Trump quiere acordar con los chinos para que no entrar en crisis interna. Los resultados de las elecciones legislativas argentinas tienen un punto en común con esa actitud del POTUS 47. No hay bagaje intelectual coherente que cohesione tanto resentimiento en las sociedades civiles de distintos países. Librecambistas y proteccionistas sin brújulas conceptuales adecuadas y a las multinacionales las conmueve poco el riesgo geopolítico. Enseñanzas de 1840 y 1848 para los tiempos actuales
El acuerdo alcanzado en Ginebra entre gringos y cínicos a principios de semana, las elecciones legislativas ocurridas el domingo 11 de mayo en las provincias de San Luis, Salta, Chaco y Jujuy y las agresiones a la sociedad civil argentina de la política económica y social libertaria recibidas de forma bastante pasiva por los afectados, que todavía tienen fe en el hermano de Karina, obvio que son eventos muy disímiles. Pero tienen en común un inconfundible aroma de la época.
La naturaleza del olor olfateado se comienza a configurar mientras se va escombrando el terreno en donde se asientan los vestigios de los hechos enlistados.
Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas, decía Lenin. Es para dilucidar si la actual coyuntura cumple con lo estipulado por Vladimi Illich (con esa invocación al líder ruso en la redacción de los “Cuadernos de la cárcel” lo escondía Antonio Gramsci de sus “candados” fascistas) para categorizarla como enhebrada con consecuencias que harán historia.
Hace unas semanas en esta columna se hizo una recensión del ensayo de 2023 del historiador de Princeton, Harold James, titulado Seven Crashes. The Economic Crises That Shaped Globalization (Siete choques. Las crisis económicas que moldearon la globalización). Una crónica y análisis de las consecuencias de siete grandes crisis financieras y económicas -ocurridas durante el transcurso del último siglo y medio- que en la visión de James modelaron el funcionamiento del capitalismo de nuestros días.
Para seguir en la misma veta, cabe considerar que, en verdad, “Siete choques…” se puede discurrir como una secuela amasada durante años del ensayo que James editó en 2001 titulado: “The End of Globalization (El final de la globalización). Si se convalida el análisis de James antes y ahora, Donald Trump el 47 President Of the United States, POTUS 47, deviene en el resultado inevitable que nos regala la astucia de la Razón.
Premonitorio, en “El Final…” advierte sobre la globalización: “Se suele pensar que este proceso es irreversible, y que ofrece una vía directa al futuro. Pero la reflexión histórica impone otra valoración, más sobria y pesimista. Ya existen ejemplos de comunidades internacionales altamente desarrolladas y cohesionadas que se han desintegrado por la presión de acontecimientos inesperados. Y en cada uno de esos casos el impulso se ha perdido: el péndulo vuelve atrás”.
A James, como buen historiado, no le pasó desapercibido –más bien al contrario- que a fines de noviembre de 1999 en Seattle hubo una gran movilización de diferentes organizaciones sociales norteamericanos contra la reunión internacional de la Organización Mundial de Comercio (OMC), dando origen al movimiento anti-globalización.
El eje de esa movilización fue la AFL-CIO (American Federation of Labor y Congress of Industrial Organizations, algo así como la CGT norteamericana). De tinte demócrata, siempre fue muy refractaria a la inversión externa emprendida por las corporaciones norteamericanas y muy de defender a rajatabla los privilegios de la aristocracia obrera que representa. Se menta que J.F. Kennedy cuando se juntaba con los líderes de esa central sindical decía que “me voy a reunir con la derecha”.
