El paraíso libertario es atrasar la Argentina 80 años

El verdadero objetivo de la batalla cultural emprendida por los libertarios es llevar a la Argentina al lugar donde estaba antes de 1945. La proporción de los ingresos que los trabajadores gastan en alimentos dice mucho sobre el poder adquisitivo de sus salarios, en tanto hoy en día el principal factor de bloqueo de los países periféricos es su propia pobreza. La expresión política de las mayorías nacionales se juega mucho en esta parada. Debe sí o sí rehacer el poder de compra de los salarios para asegurar su legitimidad política. Tampoco la puede perder por el golpe inflacionario que supone subir los salarios. Y en ese intríngulis está la clave para desatar la aceleración del proceso de desarrollo.

En este mundo alucinado donde corren bytes y desparecen millones de dólares estafados en nombre de cripto, donde durante un bienio la bolsa más grande del mundo no para de ganar y luego se estanca o baja. En fin, donde prima el valor de cambio (lo que valen las cosas) por sobre el valor de uso (la cantidad de cosas), el clavo en el zapato de la vida material sigue haciendo su trabajo de recordar a través del pinchazo lo que no puede ser olvidado.

El buen comportamiento de un sistema económico como el nuestro y su eficacia pueden medirse en los titulares de los medios como hazañas o estropicios de la riqueza abstracta. Pero a la hora de la verdad lo que talla es la riqueza real, o sea la de la cantidad de bienes a disposición. Es ese cúmulo de sustancias -cuando son suficientes- la que permite que la vida de los ciudadanos de a pie y sus familias se produzca y reproduzca. Cuando escasean significa que se vino la noche para la sociedad civil que padece la desgracia. Empezando por el salario, todo lo atinente a ese proceso engloba el concepto de vida material.

El entrevero de las categorías capitalismo, mercado y vida material, tan caras al historiador francés Fernand Braudel, con la realidad de un mundo que marcha al ritmo del desarrollo desigual- el centro sigue yéndose para arriba y la periferia en paralelo va para atrás- ponen en negro sobre blanco las razones para estar fundamentalmente atentos a los avatares del crecimiento económico. 

Además, la vida material está hecha percha en la Argentina. Es también por eso que los distintos sectores y clases sociales que conforman la mayoría nacional necesitan que su expresión política ponga mucho énfasis en el desarrollo. Con caridad no se sale del pantano de la subsistencia. Con el crecimiento a marcha forzada del producto bruto –adecuadamente e igualitariamente distribuido- sí.

La economía nacional

Braudel caracteriza que “una economía nacional es un espacio político transformado por el Estado; en razón de las necesidades e innovaciones de la vida material, en un espacio económico coherente, unificado y cuyas actividades pueden dirigirse juntas en una misma dirección”.

La prédica libertaria contra el Estado es un sinsentido. En rigor: una engañifa. No van contra el Estado porque no pueden ir contra el Estado, dado su existencia como regulador de la vida de la sociedad civil. Van contra la dirección política que asumió el Estado desde 1945. Van contra la transformación de ese espacio político en función de la vida material digna de las mayorías nacionales.

Y lo que era cierto para el capitalismo de 1945 lo es ahora, pese a los enormes cambios ocurridos. Las innovaciones de todo tipo ocurridas desde entonces no han alterado en lo más mínimo la naturaleza del capitalismo. Braudel deslinda que “capitalismo no engloba a toda la economía, a toda la sociedad que trabaja; nunca las encierra a ambas dentro de un sistema, el suyo, que sería entonces perfecto: la tripartición de: vida material, economía de mercado, economía capitalista (esta última con enormes añadidos)-conserva un sorprendente valor actual de discriminación y de explicación”.

Cuando se habla de capitalismo en este enfoque, entonces, se menta sobre las más grandes corporaciones, los más grandes sindicatos, de los grandes protagonistas de la economía y finanzas globales. Con buena inteligencia, Braudel aplica el concepto mercado para las operaciones económicas y empresas de mínimo porte. Ahí hay cierta competencia porque no tendría mayor sentido inhibirla. En cambio, tanto en el capitalismo como en la vida material los precios surgen de acuerdos políticos históricos. La competencia le es ajena, apenas un mito reaccionario que la va de simpático. 

