Las elecciones de medio término demostraron la gravitación del gobierno norteamericano en las cuestiones locales, especialmente si el país es gobernado por una fuerza de ultraderecha complementaria. También pusieron en la superficie la fragilidad de la alternativa nacional y popular, con eje en el peronismo, conmovida por internas que la paralizan y en el marco de un ausentismo que pone en riesgo al sistema democrático.
El gobierno llegó a los comicios del domingo 26 de octubre desflecado y reptante. Como quien decide soltar lastre por la borda para mejor enfrentar aguas turbulentas, Milei había entregado la notable cabeza (calva) de José Luis Espert a raíz de las nuevas derivaciones del narco escándalo protagonizado por el empresario Fred Machado, quien habrá de continuar dando cuentas de su comportamiento ante la Justicia de Texas, Estados Unidos. Simultáneamente, tal vez de modo parcial pero también participando del plan de soltar lastre, comenzaron los anuncios de cambios en el gabinete con la renuncia del canciller Gerardo Werthein, algo nada vistoso tan cerca de las elecciones, y su reemplazo por Pablo Quirno, secretario de Finanzas y gran amigo del Toto Caputo, el más grande economista de la historia según la exótica visión del Presidente.
Desde la perspectiva de las finanzas globales, sin embargo, en vísperas de las elecciones de medio término la Argentina era una fiesta. Las cotidianas intervenciones en la política cambiaria dispuestas por el Secretario del Tesoro Norteamericano, Scott Bessent, trataban de preservar un espejismo de relativa estabilidad hasta la implementación de un SWAP ya concedido de 20.000 millones de dólares, al cual duplicaría un “salvataje” adicional solventado por cuatro grandes bancos privados. Eran medidas de política económica adoptadas e implementadas por una potencia extranjera no sólo para mejorar el desempeño en las urnas de un gobierno genuflexo, sino también para calmar la ansiedad del propio Bessent, sus socios y amigos por mantener despejada la puerta de salida.
Durante las jornadas previas a los comicios la llegada de Jamie Dimon, CEO global del J.P. Morgan, ratificó que la Argentina era una fiesta. Vino acompañado de varios financistas de altísima gama en busca de concretar una serie de negocios en el país, y su derrotero fue fastuoso: le organizaron un cóctel de gala en el Teatro Colón, mantuvo reuniones con Caputo y Milei y parte de su equipo, y fue anfitrión de una cena en el Museo de Arte Decorativo en la cual importaba sustancialmente, además de la sordidez de los negocios, ver y ser visto en el mejor sitio exclusivo para manotear un destino superior. En el Museo de Arte Decorativo, habiendo ya ingresado el país en el período de veda electoral, habló Milei y brindó las precisiones que sus contertulios querían escuchar: “Miren lo contento que estoy con el equipo económico –dijo– que tuve que cambiar el canciller y puse a alguien del propio equipo de Toto.”
Pesaba sobre los electores una extorsión de Trump, que había condicionado su “ayuda”, por llamarla de alguna manera, al triunfo de Milei en las urnas. Trump fue categórico cuando recibió al Presidente argentino en la Casa Blanca y condicionó las decisiones de Bessent, su secretario del Tesoro sentado a la misma mesa y de cara a una multitud de periodistas: Argentina sólo recibiría dinero si La Libertad Avanza ganaba las elecciones –sus palabras sonaron como una amenaza, cuando no un chantaje liso, llano y generador de miedo, colocando a la población frente a la disyuntiva de votar a los libertarios o de soportar que su derrota implicara la interrupción de todo salvataje y un estallido económico y social con derivaciones imprevisibles.
En varias ocasiones, conforme Bessent disponía que el Tesoro interviniera en el mercado de cambios local, Trump mencionó a la Argentina para rechazar las críticas en su frente interno (especialmente de los demócratas) por el desvío de fondos que podrían aplicarse en otras prioridades. Y de ahí que justificara su injerencia con el argumento de que la Argentina se estaba muriendo, pero siempre ratificando que, en caso de perder Milei, los EE.UU. no serían “tan generosos”.
Así las cosas, el domingo 26 de octubre solamente el 66% de los habilitados para votar concurriría a las urnas, poniendo de manifiesto un ausentismo de 34 puntos. Este porcentaje más que duplica al registrado desde 1983 en adelante, el cual evolucionó con altibajos razonables hasta 2015, cuando comenzó a superarse a sí mismo hasta llegar al nivel actual por encima del tercio de los votantes habilitados. Dicho de otra manera: desde 2015 la democracia argentina soporta una crisis de representatividad que requiere urgente superación; caso contrario, las tensiones políticas, económicas y sociales habrán de resolverse cada vez más con procedimientos institucionalmente regresivos, requirentes de creciente violencia y atentatorios del entramado comunitario.
Y se votó. Ganó La Libertad Avanza incluso (aunque por muy poco) en la Provincia de Buenos Aires, donde dos meses atrás el peronismo se había impuesto por 1.100.000 votos y ahora, el domingo 26, La Libertad Avanza ganó por alrededor de 46.000. En la Provincia de Buenos Aires se dio además un importante crecimiento del número de votantes, de alrededor de 240.000, que los analistas consideran orientados en general hacia los libertarios. Y también importa destacar, como ha señalado el gobernador Kicillof, que Fuerza Patria “sostuvo los mismos votos en la Provincia que en septiembre, así que el desdoblamiento no produjo la pérdida de votos nuestros”. Esa apreciación fue la respuesta, en el marco de una interna que se agudiza cotidianamente, a las críticas desde La Cámpora por su decisión de desdoblar los comicios. Y concluyó Kicillof: “Tenemos un muy buen resultado para una elección intermedia, es el mejor resultado en intermedias en la Provincia de Buenos Aires desde la dictadura, y no sólo no perdimos votos sino que fue un resultado algo mayor, aunque no alcanzó para ganar.”
