Para leer el pecado

¿Por qué Saramago decía que el pasado no pasa?. La Enciclopedia francesa. La proclama de la Independencia norteamericana. Y un poco de Borges, Marx, Carpentier. Todo porque pecar es descubrir.

Vaya a saber de qué ardides se valió, pero lo cierto es que lo convenció, y él, sin pensar siquiera que ese minuto era fundador, mordió la manzana.  El fruto prohibido del pecado, del conocimiento.

Si no hubieran mordido la fruta dejando correr su dulce líquido por la boca, por la barbilla, por el cerebro, que es el lugar donde las emociones se convierten en sueños, si no hubiera ocurrido eso, seguiríamos vagando por las praderas africanas, comiendo raíces y, de vez en cuando, algo de carne.

Pero el pecado, el conocer, nos salvó. Claro, porque pecar es descubrir, es sentir, es decir, es existir.

Desde entonces, lo prohibido nos hizo humanos. Leer los libros negados, ocultos y condenados nos permitió avanzar hasta apropiarnos del planeta. Y conservar la memoria y reproducirla, que es la otra cara de vivir porque, como dice el Nobel José Saramago: “Si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, en ese sentido somos de papel, somos papel donde se escribe todo lo que sucede antes de nosotros, somos la memoria que tenemos”.

Los británicos del siglo XVIII cargaban de onerosos timbres los periódicos para que los pobres no los leyeran. Es lógico, entonces, entender que la democracia en Gran Bretaña, estuviera basada, en cierta Carta enviada a los poderosos.

Y en Francia, fue la Enciclopedia, ese magnífico intento de reunir en un gigantesco libro todo el conocimiento, la que inauguró la revolución de los iguales, de los fraternos y de los libres y que daría las luces para que al otro lado del Atlántico Thomas Jefferson escribiera en la proclama de la Independencia: “nosotros, el pueblo…”.

Y desde entonces, no hay transformación en nuestras sociedades que no esté basada en la lectura de esos dos primos hermanos incestuosos que son la literatura y el periodismo.

Por obtener ese conocimiento, ese fruto de árbol prohibido, Fausto vendió su alma al diablo, pero Carlos Marx fue más allá al proclamar que había que “conocer para transformar”.

El otro poeta ciego, Jorge Luis Borges dijo: “He cometido el mayor de los pecado, no fui feliz”.

Dicen que la frase es apócrifa. Ni modo. Lo mismo dijeron de la obra de Homero.

Al influjo de las ideas de lo que el cubano Alejo Carpentier llamó el siglo de las luces, Louis de Saint-Just diría: “la revolución debe detenerse solo en la felicidad”, para lo que él proponía el uso continuo de la guillotina, no en vano fue el hombre del terror. Y así, la revolución basada en la razón, se fue devorando a sus hijos. Igual pasaba cuando los fanáticos encendían hogueras de libros prohibidos como si el pecado o si preferimos los pecados, pudieran desaparecer en medio de las llamas.

De nada serviría pues, cual manzanas listas para la cosecha y el degustar de los transgresores. Así el conocimiento, que no admite cadenas ni purgas, se reproduce porque, como la fruta prohibida, en su seno está el cargamento de semillas, la garantía de que seguiremos pecando como Dios, o los dioses o la diosa, manden.

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