Las propuestas económicas de la oposición argentina que concita más adhesiones comparten una visión neoclásica similar a la del gobierno libertario. Se enfocan en el equilibrio fiscal y la productividad. No priorizan la distribución del ingreso. No comprenden la verdadera naturaleza del salario y la rentabilidad empresarial. Desconocen que la productividad no se traduce automáticamente en salarios más altos.
Hacer hincapié en los profundos desaguisados del gobierno que encabeza el hermano de la Karina, ni de cerca ni de lejos vuelve automáticamente factible y fiable el reemplazo opositor que se propone.
Al estilizar ciertas propuestas y diagnósticos que en la vereda de enfrente andan dando vuelta, y no precisamente como un amor de primavera, sale a la luz que los opositores se están comprando una crisis política de proporciones.
Es que –objetivamente- comparten la visión teórica neoclásica de la economía que anima casi todo el comportamiento del gobierno que encabeza el hermano de la Karina.
Los libertarios a la violeta peroran y fantasean en verso austríaco, pero a la hora de los bifes, -el reloj de gobernar nunca da otra hora que no sea ésa- hablan en prosa neoclásica. Y una parte considerable del arco opositor directamente también habla y hermosea en prosa neoclásica.
Sin arma teórica de la trasformación no hay cambios a favor de las mayorías nacionales.
Si la reacción conservadora es eminentemente neoclásica, ¿qué esperar del mismo avatar pero opositor?
Tan serio y delicado como eso. Tan serio y delicado de querer hacer lo mismo, pero con buen corazón.
Al revisar como botón de muestra lo que –en promedio- se está discutiendo en el arco opositor sobre equilibrio fiscal, el tándem productividad-salarios y el subsidio a la oferta como impulsor de la demanda, quedan muy pocas o ninguna duda al respecto de esta asimilación de lo que en pura apariencia pinta distinto.
Los desequilibrados del equilibrio
Dicen las almas bellas opositoras que el equilibrio fiscal es una condición necesaria para estabilizar la macroeconomía. Advierten que el equilibrio fiscal en el esquema Milei-Caputo contribuye más a la narrativa que a la estabilidad. Cualquier efecto positivo que pudo haber tenido el ordenamiento fiscal al reducir la cantidad de pesos en circulación fue rápidamente contrarrestado por una política monetaria que los multiplica vía carry trade.
De esta situación, el grueso del espectro conservador popular de la oposición diagnostica que el stock de pesos crece silenciosamente en instrumentos financieros y, cuándo se agitan las expectativas devaluatorias -como ocurrió en marzo y abril de 2025 y ahora-, se vuelca masivamente al dólar, saqueando las reservas del BCRA y generando una nueva fuente de presión cambiaria.
Detrás del relato de disciplina fiscal se esconde, en realidad, una redistribución regresiva del ingreso: menos pesos en los bolsillos de los sectores populares, producto del ajuste, y más pesos para quienes apuestan a la bicicleta financiera.
En definitiva, los opositores están convencidos de la importancia del equilibrio fiscal y del orden de las cuentas públicas como condiciones críticas para estabilizar la macroeconomía. Sin embargo, la política fiscal y la monetaria deben ser coherentes entre sí. Quitar pesos de circulación a través del ajuste fiscal y, al mismo tiempo, multiplicarlos mediante la política monetaria no contribuye a la estabilidad: simplemente se trata de un pasaje de manos, que cambia regresivamente la distribución del ingreso. Tasa de interés, inflación y tipo de cambio tienen que estar alineados.
Los opositores quieren equilibrio fiscal. Pero no éste. Apuestan a un superávit primario que se sostenga sobre el crecimiento de la recaudación. Preconizan que su punto es una discusión madura de la política respecto a cuáles son las funciones económicas del Estado y sobre un sistema tributario progresivo, que haga recaer el esfuerzo en quienes tienen mayor capacidad contributiva.
Son drásticos los opositores al meritar que la verdadera discusión no es acerca del “equilibrio fiscal, sí o no”, sino como se lo alcanza: evitando que la presión tributaria y el ajuste del gasto recaigan, una vez más, sobre los sectores más vulnerables de la sociedad.