Desde esos acontecimientos –y otros que le siguieron, así como la defección demócrata en la defensa del cordón industrial-, James deduce en su ensayo de 2001 que “En este momento asistimos al inicio de una coalición antiglobalización basada en la hostilidad frente a la inmigración (debida a los temores del mercado laboral), una adhesión a los controles de capital (con la intención de prevenir shocks procedentes del sector financiero), y escepticismo respecto al comercio global (…) No hay bagaje intelectual coherente que cohesione tanto resentimiento. Es incoherente y alusivo; en suma, posmoderno. Puede, no obstante, generar algunas iniciativas políticas (…) La ausencia de estos dos rasgos –la argamasa intelectual y un modelo específico de viabilidad nacional- puede explicar por qué el péndulo tarda tanto en regresar desde la globalidad. Pero no explica, no puede explicar, por qué no lo hará”. El POTUS 47 no nació de un repollo.
En la vereda de enfrente
Pero, ¿cuál el bagaje intelectual de los globalizadores? Ideológico, cargante. Justificación de la realidad del desarrollo desigual, vendiendo una explicación falaz y unas recomendaciones de política que son de temer. En extremo tenaz y persistente. Eso al punto de que el economista greco francés Arghiri Emmanuel señala que “Los que han examinado la historia de las doctrinas economías a lo largo de alrededor de 150 años, han quedado perplejos por la extraordinaria fortuna de la teoría de los costos comparativos”.
Y contextualiza tal “fortuna” refiriendo que “En una disciplina en la que casi nadie está de acuerdo con nadie ni en el espacio ni en el tiempo; en la que casi nada es universal; en la que cada generación de sabios transforma las verdades academias en paradojas y las paradojas en reglas clásicas; en la que todo es diverso y contradictorio, incluso las categorías y los conceptos, y en la que el dialogo mismo se torna imposible por la falta de un lenguaje común, el célebre teorema de Ricardo surge del caos como una verdad inquebrantable, si no en sus aplicaciones e incidencias, al menos en sus fundamentos”.
Son coherentes, en tanto se mueven con la invulnerabilidad de la teoría dentro del marco de sus propias hipótesis. Lo que hace añicos esta postura es que está basada en la hipótesis fundamental y explicita de Ricardo de que no hay movilidad del capital y de los otros factores de producción entre países. El mundo de Ricardo –y el de la imponente masa de sus seguidores de este enfoque- es un mundo sin inversión externa y sin inmigrantes, un mundo donde países como la Argentina, Australia, Sudáfrica o Canadá no encontrarían una explicación teórica de su existencia. Y tal parece que existen.
Que el valor de las mercancías no se forma en el mercado internacional de la misma manera que en el mercado nacional, si -y solo si- los factores no son igualmente móviles y competitivos en el primero que en el segundo, es decir si se retiene la hipótesis fundamental de Ricardo, su abordaje es correcto. Pero los elefantes no vuelan y los chanchos tampoco.
Encima los defensores de la globalización al aferrarse como estandarte del proceso al movimiento de capitales entre naciones, son algo así como la negación del libre comercio. Son una banda de incongruentes, que no se privan de hacer sus razonamientos de política en nombre del crecimiento, suponiendo que el Producto Interno Bruto (PIB) es constante.
Por ejemplo, cuando pontifican que la protección de ciertos segmentos de la industria argentina destruye 60 mil puestos de trabajo, porque hace más caros los productos que se podrían importar más baratos. Esa diferencia se podría gastar en esas otras cosas que crearían esos 60 mil puestos de trabajo. En todo momento, antes y después de la protección y cuando un gobierno libertario extirpa la protección -para desazón de la “casta”- están suponiendo que es el mismo valor del PIB. Si era 1000, sigue siendo mil. Y venden el librecambio como si el PIB creciera por efecto de la baja arancelaria. Engrupidos que tienen al dios del crecimiento agarrado de las barbas. En realidad, de otro lado.
Una de las cosas que aúnan -por sobre sus diferencias- a los más encumbrados teóricos del libre cambio, es que querían más comercio para que los capitales no se muevan entre las fronteras nacionales. En esta lógica común, comercio libre y movimiento de capitales se sustituyen entre sí para conectar al mundo.
