La mala hora que arrastra la Argentina. El sesgo en el análisis del enfoque neoclásico de la OMC. La tipificación de las crisis globales ocurridas durante dos siglos: crisis de oferta y crisis de demanda. La fractura del comercio en dos bloques interesa a las corporaciones multinacionales. Hayek contra Musk. Lo que entendían en el siglo XVIII Adam Smith y Richard Cantillon y hoy no entienden los opositores argentinos.
La tabla que abre esta nota recaba la debacle del PBI argentino, la inflación que lo acompaña y la corta y larga historia de caída salarial. Al observar estos datos deja lugar a pocas dudas acerca de que al desagradable gato de la malaria argentina en la última década no hay quien le ponga el cascabel.
No hay caso, la crisis no les hace efecto a los integrantes de la clase dirigente argentina, cuya diferencia entre sí de grado y matices está lejos de configurar un colectivo variopinto. Están coloreados de forma acotada, como el paisaje de Catamarca, según describe la célebre zamba. Con una diferencia mayúscula. La cuesta del Portezuelo solaza, la monocromía dirigente lo contrario.
En consecuencia, no es por maledicencias del destino que la ciudadanía de a pie sospecha que estos fronterizos, que moran lindantes entre lo menos y la nada, nunca van a llegar chalchaleros. Pero de manera invariable la historia guiada por la astucia de la Razón, siempre encuentra una salida. Buena o mala, la encuentra.
Es más, el historiador de Princeton, Harold James, reflexiona sobre ese Jano en un ensayo editado en 2023 titulado Seven Crashes. The Economic Crises That Shaped Globalization (Siete choques. Las crisis económicas que moldearon la globalización). Estos siete grandes despelotes en la acumulación a escala global sobre los que analiza sus consecuencias en la nueva configuración de la economía mundial a que dieron lugar son:
- Gran hambruna en Europa en 1845-1849
- El pánico financiero de 1873
- La Primera Guerra Mundial
- La gran depresión de 1929
- La inflación de la década de 1970
- La gran recesión de 2007-2008
- Covid-19
Qué tan pronto o no el POTUS 47 se afiliará a este club chocador, del cual nadie quiere ser socio, es uno de los ejes principales de la discusión actual. La certeza absoluta mayoritaria de que al igual que el borgeano general Quiroga, Trump va en coche (ahora eléctrico) al muere, reposa sobre el supuesto de que su política deja sin cambios los ingresos de los norteamericanos. Constantes, en el argot neoclásico. O sea: de la escuela económica que parió esta tan extravagante como aceptada mayoritariamente manera de abordar las consecuencias de la protección arancelaria para aquellos países que recurran a ella.
Enfoque neoclásico de la OMC
De acuerdo al enfoque de la doctrina económica neoclásica, a los habitantes de los países que recurren a exacerbar la protección arancelaria, el gambito los vuelve más pobres en vez de más ricos, porque tienen que pagar más caros y con menos ingresos los bienes que antes de la protección compraban más baratos y con ese ingreso. Si la protección aumenta el PIB y los ingresos (así como los precios, pero que se pueden pagar con esas mayores remuneraciones) entonces todo este prospecto feo pierde sentido.
La base teórica del razonamiento que el ingreso permanece constante, es muy débil e incongruente y los datos la desmienten. Pero es lo que está implícito, por ejemplo, en la advertencia lanzada el miércoles por la directora general de la OMC (Organización Mundial del Comercio), Ngozi Okonjo-Iweala, que calibró que el comercio entre los Estados Unidos y China podría desplomarse entre un 81 por ciento y un 91 por ciento debido a la guerra comercial entre las superpotencias. Antes de que Washington encendiera la mecha del rompe-portones arancelario que sacudieron la economía mundial, la OMC pronosticó que el comercio mundial de bienes crecería un 2,7 por ciento en 2025. El pronóstico actualizado muestra una disminución del 0,2 por ciento, una variación negativa de 2,9 puntos porcentuales.
