El 24 de febrero de 2022 es recordado como el día en que se inició la denominada “guerra en Ucrania”. Pronto se cumplirán tres años. Sin embargo, este hito que irrumpió condensa en su seno un camino sinuoso y plagado de acechanzas.
Antes de meterse con la guerra entre Rusia y Ucrania 1 conviene hacer un poco de historia. En Ucrania transcurría el año 2013 cuando se suscitaron una seguidilla de episodios orquestados por los Estados Unidos y Europa, que se cristalizaron en meses de protestas en las calles. Finalmente, estos sucesos devinieron en una planificada crisis política que, como no es de extrañar, derivó en un golpe de estado contra el por aquel entonces presidente Viktor Yanukovich. Este último, con una postura equidistante en relación a Europa y Rusia, había alcanzado la más alta magistratura en el año 2010 a partir de una elección popular, en la cual obtuvo el 52 por ciento de los votos, y que fue considerada respetuosa de las reglas democráticas.
Si nos preguntamos por las causas del golpe de estado urdido por el Departamento de Estado norteamericano, la respuesta la encontraremos en la percepción por parte de las potencias occidentales de Yanukovich como un escollo para concretar la expansión de la influencia estadounidense y europea sobre esas tierras.
Teniendo en cuenta que, luego de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), bajo el Estado ucraniano quedaron englobados distintos grupos étnicos -entre ellos, los rusoparlantes, al este del país- y como consecuencia de la polarización de la sociedad ucraniana, el fogoneo de las fuerzas centrífugas finalmente se cristalizó en una guerra civil.
Este proceso condujo a la autoproclamación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, así como también la declaración de independencia de la República Autónoma de Crimea -el 11 de marzo de 2014- y su posterior anexión a la Federación de Rusia2. Los intentos de Rusia de encontrar una salida pacífica y diplomática a la guerra del Donbás – volcados en los acuerdos de Minsk I3 y Minsk II4– finalmente no encontraron terreno fértil. Si bien se había acordado un alto al fuego, las tratativas para poner fin a los combates fracasaron al poco tiempo.
Para hallar las razones profundas de los EE.UU. y aliados para intentar incorporar a Ucrania a la OTAN, y por el otro lado, de la Federación Rusa para defender sus intereses geopolíticos, es necesario viajar en la historia y encontrar los primeros pasos de la disputa en las negociaciones de posguerra. De manera obligada debemos sobrevolar la Guerra Fría, la caída de la URSS, el surgimiento como líder de Vladimir Putin y el comienzo de una nueva etapa en la historia rusa.
La guerra fría: el mundo bipolar
Dentro del marco de las negociaciones de posguerra, la URSS y los EE.UU. habían acordado las que serían sus respectivas áreas de influencia y encontraron un punto de equilibrio que, aunque desigual, se configuró como indiscutido (Hobsbawm, 1998, p. 230 y 231)5. Ya en la inmediata posguerra podemos descubrir los primeros rastros de la Guerra Fría. A este largo período, podemos dividirlo en dos etapas; en la primera, que se encuadró entre los años 1945 y 1960, podemos evidenciar el explícito antagonismo entre dos sistemas sociales antitéticos, el capitalista y el socialista.
Este escenario de disputa se cristalizó en la creación de una alianza militar internacional, conocida como OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), en 1949. Además, se recrudecieron las políticas de discriminación comercial, que eran aplicadas a los países pertenecientes a la órbita socialista. EEUU no solo se negó a comerciar con la URSS y otros países pertenecientes al mismo campo ideológico, sino que también intentó grabar este curso de acción en sus aliados. Así, lograron sumar a esta política discriminatoria a la mayoría de los países capitalistas desarrollados, utilizando de modo condicionante la dependencia económica de aquellas naciones construida durante los años posteriores a la guerra, a partir del Plan Marshall6.