Esta realidad así vista y contada, por supuesto, no tiene nada que ver con el relato que hacen los libertarios acerca del papel central que le asignan al mercado, para justificar la más grosera intervención estatal en los asuntos económicos. Particularmente su empeño en bajar los salarios para –en lo inmediato-, contener la tasa de inflación y a media y largo plazo cambiar algunas bases culturales argentinas. 

Mucha sanata, mucho verso, con eso de frenar la emisión (lo que no es posible porque el dinero se acomoda a los precios y no a la inversa como dicen estos pelafustanes monetaristas y basta ver al respecto los números del Banco Central) pero la realidad de los costos se impone. El nivel general de precios bajó el ritmo de su alza tras el control del dólar vía carry trade y la contención paritaria de los salarios. Verdad, la renta inmobiliaria, las tarifas de los servicios públicos y la presión de los costos por la falta de escala fueron en sentido contrario, pero por lo visto siempre se puede macanear impunemente con el rollo del superávit fiscal.

A mediano y largo plazo ganar la manida “batalla cultural” para los libertarios implica que los argentinos acepten los salarios y las perspectivas de los salarios anteriores a 1945. El siguiente cuadro nos da una idea acabada de cómo sería esa vida de mierda que proponen para la familia argentina promedio estos cripto libertarios.

El cuadro es tosco. No se olfatea que un mayor refinamiento cambie su mensaje. En todo caso, lo que vale son los órdenes de magnitud. Esos órdenes muestran a las claras lo lejos que estamos del mundanal ruido. El Paraíso que proponen los cripto libertarios supone que bajamos el consumo de calorías. La categoría que denominamos “espacio del salario”, todo lo que queda después de pagar la canasta alimenticia, sería más baja aún, lo cual nos ubica, incluso, muy alejados en el retroceso de 1945 pero sin el consumo de proteínas de esas épocas.

Ese es el verdadero sentido de la “batalla cultural” libertaria, que a decir verdad profundiza tendencias nefastas que se despertaron con la economía política de la masacre de 1976 y que la restauración de la democracia no desmintió, salvo entre 2003 y 2015.

La historia

La historia demuestra que no es nada fácil cambiar las bases de la vida material, particularmente cuando ni la tecnología ni los recursos disponibles, resultan un impedimento. Se trata de una tarea política de primera magnitud que debe hacerse cargo, también, de asimetrías históricas entre países.

Al fin y al cabo, hoy en día el principal factor de bloqueo de los países periféricos es su propia pobreza. De hecho, eso es lo que los vuelve explotables al nivel de los términos del intercambio. Ahí es donde se localiza el problema de la ausencia de mercados suficientes en los países periféricos. Contrariamente a una visión convencional de las cosas, el capital –de donde venga, imprescindible para el desarrollo- no es atraído por los bajos costos de producción si, en cambio, por los altos niveles de venta. El mundo va para un lado, la cabeza libertaria para otro, poblado de fantasías reaccionarias. 

Con relación a las asimetrías históricas entre países valga tener presente que Eric Jones, un historiador de la economía de renombre, afirma que los salarios reales en Europa «tendieron a ser altos al menos desde el siglo XIII, en comparación con la India, incluso en el siglo XX». Los salarios monetarios durante la era pre-industrial fueron mucho menores en Asia que en Europa. De acuerdo a los directores de la Compañía de las Indias Orientales, en 1736 los salarios monetarios franceses eran seis veces su valor en la India. Braudel documenta que para la misma época los salarios británicos eran todavía mayores.

Los economistas clásicos Adam Smith y Thomas Malthus, consideraban tal asimetría en las remuneraciones del trabajo como la prueba de las condiciones miserables de vida en Asia. Algunos autores actuales discrepan aduciendo que los salarios monetarios más bajos no tienen que diseminar la miseria, ya que esto también se traduciría correspondientemente en menores precios de alimentos y manufacturas. Eso es cierto, pero una cosa no lleva a la otra. Los salarios horribles causan precios de morondanga. Para que precios bajos causen salarios bajos tendrían que ser los precios los que determinan los salarios. Y es exactamente al revés. Smith y Malthus tenían razón.