La OMC sugiere el albur de un comercio mundial fracturado “a lo largo de líneas geopolíticas”, es decir una división de la economía global en al menos dos bloques encabezados por los Estados Unidos y China respectivamente. En este escenario la OMC pronostica que las consecuencias macroeconómicas negativas afectaran especialmente a las naciones menos desarrolladas y que la economía mundial podría experimentar una reducción a largo plazo del PIB real mundial de casi el 7 por ciento.
Por cierto esto de los dos bloques tiene olor y una pinta de falsa bandera considerable. Más que un punto de acuerdo y norma de convivencia entre los Estados Unidos y China que estén buscando sus respectivas diplomacias, luce como una idea de ciertos grupos de interés de las corporaciones multinacionales que están buscando hacer virtud de necesidad tirando la piedra y escondiendo la mano.
Aún hoy la Cámara de Comercio de los Estados Unidos (U.S. Chamber of Commerce), el lobby más importante de las corporaciones multinacionales norteamericanas, no ha bajado la idea de demandar en la justicia para bloquear los aranceles de Trump. Lo anunció un día antes del “Día de la Liberación”, pero no procedió y lo dejo ahí en barbecho. Una demanda podría servir de pretexto para otras empresas con renuencia a oponerse públicamente al presidente. Podría convertirse en el último intento de recurrir al poder judicial para combatir los aranceles.
Los unos y la otra
El presidente del Banco Mundial, Ajay Banga, que estuvo recientemente en la Argentina para acompañar los créditos dados al gobierno libertario por la entidad que dirige, afina en una clave afín a la de la OMC y desde la sede del organismo, en Washington, caviló que “La tensión comercial está provocando que los agentes económicos sean más prudentes, lo que puede frenar las inversiones y las decisiones de compras de las empresas y hogares”.
En igual sentido se pronunció la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, al expresar su convicción de que por la guerra comercial “las perspectivas de crecimiento se han deteriorado”. El comentario lo hizo al anunciar un recorte de la tasa de interés por sexta vez consecutiva, (la redujeron a 2,25 por ciento anual). La dirección bajista fue tomada para tratar de equilibrar los costos que soliviantan la trompada arancelaria de la Casa Blanca.
Dándole paso a la realidad del crecimiento y de las relaciones de poder mundial, la nota discordante la tocó la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, en el discurso del jueves en el que anunció el tenor de la reunión de la asamblea de Primavera de la semana que viene del organismo que dirige, en las que se darán cita los 191 países miembros del FMI. Georgieva de la cuantificación del costo de la guerra comercial que hace el FMI puntualiza que “en nuestro próximo informe sobre las Perspectivas de la economía mundial, que se publicará a comienzos de la próxima semana (…) nuestras nuevas proyecciones de crecimiento incluirán revisiones a la baja notables, pero no una recesión. También veremos revisiones al alza de las previsiones de inflación para algunos países”.
A pesar de puntualizar que “el aumento de las barreras al comercio asesta un golpe directo al crecimiento” Georgieva deslíe la afirmación hecha al matizar con que “Al elevar el costo de los insumos importados, los aranceles tienen un efecto inmediato. Claro que si los mercados internos son de gran tamaño, los aranceles también crean incentivos para que las empresas extranjeras respondan invirtiendo directamente en el territorio, lo cual genera nueva actividad y nuevos empleos. Esto, sin embargo, lleva tiempo”.
Con igual talante Georgieva subraya que “el proteccionismo mina la productividad a largo plazo, sobre todo en las economías más pequeñas (…) El espíritu empresarial da paso a peticiones de exenciones, protección y apoyo estatal, en detrimento de la innovación. Pero, una vez más, si los mercados internos son grandes y la competencia interna es vigorosa, es posible mitigar los efectos negativos”. No sea cosa que se encule el POTUS 47.
Dice Georgieva que “los superávits y los déficits externos pueden sembrar las semillas de las tensiones comerciales. En el FMI sabemos que reequilibrar es difícil. Los países con superávit en cuenta corriente no suelen tener prisa para realizar ajustes; son exportadores, no importadores, de capital. Por otro lado, los países con monedas de reserva -sobre todo Estados Unidos- disfrutan de la posibilidad poco común de mantener déficits en cuenta corriente elevados. Pero el resultado neto de los superávits y déficits sostenidos puede ser la acumulación de factores de vulnerabilidad”. ¿No diga?, ¿En serio Kristalina?
