Mejor no banalizar las guerras

Tres años de guerra en Ucrania, dos en Gaza y Cisjordania, Siria hecho un caldero, Yemen neutralizado a bombazos, Europa -con Alemania a la cabeza y Gran Bretaña adentro esta vez- se prepara para ir a la guerra con Rusia, y la cereza de este postre es la escalada, no la primera en la historia, entre India y Pakistán, dos potencias con armas nucleares.  África siempre lejana y siempre en guerras, siempre tablero de guerras frías, hoy entre Estados Unidos y China.

La “venganza de la geografía” como dice Robert Kaplan, un realista hecho y derecho. Vuelve el terror nuclear, con el reloj del fin de los tiempos (el doomsday clock del Bulletin of the Atomic Scientists) a segundos del apocalipsis. Más cerca que nunca de la media noche. 

El incremento global de la violencia como vía de resolución de conflictos tiene una explicación sistémica. La guerra, herramienta cada vez más común en las relaciones internacionales, es banalizada. La desglobalización, la disolución de toda multilateralidad, la facilita. 

Sólo en parte le debemos al presidente de Estados Unidos, Donald Trump el quiebre del orden internacional basado en reglas. Un Trump 2.0 que ya no quiere esquivar regulaciones sino destruir todo lo que definió el marco del diálogo internacional desde mediados del siglo pasado. Es cierto, Trump detona acuerdos comerciales, sanitarios e incluso fronteras. Toda la arquitectura creada después de la Segunda Guerra Mundial para evitar el conflicto. Ese sistema, con eje en la Organización de Naciones Unidas, ha evitado una tercera guerra mundial, pero hoy son desmantelados. Abandonado por sus propios miembros fundadores. 

Sin embargo, no son las “decisiones ejecutivas” de Trump lo que logra terminar de un plumazo con la instititucional y el derecho internacional nacido de la Segunda Guerra Mundial. Hay más continuidad que ruptura en esta gran marcha atrás. Debido a la reticencia de EE. UU. y a las dilaciones muchos países en pagar su cuota, la ONU se quedará sin fondos, incluso para salarios en septiembre. Muchas iniciativas multilaterales originadas en países del Sur Global se han quedado sin financiamiento. 

¿Es posible la ONU sin Estados Unidos? 

¿Para qué sirve ser parte de un tratado, organización u alianza si las soluciones finalmente serán tomadas por fuera del foro internacional más inclusivo, la ONU?

El volantazo trumpista se explica en gran medida por las continuidades que anticipámos arriba. Guiado por un gabinete con gran presencia de la nueva élite de tecno-oligarcas, el presidente trata la diplomacia como si fuera una multinacional. Busca maximizar los dividendos para sus inversores y consumir materia prima barata. 

Se conduce menos como la mayor superpotencia mundial con capacidades militares y control económico jamás alcanzado por ninguna otra nación antes. En 100 días desbordó la agenda diplomática con la misma estrategia de inundación de información con la que satura medios y redes sociales. Amenaza a quienes se suponía eran aliados consolidados con una inminente anexión, como ocurrió con Canadá o Dinamarca, se sumerge en una guerra tarifaria, incluso antes de la los flip-flaps que sebrevinieron al “días de la liberación”, arrojando todos los manuales de comercio internacional por la ventana. 

La epidemia bélica que termina con la última ilusión de un mundo interconactado y asegurado por lazos comerciales, no se comprende sin entender antes que la estructura de globalización digital ya había comenzado a disolver el orden postguerra fría. Lo que la RAND corporation, un think tank estrictamente pro-establishment, definió como una “nueva era medieval”. Esto es, un sistema global de estados debilitados, economías desequilibradas, amenazas omnipresentes e informalización de la guerra. En este tablero Europa tiembla ante su escasez de ‘hard power’. Se encuentra con un Trump negado a ser el garante de la seguridad del viejo continente, como había sido EE. UU desde el final de la segunda guerra mundial. Este continente confirma por qué lo llaman ‘viejo’: sigue apostando por el multilateralismo basado en reglas que dominó la política internacional del siglo pasado. Dos imágenes dan cuenta de ello: el 17 de febrero, los mandatarios europeos sentados a la mesa. Reunión de emergencia llamada por Macron en donde se afirma que “No habrá paz sin Ucrania en la mesa de negociaciones”. Una segunda imagen, 18 de febrero: el secretario de Estado Marco Rubio y el ministro de exteriores de Rusia Sergei Lavrov se encuentran para hacer justamente eso, en Riad, sin Ucrania. La volatilidad de este nuevo escenario global obliga a una Alemania fracturada políticamente a flexibilizar su techo de deuda para permitir un fondo de $500mil millones destinado a la defensa de sus fronteras. Oportunidad dorada para los brokers y las empresas de defensa, hoy absolutamente todo es un negocio. Es Dominique de Villepin, ex primer ministro francés, el que anuncia así la llegada de un neoimperialismo estadounidense “El modelo trumpista, que mezcla extractivismo, capitalismo hibrido y neoimperialismo económico, descansa sobre un registro del mundo puramente utilitario: todo lo que es periférico debe beneficiar al centro”. 

El mundo se reacomoda. Estados Unidos marca el ritmo. Nada está fuera de la mesa. Trump se acerca a Putin, Reino Unido se torna a Europa, el viejo multilateralismo no es hoy lo suficientemente relevante ni ágil como para cambiar con él. No es que los países se aíslen, sino que vemos a las potencias dividiéndose el mundo en un nuevo Tordesillas. Esta vez lejos de Europa.  

No solo sus opositores reconocen fallas al actual andamiaje institucional. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, incluso declaró que los países africanos merecen un asiento permanente en el consejo de seguridad. Las reformas son la manera de asegurar la paz, afirma el secretario. Así también, refuerza la importancia de la cooperación siendo esta un eje central del llamado “Pacto del futuro”. Documento adoptado el septiembre pasado que reafirma el compromiso mundial de solucionar conflictos y aflicciones, de forma multilateral. Habla en solitario, las naciones ya no escuchan a la ONU. Algunas incluso ya lo declararon persona no grata. 

Mientras esto sucede, ¿Qué pasa aquí en Latinoamérica? El presidente Javier Milei intenta firmar tratados bilaterales con Washington, e incluso firmó un acuerdo de ciberseguridad con el Reino Unido, además de otros muchos guiños, que en política internacional equivalen a acuerdos. Iniciativas que algunos tachan de inconstitucionales, ya que la propia Constitución Nacional y el Protocolo de Ouro Preto no le permiten hacer. Es cierto que tras las incertidumbres en la falta de respuesta de Washington, el gobierno argentino se torna de pragmáticamente de nuevo al Mercosur. En Brasil, la tendencia es otra. El vecino preside la alianza BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica que en enero anunció la inserción de Indonesia al grupo. La inclusión del cuarto país más poblado del mundo logra que 3 mil millones de personas (de las 8 mil millones que habitan la tierra) vivan en países miembros del bloque. 

Trump tiene otras ideas. Usa sus órdenes ejecutivas, como si no hubieran causado suficiente conmoción, para declarar a los carteles como el Tren de Aragua o la Madre Salvatrucha organizaciones terroristas. Esto, por la Orden Ejecutiva 13224 del Expresidente G.W Bush, habilita a los EE. UU a intervenir sobre todos los activos que se consideren pertenezcan o brinden servicio o asistencia a cualquier organización que entre en esta designación. Así justificaría entonces una intervención unilateral en países como Venezuela o Panamá, donde estas dos organizaciones presuntamente están operativas. Nos da curiosidad la selectividad de la orden, evidentemente no tenía el envión para llegar al Comando Vermelho o al PCC brasileños que hoy son los mayores exportadores de cocaína a Europa y el mismo Estados unidos.   
Es imposible vaticinar el destino de las organizaciones que moldearon el siglo pasado. Es inesperado que su mayor depredador sea la nación que también las creó. El sistema internacional basado en reglas, con países como representantes de sus pueblos en foros de discusión y deliberación democrática hoy flaquea. Abandonar organizaciones como la OMSdesfinanciar USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), rechazar la admisión de refugiados en busca de asilo, es mal pronóstico para ellas. Las decisiones, impulsadas por el hombre más rico del mundo, desde la nación más poderosa del mundo, perjudican a los ciudadanos más vulnerables de todos. La guerra, si el mundo parece considerarla moneda corriente y no hay organismo que pueda pararla, marcará la historia de esta década o incluso de este siglo.

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