El desarrollo desigual de la humanidad ha llevado a no pocas almas comprometidas con las mayorías nacionales a creer, equivocadamente y sin pensar en un igualitarismo moderno, que el desarrollo argentino no es posible. Y a no tener en cuenta que el nuestro es uno de los pocos países superavitarios en energía y alimentos.
Nunca hay que dejar de hacerle honor a la recomendación de que la única verdad es la realidad. En términos de desarrollo–subdesarrollo, la realidad para analizar las posibilidades de la Argentina de intentar el ascenso comienza por una revisión del estado de la población mundial en materia de demografía y economía. Esto abre paso a plantear la cuestión clave de si es posible para un país como la Argentina desarrollarse, dado los condicionantes globales. De serlo, se impone dar con la expresión política que hace falta para llevar a buen puerto esa enorme y ciertamente difícil transformación.
El primer dato es que de los pocos más de 8.000 millones de seres humanos que habitan actualmente el planeta, no más de entre 1600 y 2000 millones viven en la prosperidad. El resto no. El nivel de la línea de pobreza de los países de ingreso mediano alto es actualmente de 6,85 dólares por día. En su reciente informe “La pobreza, la prosperidad y el planeta” el Banco Mundial estima que el 44 % de la población mundial subsiste con menos de esos 7 dólares diarios, para expresarlo en cifras redondas.
En el informe se constata que el número de personas que vive por debajo de este umbral apenas se ha modificado desde 1990. También que alrededor de 700 millones de seres humanos, o sea el 8,5 % de la población mundial, viven hoy con menos de 2,15 dólares por día. Se prevé –con más ilusión librecambista que realidad proteccionista- que el 7,3 % de la población se encontrará en situación de pobreza extrema en 2030.
Así es como la cuenta que da como resultado solamente un quinto próspero de la humanidad y el resto corriendo la coneja, suma los habitantes de la minoría de países que se consideran desarrollados (unos 16 -18 a lo sumo, entre 193 con membresía en la ONU) con las clases medias altas y altas de la periferia.
No hay que perder de vista que los empresarios –a partir de cierto nivel- viven en el desarrollo por el lugar que ocupan en la distribución del ingreso, independientemente de la zona o del país del planeta que habitan.
Las proyecciones de la ONU arrojan que la población mundial aumentará casi 2000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando de los 8000 millones actuales a los 9700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico de cerca de 10.400 millones para mediados de 2080. Dos tercios de la humanidad residen en contextos de baja fecundidad.
La mitad del aumento de la población mundial previsto para 2050 corresponde a solo ocho países: Egipto, Etiopía, Filipinas, la India, Nigeria, el Pakistán, la República Democrática del Congo y la República Unida de Tanzania, todos países pobres o muy pobres. La población mundial es más de tres veces mayor que a mediados del siglo XX. En 1950 había 2500 millones de seres humanos. Desde 2010 hasta la actualidad hay 1000 millones de personas más y 2000 millones desde 1998. Casi todos engrosaron la población de los países pobres. La persistencia de la división centro periferia es diamantina.
Los límites
Este desarrollo desigual de la humanidad ha llevado a no pocas almas comprometidas con las mayorías nacionales a la decepción. Los ha encaminado a postular que la Cinosura del desarrollo de las fuerzas productivas para elevar el nivel de vida promedio argentino es una simple ilusión, sin sustento en la realidad, signada justamente por esta desigualdad.
Ernesto Laclau, por caso, al teorizar sobre la “razón populista” lo que hace de fondo es buscarle una estructura institucional que logre estabilizar el proceso político, desafiado –según entiende muy implícitamente- por la imposibilidad del desarrollo de la periferia. La gente quiere pan, y no solo no les dan, si no que no les pueden dar lo que piden. El analgésico que propone Laclau lleva a una forma de hacer política como mucho –sino todo- de carnaval veneciano o de una atenuada noche de San Juan, en la que de acuerdo a lo que entona el Nano Serrat “todos comparten su pan, su mujer o su gabán”. Pero más bien poco. Apenas lo necesario para que la sangre no llegue al río.