Hecha la trampa
Los globalizadores siguen insistiendo en querer la chancha (que no vuela) y los veinte. Y el capital se mueve. ¡Y cómo se mueve! En el capitalismo contemporáneo tal cual es, en el que los agentes efectivos de la especialización internacional de un país en el ámbito del comercio mundial son las multinacionales, la enorme profusión de acuerdos comerciales se debe a la rosca de los países con esas corporaciones para sortear impunemente la cláusula de la nación más favorecida.
La nación más favorecida (NMF) es un principio fundamental del comercio internacional que establece que si le bajo el arancel aduanero a un país, esa medida debe extenderse de manera automática y sin condiciones a todos los demás países miembros de la OMC. Así mediante esta cláusula no discriminatoria, todos los países miembros se benefician de las mismas condiciones comerciales.
Hecha la ley, la trampa la hace la disposición que permite que si se hacen acuerdos comerciales –tipo Mercosur- no rige la NMF. La ventaja comercial que la Argentina le otorga a Brasil y la recíproca de Brasil a la Argentina no se aplica al resto. Fue tal la proliferación de estos acuerdos que un afamado economista asimiló los tejes y manejes de esta situación a la de la fuente de fideos, dado lo enredado de toda la normativa que permite decir como libre comercio y hacerle pito catalán al libre comercio violando la cláusula de NMF.
Por 1990 había alrededor de 100 acuerdos comerciales regionales (ACR) firmados y vigentes. Según la OMC “Al 22 de enero de 2025 había 373 ACR en vigor, a los que han correspondido 615 notificaciones de los Miembros de la OMC, contando las mercancías, los servicios y las adhesiones por separado”. A esto le llaman globalización y libre comercio.
Oren Cass, el economista numen del think tank conservador American Compass, fundado hace un lustro con la intención de liderar intelectualmente la colación que sostiene al POTUS 47, aduce al respecto que “El modelo teóricamente elegante de la “ventaja comparativa”, según el cual ambos socios comerciales se benefician al especializarse donde son relativamente más productivos, dejó de funcionar en cuanto comenzó la moda exportadora”.
Es que según la óptica de Cass el error que los defensores del libre comercio, en que vienen incurriendo desde hace una generación, es el de “imaginar una economía global que funciona como el mercado libre y amistoso que se ve en la pizarra del economista, donde los competidores se afilan mutuamente y el capital fluye para su mejor aprovechamiento. La productividad aumenta, los precios bajan y todos prosperan”.
Para Cass “En el mundo real, en cambio, el mercado global está dominado por empresas nacionales creadas por el gobierno. El capital fluye hacia los mayores subsidios y la mano de obra más explotable. La productividad cae (…) El defensor del libre comercio añora una época pasada en la que un país en desarrollo podía ofrecer su mano de obra con descuento, subvencionar a sus productores y vender la producción resultante a clientes más ricos de otros lugares. Ese modelo de “crecimiento impulsado por las exportaciones” generó aumentos extraordinarios de la prosperidad y dependía sobre todo de insumos baratos. Gravarlos habría sido absurdo”.
Evidentemente los conservadores como Cass han evolucionado desde que Karl Marx en el “Discurso sobre el libre cambio” comentara irónico que “Nada de extraordinario tiene que los librecambistas sean incapaces de comprender cómo un país puede enriquecerse a costa de otro, pues estos mismos señores tampoco quieren comprender cómo en el interior de un país una clase puede enriquecerse a costa de otra”.
Taxativo, Cass dice que “La apuesta por los aranceles es que el libre mercado, incluso a una escala nacional más limitada, puede ofrecer mejores resultados que un mercado global dominado por potencias nacionales subvencionadas por el Estado. Quizás los defensores del libre comercio apuestan por esto último y abandonarían por completo el capitalismo al estilo estadounidense antes de permitir que una palabra tan blasfema como “protección” salga de sus labios. Lo que no pueden tener en el mundo moderno, por ideal que sea en teoría, es libre comercio y libre mercado a la vez”.
