Ni un maldito dólar


Lo que está detrás de la obsesión por el déficit fiscal para convertirlo en superávit es que el gobierno libertario no consiguió un maldito dólar de deuda externa, y eso que el vértice del Ejecutivo se percibe como el político defensor de la libertad de mercado más importante del mundo

A mediados de semana el Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos (banco central norteamericano, usualmente aludido como “la Fed”) bajó la tasa de interés de referencia de la principal economía del orbe y emisora de la moneda global. Ergo: la movida repercute en toda la economía mundial. Entre nosotros, las posibles reverberaciones vienen mediadas por la profundización del espíritu de las metas de política económica -implícitas o explícitas- que fueron enunciadas en el discurso presidencial del domingo 15, en todo concordantes con lo que se viene haciendo, en el que presentó ante un Congreso poco concurrido las ideas que animan la confección del presupuesto nacional para 2025.

Al observar ciertos pormenores de las consecuencias en la economía global y local de la declinación de la tasa de interés establecida por la Fed, se toma nota de la irracionalidad que hay en demonizar instrumentos de política económica como el déficit fiscal, conforme la obsesión declamada acerca de ese ítem por el gobierno libertario. El fervor anti-déficit fiscal lo coloca en el podio del paroxismo de una tradición que abarca administraciones de distinto signo.

Lo que está detrás de la obsesión por el déficit fiscal es que el gobierno libertario no consiguió un maldito dólar de deuda externa y eso que el vértice del ejecutivo se percibe como el político defensor de la libertad de mercado más importante del mundo. El capitalismo puede reconocer honores. Ahora, de ahí a que ponga plata a la sombra de esos honores, está el ineludible trecho que se recorre impulsado por las ganancias y las expectativas de obtener más ganancias.

Pinta que con el líder global de la libertad no las hay en la cuantía requerida. Entonces: ¿qué liga el superávit fiscal con la posibilidad de agrandar el ya endeudamiento externo voluminoso? Lo de “voluminoso” no es por el valor absoluto en sí, sino por los plazos de repago pactados con relación a los flujos anuales de dólares del país.

Superávits y déficits

Lo que relaciona resultado fiscal (déficit o superávit) con la dinámica de las cuentas externas de la nación es una suerte de igualdades ex –post, (cuando ya sucedieron las cosas), conforme las cuales:

Superávit de la CuCo = (Ahorro – Inversión, privados) + (Impuestos – menos Gasto público)

(CuCo: Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos (BdP) = Exportaciones –menos Importaciones más o menos el saldo de lo que el país recibe por utilidades de inversiones en el exterior más los interés que cobra del exterior menos las utilidades que paga al exterior por la inversiones externas menos los intereses que paga al exterior por los préstamos que recibió. En la Argentina el resultado del saldo entre lo que paga y cobra de intereses y utilidades es negativo).

Superávit de la CuCo = Salida neta de capitales o Formación de Activos Externos (FAE)

De manera que, dada esta visión de las cosas, para que los acreedores puedan cobrar lo que se le adeuda y los nuevos préstamos que les solicitan debe haber capitales que salgan para ese destino y eso depende del superávit fiscal, que implica que el sector privado deja de invertir en la cuantía del resultado fiscal positivo.

Dejar como propio de la timidez de un populista el aserto del presidente Nicolás Avellaneda (1874-1880) de ahorrar sobre el hambre y la sed de los argentinos para pagar la deuda externa es una muestra más del arquetipo de la desmesura que encarna el presidente Javier Milei. Eso sí: esa igualdad ex post (con mayor rigor se diría identidad contable) no afirma “que uno de los saldos sectoriales, por ejemplo el de la balanza por cuenta corriente, esté determinado por los otros dos. El hecho de que sumen cero no supone más que el cumplimiento del requisito de consistencia y suministra una provechosa información”, según consignara el finado economista ortodoxo Rüdiger Dornbusch. Milei está apostando todo a un pleno que no está en el paño verde.

Dornbusch hizo carrera como economista del MIT (Massachusetts Institute of Technology). Era un especialista en América Latina. Propuso convertir en un protectorado a la Argentina en la crisis de 2001. Con Juan Carlos de Pablo escribió el ensayo «Deuda externa e inestabilidad económica en Argentina», y con Guido Di Tella «La política económica de Argentina». Dornbusch junto a Paul Krugman fueron los padrinos de la tesis de graduación de Federico Sturzenegger.

En la reversa de los afanes libertarios está el caso norteamericano y la igualdad contable sería:

Déficit Corriente = Entradas Netas de Capital,

Mediante ese déficit los norteamericanos dotan al mundo de la moneda (los dólares) con la cual se mueven la mayoría de los intercambios internacionales de bienes y servicios.