La conferencia de Helsinki y el acuerdo de Malta: “ni una pulgada más hacia el Este”
Durante el proceso de reducción de las tensiones de la Guerra Fría, como consecuencia de la distensión Este-Oeste, tuvo lugar la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa – también conocida como Conferencia de Helsinki-, gracias a la cual en el año 1975 se firmó el acta homónima.
En el cuerpo del acta, los países occidentales autorizaron la inclusión de una serie de cláusulas, las cuales hacía años eran pretendidas por Moscú. Éstas reconocían los principios de intangibilidad de las fronteras y el respeto de la integridad territorial – asumiendo de este modo la división de Alemania y las incorporaciones territoriales de la URSS en Europa Central y Oriental durante la posguerra. Como contraprestación, el costado soviético se comprometía a respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Otro de los acuerdos a resaltar, ya dentro del contexto de posguerra fría, es el acontecido en Malta en diciembre de 1989, del cual fueron protagonistas George Bush y Mijaíl Gorbachov. En el mismo se acordó la incorporación de Alemania Oriental al área de influencia de la OTAN, y al mismo tiempo, se estableció un concepto: “ni una pulgada más hacia el Este”. Según este acuerdo, EE.UU. se comprometía a no avanzar más en Europa. Pacto que, finalmente, será incumplido por las potencias atlantistas.
Tras el colapso del muro de Berlín, y habiendo abandonado la confrontación ideológica, los dirigentes de Europa Occidental construyeron en su mente una nueva imagen: un continente ampliado y más autónomo de la tutela que hasta ese momento había ejercido EE.UU. Una vez alcanzada la forzada reconciliación, el objetivo de los principales líderes europeos era lograr un sistema de seguridad extendido, es decir, que alcanzara a la Alemania ya reunificada y a Rusia.
Uno de los más visibles exponentes de esta postura fue el por entonces presidente de Francia, François Mitterrand (1981-1995). En paralelo, Mijaíl Gorbachov, el último líder soviético (1988-1991), inspirándose en la corriente de pensamiento ruso denominada occidentalista, concebía a Rusia también como parte de la civilización europea, y consecuentemente albergaba deseos de retornar a ese hogar.
En la década de los ‘90 comenzaron a sonar cantos a favor de la expansión de la OTAN hacia el Este. Considerada por los rusos como su zona de influencia, y habiendo sido así reconocida por los propios países occidentales con el Acta de Helsinki y el Acuerdo de Malta, una vez que Gorbachov aceptó la reunificación de Alemania y su entrada en la organización atlantista, se dio inicio al avance occidental, lo que constituyó una clara provocación y un acto más de humillación para la ya derrotada y aparentemente difunta contraparte, la URSS.
Al caos identitario y la descomposición económica y social causada por el recientemente implantado neoliberalismo al estilo ruso, se sumaba esta humillación y el desafío a lo previamente acordado. Finalmente, en 1999 las amenazas se hicieron realidad y al término de las contradicciones ideológicas no sobrevino un trato entre pares, sino un intento de sometimiento al perdedor de la Guerra Fría. En ese año se produjo la primera expansión de la OTAN al Este europeo, con la incorporación de Hungría, Polonia y República Checa. Además, se advirtió que ese proceso continuaría. Definitivamente, los remotos sueños de una parte de la élite rusa de ser invitados a la gran mesa europea se vieron interrumpidos por un violento despertar.
¿Por qué para Rusia es importante geopolíticamente el Este europeo?
En los años ‘90, humillada como nación y debilitada por el caos económico y social, Rusia no disponía de medios suficientes para defender sus intereses geopolíticos. Ese estado de debilidad se insinuó a los ojos de las potencias occidentales como momento oportuno para avanzar sobre ese gigante territorial, demográfico y especialmente rico en recursos naturales.