La rosa de los vientos palidece
Esta contraposición de Cass entre libre comercio y libre mercado es esconder con palabras la desorientación que reina en el mundo tal cual es. Esto en esencia es lo que ve de la realidad el grupo más consciente de la coalición conservadores que tiene como eje al POTUS 47. Saben a dónde quieren ir pero no saben cómo. La argamasa que reclamaba James dista de haberse hecho presente. Para los unos y para los otros. Buena prueba de ello, además, son las circunstancias bursátiles que rodean al armisticio por 90 días en la guerra comercial.
El ascenso de las especies financieras tomó cuerpo ni bien el mismo lunes por la mañana el secretario del Tesoro, Scott Bessent, dijo a los medios que «El consenso de ambas delegaciones es que ninguna de las partes quería una disociación». Scott Bessent, es uno de los principales responsables de las conversaciones entre Estados Unidos y China. El domingo en la Truth Social, de la que el POTUS 47 es dueño, posteó sobre las conversaciones en Ginebra que constituían “un reinicio total negociado de forma amistosa, pero constructiva”.
La calma mostro algunos signos de regresar al mercado de bonos, y los futuros del S&P 500 apuntaron al alza. Onda diver’s fart, como se dice en esta publicación. Todo eso al ritmo del optimismo de los inversores sobre la posibilidad de que la guerra comercial del presidente Trump sea reemplazada por acuerdos comerciales. O sea: que Trump deje de ser Trump y se convierta en Blanca Nieves.
«Ahora tenemos el mecanismo establecido para futuras conversaciones» puntualizó Bessent como uno de los principales logros de la reunión con los chinos en Ginebra durante el último fin de semana. El acuerdo marco vence a los 90 días. Durante estos próximos tres meses los Estados Unidos reducirá los aranceles a las importaciones chinas del 145 por ciento al 30 por ciento. En la recíproca, China reducirá los aranceles a los productos estadounidenses del 125 por ciento al 10 por ciento.
China se comprometió a eliminar los controles no arancelarios a las exportaciones, pero no especificó si levantará las restricciones a los envíos de minerales críticos a Estados Unidos. Pekín afirmó que espera unas relaciones comerciales estables y sostenibles. Consigno Bessent que la política de represalias comerciales resultó “el equivalente a un embargo, y ninguna de las partes lo desea”.
Es un sentimiento
Lo que habitualmente se observa de estos vaivenes es que la geopolítica manda en el establecimiento de los riesgos empresarios. Apariencias. McKinsey, una de las consultoras a las que más recurren las multinacionales, indago acerca de “Cómo pueden los directorios de las grandes corporaciones abordar el riesgo geopolítico”.
En el podcast Inside the Strategy Room, uno de los participantes de la conversación Frithjof Lund, directivo de la consultora McKinsey, manifiesta que “Curiosamente, en nuestra encuesta global sobre juntas directivas, menos de la mitad de los directores de las juntas directivas incluyen los riesgos geopolíticos y macroeconómicos en la agenda actual. Lo que nos sorprendió aún más es que una proporción muy baja de directores de juntas directivas afirma que este es un tema prioritario que sus organizaciones deben abordar. El 25 por ciento afirma que los riesgos geopolíticos o macroeconómicos son un tema prioritario, y solo el 19 por ciento afirma que los riesgos políticos lo son”.
Lisa Shalett, ejecutiva de la multinacional financiera Morgan Stanley, en uno de los informes de la entidad acerca de estos volátiles momentos titulado “El estrecho camino hacia un nuevo mercado alcista” (14/05/2025) sostiene que “Una reforma fiscal estimulante, la desregulación y una baja inflación podrían allanar el camino para una recuperación duradera del mercado, pero para que esas medidas se hagan realidad se necesitará tanto suerte como habilidad”.