Ilusiones de un doble agujero
Los opositores le están diciendo al orden establecido que son los verdaderos monetaristas. El colectivo de gente seria y comprometida con la estética de los grandes equilibrios macroeconómicos, son ellos y no estos mamarrachos libertarios a la violeta.
Tanto la deuda externa como el déficit fiscal son instrumentos de la política económica. El mal uso del primero y del segundo por gobiernos de diversos signos no significa aceptar que son engendros monstruosos que atentan contra la gente de bien.
Eso es pura ideología, en el sentido de falsa conciencia. En cuanto a la ideología monetarista opositora, la marca en el orillo de la misma, es esa crítica a la ambivalencia de la actual política económica idea de quitar pesos de circulación a través del ajuste fiscal y, al mismo tiempo, multiplicarlos mediante la política monetaria.
Según los opositores en su autopercepción de ser los verdaderos y serios monetaristas, los desbordes fiscales no son financiables y la política monetaria está fuertemente restringida porque la demanda de dinero está gobernada por las expectativas devaluatorias, especialmente cuándo escasean las reservas internacionales y se debilita la capacidad del Banco Central para defender la paridad cambiaria.
Se ilusionan –al igual que los monetaristas truchos de los libertarios a la violeta de que el gobierno puede controlar la cantidad de dinero. No puede, de momento que es la masa monetaria la que sigue en su variación a los precios y no a la inversa, como creen los monetaristas de cualquier pelaje.
De manera de que el superávit fiscal es imprescindible porque los desbordes fiscales no son financiables por la baja demanda de dinero nacional, es un tremendo disparate que se le adosa a esa peligrosísima alucinación del diagnóstico monetaristas de la inflación. Para que el dinero tenga demanda y oferta tienen que tener precio. El dinero tiene paridad uno. No tiene precio y no puede tener precio, porque es la medida del valor.
Es más, los neoclásicos para aplicarle su herramienta de la oferta y la demanda hace más de un siglo que están formulando modelos teóricos en los que tratan de razonar “como si” el dinero tuviera precio, para estamparle uno. Demás está decirlo, sin ningún éxito a la vista.
En lo atinente a la deuda externa, no se ve cuál ha sido el beneficio para el país de no haberse endeudado hasta las bragas y calzoncillos durante el tercer lustro del presente siglo, en momentos en que las tasas de interés globales orillaban el cero para paliar los efectos de la crisis norteamericana de 2007-2008. Esa deuda externa que no fue hubiera ido a las obras de infraestructura y a las viviendas populares.
Claro que pagarla hubiera sido un problemón. Para eso son los defaults. Algunos boludos –aunque cretinos- hablan de cuestiones morales. No conviene la mezcla de finanzas y moral, cuando el destino natural del endeudamiento externo es el default. Al sistema le encanta contar con el comprador de mañana. Le disgusta perder a ese comprador cuando se convierte en un deudor que paga hasta el último dólar.
Tampoco parece atendible el argumento que si hubiera habido voluntad de endeudarse, había sido impedido por los fondos buitres. Al contrario, los fondos buitres aprovecharon el espacio que les amplió la política poco lúcida de desendeudamiento y –sobre todo- la deletérea acción del quintacolumnista que se alzó con el gobierno en diciembre de 2015. Sin esa astilla del propio palo los buitres aún seguirían revoloteando.
Productividad, divino tesoro
La caracterización opositora de la economía argentina parte de la base de que se encuentra atenazada por la tendencia del excedente a dolarizarse y, en consecuencia y a raíz de monetarismo que profesa, los pesos emitidos para cubrir los desbordes fiscales terminan presionando sobre el tipo de cambio, indistintamente el mercado oficial o en la brecha.
Similar situación se da con la deuda en pesos, a la que conceptualizan como un stock creciente de pesos contenidos en títulos públicos que buscará transformarse en dólares. Para los opositores, el cuadro se agrava cuando el déficit se combina con un tipo de cambio atrasado. Bajo esas circunstancias, es el propio Estado el que termina financiando la compra subsidiada de divisas, profundizando la pérdida de reservas y el desequilibrio externo.
Pero los opositores, en su condición de verdaderos monetaristas -tan distantes de esos nada serios falsarios a la violeta-, sacan a relucir su desafilada y roma espada neoclásica al señalar que está fragilidad monetaria se asienta sobre un entramado más profundo, donde el estancamiento de la productividad del trabajo es central.