¿Oferta o demanda?
Volviendo al enfoque de James, destella que sirve para ajustar la lente sobre el debate de estos días, al tipificar los marasmos y deslindar a las que incitan a la globalización de aquello otros que la deshacen. También, claro está y singularmente, del sabor a nada que tiene el magro y empobrecido puchero político argentino.
En la recensión que de “Siete Crisis…” hizo para Foreign Affairs el economista y catedrático de Berkeley Barry Eichengreen destaca que “La mayoría de las historias de crisis económicas y financieras se centran en episodios en los que el gasto colapsó debido a una demanda agregada deficiente, como la Gran Depresión de la década de 1930 o la crisis financiera mundial de 2008-2009. Inspirado por la crisis económica generada por la COVID-19, James analiza, en cambio, las crisis causadas por disrupciones de la oferta, como la Gran Hambruna que afectó a Irlanda y gran parte de Europa en la década de 1840, las disrupciones en el comercio y las finanzas internacionales debido a la Primera Guerra Mundial y las crisis petroleras de la década de 1970. Estas crisis provocaron una respuesta nacionalista, ya que los gobiernos se apresuraron a asegurar producciones esenciales, profundizando en el proceso su participación en la economía. Sin embargo, estos colapsos vinculados a la oferta también profundizaron la globalización, ya que -en primer lugar- los bancos, las empresas y los gobiernos buscaron fortalecer los eslabones débiles en las cadenas de producción que provocaron la crisis”.
Si el COVID fue una crisis de oferta, que debería -de acuerdo a la enfoque de James- profundizar a globalización, ¿por qué la pudrió? James explica en su ensayo que “Cuando ocurren grandes conmociones económicas -crisis financieras, pánico bursátil, aumento del desempleo, alza de precios- es muy fácil dejar volar la imaginación y temer lo peor. Hay un guion listo para los profetas de la catástrofe, Casandras: de repente pensamos que no podemos seguir como antes. La versión moderna de este guion fue proporcionada por Karl Marx (con su coautor Friedrich Engels en 1848), tras una crisis de hambre que provocó una depresión económica y una crisis fiscal y monetaria, y posteriormente también una revolución política y social”.
En el revés de esa trama el historiador de Princeton encuentra que “También existe un guion alternativo para las crisis: la necesidad de tomar medidas drásticas para corregir un desequilibrio importante en la macroeconomía. Y esa versión es la antítesis reconfortante de Marx, al menos para quienes no desean un apocalipsis. Esta visión también tiene una gran resonancia y sigue un patrón sólido, brillantemente establecido por el economista británico John Maynard Keynes. La Gran Depresión fue, sobre todo, un shock de demanda, inducido en gran medida por crisis financieras contagiosas. Era lógico que los gobiernos tuvieran la responsabilidad de estabilizar la demanda agregada mediante el gasto fiscal; y, en una visión complementaria, planteada en la década de 1960 por Milton Friedman, que la oferta monetaria necesita ser estabilizada”.
Tercero en discordia
Pero como siempre hay un tercer hombre (o mujer) y -apuntaba Hitchcock- la película será tan buena como pérfido el villano o la villana que anima la saga, resulta que “Ahora estamos en un mundo bastante diferente. La escasez y los problemas que induce -lo que los economistas consideran shocks negativos de oferta- llevan a un tipo diferente de análisis y, en consecuencia, una conclusión política alternativa. Ese tipo de shocks conducen a un enfoque en la microeconomía del ajuste, incluidos los precios. Friedrich Hayek, a quien a menudo se considera simplemente el camarada de armas de Milton Friedman, atacó tanto a los keynesianos como a los monetaristas. Sus escritos posteriores, más filosóficos, proporcionaron una advertencia contra la presunción de cualquier individuo o autoridad- de saber demasiado. Eso incluye seguir cualquier guion particular cuando se trata de lidiar con las crisis económicas”, consigna James.
