.” Tuvieron que poner “salarios nominales”, para encubrir que subieron fuerte los reales y la realidad arruine el modelo que pergeñaron.

Por cierto, el concepto de “acelerador de la inversión” se refiere a la teoría económica que describe cómo un aumento en la demanda o el ingreso de una economía puede llevar a un aumento proporcionalmente mayor en la inversión. En tanto, el multiplicador keynesiano es un concepto económico que describe cómo un aumento en el gasto, ya sea público o privado, puede llevar a un aumento mayor en el ingreso nacional total.

Lo que se observa al encuentro del modelo Braun y Joy, es que efectivamente hubo déficit comercial en los primeros años de la etapa 1958-1973 provenientes de la entrada de los bienes de capital de la inversión extranjera y por esa causa sin mayores problemas porque es un déficit autofinanciado. Pero del ‘63 en adelante hubo superávit comercial hasta 1975. Encima la cuenta corriente es superavitaria entre 1963 y 1967. Después de lo apuntado acerca de las inelasticidades y elasticidades incursas y de la inefectividad del modelo de Braun y Joy, tal parece que esa “maldición argentina” como Pablo Gerchunoff y Lucas Llach consideran a “la superposición, probablemente única en el mundo, entre la canasta de consumo popular y la canasta de exportaciones”, no es tan fiera como la pintan; más bien lo contrario. Además, en la medida que la ISI prosiguió su marcha, como a los tumbos pero la siguió, menos importaciones fueron necesarias.

Dinámica

El saldo negativo de la cuenta de servicios financieros fue el canal que trasmitía las contradicciones entre un modelo que resistía a pie firme, pese a todas las contramarchas y las pocas cosas rescatables de la conciencia política durante la etapa, y una elite que circulaba a la manera de Pareto, para frenarlo. Con el peronimso proscripto. 

Hay gente distraída que ha observado y escrito sobre esta etapa y paso de largo de esa realidad. Un caso arquetípico es el de Marcelo Diamand y su confusa y mal fundada “estructura productiva desequilibrada”. Para Diamand la mayor actividad económica de la etapa 1958-1973 induce a mayores importaciones de bienes de consumo e insumos industriales importados. Eso demanda más divisas que son escasas porque provienen del agro que no da para tanto. Eso redunda en un creciente déficit en la cuenta corriente, de suerte tal que “Una vez que se agotan las reservas, el país se ve forzado a una devaluación (…) Se trata de una devaluación (…) que resulta impuesta por el desequilibrio que nace en la estructura productiva misma”. 

¿Qué datos habrá mirado Diamand? Los de la economía argentina seguro que no, porque lo desmienten en su totalidad. Si los hubiera estudiado con el cuidado que merecen en vez de una  “estructura productiva desequilibrada”, se habría encontrado con la cáfila que “desequilibró la estructura productiva”, volviendo necesarias las devaluaciones que se pudieron evitar. Basta con ver este seccionado de estrellas gorilas y obtusas, númenes del estatuto del subdesarrollo. Hay que tener una imaginación muy singular para sospechar que estos ñatos intentaron favorecer a los trabajadores o tuvieron ataques –aunque más no sea esporádicos- de “populismo”. 

La dinámica real es muy diferente a la comúnmente acepta y divulgada de Diamand. Partamos de la base que el capital, no importa su nacionalidad, tiene una sola norma de comportamiento relevante para ser observada teóricamente al nivel de abstracción que permite aislarla y convertirla en objeto de análisis: se mueve por las oportunidades de inversión. La nacionalidad no entra en juego.

Si las empresas, están dispuestas a correr el riesgo de sobrefacturar importaciones y subfacturar exportaciones, buscar y explotar las diferencias tributarias entre países y contornear los controles de cambio es que enfrentan un escenario donde las oportunidades de inversión se han enflaquecido. 

Es más, se puede sospechar que los controles cambiarios son un gran aliciente para hacer macanas, pero como los propios Braun y Joy aclaran bien, la tributación era más liviana, bastante más liviana, aquí que en los países desarrollados, lo que jugaba a favor contrabalanceando en gran forma cualquier incentivo a violar los controles cambiarios. 

Los abusos posibles no son necesariamente los abusos efectivos, y cuando lo fueron, resultaron producto de una política que endémicamente perseguía contener el gasto interno vía mochar los salarios, en nombre de preservar las reservas y el resultado comercial, que –colmo de la paradoja- acaecía en positivo cuando esa política devenía en un nuevo fracaso por su falta de solidez teórica, lo que soliviantaba aún más el conflicto distributivo.

