Algunas ideas para llenar el vacío de propuestas. Porque el riesgo de profundizar el subdesarrollo argentino no sólo se agranda con las políticas de ajuste perpetuo sino que aumenta con ese vacío que caracteriza a la oposición en esta etapa, atrapada en la especulación sobre el inevitable desgaste de un gobierno con votos y probada concepción antipopular.
Por tremendo que parezca, el problema no es sólo la política genocida que aplica el gobierno de Milei. Mirando hacia adelante la cuestión principal se plantea en cómo superar esta situación sin futuro, sometida a una dialéctica negativa, una suerte de pudrición de la historia.
Milei obtuvo menos de un tercio del electorado en la primera vuelta pero alcanzó un enorme respaldo en el balotaje al volcarse masivamente en su favor los votos de quienes querían dar vuelta la página de los desastres anteriores caracterizados por la alternancia de… ¿cómo definirlos sin equivocarnos porque no se trata de izquierda o derecha, ni de populismo o liberales? improvisados y torpes, cultivadores seriales de mala praxis.
Con perdón de los verdaderos conservadores, aquellos que rescatan las mejores tradiciones argentinas, nos referimos a “estatucuistas” (que no quieren cambiar nada pero que fingen hacerlo para salir del paso mientras gozan del poder).
Si no nos engañamos con izquierdas y derechas, populistas o liberales, y observamos la decadencia argentina del último medio siglo veremos que, con diversas coartadas ideológicas, nos han gobernado los mejores perpetuadores del statu quo, sin lograr siquiera mantener los estándares previos, siempre en retroceso tanto en materia de empleo, como de ampliación de la estructura productiva y su secuela inevitable del tremendo agravamiento de la pobreza.
Es un statu quo, pero con un empeoramiento primero paulatino y luego acelerado de las condiciones sociales.
Bien mirado, el cese de todo eso que veníamos sufriendo es lo que votó una mayoría de argentinos, obviamente descartando lo malo conocido y desde la absoluta ignorancia sobre lo peor por conocer.
En la mayoría de las circunstancias electorales, al menos en la Argentina de los últimos años, más que elegir realmente se trata más bien optar por las alternativas que nos ofrece la dirigencia y así llegamos al complejo punto actual. Lo bueno es que el voto sucesivo permitiría ir corrigiendo los desvíos. Una vez más, los errores en democracia se corrigen con más democracia.
No es lo que nos muestra la fotografía del presente, (puesto que las actuales autoridades fueron ungidas por el voto popular) pero hay que mirar la película entera y apostar a que lo que viene sea mejor. No es una apuesta deportiva, pues se nos va la vida en ello.
En el 55,65% que obtuvo Milei hay de todo y es transversal. Según el segmento socio cultural del que se trate tenemos diversas razones que explican la conducta electoral, pero todas tienen en común la aspiración de dejar atrás un pasado ominoso.
A su vez, en el 44,35 de Massa sería forzado ver una adhesión al peronismo y a la última gestión del Frente de Todos mutado en Unión por la Patria. Allí fueron a parar los votos de quienes sí sabían de qué se trataba Milei y veían esta alternativa como un mal menor. Quien haga una lectura de que la oposición está bien plantada sobre sus pies por ese resultado electoral, que le permitió obtener 99 diputados (lejos la primera minoría) y 33 senadores, puede equivocarse rotundamente.
El investigador social Federico Zapata sostiene que “nuestras encuestas muestran que entre un 10 y un 15 por ciento, porque oscila, pero es un número muy relevante, se identifica con Milei. La misma cantidad que se define como kirchnerista”. De allí deduce que esto explica la situación de “minorías intensas” que disputan la llamada batalla cultural que vemos desplegarse en las redes y medios de comunicación alineados con uno y otro bando.
Estamos hablando, sumando esas adhesiones comprometidas, de una porción del electorado que no llega a un tercio, lo cual nos obliga a pensar en qué abanico de referencias se sitúa el resto, que excede el 70%. El desasosiego, desentendimiento y repudio a la política están muy presentes en ese universo, y es obvio señalar que ello entraña enormes riesgos para construir una convivencia civilizada.