No obstante Fernand Braudel observa que el indio «tejedor, sin duda, tenía dado un cierto margen de maniobra: recibía su anticipo en dinero (no, como en Europa, en materiales), y siempre podía recurrir directamente al mercado, algo no abierto a los trabajadores que operaban en el Verlagssystem. Es más, podía siempre renunciar, cambiar su lugar de trabajo, incluso ir a la huelga y dejar el telar para volver a la tierra o alistarse en el ejército». Los trabajadores indios perdieron la mayor parte de estos derechos cuando la India fue colonizada por los británicos.

Además, aunque los salarios en granos de cereal sean un buen indicador de los salarios reales si los trabajadores están gastando una gran parte de sus ingresos en granos, dejan de serlo si el precio de las manufacturas en términos de granos varía ampliamente entre países. Para comprobar eso el historiador Robert Allen estimó el poder adquisitivo de los salarios en Europa y Asia para una cesta de bienes de consumo. 

Allen calculó que el salario real de los trabajadores agrícolas indios en 1600 eran 10% más altos que en Inglaterra, y 21% por debajo de los del norte de Italia. En 1750, dado un mismo salario en China y Japón ambos eran 18% inferiores a los de Inglaterra, y 10 % inferiores a los del norte de Italia. Por otra parte, los salarios reales urbanos en los centros comerciales del noroeste de Europa-que se mantuvieron en la cima que había alcanzado después de la Peste Negra-estaban por encima de los salarios en la India y China. Por cierto más de un historiador italiano comprobó que los salarios en el norte de Italia a principios del siglo XIX eran similares a los del Imperio Romano. 

Los estudios hechos sobre el Imperio Otomano sugieren que los salarios reales de los trabajadores de la construcción -calificados y no calificados- eran al menos tan altos como los salarios en París, Valencia, Leipzig y Varsovia, y sólo marginalmente por debajo de los salarios en Viena. A su vez, todas estas ciudades quedaban detrás de Londres, Amberes y Ámsterdam, por un margen de alrededor de dos a uno. Además, los salarios reales en Estambul, superando la tendencia de muchas partes de Europa, mantuvieron su posición entre 1600 y 1800.

El pan nuestro de cada día

Como el cuadro del espacio salarial lo manifiesta la proporción de los ingresos que los trabajadores gastan en alimentos puede decirnos mucho sobre el poder adquisitivo de sus salarios. Y esto también es histórico. 

La evidencia de una variedad de fuentes del siglo XVIII en Gran Bretaña indica que los trabajadores británicos, ciertamente no en peores condiciones que los trabajadores de Europa continental, aún gastaban una gran parte de sus ingresos sólo de pan. A eso quieren llevarnos –objetivamente- los libertarios hoy aquí en la Argentina. 

Respecto del pan en la economía británica durante la Revolución Industrial, el historiador Christian Peterson señala que, «el pan era abrumadoramente la comida principal, por lo general representaba entre el 40 y el 80 % o más de los ingresos semanales, de acuerdo con las circunstancias familiares y el precio vigente de la hogaza».

Y una cosa más de plena actualidad .y realmente importante desde la perspectiva histórica del cereal. Los clásicos concebían los precios como centros de gravedad, objetivamente determinados por la lucha de clases vía la fijación del salario, como un precio anterior a todos los restantes, siendo la ganancia el residuo que queda una vez que se dedujeron del excedente las remuneraciones. Los precios efectivos del mercado oscilan alrededor de esos centros de gravedad, por así decirlo. 

Son naturalmente estables, salvo que una clase dirigente alocada se decida a jugar a los dados con los salarios. Ese comportamiento irracional es propio de buena parte de la dirigencia argentina –por acción u omisión- y tiene sus consecuencias en la vida material que abarca generaciones. 