Pero tan pronto como se identifican más estrechamente los problemas, este concepto es cada vez más insuficiente o engañoso, tanto desde el punto de vista de la situación financiera del país de que se trate como al del potencial de monetización a escala internacional.

De hecho, contabilizar dólar por dólar, de un lado, los activos de los Estados Unidos en México, Argentina y Brasil, y, por el otro en el reverso, las deudas de ese país con el resto del mundo para descontar, finalmente, unos de otras y extraer un saldo neto positivo o negativo –la deuda neta- , no parece en la situación histórica actual, la mejor manera de presentar la realidad. El riesgo país lo desmienta porque se descuente de ese saldo. Aunque, en una primera aproximación, la deuda neta resulta un concepto operativo para comprender los grandes agregados, que clarifica las bases elementales del cálculo y permite escribir estas identidades contables.

Por otra parte, si la suma de las entradas netas de capital en los Estados Unidos es igual al déficit de su cuenta corriente, la moneda adicional que fluye por los canales de circulación del resto mundo es igual a la totalidad de los depósitos extranjeros adicionales acreditados en los bancos de los Estados Unidos, por lo tanto, a ese mismo déficit aumentado por la suma de los capitales «salidos» en el mismo lapso de tiempo.

Esto, porque los dólares que se procuran por la venta a los estadounidenses de títulos no difieren en modo alguno de aquellos que se cobran por la venta de mercancías, cuando se trata de utilizar uno u otro para la financiación del comercio en el resto el mundo.

No obstante, existe una relación causal entre el déficit presupuestario y el déficit exterior corriente, empero ésta es mediatizada por la recuperación económica provocada por el primero y la propensión a importar correspondiente al excedente del consumo, tanto de bienes finales como intermedios, consecutivo a esa recuperación.

Una correlación inversa también existe entre los dos déficits. El de los saldos externos abre el camino para el capital de los no residentes, el que financia el déficit presupuestario, en parte directamente mediante la compra de bonos del Tesoro, en parte indirectamente a través de la compra de títulos del sector privado, compra que libera un ahorro nacional correspondiente, el que en última instancia se coloca en los bonos del Tesoro.

El mundo va a exportar más hacia los Estados Unidos, pero esos dólares que reciben los países exportadores, dan la espina que en esta coyuntura tienden a ir a financiar la reconversión norteamericana en la versión Harris o en la versión Trump. Al fin y al cabo, eso no sería otra de las consecuencias de lo que señala el historiador inglés conservador Timothy Garton Ash sobre las próximas elecciones presidenciales norteamericanas.

Al respecto Garton Ash escribió recientemente en El País de Madrid que cuando termine 2024 -el año con más elecciones de la historia-, “casi la mitad de la población adulta mundial habrá tenido la oportunidad de poner una cruz junto a un nombre en una papeleta electoral. Pero el partido más importante del año son las elecciones presidenciales estadounidenses (…I. El 5 de noviembre, mucha gente de todo el mundo encenderá el televisor para ver –bien caracterizadas por el historiador inglés- las elecciones mundiales (…) No solo porque Washington sea el teatro político del mundo, igual que Netflix es hoy la sala de cine, sino porque el resultado de las elecciones tendrá consecuencias de peso para todos nosotros (…) En última instancia, lo más peculiar de estas elecciones mundiales es la incongruencia entre la causa y el posible efecto. Que las mujeres y los niños de Járkov o Rafah vivan o mueran puede depender de lo que Mike, el mecánico de Michigan, y Penny, la profesora de Pensilvania, piensen sobre lo que les cuesta hacer la compra”.

El comportamiento de la Fed

La Fed fija un rango de un máximo y un mínimo, al que en jerga se lo llama la “horquilla”, por donde pivotea esa tasa de referencia de los federal funds (fondos que la Fed les presta a los bancos cuando andan cortos de efectivo). En julio de año pasado la horquilla la fijó en 5,25-5,5% anual, una altura que no se alcanzaba desde 2001, tal la preocupación para que la inflación del 9,1% anual en 2022, volviera a los valores de a lo sumo 3- 4% anual de los últimos 40 años. El miércoles 18 la horquilla fue establecida en un rango de entre 4,75 a 5 % anual, lo que significa una baja de medio punto respecto de julio del año pasado.

En números tan finitos es lógico que un recorte de medio punto se considere de gran importancia y envergadura. Los mercados leyeron al recorte como motivado por la necesidad de preservar el crecimiento e impedir que aumente el desempleo. No hay que perder de vista que la Fed por ley tiene el mandato de cuidar la estabilidad de los precios pero también el nivel de empleo. Los mercados aguardan que la tasa de interés caería otro medio punto porcentual este año, seguido de una serie de recortes en 2025 para dejar las tasas en 3,25-3,5 %.