Un vacío programático abismal
Diez meses de gestión ajustadora han profundizado hasta una medida nunca vista (ni siquiera en la crisis de principios de siglo) los padecimientos sociales. La indigencia, o sea la peor condición de desamparo, más que se duplicó y las dificultades de los sectores medios y bajos se han multiplicado en todos los frentes posibles: alquileres, escolaridad, vestido, y hasta alimentación están presentes en esos estratos que, aún amenazados, tenían niveles de subsistencia superiores, habiéndose convertido ahora en preocupaciones muy extendidas que angustian a la mayoría de la población.
Es obsceno de que desde el gobierno se jacten de ello y digan que es el ajuste más grande de la historia de la humanidad, algo francamente estúpido por la ignorancia y miserabilidad que trasmite, pero lo más preocupante es la ausencia absoluta de un debate sobre el futuro, sobre cómo superar los problemas estructurales que nos llevaron a este punto y, entre otras consecuencias gravísimas, determinaron un voto popular que mezcla actitudes suicidas con esperanzas ridículas.
Hay en escena un enorme vacío proposicional, donde la actitud de la oposición es la más chocante desde un punto de vista que privilegie el conjunto social y la integración de los diversos sectores y clases en una comunidad organizada que procese sus contradicciones de un modo racional y por supuesto muy dinámico.
En estas condiciones no debería extrañarnos que la confusión se perpetúe independientemente de la suerte que corra el gobierno de Javier Milei, quien sigue apostando a la división y el encono entre compatriotas. Diversos indicadores muestran que el apoyo popular a su liderazgo ha empezado a flaquear, lo cual tiene cierta lógica cuando se confronta con las dificultades que cada día enfrenta la población más expuesta por la caída de sus ingresos, pero nos permitimos dudar que en ese fenómeno se esté incubando una superación de esta instancia con sentido constructivo e integrador.
El mes pasado Cristina Fernández de Kirchner publicó otro documento, el segundo de la “era Milei”, donde expone su punto de vista sobre la situación nacional utilizando la frase del Clinton “es la economía bimonetaria, estúpido” como eje de su análisis, lo cual ya implica un reduccionismo que se acrecienta cuando simplifica las dificultades en la ausencia de dólares, de lo cual parece que dependen, en su mirada, los más agudos problemas estructurales del sistema productivo argentino.
Además de autoelogiarse ensaya una crítica de la fuerza política que pretende liderar que parece no comprometerla puesto que señala cuando el peronismo “se torció” y “se desordenó” y enumera, con mayor o menor acierto las razones presuntas de ese extravío.
Convoca a construir una alternativa política, lo cual es necesario, pero sin revisar las razones que a lo largo de sus dos mandatos, junto con aciertos, llevaron al estancamiento de la producción y que en consecuencia el empleo dejara de ser un factor dinámico de integración social. Por eso su presunto sucesor, Daniel Scioli, (sí, el mismísimo secretario de turismo de Milei) perdió el balotaje con Mauricio Macri, quien enarboló un “cambio” abstracto, o sea sin contenido real, pero que le permitió hacerse de la presidencia por escaso margen. También entonces hubo una suerte de encantamiento por lo que parecía prometer el cielo, puesto que “lloverían las inversiones”.
Autoexculpación y autojustificación
Es interesante repasar los últimos párrafos del documento de CFK donde le cuenta las costillas al peronismo y las propias responsabilidades no aparecen. No es este el momento de hacerlo en detalle, puesto que el sentido de esta nota es llamar la atención sobre la deuda programática que la oposición está dejando crecer con su actitud especulativa y ninguna vocación de asumir el riesgo de convocar al conjunto de la sociedad, pero podemos tomar un tramo del documento y a modo de ejemplo poner en evidencia que si no hay una revisión profunda de los sectarismos del pasado no habrá una construcción política sólida capaz de escribir una nueva página de la historia argentina.
Entre las razones que expone CFK cuando el peronismo se desordenó figura lo siguiente: “Cuando no impulsó la reversión del déficit fiscal a través de la reducción del gasto tributario existente por eximiciones, exenciones o promociones a sectores concentrados de la economía; junto a una reforma tributaria que no sólo simplificara la administración impositiva, sino que permitiera construir un sistema más racional y equitativo”.
Llama la atención que habiendo gobernado Néstor y Cristina durante más de doce años se plantee esta cuestión, sin duda central, como si lo hiciese un observador externo sin responsabilidades en las gestiones gubernamentales. Nos preguntamos si esa actitud carente de revisión de los propios logros y fracasos aporta al entendimiento necesario entre los diversos grupos sociales. Bajar línea no es el mejor procedimiento, ciertamente.