Y con regusto a embrollo sazonado de paradojas, el historiador de Princeton concluye de estas situaciones que “Si la desigualdad es el gran problema derivado de la crisis financiera mundial y la pandemia, consideremos las circunstancias particulares que generan enormes disparidades. Las respuestas macroeconómicas que inicialmente fueron apropiadas en 2008, cuando la demanda se desplomó, en cambio, parecen demasiado indiferenciadas (…) Los viejos guiones para lidiar con las crisis insisten en que cuando algo grande sale mal, algo realmente grande necesita cambiar. La alternativa ahora disponible, y mucho más atractiva, es pensar que cuando algo grande sale mal, en realidad no sabemos demasiado y que muchas cosas pequeñas necesitan cambiar. Keynes vio algo de este lado de las crisis como generador de la posibilidad de una respuesta creativa. (…) Pero aprendemos más cuando el presente es más sombrío. Ahí es cuando realmente repensamos: las crisis y los colapsos nos brindan el entrenamiento que necesitamos”.
Contradicciones
James tuvo la gentileza de confesar que según su análisis los que mandan en la acumulación a escala mundial están en bolas y a los gritos respecto a cómo seguir con la globalización, si de oponerse al POTUS 47 se trata. El POTUS 47 –y lo que expresa y a quienes expresa- está lejos de congeniar -a fuer de teoría y práctica- objetivos perseguidos con medios utilizados. Lindo prospecto, ameno. Las ácidas e iconoclastas columnas contra el POTUS 47 en el New York Times de Thomas (Pangloss) Loren Friedman ilustran una y otra cosa.
James cita del ensayo de Hayek –de allá por 1952-, “La contrarrevolución de la ciencia: estudios sobre el abuso de la razón”, que “La sabiduría socrática de que el reconocimiento de nuestra ignorancia es el comienzo de la sabiduría tiene una profunda importancia para nuestra comprensión de la sociedad”. Este oscurantismo de Hayek –vanamente disfrazado de lucidez- lo comenta James señalando que “le disgustaba pensar en agregados, incluidos los agregados monetarios. Se quejó de la manera en que un enfoque cientificista de los fenómenos sociales había llevado a lo que él llamó el enfoque de ingeniería (añadió que en la Rusia de Stalin los artistas eran descritos como “ingenieros del alma”): el ingeniero ‘no estaba tomando parte en un proceso social en el que otros pueden tomar decisiones independientes, sino que vivía en un mundo separado y propio’”.
La senior de El País de Madrid, Soledad Gallego Díaz suma a este medievalismo de Hayek un dato poco conocido para ilustrar el berenjenal político e intelectual en que transcurren estos despelotados e inciertos días en el mundo y en la Argentina. Cuenta esa Sole –que no revolea ponchos- que “algunos analistas creen que Elon Musk no representa nada nuevo, sino que incorpora al siglo XXI un movimiento que ya existió entre la Gran Depresión de 1930 y la exitosa llegada del new deal de Franklin D. Roosevelt. Elon Musk, que se presenta a sí mismo como un futurista, obsesionado con Marte y la tecnología del algoritmo, sería, según esos analistas, el digno sucesor de su abuelo, un tal Joshua Haldeman, uno de los líderes del movimiento a favor de la tecnocracia política que tuvo un cierto esplendor en esos años tan inestables de la historia estadounidense”.
La catedrática de Historia Americana de la Universidad de Harvard Jill Lepore –informa Gallego Díaz- “se asombra de lo poco novedosas que resultan las propuestas de Elon Musk y su DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) si se comparan con las de su abuelo (que fue quien emigró a Sudáfrica, donde nació Elon Musk). Los tecnócratas de la época pensaban que se podía reemplazar a la totalidad de los funcionarios y representantes políticos electos por ingenieros y tecnólogos, hasta crear esa especie de tecnocanato, donde fuera posible que todo funcionara y la prosperidad inundara todos los rincones del país. Algunos de los tecnócratas de aquellos años treinta también pensaron que sería buena idea incorporar a México y Canadá como nuevos Estados de la Unión (se conoce que Groenlandia todavía era poco conocida) (…) Los tecnócratas de los años treinta creían que la democracia era un sistema político fracasado y no parece tampoco que Elon Musk le tenga especial aprecio (recuérdese su saludo nazi, brazo en alto)”.