Entienden los opositores que la demanda salarial expresa una dimensión clave del tejido social argentino: un pueblo que, gracias al Peronismo, incorporó el ideal de movilidad ascendente y el aspiracional de clase media como parte de su identidad colectiva. Manifiestan los opositores que todos los gobiernos -liberales o peronistas- deben dar respuesta a esa demanda. En consecuencia, deducen que las elecciones, en buena medida, se ganan o se pierden a fuerza de salarios.
Para los opositores monetaristas serios y profundamente neoclásicos, el problema surge cuando las demandas salariales no se corresponden con las mejoras en materia de productividad.
Comprueban los opositores a los libertarios a la violeta que el PBI por hora trabajada se mantiene en niveles similares a los de hace tres décadas, y está parálisis en la eficiencia productiva ha erosionado de forma persistente tanto la tasa de crecimiento económico como la capacidad exportadora del país. De ahí que la baja productividad limita el ingreso genuino de divisas: las exportaciones en cantidades permanecen estancadas en los niveles de 2011, y las industriales, incluso, en los de 2007.
La escasa infraestructura económica, los déficits en la matriz territorial de circulación de bienes y personas, la falta de una red logística competitiva y la ausencia de planificación estratégica de la inversión y del crédito son factores que, en conjunto, reducen la productividad y, en consecuencia, alimentan la restricción externa, redondean los opositores.
Desde este escenario deducen los opositores que el estancamiento de la productividad restringe la posibilidad de mejorar los salarios de manera sostenida. En su visión, no hay conflicto distributivo que alcance para elevar los ingresos reales ni transformar las condiciones de vida de las mayorías cuando la productividad sistémica de la economía está paralizada. Esta tensión persistente entre bajo crecimiento y demandas salariales constituye un núcleo crítico desde el cual se gestan las crisis macroeconómicas argentinas recurrentes.
De ahí que los opositores al gobierno que encabeza el hermano de la Karina propongan que superación de los errores del pasado y realce de los aciertos, adentrarse en la fase de la productividad. Esto propuesta deja atrás el sostenimiento de la demanda agregada en pos de la planificación estratégica de la inversión, orientada a ampliar la oferta de bienes y servicios sobre la base de mejoras en la productividad.
Entienden los opositores –a esta altura cada vez más difícil de distinguir de los libertarios a la violeta- que únicamente yendo por este camino será posible consolidar aumentos salariales de forma sostenida y superar la restricción externa.
Y nada de sustitución de importaciones. Su Nirvana es el aumento de las exportaciones. Ahí, en la visión opositora, se juega el destino argento: cambio de especialización y muy competitiva por la considerables ganancias de productividad que aguardan rinda la política que propugnan.
Dale, dale con el look neoclásico
Los errores y horrores de los opositores neoclásicos auguran un sonoro y lacerante choque contra la pared, envestida a gran velocidad. Si como bien dicen los opositores, las elecciones se ganan o se pierden a fuerza de salarios, su aproximación neoclásica está tan asentada sobre una falsa escuadra que van hacia un mundo tal cual no es.
No los impulsa la fe de los conversos. Nunca fueron otra cosa que conservadores populares. Ahora un tanto más reaccionarios. En todo caso, en los días que corren más conservadores –mucho más- que populares.
Los opositores –y tantísimos otros- asimilan PIB por hora trabajada a la productividad horaria del trabajador. Es un gruesísimo error. Para observar ese error hay que considerar lo que diferencia lo que se denomina una unidad de producción y una empresa en cuanto a criterio y medida de eficacia. En la unidad de producción, efectivamente es la productividad. En tanto para la empresa el criterio y medida de eficacia es la rentabilidad.
A una unidad de producción se la define como un conjunto de factores –seres humanos e instrumentos- relacionados orgánicamente en un proceso de apropiación de la naturaleza.
A una empresa se la define como un conjunto compuesto de una pluralidad de unidades de producción, dotada de autonomía comercial y financiera, que opera en vista de captar una parte, la mayor posible, del producto social.
La productividad, en tanto criterio y medida de eficacia de la unidad de producción, se categoriza como la cantidad de insumos utilizados para la obtención de una unidad adicional de un producto. O, a la inversa, cantidad de productos obtenidos con una unidad adicional de un insumo. Estamos hablando en términos físicos.