Ese enfoque, al ignorar deliberadamente las propias debilidades y errores, lleva a culpar a otros de los problemas en los que hemos estado inmersos y deben revisarse. Fuese el acoso de los fondos buitres, la especulación monetaria que lleva a sucesivas corridas que obligan a instalar el cepo o, siempre, los “sectores concentrados” que ejercen un papel dominante contra el cual nada es posible hacer. Contrario sensu, es una confesión tácita de impotencia.
Una construcción política nacional requiere apartarse de la visión de buenos y malos que invariablemente divide y reserva para uno mismo la condición virtuosa. Se trata de comprender lo más afinadamente posible los intereses genuinos y las dinámicas en juego, porque de otro modo se cae en una dinámica maniquea. En ello es insustituible la existencia y tarea de un estado nacional que mire el conjunto y armonice iniciativas que abran perspectivas sólidas para todos: salarios en alza, rentabilidad empresarial, planificación territorial de poblamiento y despliegue de diversas y complementarias actividades productivas.
Si se adopta una actitud defensiva o, peor, autocelebratoria, se funciona con un complejo de inferioridad que es lo contrario de reconocer las relaciones de fuerza y ordenarlas en dirección del bien común. De allí que siempre haya más facturas a pasar que propuestas y sumatorias a ofrecer.
La fraternidad, divino tesoro
No hablamos del sindicato de maquinistas ferroviarios sino de la virtud que debiera inspirar la construcción de un nuevo bloque histórico capaz de encausar al país por la vía del desarrollo.
Si nos reconocemos como formando todos parte de una comunidad, tal es el contenido de una patria de hermanos, las consignas divisionistas deben dejarse de lado, así fuese el peronismo y el antiperonismo o los “argentinos de bien” con que se nos pretende enfrentar unos y otros. Las identidades políticas aportan a la riqueza del conjunto toda vez que concurren a un entendimiento profundo con visión de futuro. Cuando funcionan como ámbitos recoletos de certezas absolutas y desprecio por lo ajeno se convierten en dañinas ideologías tribales en lucha irreconciliable.
Con una experiencia tan larga de enfrentamientos no parece fácil la construcción fraterna de una alternativa sustentable de integración nacional. Hace falta desmantelar prejuicios y sobre todo identificar intereses espurios que se nutren del atraso general.
Algunos nichos defensivos se crearon a lo largo de décadas de desconcierto y fragmentación, mediante acciones preventivas de sus protagonistas para contener el sálvese quien pueda, ahora convertido en doctrina oficial. Mantenerlos en el futuro, cuando lo importante es preservar el trabajo y las remuneraciones cubrir las necesidades de cada familia, puede resultar pernicioso para el interés general, en particular cuando se nutren de recursos que se restan del impulso indispensable para proyectar al conjunto del territorio el despliegue de las capacidades productivas y creativas.
Dos ejemplos de aislamiento
Pondremos dos ejemplos muy diferentes entre sí: el sector financiero y los segmentos sindicalizados de la fuerza laboral.
El primero opera con rutina y apropiación indebida de recursos por servicios que no presta adecuadamente, v.gr. el crédito para la producción y la fluidez del intercambio de bienes con la mejor distribución posible, siempre con un proyecto dinámico de mejora y ampliación del acceso popular a esos bienes que, bien lo señalaba Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, “son necesarios para el ejercicio de la virtud”, es decir que no hay una posibilidad de libertad en las carencias, muchas veces insoportables, que establece la indigencia.
El segundo se refiere a las cerrazones sindicales que establecen un cerco defensivo para cada oficio desentendiéndose del interés general. Cuando durante el menemato se perdían innumerables puestos de trabajo los esfuerzos gremiales se centraban en preservar el nivel salarial de quienes seguían en sus puestos y se desentendían –salvo honorables excepciones– de quienes perdían el trabajo formal. Una formidable y muy dañina operación ideológica trataba de convencer a esos desocupados de que su nueva condición se debía a falta de “adaptación” o “capacitación” y así proliferaron organizaciones que no resolvían el problema (porque los puestos de trabajo formal disminuían) pero daban ocupación y sentido del éxito a los capacitadores.