En medio, la reinversión de una mayor cantidad de utilidades no era objetivamente posible y el único expediente abierto era el fraude para guarecerlas. El economista Arghiri Emmanuel puntualiza respecto a la salida de capitales que en la década del ’60, “Según la mayoría de las estimaciones estas fugas superan el déficit total nominal de la balanza comercial, ya que para América Latina sola algunos expertos lo evalúan en más de 2 mil millones de dólares anuales (serían unos 20 mil millones de dólares de hoy). En última instancia, la situación real es probablemente que el servicio de las deudas contraídas con anterioridad además de repatriaciones legales de las ganancias y el pago del principal de inversiones anteriores, además de las salidas ilegales de fondos, exceden en la Periferia, al total de la ayuda pública en donaciones y préstamos, además de las inversiones privadas y créditos de todo tipo”.

Por supuesto que en el ámbito de la narrativa stop an go, Adolfo Canitrot –quien fuera uno de las cabezas del Plan Austral-, la crónica que hace es del todo diferente tomando como punto inicial que “La alianza política del populismo nace en la recesión y se propone un programa expansivo”, para luego verificar que “El conflicto se hace muy intenso porque se desarrolla en medio de un contexto inflacionario explosivo, que es resultante de utilizar el incremento de salarios como instrumento de expansión de la demanda”, por lo que al final del recorrido “el populismo termina enredado en sus propias contradicciones y un nuevo programa de orden y recesión emerge”. 

Para colmo el propio Canitrot reconoce que “Desde mediados de la década del sesenta comenzó a hacerse notorio un proceso novedoso: la exportación de manufacturas industriales. Hacia 1974 el fenómeno alcanzó un nivel significativo: representaba la mitad de las exportaciones del país. Participaron de la exportación muchas actividades tradicionales de producción para el consumo, forzadas, en principio, a la búsqueda de nuevos mercados por el lento crecimiento de la demanda interna de los asalariados. Hubo, en apoyo, importantes subsidios del gobierno. De esa manera el modelo económico semicerrado pareció irse disolviendo progresivamente”.

Hay que hacer uso de una imaginación un tanto extravagante para caracterizar de “populistas”, repitamos una vez más, a las conducciones de la política económica que se sucedieron a partir de 1962 hasta el final de la etapa. La situación fue muy otra. Lo que emergía era un programa de “desorden y recesión” que llegaba a su fin cuando la inflación volvía necesario avanzar en el desarrollo capitalista, como únicamente se puede avanzar en el desarrollo capitalista: a través de la demanda.

Pero aunque los movimientos clandestinos de capitales no hubieran operado, las remesas hubieran sido remitidas y las patentes por la tecnología se hubieran tenido que pagar, pero esto no configura ningún problema como se lo pretende hacer ver tan a menudo. Cuando se hace sentir la queja sobre la repatriación de los beneficios de las Empresas Multi-Nacionales (EMN), la situación sugiere, por un lado, que no se ha tenido en cuenta que el total del valor agregado es superior a lo que queda cuando se han restado las utilidades; y por el otro, que la pérdida del país sería superior en comparación con la circunstancia en la que el capital no llegaría. En esto no cuenta que una sean en dólares y las otras en moneda nacional.

Resulta completamente contradictorio, entonces, negar el provecho de la inversión externa y al mismo tiempo ser el primer crítico porque no reinvierten sus ganancias en el país. En todo caso, no fue ni es como importadora sino como exportadora de capitales que la Argentina sufrió en el momento de la repatriación de las ganancias del capital extranjero. 

En cuanto a la tecnología, es muy posible que su partida muy inflada por el fraude a la normativa cambiaria, haya alentado a los partidarios de la “tecnología autónoma”, lo cual es un grueso error pues no hay nada más barato en el mercado mundial que las patentes, dado que vienen completamente subsidiadas por los países del centro. Además, no parece conveniente inventar la rueda dos veces. Encima no es nada barato. Y si hay algo que enseña la etapa 1958-1973 (y 2003-2015) en este tema es que la mejor manera que tiene el país de avanzar en el plano tecnológico es hacer funcionar y adaptar a las necesidades nacionales la tecnología existente y desde allí, un día, formular en algunos otros rubros las propias.

El 18 de junio cumplió 83 años Sir James Paul McCartney. John Lennon y él compusieron a fines de los ’60 “Come Together” (“Juntémonos” o “Vengan juntos”). La canta el primero. Entona: “Una cosa que puedo decirte es que tienes que ser libre (One thing I can tell you is you got to be free)/ Vamos juntos, ahora mismo (Come together, right now)/ Vení conmigo (Over me)”. 

Las mayorías nacionales se han comenzado a movilizar. La dirigencia parece que por el momento no ha movilizado las neuronas. Es imprescindible que ambas vayan en conjunto. Los prejuicios y los lugares comunes heredados son un peso muerto.

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