Si en una hora, un trabajador el año pasado producía en promedio 2 sillas y este año produce 4, entonces la productividad subió el 100 por cien.
La rentabilidad es el criterio y medida de eficacia de la empresa. La rentabilidad deviene del precio de compra de los insumos con relación al precio de venta de los productos. O, a la inversa, precio de venta de un producto con relación al costo de adquisición de los insumos. Estamos hablando en términos de valor.
La rentabilidad diverge, en consecuencia, de la productividad y puede devenir en antinómica. De dos empresas, la más rentable no es necesariamente la más productiva. Una buena organización comercial y financiera puede compensar y asimismo sobre compensar las deficiencias en la organización técnica y productiva.
Entre las unidades de producción no hay antagonismo, y bien puede haber emulación. Entre las empresas sólo hay competencia y antagonismo. En el marco de la hipótesis de un mercado perfecto y de pleno empleo de los factores, las escuelas marginalistas y neoclásica, identifican rentabilidad con productividad.
La productividad se corresponde necesariamente con el óptimo social, porque lo que mide o pondera es el grado en que los seres humanos se apropian de la naturaleza.
No es así con la rentabilidad. porque además de está apropiación, mide la participación en el producto social, en otras palabras: la transferencia de valor desde un sujeto económico a otro.
Sobre esa base los marginalistas y neoclásicos de cualquier tendencia sostienen que el óptimo competitivo es igual al óptimo social. Para fundamentar esa aproximación suponen que el precio de las papas, de los inodoros, de los zapatos, de los diamantes se forman igual que el de los salarios: donde se cortan la oferta y la demanda.
Como dice Arghiri Emmanuel: “está construcción es irrefutable en tanto que no se ataque su hipótesis fundamental concerniente a los precios de los factores; pero desde el momento en que se le rechace y se admita que la tasa de remuneración de los factores y especialmente del principal, de la fuerza de trabajo, es una variable independiente – un dato para cada época y cada país, según los términos mismos de Marx, un dato extraeconómico, ya sea puramente biológico según los antiguos clásicos o moral e histórico según Marx, comprendiendo con ese término la lucha de clases y la relación de fuerzas del momento-, entonces la construcción marginalista se desmorona, pues no existe ninguna razón teórica para que el salario predeterminado en está forma sea compatible con la combinación óptima de la demanda de los consumidores del momento y de las cantidades disponibles de los factores del mismo momento”.
No hay que negarle su heroico uso de la imaginación tanto a los opositores al gobierno que encabeza el hermano de la Karina como a los que profesan la doctrina marginalista. Repudian por su teoría toda fijación extraeconómica de los salarios por la acción política o sindical. Eso nos conduce a una situación sub óptima, como podrían decir perfectamente los opositores al gobierno de los libertarios a la violeta. Un criterio muy útil el de semejante teoría, muy operativo, de cara a una realidad signada por la fijación del salario por vías extra económicas en todas partes y sin excepción alguna.
Es la identificación neoclásica entre productividad y rentabilidad que hacen los opositores al gobierno que encabeza el hermano de la Karina. De ahí que se embarquen en el ofertismo más grosero. Su idea es subsidiar a la capital para volver a todos los factores “más productivos”, mientras dejan en el fondo del tarro al poder de compra de los salarios a la espera de que aumente la “productividad del trabajo”. Por supuesto, eso nunca ocurre. Y todo lo desangelado que sucede con estas políticas es que las empresas toman los subsidios que pueden y sacan el capital de la Argentina pues no hay mercado solventes.
Y esa piel ¡qué nivel!
Los salarios están bajos en la Argentina por una cuestión política: los trabajadores hace tiempo que son derrotados. si fuera la productividad la que los determina ¿por qué antes estaban más altos y ahora no alcanza ni para tres empanadas? Esto y hacerse bien los boludos con sus responsabilidades política, sugiere que los opositores están para el bife.
Pese a lo que declaman, y posiblemente en su temible ingenuidad creen, objetivamente los opositores al gobierno que encabeza el hermano de la Karina no están dispuesto a mejorarles la vida a los argentinos. Y eso que dicen estar contestes de las deplorables consecuencias políticas que tiene estropear los salarios. Posiblemente por su fe monetarista cifren la esperanza de mejora salarial en el control de la inflación vía superávit fiscal. Pero está vez hecho como corresponde, por los verdaderos monetaristas.