Todo eso ya pasó y está desmitificado, por aquello muy cierto de que no se puede engañar a todos, todo el tiempo. Pero no hemos encontrado aún una vía para ofrecer trabajos socialmente útiles al conjunto de la población activa y todavía seguimos midiendo la desocupación contando con curiosos procedimientos de compulsa sólo a los que buscan trabajo.
Si la fraternidad es una condición necesaria no es en modo alguno suficiente, porque sólo con su existencia apenas llegaríamos a compartir la pobreza del conjunto. Se trata en cambio de producir una “revolución productiva” a la que el mal uso de la expresión –también en el momento menemista– ha terminado ocultando su necesidad.
El punto de partida
Conjuntamente con la fraternidad se requiere humildad para reconocer errores y una muy enérgica actitud de construcción de alternativas productivas. Existen miles y miles de posibilidades y el mecanismo para no encararlas pasa por convencernos de que somos un país inferior, de raíz cristiana, que nos conformamos con poco y no tenemos ambiciones de realizar grandes epopeyas con la participación entusiasta del conjunto del pueblo. Este no es claramente un problema de la sociedad sino de sus dirigencias, a quienes corresponde abrir esas alternativas y ofrecer vías tangibles para concretarlas.
Vamos algunos ejemplos a modo de abrecabezas. Por caso: la producción energética, la cuestión ambiental y la dimensión territorial de ambas, como factores expansivos y poblacionales.
Tenemos en la Patagonia los mejores vientos del mundo sobre tierra firme. La evolución técnica de los aerogeneradores permite hoy utilizar hasta los vendavales más furiosos en la producción de electricidad, que es el vector modernizador por excelencia de la industria contemporánea y la calidad de vida urbana. La minería sustentable poblaría nuestras mesetas desérticas y permitiría la creación de polos de procesamiento y transformación de los recursos obtenidos de yacimientos disponibles y en una medida importante ya evaluados como muy prometedores. Es obvio que esto no interesa a los centros altamente industrializados que sólo prefieren abastecerse de materias primas con el mínimo de procesamiento local y aun gravitando ello negativamente en el peso y volumen de las exportaciones.
El incremento sustancial de la producción eléctrica, sin descuidar la generación nuclear, en sentido contrario al que aconsejan las usinas ideológicas estatucuistas que proponen que la oferta siga a la demanda, no sólo bajaría costos sino que sería un factor decisivo para encarar proyectos tecnológicos de alto vuelo.
Tenemos dos tercios del territorio árido y semiárido, con bajo aprovechamiento productivo, cuando con un plan hidráulico de escala nacional sería perfectamente factible multiplicar la producción de las superficies bajo riego, pero a ello se oponen los intereses centrados en la exportación primaria, a pesar de que en la agricultura argentina ya existe la firme tendencia a la incorporación de tecnología. El riesgo de primarización, es decir de retroceso en el agregado de valor la producción agrícola, aparece también en Brasil, aun siendo un formidable exportador, y preocupa a sus dirigencias sectoriales y nacionales.
La forestación, tan trajinada y finalmente desfinanciada en la Argentina, constituye un inmenso aporte que podemos hacer al conjunto de la humanidad, para combatir el efecto invernadero y el calentamiento global en un territorio en gran medida vacío. Se trata de regar los enormes desiertos disponibles y obtener allí un plus productivo para expandir las exportaciones no tradicionales.
Ello nos lleva, para terminar, a la necesidad de tener una mirada de conjunto de la nación argentina, de su sociedad, su territorio y recursos, lo cual implica una planificación de largo aliento en el que no haya provincias de primera y otras despreciadas por “feudales” o dependientes exclusivamente del empleo público.
Del rechazo histórico al capital extranjero, que aplicado a prioridades nacionales se convierte en factor importantísimo de desarrollo, hemos pasado a favorecerlo con arbitrarias medidas promocionales que tienden a consolidar el modelo extractivista en lugar de desplegar agregados de valor locales. Tal el caso del RIGI, que no durará para siempre y ojalá nos deje, al menos, caminos y gasoductos necesarios. La Argentina no está condenada al éxito, como alguien sentenció con exceso de optimismo alguna vez, pero tampoco debe quedar disponible sólo para servir a intereses que no la consideran una comunidad singular y una cultura valiosa y única en el conjunto humano que merece desplegarse para enriquecer el acervo universal.