Habiendo concretado la aspiración de liquidar a la URSS (1991), un año después de la disolución del Pacto de Varsovia (1990), la fragmentación de los Estados que otrora habían sido miembros del gigante soviético y la expansión de la OTAN hacia los países del Centro y Este, EE.UU. no se vio satisfecho, y como suele suceder, fue por más. Ese apetito se volcó de manera ordenada en una estrategia diseñada en los tiempos de Ronald Reagan (1981-1989) -ideada por un think tank estadounidense neoconservador-, que se configuró a largo plazo bajo el alias “Project for a New American Century”.
En el marco de este proyecto se estableció como objetivo invadir países ricos en gas natural y petróleo y, por supuesto, apropiarse de estos recursos. Dentro de la planificación estadounidense uno de los objetivos no alcanzados es lograr el aislamiento y la “balcanización” de la Federación de Rusia: gigante en términos territoriales y dueña de abundantes recursos naturales, entre ellos, los codiciados gas natural y petróleo.
En base a este análisis, el gobierno ruso intentó y concretó por un largo tiempo relacionarse y cooperar con Europa, principalmente a través de la exportación de recursos energéticos. Esta interesante construcción geopolítica, que utiliza el gas natural y el petróleo como medios de acercamiento y que brindó a Rusia hasta cierto momento seguridad, se vio interrumpida por la amenaza de la OTAN de incorporar a Ucrania. Con este accionar se rompieron las conexiones que se habían construido a nivel comercial –de la cual se beneficiaban tanto los europeos como el pueblo ruso-, y hoy continúan buscando –aunque todavía no han podido lograrlo- instalar bases militares norteamericanas a la vera de la frontera rusa, con la amenaza que esto significa para la existencia del país.
Este contexto condujo a la guerra en Ucrania y a una seguidilla de amenazas entre la OTAN y un nuevo bloque emergente de países: los BRICS, que tiene como sus principales líderes a China y Rusia. Es que la guerra en Ucrania, además, encuentra su razón de ser -dentro del marco de un mundo multipolar- en la lucha por mantener una hegemonía en descomposición, es decir la estadounidense. Ante éste revival de los enfrentamientos indirectos entre potencias, propio de la Guerra Fría, queda claro que EE.UU. quiere impedir que Rusia recupere su status de superpotencia y, al mismo tiempo, mantener la subordinación de Europa.
A pesar de estos intentos, nada se encuentra garantizado, y mientras exista la historia, el final se encuentra en disputa y abierto.
Politóloga y abogada (UBA), y magister en Historia Económica y de las Políticas Económicas (FCE-UBA). Especialista en la URSS y Rusia. Docente en la UNAJ (Universidad Nacional Arturo Jauretche).
Notas
- Desde el lado ruso se lo llama “operación militar especial”. La operación militar especial de Rusia en Ucrania tiene por objetivo salvar las vidas y proteger la integridad física, psicológica y cultural de los civiles en la región de Donbás, quienes a lo largo de los últimos 8 años han sido objeto de abusos y maltratos por parte de las autoridades ucranianas. ↩︎
- Teurtrie, D. Ucrania, ¿por qué la crisis? edición 2472 – febrero 2022. Artículo publicado en “Le Monde Diplomatique”. ↩︎
- Minsk I fue firmado en Bielorrusia por representantes de Ucrania, de la Federación de Rusia, la República Popular de Donetsk y Lugansk el 5 de septiembre de 2014. ↩︎
- Minsk II fue un acuerdo firmado el 12 de febrero de 2015, con la presencia de gobernantes de Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, también en territorio perteneciente a Bielorrusia. ↩︎
- Hobsbawm, Eric (1998) Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Argentina: Crítica. ↩︎
- Como reacción defensiva a la OTAN, en mayo de 1955 nació el Pacto de Varsovia. En virtud de este acuerdo, en caso de ataque armado contra un estado partes, el resto le prestaría asistencia inmediata, apelando al derecho de autodefensa individual o colectiva. Además, es importante subrayar el mensaje grabado en el artículo 11, el cual sugería que el nacimiento y la supervivencia del Pacto de Varsovia -y de las instituciones creadas en consecuencia- encontraban su razón de ser en la existencia de la OTAN. ↩︎