Lo de la productividad es un verso, refinado, pero verso al fin. Razonar que un trabajo más productivo vale más que un trabajo menos productivo equivale a calificar que una torta Selva Negra vale menos que una bicicleta porque la segunda es más útil o más agradable que la primera. Un disparate que además prescinde de como se establece el nivel a partir del cual se puede decir que un salario es el normal. Baremo a partir del cual se puede decir como el salario evoluciona en más o en menos.
Hay dos puntos más a considerar en la debacle opositora. Uno, es el meollo del asunto. Es la apuesta a subirle la rentabilidad a las empresas –por cierto, sin tratar de joderle la vida más al trabajador, que se debe conformar con lo que tiene. El otro, la idea del pacto social.
Karl Marx fundamentó que el aumento de la productividad no tiene efecto sobre el salario, si no media una fuerza política y un gobierno que ampare su alza. Parte de los que se reclaman como sus descendientes quieren darle a la empresa y no al trabajador la mejora de la productividad, como si en el capitalismo tal cual es se pudiera crecer por oferta, en vez de la realidad marcada a fuego por la demanda.
Marx refiere el salario a destajo para ligar el salario con la productividad. Marx dice que es un engaña pichanga de salario por tiempo. Cuando se fija en una fábrica el salario a 10 pesos por pieza producida, implica que si el salario normal de la jornada, por ejemplo, de 100 pesos, se ha calculado que un obrero medio puede producir 10 piezas en su turno. A partir de aquí, la diferenciación se hace según la intensidad de trabajo de cada uno. Aquel que con herramientas iguales produce 15 piezas en su “jornada” le alcanza 1500 pesos, aquel que no produce más que 8 alcanza 800 pesos.
Ahora bien, se inventa una nueva máquina, la cual aumenta la productividad del obrero medio de 10 a 20 piezas por día de trabajo. Sería ridículo, dice Marx, pensar que los salarios de los obreros van súbitamente a ser multiplicados por dos. Simplemente, la tasa de la pieza será llevada de 10 a 5 pesos. Marx hasta cita diferentes procesos que habían sido presentados ante los tribunales ingleses a este respecto. Ya algunas páginas antes, hablando de la forma general del asalariado libre, Marx se había extendido ampliamente sobre está ilusión. Lo que era imposible antes porque a nadie se le ocurriría la idea de hacer determinar la cantidad de comida proporcionada al esclavo como resultado de su trabajo, o la duración de la jornada por la fertilidad del suelo del señor, se vuelve posible ahora con la forma general del salario.
En cuanto al pacto social, volviendo a Arghiri Emmanuel, el economista greco francés apunta que “Los sostenedores de las armonías preestablecidas, basándose justamente en el postulado según el cual la productividad del trabajo determina el salario, demostrarían que, más allá de una divergencia momentánea, los intereses esenciales de la clase obrera y de los capitalistas eran convergentes a largo plazo, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas y el acrecentamiento consecutivo de la productividad del trabajo determinaban una elevación continua del salario real del obrero. (…) el acrecentamiento de la productividad del trabajo, lejos de tener un efecto de alza, tiene un efecto de baja sobre el salario”.
La farsa
Si todo esto mejunje monetarista de la propuesta de los opositores al gobierno que encabeza el hermano de la Karina, conforme la hemos estilizado, suena, huele, como un remedo del Plan Austral, salida exportadora incluida, es porque se han comprado todas las acciones de esa farsa.
Los fantasmas del plan Austral rondan la visión opositora al gobierno de los libertarios a la violeta. Si se quiere hacer lo mismo que antes se hizo. ¿por qué las consecuencias políticas serán diferentes hoy de las que fueron ayer?
La clase política argentina, al menos el sector que no está constituido por los conservadores obtusos, todavía no ha caído en la cuenta de que necesita impulsar un paradigma teórico muy diferente al putrefacto neoclásico. Las teorías objetivistas del valor siguen en barbecho aguardando que algunos sectores políticos se aviven dónde es que está la madre del borrego.
Los trabajadores argentinos continúan solos y esperando.