Se votó, y los libertarios parecieron tocar el cielo con las manos. También uno de los responsables del último tramo de la campaña libertaria, el POTUS 47, habló del tema como quien tiene entre sus manos un juguete nuevo. Ya era sabido que alrededor del 41% de los votos le habían dado el triunfo a La Libertad Avanza, y Trump manifestó que Milei “fue un gran vencedor, y recibió mucha ayuda de nuestra parte”. También calificó a la victoria de La Libertad Avanza como “aplastante”, dijo que Milei “está haciendo un trabajo maravilloso”, y que “nuestra confianza en él ha sido justificada por el pueblo.” Además agregó palabras enigmáticas que vistas desde la mentalidad de sus asociados libertarios pueden ser un elogio, pero vistas desde la perspectiva del interés nacional devienen la certeza de futuras penurias. Trump felicitó a Milei: “Fue un gran vencedor, y recibió mucha ayuda de nuestra parte.” Y para demostrar ante sus críticos su carácter infalible, sentenció: “Creo que ahora mismo hemos ganado mucho dinero gracias a esas elecciones porque los bonos han subido. La calificación de toda su deuda ha subido.”
Los libertarios vernáculos festejaron el resultado, haciéndose eco de una apreciación de Milei, quien destacó que “nunca EE.UU. brindó un apoyo de semejante calibre” como el que recibió su gobierno. Se refería a la apertura de una línea de swap por 20.000 millones de dólares y la compra de pesos por la suma de 1.000 millones de dólares del Tesoro de los EE.UU. Y por supuesto que la lectura de Kicillof no pudo ser menos que diametralmente opuesta: “Se equivoca Milei y su gobierno si festejan este resultado electoral –aseguró– donde seis de cada diez argentinos han dicho que no están de acuerdo con el modelo que propone.” Y agregó: “Ni el gobierno norteamericano ni JP Morgan son sociedades de beneficencia: si vinieron a la Argentino no es para otra cosa que para llevarse un lucro y poner en riesgo nuestros recursos.”
Otras congratulaciones le llegaron a Milei desde los Estados Unidos, todas algo desmesuradas. El tesorero Bessent, por ejemplo, quien había llamado american peronist a la senadora demócrata Elizabeth Warren (muy crítica de sus manejos), y la había caricaturizado como Evita, escribió las correspondientes felicitaciones y agregó: “Argentina es un aliado vital en América Latina. Estos resultados son un claro ejemplo de que la política de la administración Trump de Paz a través de la Fortaleza Económica está funcionando. Esperamos que se sigan dando pasos hacia la libertad económica que atraerán inversiones del sector privado y creadores de empleo, trayendo prosperidad al pueblo argentino. Bajo el liderazgo del presidente Trump, la relación entre Estados Unidos y Argentina nunca ha sido más sólida. América Latina se encamina hacia un futuro económico brillante.” Impresiona semejante muestra simultánea de simplicidad argumental y sinceridad, aunque también en los tiempos que corren está muy bien visto que los altos funcionarios con grandes responsabilidades elijan ofrendar cualquier atisbo de verdad en el altar de la ironía.
Desde el campo nacional y popular también hubo quienes propusieron asimilar la derrota y superar la consternación, pero partiendo de una visión realista del futuro inmediato. En tal sentido Verónica Magario, vicegobernadora de la Provincia de Buenos Aires, aseguró: “Van a ser dos años muy difíciles para nuestra gente. Era lógico que si La Libertad Avanza ganaba iban a profundizar el ajuste: reforma laboral y previsional, más privatizaciones, más aumento de tarifas… Mientras Milei y Caputo se gastan toda la plata de los argentinos en la timba financiera y entregan nuestro país, el pueblo seguirá sufriendo las consecuencias de este modelo empobrecedor.” Fueron palabras proféticas: apenas se conoció el triunfo de La Libertad Avanza, y sin aguardar el recuento definitivo en algunas Provincias donde hubo mínimas diferencias, recrudeció la ofensiva oficialista por la reforma laboral a la medida de los sectores concentrados y se fijaron nuevas tarifas para los transportes que regirán desde el lº de noviembre.
Ser la alternativa ganadora en las elecciones de 2027 implica para el peronismo y sus aliados el desafío de formular propuestas que puedan articularse en un plan de desarrollo sustentable, racional, que implique niveles de capitalización creciente para una población que mejore su condición de vida. Su propio caudal de votos lo acompaña, y para lograr el triunfo habrá de atraer a quienes en la actualidad no lo ven portador de propuestas interesantes y originales, animadas por una dirigencia renovada con vocación de llevarlas a cabo contra viento y marea. También habrá de extraer votos propios o ajenos del ausentismo, del magma donde impera un tipo sociológico maravillosamente descripto por Bertold Brecht en un poema no por muy conocido y citado, menos oportuno. En efecto, en “El analfabeto político” escribió Brecht:
El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas
dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político
es tan burro, que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo
que odia la política.No sabe, el imbécil, que,
de su ignorancia política
nace la prostituta,
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos,
que es el político trapacero,
granuja, corrupto y servil
de las empresas nacionales
y multinacionales.