Entonces, las variaciones de la tasa de interés de los Estados Unidos están condicionadas por la acción voluntarista de la FED, ya sea directamente por la fijación imperativa de la tasa de descuento o indirectamente por sus operaciones monetarias en el «open market» (compra y venta de bonos con los bancos privados y otros agentes financieros). La tasa de interés deviene así en una variable exógena y no es el tipo de cambio, por lo tanto el valor intrínseco del dólar, presumido como reflejo de la salud de la economía norteamericana el que determina la tasa de interés, sino que son las expectativas sobre la evolución de ésta última la que determina el tipo de cambio.

Ciertamente los capitales de riesgo -la inversión directa, la compra de acciones, bienes raíces, etc.- para los cuales la calidad del entorno podría, en efecto, ser determinante, son, con relación al conjunto de las entradas y en saldo, es decir, teniendo en cuenta las salidas correspondientes, cantidades insignificantes. De lejos, la mayor parte de los cientos de miles de millones de dólares que ingresan a los Estados Unidos, al ritmo anual actual, en compensación del déficit de la cuenta corriente, se invierten en bonos tanto del gobierno como de las grandes corporaciones de ese país, cuyo rendimiento es fijo, por lo tanto, no condicionado por las fluctuaciones durante el «ciclo», en cuya caso el reembolso depende de la solvencia del deudor y muy poco de la situación general, o -cuando se trata de empresas- de sus resultados operativos.

Por el contrario, las anticipaciones viene de dos tipos: pesimistas y optimistas. Las pesimistas sobre la coyuntura, incitan generalmente a la adquisición de obligaciones negociables a causa de las ganancias de capital que genera una baja de la tasa de interés consecutiva a una recesión-deflación. En el caso actual, el relativo “optimismo” y confianza despertados, fue a causa de que la Fed derrotó en buena medida a la inflación y que se disponía a bajar la tasa como lo hizo. En ambas expectativas contradictorias entre sí, se tiene la oposición clásica entre las respectivas determinaciones de los dos mercados, el de títulos de renta variable y el de títulos de renta fija. Mientras un descenso de la actividad económica deprime el primero fortalece el segundo. Por el contrario, en la recuperación, se inflan los beneficios empresariales y los dividendos estimulan las acciones, mientras se va acrecentando la demanda en el mercado de capitales lo que provoca una tensión sobre la tasa de interés que hace caer la cotización de las obligaciones negociables ya emitidas con la tasa anterior.

Tras la decisión de la Fed sobre las tasas de interés a la baja el S&P 500 alcanzó un máximo histórico y los bonos y las criptomonedas se mueven al alza. El ajuste se va produciendo y no parece que pase como en el 2008 que las materias primas se fueran espectacularmente para arriba y que el dólar se devalué con ganas, respecto a las otras monedas fuertes. Las tasas están lejos de la fronteras del cero como en esos años. Alguna corrección habrá pero no hay que perder de vista que la disputa política en los Estados Unidos es como recuperar el enorme mercado interno, averiado por la marcha hacia China del capital norteamericano. Por lo pronto, ni el Banco Europeo, ni el de Inglaterra, ni el de Japón anunciaron que cambiarían su nivel de tasas actuales. Además el economista Mario Draghi, primer ministro de Italia de febrero de 2021 a octubre de 2022 y presidente del Banco Central Europeo de 2011 a 2019, presentó esta semana –a las autoridades de la UE- un informe sobre cómo reactivar las decaídas perspectivas económicas de Europa a través de dirigir inversiones públicas y privadas por 900.000 millones de dólares anuales más de lo que se invierte con habitualidad. Según Draghi eso es lo que hay que hacer, para evitar que la economía de la Unión Europea se quede cada vez más atrás de la de Estados Unidos.

¿Lo logrará?

¿Podrá Milei alcanzar sus objetivos de dólares a cualquier costo de desempleo y pobreza? Si la sociedad civil lo deja y encima lo ampara en buena medida, restaría saber si esa apuesta al pleno del superávit fiscal -que es en pesos y no se vincula con los niveles de dólares de la cuenta corriente de la balanza de pagos- lograra que la bolita de la ruleta caiga fuera de la mesa. El indec acaba de informar que entre enero y agosto de 2024 “las exportaciones argentinas totalizaron US$52.190 millones, lo que significó un incremento de 14,8%; mientras que las importaciones sumaron US$38.039 millones, con un descenso de 26,3%” lo que arroja en el acumulado del saldo comercial “un superávit de 14.151 millones de dólares”. Los analistas estiman que sin mayores problemas se marcha hacia un superávit comercial de 20.000 millones de dólares para todo 2024, el mayor de la historia.