Sin embargo, al examinar los elementos principales que configuran una geografía mundial signada por unas pocas islas desarrolladas o súper desarrolladas en medio de un mar subdesarrollado que, sobre la base de los datos económicos, vuelve imposible cerrar el hiato que divide a las dos humanidades, se encuentra que hay espacios para algunas muy escasas excepciones. La Argentina reúne las condiciones para forma parte de esa ultra minoría con posibilidades de desarrollarse.
Hoy en día, la gran mayoría de los trabajadores de los países desarrollados ya no son emisores sino receptores de plusvalía y, naturalmente, este excedente sólo puede provenir de los trabajadores de otras naciones (los países subdesarrollados), a pesar de no ser directamente extraído por los beneficiarios que están en el final de la línea. Esto es lo que altera el patrón básico de la lucha de clases a nivel internacional. Esto implica que el valor producido no resulta suficiente para asegurar la igualdad por arriba. Asegura que la buena vida de unos supone lo que registra como pobreza planetaria el Banco Mundial. Esto es suficiente para hacer que estas clases de los países desarrollados, que saben muy bien lo que están haciendo, se encuentren decididamente en contra de cualquier tipo de mundo socialista fraternal.
Todo este asunto no trata de una cuestión teórica. El interrogante de saber si se llega a un salario de 5 millones de dólares para un director de Microsoft a partir del correspondiente al subdirector de 2 millones y medio de dólares, o a partir del estipendio del obrero calificado inglés de 5 mil libras mensuales, es una simple cuestión de cálculo, no de concepto. Que la alta gerencia en la periferia sea casi remunerada como en los países desarrollados se debe a esto.
Al igual que el asunto de inquirir de si la aristocracia obrera, tal como fuera definida por Lenin, equivale al 5, 10 o 90% de la clase obrera total de esta o aquella nación, en un momento determinado resulta una cuestión histórica y coyuntural, no de principios. La igualdad para arriba de los salarios del planeta implica un PIB mundial tres o cuatro veces el actual, pero a partir de que únicamente suba en la periferia en los años que esto insuma, sin que pase del estancamiento en el centro. Una situación imposible.
Además, 14% de la población del planeta (la que vive en el desarrollo) consume más del 40% de materias primas del mundo. La producción mundial presente en términos físicos sólo podría alimentar, vestir, alojar, etc, a no más de mil millones de personas más al nivel norteamericano. Los Estados Unidos, Japón y la UE, consumen bastante más de la mitad del petróleo que se extrae anualmente en el mundo. Así podríamos seguir trayendo a colación casos como el acero y demás materias primas, y siempre aparecería el mismo paisaje bifronte: abundante cuando se trata de países desarrollados, yermo cuando se cuenta el planeta como un todo.
Llevar a todos los habitantes del planeta al estándar de los países centrales -como se ve- es físicamente imposible. Sin embargo, el agotamiento de los recursos presentes y futuros no es el único factor que impide que el mundo se iguale por arriba. Los límites ecológicos constituyen otro factor, como bien lo testimonian China y el cambio climático.
Si los países desarrollados actualmente pueden deshacerse de sus desechos vertiéndolos al mar o mandándolos a la atmósfera, es porque son los únicos que lo hacían hasta que irrumpió la decisión norteamericana de trasladarse a China. De forma similar, que sus habitantes todavía puedan viajar por el aire y llenar los cielos del mundo se debe únicamente a que el resto del planeta no tiene los medios para volar y deja las rutas aéreas del mundo sólo a ellos. Y así sucesivamente…
En todos estos cálculos, tampoco se trata de conceptos como plusvalía, capital, etcétera, o de categorías contables del tipo ganancia, tasa de interés, sino de consumo de sustancias reales. Es por consiguiente la gran masa de la población, los salarios mismos, la que están en juego. Resulta, por ello, que fuera de otra consideración y otro antagonismo, en las condiciones objetivas actuales y futuras previsibles tanto tecnológicas como naturales, los pueblos de los países prósperos coetáneos no pueden consumir todos estos objetos que forman su bienestar material, si no es en razón de que los otros no usan más que unos pocos de dichos objetos, o ninguno. No pueden reciclar lo que reciclan si no es porque los otros no tienen gran cosa para reciclar. De lo contrario, el equilibrio ecológico resulta gravemente comprometido como ahora. China e India, aun generando consecuencias marginales, dado que su producción reemplaza a parte de la del centro por baratura salarial o reemplazaba, cese que se inició Trump mediante, lo testifican con los despelotes climáticos globales.