Shallett entiende que “Las acciones estadounidenses se han recuperado tras su desplome posterior al “Día de la Liberación” en abril, lo que demuestra el entusiasmo de los inversores por superar las preocupaciones arancelarias y su disposición a esperar lo mejor”. Caracteriza que “El optimismo de los inversores se vio impulsado en los últimos días por los buenos resultados empresariales del primer trimestre de 2025, los sólidos datos económicos y la confianza de que los aranceles se mantendrán en torno al 10 por ciento”.
Finalmente la ejecutiva de Morgan Stanley recomienda que “Los inversores deberían mantener la máxima diversificación de su cartera, considerando al mismo tiempo una exposición equitativa al índice S&P 500 y a bonos a mediano plazo”.
Para una economía como la Argentina esta diversificación implica volatilidad en los mercados. La Argentina presente un riesgo bastante por encima del promedio de los mercados emergentes, de acuerdo a los indicadores que confeccionan distintas consultoras privadas especializadas en el rubro.
El gráfico de barras es elocuente respecto de la extraviada visión del mundo del oficialismo libertario. El gobierno que encabeza el hermano de Karina, está empeñado en mejorar su prestigio de cara a los “mercados”. En la forma de ver las cosas libertarias, eso implica maltratar a la clase trabajadora con el verso infame de la eficiencia y el mito de incentivar la inversión. Mito porque la inversión es una función creciente del consumo y la acción deliberada de los libertarios es abatir el consumo de las mayorías.
Al tener presente que Pakistán está a los tiros con la India, Ucrania con Rusia, en Sri Lanka en septiembre pasado ganó las elecciones un candidato marxista para hacerle frente al ajuste que ordenó el FMI tras una severa crisis, se nota que los libertarios si no son puro humo tienen una pinta bárbara de ser puro humo. Y que no esgriman la mala fama por default, porque Pakistán, Ucrania y Sri Lanka, no han dejado macana sin hacer en materia de incumplimientos de compromisos financieros.
Optimistas, pesimistas y recortes impositivos
Cabe considerar que el S&P 500, esperanzado con Blanca Nieves, se aguarda que entre y permanezca en territorio positivo para el año, desde el borde de un mercado bajista al que había retrocedido semanas después que asumió el Potus 47.
Los optimistas creen que la inflación fue y si no mete la cola el diablo de la incertidumbre arancelaria, el bull market se consolida. Por si las moscas, los operadores de futuros el miércoles, de hecho, redujeron ligeramente sus probabilidades de solo dos recortes de tasas este año.
Trump volvió a suplicar a la Fed -y a su presidente, Jay Powell-, que baje la tasa de interés y público en las redes sociales que “La Fed debe bajar los intereses, como lo han hecho Europa y China. ¿Qué tiene de malo que Powell haya llegado demasiado tarde? ¿No es justo para Estados Unidos, que está listo para florecer? ¡Dejen que todo suceda, será algo maravilloso!”.
Para los pesimistas el bear market volverá. El POTUS 47 ni siquiera tiene siete enanitos a su alrededor. Tiene más según sus críticos, pero mentales. Los aranceles aduaneros serán consolidados y elevarán la inflación y obligará a la Fed a subir la tasa de interés. Suman la cuestión del presupuesto del gobierno.
El presidente Trump llamó «grande y hermoso» al proyecto de ley de gastos que los legisladores republicanos de la Cámara de Representantes esperan aprobar la semana próxima. Los bonos del gobierno volvieron a caer ante la preocupación de los inversores por los efectos de expansión del déficit de los recortes de impuestos de Trump, la piedra angular de un importante paquete presupuestario que se debate en la cámara baja.
Según los analistas de estas lides, el proyecto de ley se enfrenta a una fuerte resistencia, incluso por parte de algunos republicanos del Senado. Trump en su gira por los países del Golfo dijo no creer que haya problemas en aprobar el presupuesto. El proyecto de ley republicano con la ampliación de los recortes de impuestos podría añadir 3,8 billones de dólares al déficit durante la próxima década, según el Comité Conjunto de Tributación, y potencialmente mucho más.
Los republicanos, que tienen una escasa mayoría en el Congreso, están discutiendo sobre los recortes a prestaciones populares, como Medicaid y los cupones de alimentos. Un punto de fricción incluye los límites a las deducciones fiscales estatales y locales, conocidas como SALT (por sus siglas en inglés: State And Local Tax). El proyecto de ley publicado el lunes por la tarde elevaría el límite del SALT a 30.000 dólares para quienes tengan un ingreso bruto ajustado modificado de 400.000 o menos. Implica muchos miles de millones de dólares.
Sin embargo, algunos legisladores de la Cámara de Representantes aún desean un límite más alto antes de la votación en pleno. Dos republicanos de Nueva York han argumentado que deberían fijarse en 80.000 dólares por pareja, desde los 10.000 dólares actuales. Es límite fue fijado por la Ley de Reducción de Impuestos y Empleos (TCJA: Tax Cuts and Jobs Act).
El viernes a la tarde, la calificadora de riesgo Moody’s, fue la última del trío de este tipo de consultoras –centrales en el proceso de decidir inversiones- que talla en los mercados, en bajarlo a los Estados Unidos de la calificación AAA. S&P fue la primera en rebajar la calificación crediticia de los Estados Unidos en 2011. Fitch lo hizo en 2023. El bono del Tesoro que no tenía riesgo ahora lo tiene. No ocurría desde 1917.
“Si bien reconocemos las importantes fortalezas económicas y financieras de Estados Unidos, creemos que estas ya no compensan plenamente el deterioro de los indicadores fiscales”, declaró Moody’s el viernes por la tarde. Moody’s indicó que preveía que los déficits federales se ampliaran a casi el 9 por ciento del PIB para 2035, frente al 6,4 por ciento del año pasado, debido al aumento del pago de intereses de la deuda, el gasto en prestaciones sociales y la “generación de ingresos relativamente baja (…) Esta rebaja de un nivel en nuestra escala de calificación de 21 niveles refleja el aumento durante más de una década de la deuda pública y los cocientes de pago de intereses a niveles significativamente superiores a los de países con calificaciones similares”. La Casa Blanca dijo que el análisis no es serio y los mercados lo desecharan.
La paja en el ojo propio
El no sé si vengo no sé si voy del gobierno norteamericano, la insistencia republicana en la reducción de impuestos, las corporaciones que no quieren dar el brazo a torcer en producir barato en la periferia y vender caro en el centro, distan mucho de la entra al sendero real del que dispone la economía más grande del planeta.
Sin aumento de gasto público, impuestos, tasa de interés y fundamentalmente salarios, no se formará el sentido común y la coalación definitiva que consiga y sostenga el objetivo que expresa el POTUS 47. El camino que emprendieron seguirá transitado con idas y vueltas por falta de argamasa intelectual y porque la que tienen a derecha e izquierda es pura justificación ideológica del anterior estado de cosas.
También en la Argentina pasa eso. Los grandes partidos nacionales de otrora son expresiones culturales con una flor de crisis de representatividad política porque la argamasa intelectual es muy chirla y no junta nada. Es difícil sospechar que el 20 por ciento de la sociedad civil ha dejado de ser radical o que el 32 o 35 por ciento justicialista.
Pero al no haber una idea de país cuya base material es articular el mercado interno el juego que se juega es el Antón Pirulero. Y la mano viene densa. De acuerdo a los datos del INDEC mientras en marzo la inflación fue de 3,7 por ciento los salarios formales declinaron 1,2 por ciento en términos reales. Cayeron más en el sector privado (-1,5 por ciento) y menos en el sector público (-0,4 por ciento). El tercio del sector informal de la economía argentina, de acuerdo al más reciente dato disponible, paga salarios que en términos reales cayeron 32 por ciento entre octubre de 2023 y octubre de 2024.
En los últimos ocho años el salario real formal de los argentinos ha menguado su poder de compra en un cuarto de lo que disponía entonces. Los que se llenan la boca con la preminencia del mercado y la buscan afanosamente –por ejemplo el gobierno que encabeza el hermano de Karina-, ni los conmueve que en los últimos 8 años el mercado donde se transan todos los productos y servicios habidos y por haber, se achicó un 25 por ciento.
No está para nada claro si los opositores a los libertarios saben cómo ordenar la economía argentina para que crezca integrando una sociedad que esté muy fragmentada. Las señales no son edificantes. Tampoco aquí parece haber una argamasa intelectual acorde.
1848
James Bradford DeLong, historiador económico y profesor en Berkeley, que fuera el segundo Larry Summers en el Departamento del Tesoro en la Administración de Bill Clinton, el POTUS 42, posteó hace unos días en su Substack, unas consideraciones sobre el momento actual haciendo tándem con el abordaje de Harold James.
James observa que la crisis agrícola de la década de 1840 y las revoluciones políticas de 1848 (la Comuna de Paris) como el impulso inicial hacia algo parecido a la globalización moderna. Fue un momento de conmociones conjuntas: hambruna, epidemias, colapso financiero y agitación política. Estos eventos, argumenta James, formaron una policrisis, un aspecto de la cual fue una crisis de producción de un tipo particularmente disruptivo, que destruyó las estructuras tradicionales de subsistencia y puso de manifiesto la insuficiencia de la economía política del antiguo régimen.
Sobre esa base Bradford DeLong reflexiona que “Así pues, las secuelas de las Revoluciones de 1848 marcaron un profundo punto de inflexión en el desarrollo económico y político moderno. Cayeron barricadas. Los revolucionarios se vieron aplastados: asesinados, encarcelados o exiliados. Pero los políticos de élite asimilaron discretamente las implicaciones de la crisis. Y lo que surgió en las décadas de 1850 y 1860 fue una gobernanza adaptativa. Sí, nació del miedo y la necesidad. Pero la respuesta al dios y la diosa Fobos y Ananki sentó las bases institucionales de lo que Keynes más tarde llamaría el “El Dorado económico” de 1870-1913. Lo que hizo fue producir el orden pseudoclásico semiliberal de la Belle Époque, que brindó al mundo años más pacíficos, productivos y prósperos que jamás se habían visto”.
De este estado de cosas Bradford DeLong deduce que “La crisis de 1848 catalizó un replanteamiento del papel del Estado en la coordinación económica (…) Figuras como Luis Napoleón y Bismarck no abrazaron el liberalismo en su forma pura. Más bien, diseñaron lo que podríamos llamar regímenes que aprovecharon las energías del mercado, impulsaron el capitalismo industrial y facilitaron la globalización, todo ello preservando la autoridad de la élite y la jerarquía social”.
Ni Bismarck ni Luis Napoleón ni esa raza de impresionantes hombres de Estado que fueron los Prime Ministers ingleses de esa época tenían una argamasa intelectual que les permitiera disfrutar de algo muy práctico y muy útil como una buena teoría. Pero, en cambio, al igual que los mercantilistas, tenían el instinto de la práctica. Y la práctica les decía que había que mejorarle la vida las mayorías subiendo y asegurando la remuneración del trabajo. Lo hicieron.
Ahí está el drama actual de las elites aquí, allá y acullá. Perdieron el instinto y no tienen ciencia o la ciencia que hace falta para enderezar una situación que lo pide a gritos autoritarios. Justamente, eso, la necesidad de orden político impuesto por violencia, suele suceder cuando no se sabe qué hacer y mucho no se quiera. Estamos jodidos. Es una época de olor muy desagradable.