Y entonces ¿por qué ese temor libertario en no encontrar dólares? Le está pasando como al gobierno anterior que se fumó poco más de 40.000 millones de dólares de superávit comercial, sin dar todavía una explicación convincente de cuál fue la causa de semejante distracción, que lo llevó a bailar con la más fea de las devaluaciones mensuales y la tasa de inflación encabritada. Una parte de esa explicación, quizás la más importante, es que hay que tener tasas de interés positivas para comprar el superávit. Eso es un atentado a la religión monetarista y –tal como viene la mano libertaria- este intríngulis en vez de apaciguarse se ira empelotando.

No hay que olvidar que con convertibilidad y la economía completamente abierta y “tutti i fiocchi” en 2000 el superávit comercial fue de 1.061 millones de dólares, en 2001 de 6.223 millones de dólares y después que estallara la crisis en 2022 el superávit comercial alcanzó los 16.661 millones de dólares. El Producto Interior Bruto (PIB) cayó 3,4% durante los primeros seis meses de 2024 en el comparativo con el mismo periodo de 2023. El desempleo del 7,6 % en el segundo trimestre del año se sitúa 1,4 % por encima de la registrada en igual periodo de 2023. Todos estos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), sugieren que el desempleo, la pobreza y la malaria generalizada rinden buenos saldos comerciales positivos, pero –por lo visto- no ablandan el duro corazón de los inversores externos.

De momento, espacio político los libertarios lo tienen. Esperar que el daño que le están propinando a la sociedad civil los libertarios -en la inercia- rinda frutos de rebelión y cambio de política es iluso. Es olvidar que la estropeada consciencia política nos trajo hasta acá y si no se pone a operar el optimismo de la voluntad guiado por la sabiduría del pesimismo de la razón en función del intereses nacionales bien entendidos, difícil –sino imposible- que el chancho chifle.

Valga el ejemplo de las reparaciones alemanas de la Primera Guerra ordenada por el tratado de Versalles. Lord John Keynes decía que eso era imposible y llevaría a un serio problema político. Exigía un desproporcionado aumento de las exportaciones alemanas, pues cada saldo comercial positivo se pagaba al exterior, y los alemanes entonces cada vez tenían que consumir menos para pagar, y debían exportar aún más. Otro economista de la época (con los años premio Nobel) el sueco Bertil Ohlin decía que eso era posible porque los otros países al aumentarle los ingresos le comprarían más a Alemania y a mayor precio. Lo de Ohlin es probable desde el punto de vista económico, lo de Keynes desde el político.

Tras el estallido de la hiperinflación alemana entre 1921-1923, que los monetaristas endilgan al gasto público y los no monetaristas a los desmanes en la balanza de pagos, no varió mucho la configuración política. Maquillaje antes que otra cosa para más de lo mismo. El economista austríaco exiliado Jacob Viner, fundador de la Escuela de Chicago y otros colegas suyos argumentaban que la cuenta corriente de la balanza de pagos es altamente maleable y fácilmente adaptable a cualquier dirección y cantidad de capital que pueda surgir.

Citaban como ejemplo la experiencia de que Alemania continuara pagando reparaciones a los aliados después de que la entrada de fondos privados a Alemania se detuviera a mediados de 1928, desarrollando un prominente superávit de exportaciones para producir las divisas necesarias para pagar las reparaciones; incluso en las deprimidas circunstancias de 1930 y la primera mitad de 1931. Insistían en que el equilibrio en la balanza de pagos era un concepto puramente económico sin contenido político.

Las dos renegociaciones de las reparaciones, impulsadas por los norteamericanos, primero con el Plan Dawes de 1924 y, tras este, con el Plan Young que se firmó al principio de la década de los años treinta, sirvieron más que nada para abrirle cancha al dólar como divisa mundial, sin que el malestar alemán se aliviara. En todo este proceso se registró un tremendo costo social que de 15 % de desempleo en 1930 en 1932 tocó el máximo del 30,1% -sin que se detuviera la emigración. El descontento social le abrió el camino al ascenso de los nacionalsocialistas al poder en 1933.

Así fue que ante tales aberraciones, estos economistas finalmente admitieron que la fuga de capitales o las reparaciones al extranjero mediante una deflación rigurosa –siendo económicamente posible- podrían generar una tensión tan severa en una economía que llegara al punto de poner en peligro la estabilidad social y política. Sin embargo, ni bien ven oportunidad de olvidarse de este desagradable límite a las políticas de austeridad, vuelven a la carga. El caso actual del fervor irracional anti déficit fiscal, es otra mancha más del tigre.

De nuevo, si no hay trabajo político para que las mayorías nacionales vean que es factible otro rumbo y den su apoyo y respaldo, no es posible descartar que lo que nos trajo hasta acá siga haciendo de las suyas, con un gobierno libertario que no la ve ni la siente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *