El Gobierno se apoya en la desinflación para evitar que las condiciones de vida empeoren, al evitar que el retroceso de los ingresos recrudezca. Al revés de lo que se tiende a sostener: que la recesión es el puntal de la desinflación. Una polémica necesaria con otros críticos de la gestión oficial.
El despliegue reciente de Javier Milei en materia de política económica da lugar a interpretaciones de que se ahondará el retroceso de la economía, tomado de la mano de una mayor astringencia monetaria. Esto último, por cierto, es el objetivo que el gobierno se ufana de perseguir. Y no es necesariamente un concepto verosímil. Al mismo tiempo, en algunas autoridades el talante es más presuntuoso que nunca.
La diáspora de la oposición impide ver las debilidades que estuvieron presentes siempre y siguen estándolo a pesar del desfile teatral que se monta para dar la impresión contraria. Y esa falta de observación no es inocua, porque contribuye a la confusión: la existencia de una crisis se imagina como la preeminencia de un estallido.
El sorteo de dólares
Llamó la atención, con razón, la decisión anunciada por Luis Caputo de que el Banco Central comience a intervenir activamente en el mercado del dólar financiero. No obstante, esto derivó en un cuestionamiento simple, que, si bien no es errado, tampoco es del todo profundo. La observación de que se dispone de pocos dólares que “se rifan” merece preguntar para qué se usarían si no es para este fin.
Parece plausible dirigir el cuestionamiento al conjunto de la política monetaria, más que a la intervención según la cantidad de dólares. Lo que nos remite a la inconsistencia estructural del esquema macroeconómico adoptado por la administración libertaria: en tanto no se tomen medidas para impedir la retención de bienes de exportación y no se adopte una política monetaria y regulaciones cambiarias que favorezcan el posicionamiento en pesos, la política económica está inhibida de alentar el crecimiento económico, porque provocaría inestabilidad cambiaria al faltar las divisas para importar los bienes que este requiere.
Dadas estas condiciones generadas por el propio gobierno, la opción fue tomar medidas de corto plazo para prolongar dicho esquema. Inconsistentes, porque carecen de la potencia para modificar la raíz estructural de este problema. Si se avisa que va a vender dólares con la intención de reducir su valor, es un incentivo para que los potenciales demandantes se preparen para comprarlos desprendiéndose de sus tenencias en pesos.
Es lo que ocurrió durante las últimas semanas, en las que el valor de los títulos públicos argentinos de mediano plazo cayó al punto tal de generar un desplazamiento de las inversiones hacia activos de corto plazo, como modo de protección de la volatilidad. Al mismo tiempo, el dólar MEP (la referencia de las operaciones financieras) cayó de los 1400 pesos que costaba para mediados de julio a 1.267 para el día 30. Pero desde entonces mantuvo una leve tendencia ascendente, ubicándose en torno a los 1300 pesos para el final de esta semana.
Sucede que, en cuanto al volumen de venta de reservas internacionales, el Banco Central no mantuvo la constancia que podría esperarse por las declaraciones de Caputo. El lunes, cuando se produjo la baja inicial, se informó que vendió 124 millones de dólares. Pero el martes solamente llegó a 64, el miércoles a 81, y el jueves compró 145 millones.
En una reunión con operadores de entidades financieras (normalmente llamadas ALYCs, por su nombre técnico de Agentes de Liquidación y Compensación) que tuvo lugar el martes, Caputo y Santiago Bausili (presidente del BCRA), además de anunciar que el gobierno cuenta con los fondos para el pago de deuda pública en dólares en el próximo año, sostuvieron que en el corto plazo las reservas internacionales se incrementaran, que la tasa de inflación seguirá disminuyendo hasta tender a ser nula y que se pretende disminuir aún más el tipo de cambio financiero.
El mensaje redunda en hacer saber que se intenta seguir vendiendo dólares, y que, por lo pronto, la mejor estrategia consiste en prepararse para ese panorama. Extrañamente, se da por sentado que al mismo tiempo los ingresos serán lo suficientemente cuantiosos para atender las ventas que inducirían a una baja del dólar financiero, y aun así se continuaría acumulando reservas.
Normalmente, los bancos centrales trabajan con parquedad para poder incidir sobre las tendencias del mercado en acuerdo a las prioridades de política económica. Anunciarlas ante los ALYCs y avisarles que están listos para responder a cualquier movimiento de su parte, es, al menos, arriesgado.
La apuesta por los precios
La apuesta al aquietamiento de los precios con continuidad de la recesión también merece atención. La deducción habitual es que el gobierno está dispuesto a ahondar la recesión con tal de mantener la tendencia descendente en los índices de precios, que es en lo que encuentra su mayor aliciente para una reelección.
Se sostiene que, de esta forma, la economía puede llegar a encontrarse en una depresión, con altos incrementos de la desocupación y la pobreza, consecuencias duraderas y caídas de la actividad de magnitud del 10% anual (hoy la caída de la actividad industrial y los sectores ligados al mercado interno se ubica en torno al 5% anual). Con independencia de los matices, la idea de que el gobierno tenderá a ahondar la pobreza parece ser unánime.
