Cuando la elite dirigente llama a la heroicidad del pueblo es por la misma necesidad política de justificar el daño que le provoca a los convocados y eventualmente el castigo por no estar a la altura de los acontecimientos. Es el único grado de comparación entre genocidas con proyectos de conquista imperialista mundial, y pigmeos que ignoran que el eje de cualquier gobierno comprometido con la democracia y el crecimiento económico es la integración nacional. Confunden ese objetivo con las más vagas, frívolas y ominosas nociones de equilibrio macroeconómico.
La heroicidad trama el decir presidencial. A mediados de abril del año pasado en el discurso que pronunció en el Foro Llao Llao en la ciudad de Bariloche, el Presidente afirmó que aquel que fuga divisas «no es un delincuente, sino un héroe».
Unos pocos días después, le habló al país para que no afloje en la épica batalla contra el gasto público y su vástago tenebroso: el déficit fiscal. Señaló que “el superávit fiscal es la piedra angular desde la cual construiremos la nueva era de prosperidad”.
Destacó al respecto que “haber logrado ese superávit en Argentina, que ha tenido déficit 113 de los últimos 123 años, habiendo recibido este gobierno un déficit consolidado de más de 15 puntos del producto entre déficit del tesoro y déficit del banco central; y haber ajustado 13 puntos de esos 15 en tan solo tres meses de gobierno, es lisa y llanamente una hazaña de proporciones históricas a nivel mundial”. El resto del año siguió a ritmo de crucero.
Dijo sobre la perspectiva de la “hazaña” que “éste es el último tramo de un esfuerzo heroico que los argentinos estamos haciendo, y por primera vez en mucho tiempo, esta vez el esfuerzo va a valer la pena”. En tanto “nada de todo esto podría ser posible sin el esfuerzo heroico de la mayoría de argentinos que están sufriendo, pero que saben que este es el único camino posible si queremos un futuro mejor para nuestros hijos”.
El 2024 arrojó superávit fiscal y caída del producto bruto mientras lo heroico en el discurso siguió ganando terreno. Curiosa manera de configurar una nueva era de prosperidad argentina.
¿Para qué esta convocatoria a la heroicidad? ¿Qué encanto tiene ser un héroe ridículo, cuya valentía y temeridad provienen de intoxicarse con una indolencia que se pretende falsariamente estoica, frente a las privaciones de la irracional austeridad?
Del Presidente se puede decir que cuando uno compara sus declaraciones de hace aproximadamente un año con las de hace quince atrás, lo que llama la atención es la rigidez de su mente, la forma en que su visión del mundo no se desarrolla. Es la visión fija de un monomaníaco y no es probable que se vea muy afectada por las maniobras temporales de la política del poder.
Imagen y semejanza
“Es fácil decir que en una etapa de su carrera fue financiado por los industriales pesados, que veían en él al hombre que aplastaría a los socialistas y comunistas. Sin embargo, no lo habrían apoyado si él no hubiera impulsado ya la existencia de un gran movimiento. Una vez más, la situación (…) era obviamente favorable para los demagogos, (…) no habría podido triunfar contra sus numerosos rivales si no hubiera sido por la atracción de su propia personalidad”.
“El hecho es que hay algo profundamente atractivo en él (…) Es un rostro patético, parecido al de un perro, el rostro de un hombre que sufre agravios intolerables. De una manera bastante más varonil reproduce la expresión de innumerables imágenes de Cristo crucificado, y no hay duda de que así es como Hitler se ve a sí mismo. La causa inicial y personal de su agravio contra el universo sólo puede adivinarse; pero en cualquier caso el agravio está aquí. Él es el mártir, la víctima, Prometeo encadenado a la roca, el héroe abnegado que lucha sólo contra probabilidades imposibles. Si estuviera matando un ratón, sabría cómo hacerlo parecer un dragón. Uno siente, como Napoleón, que está luchando contra el destino, que no puede ganar y, sin embargo, que de alguna manera lo merece. El atractivo de tal pose es, por supuesto, enorme; la mitad de las películas que se ven tratan sobre algún tema de este tipo”.
“También ha comprendido la falsedad de la actitud hedonista ante la vida. Casi todo el pensamiento occidental desde la última guerra, ciertamente todo el pensamiento “progresista”, ha asumido tácitamente que los seres humanos no desean nada más que facilidad, seguridad y evitar el dolor. En tal visión de la vida no hay lugar, por ejemplo, para el patriotismo y las virtudes militares”.
“En su mente triste lo siente con excepcional fuerza, sabe que los seres humanos no sólo quieren comodidad, seguridad, jornadas laborales cortas, higiene, control de la natalidad y, en general, sentido común; también, al menos de forma intermitente, quieren lucha y auto sacrificio, por no hablar de tambores, banderas y desfiles de lealtad. Independientemente de lo que sean como teorías económicas, el fascismo y el nazismo son psicológicamente mucho más sólidos que cualquier concepción hedonista de la vida. Probablemente lo mismo pueda decirse de la versión militarizada del socialismo de Stalin. Los tres grandes dictadores han aumentado su poder imponiendo cargas intolerables a sus pueblos”.
“El socialismo, e incluso el capitalismo de manera más renuente, no le han dicho a la gente: ‘Ofrecemos pasar un buen rato’. En cambio, les ha dicho: ‘Les ofrezco lucha, peligro’. El resultado es que toda una nación se arroja a sus pies. Quizás más adelante se cansen y cambien de opinión, como ocurrió al final de la última guerra. Después de algunos años de (…) hambrunas, ‘la mayor felicidad para el mayor número’ es un buen eslogan, pero en este momento ‘mejor un final con horror que un horror sin fin’ es un ganador. Ahora que estamos luchando contra el hombre que lo acuñó, no debemos subestimar su atractivo emocional”.
Los párrafos entrecomillados son una intervención a la reseña que George Orwell hizo a una reedición de “Mein Kampf” de Adolf Hitler, publicada en The New English Weekly, el 21 de marzo de 1940.
En la versión original, Orwell reflexiona: “Supongamos que el programa de Hitler pudiera ponerse en práctica. Lo que él imagina, dentro de cien años, es un Estado continuo de 250 millones de alemanes con abundante ‘espacio vital’ (es decir, que se extienda hasta Afganistán o sus alrededores), un imperio horrible y estúpido en el que, esencialmente, nunca sucede nada excepto el entrenamiento de hombres jóvenes para la guerra y la incesante producción de carne de cañón fresca. ¿Cómo fue que pudo transmitir esta monstruosa visión?”.
A falta de Lebensraum (espacio vital), bueno es el Wesentlicher Haushaltsüberschuss (superávit fiscal vital). Ni de lejos ni de cerca es igual de heroico, pero algo es mejor que nada cuando las necesidades políticas son similares, más allá de que los individuos que la titularizan sean tan diferentes. Esa diferencia es establecida por el grado de violencia política que está implícito en uno u otro objetivo. Y eso hace comparables las notablemente distintas experiencias, aunque en el segundo caso del ridículo no se pueda volver. Esperemos que del daño de pobreza por mano propia, sí.
Aquí está disponible el artículo original de Orwell: https://www.penguinlibros.com/ar/revista-lengua/no-ficcion/george-orwell-mein-kampf-adolf-hitler