La vía de salida
Nadie se sorprende de que ilustres secos pasean a ser ilustrísimos multimillonarios. Nadie espera que eso redunde en que un día esos mismos ilustrísimos no encuentren trabajadores para operar sus emprendimientos, porque los hipotéticamente inhallables los tomaron como ejemplos a seguir. Mientras el sistema acumule de la forma que lo hace la igualdad por lo alto de los seres humanos no es posible. Igual para las naciones.
Pero si siempre hay un Steve Jobs, ¿puede haber una Argentina desarrollada? Sí, claro. Su carácter de excepción viene dado porque es uno de los países que se cuentan con los dedos de una mano que son superavitarios en energía y alimentos. Si crece, la balanza de pagos ni se enteraría, en tanto y en cuanto se haga una adecuada política de sustitución de importaciones. Pronto seremos 50 millones de argentinos. Demográficamente no movemos el amperímetro. Ni lo molestamos. En el plano histórico el 17 de octubre de 1945 y el frente de febrero de 1958 indican con claridad que la base está para que el país que está parado sobre su cabeza de barro se pare sobre sus pies.
Y esto de la conciencia no es un detalle. Es sustancial. Permanecemos en el subdesarrollo porque para ser desarrollado –además de tener con qué, que nosotros tenemos- hace falta que ese país del 17 de octubre y del frente de febrero del ‘58 supere las inconveniencias políticas que lo aprisionan. Posiblemente un relato con tintes caricaturescos –inspirado en unas conceptualizaciones del economista greco francés Arghiri Emmanuel- sea de utilidad para ilustrar el punto de la necesidad de unas mayorías nacionales encabezadas por sus tradiciones políticas con plena conciencia y compromiso con el proceso de desarrollo. Pondremos en juego el comportamiento de dos países, donde uno es desarrollado y el otro subdesarrollado: los Estados Unidos y el Brasil, respectivamente.
Se tomó Brasil sin ningún otro motivo que el de lo bien que se ve la paja en el ojo ajeno y las dificultades que se manifiestan en palpar la viga en el propio. Eso sin dejar de lado que el país tropical de unas décadas a esta parte ha pegado un gran salto adelante en el campo de la industrialización y que, para muchos economistas, ha virtualmente escapado del subdesarrollo. También fue elegido a causa de sus dimensiones, a fin de yuxtaponerlo a los Estados Unidos. Se podría haber optado por la India o Indonesia, sin que hubiera cambiado en nada el verdadero sentido del ejemplo, salvo el hecho ineludible de que estamos hablando en materia del interés nacional, de nuestro primordial ineludible socio estratégico.
Imaginemos
Ahora el sainete. Imaginemos que una calamidad inmensa cualquiera, por ejemplo, una bomba neutrónica, se detona simultáneamente en los Estados Unidos y en el Brasil, y que esa bomba tiene la singular propiedad de demoler toda la infraestructura técnica y cultural en los dos países y dejar sobreviviendo a una población de simples obreros con nivel de estudios primarios, equipados con una cuantas herramientas manuales rudimentarias, exactamente las mismas, en los dos lados, y con un stock de las subsistencias más comunes, de calidad y cantidad idénticas por cabeza sobreviviente en una y otra parte.
Supongamos, también, que ese stock de subsistencias puede durar dos años por el nivel de vida de los brasileños y únicamente dos meses por el nivel de vida de los norteamericanos. En unas pocas décadas, el Brasil será nuevamente el Brasil y los Estados Unidos de nuevo los Estados Unidos. Es cuestión de que veamos la evolución de tal proceso para persuadirnos de que así sucederá, si en Brasil no hay un entendimiento partidario por el desarrollo que convoque a las mayorías nacionales.