Estos razonamientos desconocen que, si bien se mantiene un curso de acción tendiente a aletargar los avances salariales o retacear transferencias sociales de la mano de la especialista Sandra Petovello, el gobierno se apoya en la desinflación para evitar que las condiciones de vida empeoren, al evitar que el retroceso de los ingresos recrudezca. Al revés de lo que se tiende a sostener: que la recesión es el puntal de la desinflación.
Hay que ocuparse
Las acciones recientes de Caputo llevaron a varios analistas críticos del gobierno a inferir que se trata de un rescate para quienes hayan colocado sus fondos en activos argentinos con la intención de practicar a la famosa “bicicleta financiera” y retirar las ganancias en dólares.
Una expresión cabal de este pensamiento la dio el Foro de Economía y Trabajo, que en una publicación asevera que con esta conducta “el Ministerio de Economía y el BCRA, manteniendo el volumen y precio del CCL (dólar Contado con Liquidación), facilitan que los Fondos de Inversión saquen todos los dólares resultantes de sus inversiones especulativas. Esto induce a concluir que las reservas del BCRA bajarán hasta que estos grandes especuladores puedan salir de la Argentina, llegando a un nivel de reservas mínimo que no deje otro camino que la renuncia de Caputo y su equipo económico, para luego producir una mega devaluación con un mayor ajuste fiscal”.
Si bien esta interpretación tiene cierto grado de asidero, nos parece que se pierden de vista matices. Eso conduce a un diagnóstico político demasiado lineal, y no necesariamente realista. Hasta el momento, las autoridades encargadas de conducir la política económica (Presidente inclusive) no se mostraron congruentes con lo que estas deducciones describen.
Al contrario, sería más práctico en ese caso desmontar los controles cambiarios e intervenir mientras sea necesario y posible, en lugar de vender dólares más caros con un valor sobre el que el gobierno incide en el mercado financiero, pero que no administra directamente, como ocurre con el tipo de cambio oficial. Tampoco hubiese sido congruente con disminuir paulatinamente las tasas de interés de referencia.
Tenerlo presente no significa descartar que Caputo y Bausili puedan adoptar circunstancialmente comportamientos para satisfacer intereses de grupos afines. Pero éstos se inscribirían, quizás, en el conjunto de la política económica, por ahora orientada a mantener la pervivencia del oficialismo ante la ilusión de que en algún punto se expanda como opción política.
Lo que es cierto es que, si efectivamente se obtiene un excedente de divisas, y éste se dirige al mercado cambiario en lugar de utilizarse para apuntalar el crecimiento económico, aunque no se produzca una crisis “terminal” ni una devaluación abrupta se estarían desperdiciando recursos útiles para mejorar la situación social y económica de la población argentina.
Lo último remite a preguntarse sobre la sensatez de considerar suficiente una quietud de los precios para que el oficialismo alcance su consolidación política entre las próximas elecciones de medio término y presidenciales. En realidad, se trata de una estabilidad de la relación entre precios y salarios, degradada por el propio gobierno que, paradójicamente, debe su existencia al pobre desempeño de sus dos predecesores en ese aspecto. Y, en conjunto con la disminución de las transferencias estatales, constituye el origen de la crisis social del presente.
Es ingenuo creer que la estabilización de los precios por sí sola traerá aparejada la dilución de las consecuencias políticas que entraña tal estado de cosas. También resulta impropia la comparación con la elección de 1995. Luego de poner en práctica planes de estabilización fallidos que horadaron su popularidad política, el gobierno de entonces alcanzó años de crecimiento y mejora de los salarios en los inicios de la convertibilidad. La interrupción de 1995 no eliminó los réditos acumulados.
Lo que en todo caso vale la pena preguntarse es hasta qué punto la falta de una actividad opositora firme repercute en una continuidad del proceso político, a pesar de sus contradicciones. Es posible que el gobierno acumule una disconformidad paulatinamente superior, y así y todo permanezca la inercia que permite la continuidad del deterioro socio-político en Argentina por falta de una alternativa clara hacia la que volcar votos, o por la ausencia de límites de las fuerzas políticas hacia el avance del gobierno sobre las condiciones de vida.
Al ser así, paradójicamente el temor del gobierno a caer en un escenario incontrolable se transforma en el único límite para la marcha de la declinación. Por lo que esperar un empeoramiento abrupto en ese sentido, del tipo de una devaluación fatal o un ahondamiento severo de la recesión que provoque saltos mayores de las tasas de desocupación, pobreza e indigencia, parece forzado.
Debe tenerse en cuenta, y advertir, que no es necesario que la situación económica empeore mucho más ni alcance efectos de largo plazo distintos de los que ya existen en la actualidad, que son lo suficientemente graves como para incitar a la movilización. Alguien tiene que ocuparse, y no van a ser las masas desorientadas, aun cuando las encuestas marcasen el predominio de un clima adverso.