Oficialismo y oposición
Con la llegada del new deal de Franklin D. Roosevelt, y las ideas de Keynes estas ensoñaciones ofertistas antidemocráticas del tecnocanato resultaron fugaces. Es curioso y contradictorio lo que sucede respecto en la actualidad con estas idas y venidas. Se lo invoca a Hayek y al abuelo Haldeman, todo al mismo tiempo.
Se podrá apreciar de sutileza la observación, pero en el caso argentino connota el grado de aventurerismo del gobierno libertario. El reciente préstamo del FMI certifica que se trata de 45 caballeros húngaros más “la Jefa”, con tres o cuatro eslóganes y un par de ideas teóricas muy débiles y contraproducentes. Fueron y son nada más que eso.
No es que el gobierno libertario se agotó. Nunca estuvo colmado. Ocupó el vacío que dejó la oposición que profesa un ofertismo casi ingenuo, ataviado de un monetarismo culposo y se traga el embuste –algo amargada ciertamente, lástima que la realidad no sea otra cosa- de que no le es fácil controlar la cantidad de dinero –gran mito monetarista de reputar verisímil a una imposibilidad fáctica- o que el superávit fiscal es el remedio contra todos los males de este mundo. En medio de este clima político e intelectual, un cínico “que estos giles hagan el laburo sucio” y luego pasamos con la ambulancia se non è vero, è ben trovato.
No parece caer en la cuenta ni de los números de la tabla que encabeza esta nota ni que en 2015 con el ingreso promedio del 80 por ciento de los argentinos se compraban tres canastas básicas totales y hoy adquiere la mitad.
Tampoco que “Un hombre tiene que vivir, invariablemente, mediante su trabajo, y sus salarios tienen que alcanzar al menos para sustentarle. Inclusive, en la mayoría de los casos, tienen que ser algo más altos que eso, de lo contrario le sería imposible sostener a una familia, y la raza de estos trabajadores no podría durar más allá de la primera generación. Mr. Cantillon parece suponer, al respecto, que la clase más baja de los trabajadores comunes tiene que ganar, en todas partes, al menos el doble de lo que alcanza para subvenir a su propio sustento, para que, uno con otro, tengan la posibilidad de criar a dos niños; supone que el trabajo de la esposa, en razón de que tiene que ocuparse, necesariamente, de los niños, no basta sino para su propio sustento. Pero se calcula que la mitad de los niños que nacen mueren antes de alcanzar la adultez. Por consiguiente, según este cálculo, los trabajadores más pobres, uno con otro, tienen que intentar la crianza de cuatro niños por lo menos, para que dos de ellos puedan tener igual probabilidad de alcanzar aquella edad. Pero se supone que el sustento necesario de cuatro niños puede igualarse, aproximadamente, al de un hombre”, según reflexionaba en “La riqueza de las naciones” Adam Smith.
Lo que Smith y Richard Cantillon tenían muy en claro en el siglo XVIII, los opositores argentinos al aventurero oficialismo libertario tres siglos después lo tienen muy oscuro. No han tomado nota de que la supervivencia de la nación -y la suya propia como sujetos políticos- dependen de que le encuentren la vuelta a subir los salarios, sin afectar el nivel de precios, sin controles de precios y sin caer en esa grasada barata de culpar a los empresarios y a los supermercadistas del aumento de precios.
Están lejos de eso. Botón de muestra. Un político menor puesto a candidato, que ni siquiera es muy popular entre su familia, haciendo gala de la nula perspectiva electoral, mostró su verdadero rostro y con convicción sostuvo que para superar a los libertarios hay que ser serio y hacer un ajuste “como el que hizo Perón en 1952”. No es que se pasó de boludo. Es lo que es. Eso sí: con estos conservadores reaccionarios de la oposición no vamos a ir ni a la esquina. Mientras continúe esto de ni mu de subir las remuneraciones de los trabajadores, en este escenario global y nacional no es raro que siga imponiéndose el aventurerismo libertario.