Al día siguiente del cataclismo, el trabajo recomenzará en los dos países. Empero, en ausencia de toda fábrica, de toda máquina y de todo técnico, será un trabajo rural y artesanal de la más baja productividad. La misma en los dos lados. Sin embargo, en cada uno de los dos países se distribuirá sobre la base del salario de la víspera. Es sobre esta base y sobre la de las tradiciones y los hábitos que toda disminución circunstancial será calculada. Entonces, a pesar de todo, subsistirá la brecha enorme entre las dos tasas de salario. Como la productividad en los Estados Unidos es tan baja como en Brasil, los precios de los stocks existentes de bienes de consumo comenzarán a aumentar muy fuerte en los Estados Unidos, mucho menos fuerte o en absoluto en el Brasil.
La espiral inflacionista, salarios-precios, se pondrá en marcha en los Estados Unidos. Igual aunque esté reducido, el consumo corriente será muy superior a la producción corriente, tanto más ya que tomará algún tiempo para que la nueva producción esté disponible. Durante ese tiempo, los stocks supuestos de subsistencias se agotaron rápidamente y los beneficios de los dueños de esos stocks se fueron a las nubes. La actividad económica, más o menos especulativa y ficticia, está a pleno funcionamiento. Será un “seller’s market”, con las tensiones y los desequilibrios de la escasez, es decir, el clima ideal para la inversión capitalista.
Entonces, antes de que los stocks se agoten completamente, desde barcos hasta aviones cargados con todo tipo de cosas partirán de los cuatro puntos cardinales de la Tierra, singlando a todo vapor hacia este súbito Eldorado llamado Estados Unidos, donde todo se vende, donde, suprema bendición, las personas consumen sin producir, en donde la voluntad de compra es superior a la oferta de bienes. Déficit de la balanza comercial, algunos dirán. ¿Cómo se pagan esas importaciones? Se las pagan por medio de una importación paralela de capitales. Ya que, en el mismo momento, todos los financistas del mundo centraron su atención sobre ese mercado potencial (sino actual) inmenso, que les cayó del cielo, mercado también constituido por grandes consumidores de automóviles, de electrodomésticos, de televisores como son los norteamericanos. Su demanda, si no es soluble en el instante actual, es creíble en el porvenir. No se sabe cómo y por qué, pero no era claro como un día estos seres humanos retornaron al estado primitivo.
Todos los precedentes históricos lo excluían. Si esta credibilidad parece irracional en sí, deviene objetivamente racional de momento que es compartida por gran número de inversores, porque sus propias inversiones resultan suficientes para hacer esta demanda solvente, para dotar a la voluntad de compra de ese poder adquisitivo que momentáneamente faltaba. Fue gracias a esa sed de consumo enorme de los gringos que los pagares emitidos por los importadores norteamericanos contra sus cargamentos de mercancías tuvieron rápidamente tomadores en las bolsas de Paris, Milán, Tokio. En Londres y Frankfurt hubo hasta colas. Las grandes fortunas globales adquieren esos pagarés para comprar con ellos los terrenos industriales en Detroit, Filadelfia, Nueva York y reconstruir los altos hornos, las refinerías, la industria automotriz, las computadoras, celulares y volver a filmar las películas de Hollywood y las series de streaming.
Los más avisados de los empresarios no tardarán mucho tiempo en hacer sus cuentas. A tal nivel de salarios y los precios que en consecuencia son puestos en el mercado, hay una fuerte ganancia mediante la mecanización a ultranza y lo más rápida posible, si es posible más rápida que la de los demás. No será difícil de demostrarlo matemáticamente, para satisfacción de no importa que banquero internacional en la búsqueda de inversiones rentables y “sanas”.
Y los banqueros internacionales financiarán voluntariamente la mecanización masiva de las empresas a medida que unas sigan el ejemplo de otras. Los técnicos y los ingenieros de todo tipo arriban en tropel haciendo de puente mientras las nuevas universidades se instalan y forman los primeros nuevos diplomados. Es así como los Estados Unidos volvieron a ser muy rápido los Estados Unidos.
Durante ese tiempo, los brasileños administraron sabiamente sus stocks con sus salarios de hambre. Los hacen durar más de lo habitual, probablemente hasta la primera cosecha de las nuevas plantaciones que pusieron en marcha a fin de poder exportar un poco de café para obtener un poco de divisas e importar unos pocos nuevos productos. Ni tensión, ni desequilibrio. La vida por el equilibrio fiscal.
Las mercancías permanecen largo tiempo sobre las estanterías y los vendedores en las tiendas atienden sin demora al cliente, como rememora cualquier persona que conozca el paño, es costumbre en los países pobres.
Este es el perfecto equilibrio del subdesarrollo. Tan perfecto, que los inversores internacionales no ven ninguna razón para alterarlo. La bolsa familia vuelve a llenarse porque al menos alguna consciencia de que el infierno no son los pobres, se ha logrado incrustar en Belindia, aunque el recuerdo de Lula –y su poca incidencia en los cambios de fondo- se perdió con la bomba de neutrones.
Sobre la base de los salarios y los precios existentes, los financistas internacionales descartan resueltamente los eventuales proyectos de tecnificación, si es que se encuentran con algún hombre de empresa lo bastante temerario para ofrecerlos. Dan fondos para lo que se hacía antes en renglones de cierta sofisticación industrial y tecnológica a efectos de consolidar el lugar en la división internacional del trabajo, sin cuestionarla nada más que en apariencia. Por el resto, estiman que no existe proyecto “bancable” en este país y se retiran. Por lo tanto, los inversores y los financistas internacionales, sin dudas, reharán las plantaciones de café para la próxima apertura del gran mercado de los Estados Unidos, donde, por desgracia, el café no crece. No obstante, para lo que queda del día, dejan que el Brasil vuelve a ser el Brasil del orden y el progreso.
Recibirse de boludos
No tenemos necesidad de recibirnos de boludos y seguir esquivándole al potencial desarrollo de las fuerzas productivas tras la bomba de neutrones liberal que convenció con un monetarismo ramplón a dirigentes de las mayorías nacionales que tuvieron responsabilidades políticas de consideración. Ser reaccionario por defender intereses de clase no es respetable pero comprensible. Ser reaccionario de puro animal ignorante…en fin.
Hacer operativo entre nosotros el igualitarismo moderno no es sólo una cuestión moral. Es una condición económica necesaria de primera magnitud. Con salarios de morondanga vamos a tener un capitalismo de morondanga.
Hace falta conciencia política y un instrumento político que la haga efectiva. Esa conciencia política debe tener nota de que en las naciones desarrolladas las disputas verdaderamente políticas se vuelven más y más imposibles: sólo puede haber una disputa estrictamente económica, como las que ha habido desde siempre dentro de cualquier clase. Cuando se fueron de mambo con China apareció el fascismo. ¿Volverán los que fueron sus buenos viejos tiempos? Torcerle el brazo a las multinacionales y su empeño chino e indio es el primer paso.
En los países de la periferia su aumento del nivel de vida, las condiciones físicas del problema en los términos expuestos muestran claramente que su solución tiene como marco y parámetro a la humanidad en su conjunto.
La Argentina es la excepción en este mundo de desarrollo desigual. Necesita que todas las clases y sectores sociales afectados por el subdesarrollo de una vez por todas, superen sus taras y confluya hacia un programa que sobre la base de hacer funcionar el capitalismo según sus reglas, inversión de donde venga-consumo en auge, deje atrás la noche negra de la reacción liberal gorila y de los propios desencuentros de las fuerzas nacionales.
La alternativa es el carnaval veneciano de Laclau y aguardar que los ciudadanos que están solos y esperando confíen en la “razón populista”, y no se encaminen por las de Villadiego cuando la crisis de la balanza de pagos y la propia tentación monetarista de la austeridad torne atractivo al desagradable gorila liberal de turno que promete más de lo mismo pero con seriedad.
La contradicción principal -la fuerza motriz del cambio- se encuentra en las relaciones económicas internacionales. Es el mercado interno el que permite volcar adentro la plusvalía que vertíamos afuera –la ceca de la cara de salarios baratos- y que el país, es decir sus habitantes, puedan disfrutar de esa alienación llamada desarrollo. Más vale próspero y psicoanalizado, divorciado, peleado con los hijos, que pobre y brutalmente amargado.