La economista Dora Costa, que trabajara largamente con el Nobel Robert Fogel, en un muy reciente paper titulado “La economía, el fantasma en tu gen y el escape de la mortalidad prematura”, en coautoría con los académicos Lars Olov Bygren, Benedikt Graf, Martin Karlsson y Joseph Price, sostiene que “Las explicaciones para el escape de Occidente de la mortalidad prematura se han centrado en la desnutrición crónica o los ingresos y en la salud pública o la capacidad del Estado. Sostenemos que al ignorar los efectos multigeneracionales en los antepasados de la variación en las cosechas, estamos subestimando la contribución del crecimiento económico moderno al escape de la muerte temprana a edades más avanzadas”. 

Costa et al dicen que “El pasado era un lugar peligroso. En Europa, antes de la década de 1780, la mayoría de los hogares obtenían sus ingresos de la agricultura y las malas cosechas locales provocaban brotes de hambruna debido a la baja productividad agrícola, el almacenamiento limitado, los altos costos de transporte y las barreras comerciales dentro de los países (…) Incluso después de la eliminación de la mortalidad por crisis, la variabilidad interanual en la producción de alimentos siguió siendo alta durante todo el siglo XIX (…) La variabilidad de las cosechas sigue siendo un problema en los países en desarrollo donde los pobres son particularmente vulnerables , y se ha convertido en una preocupación en los países desarrollados debido al cambio climático. A su vez, la alta incertidumbre económica se ha vinculado a la baja actividad económica”. 

Costa et al utilizó un conjunto de datos multigeneracionales para estudiar cohortes de nacimiento cuyos abuelos llegaron a la edad adulta cuando el alcance de la adaptación al mal tiempo y las malas cosechas era limitado. Estas cohortes experimentaron los aumentos de la longevidad en edades más avanzadas de los siglos XIX y XX, la disminución de las tasas de enfermedades infecciosas y la epidemia de enfermedades cardiovasculares de la primera mitad del siglo XX.

Con esos datos demostraron que “la longevidad de los nietos estaba fuertemente vinculada a los shocks espaciales en la variabilidad de la cosecha anual de los abuelos paternos cuando la productividad agrícola era baja y la integración del mercado era limitada. Razonamos que un mecanismo epigenético es la explicación más plausible para nuestros hallazgos. Postulamos que la eliminación de las barreras comerciales, las mejoras en el transporte y la innovación agrícola redujeron la variabilidad de las cosechas. Sostenemos que (…) entre 1830 y 1909 esta reducción fue tan importante como la disminución de las tasas de enfermedades infecciosas contemporáneas y más importante que la eliminación de la exposición a la mala calidad de vida”. 

La expansión y Lenin

A fines del Siglo XIX se produjo una formidable expansión de sus propios mercados internos en los países industrializados los que les habilitó todas las oportunidades de inversión necesarias en el interior mismo de sus fronteras. Lenin escribió en 1917el folleto “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Señala Lenin que «El capitalismo es la producción mercantil en su más alto nivel de desarrollo: decenas de miles de grandes empresas lo son todo, y millones de pequeñas empresas no son nada». Además «Lo que caracterizaba al antiguo capitalismo, en el que reinaba la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo actual, en el que reinan los monopolios, es la exportación de capitales». 

Eso es incorrecto en dos aspectos. El capitalismo siempre fue un negocio de paquidermos. Desde siempre lo pequeño es horrible para el capitalismo realmente existente. Así mismo el movimiento de capitales expandió el capitalismo al menos desde el siglo XV. Cuando Lenin escribió eso, el capitalismo de los países desarrollados ya no necesitaba expulsar capital para sortear una crisis. Devinieron ricos porque fueron capaces de absorber todo su excedente disponible, incluso una parte del que era generado en la periferia, producto de que la lucha de clases había elevado el poder de compra de los salarios.

Por otra parte, los países subdesarrollados no solamente son más pobres por ofrecer pocas perspectivas atrayentes para la inversión de ese mismo capital, sino que bastantes más pobres por verse obligados a colocar en Eurodólares una parte de su flaco excedente nacional. No hay suficiente oportunidades internas de inversión. 

La reversa de esa dinámica que Lenin advirtió de su raigambre cuando ya no tenía más relevancia, tuvo lugar a fines del siglo XIX. Fue la que fracturó al mundo en un centro y una periferia e hizo que se perpetuara y se reprodujera por su acción recíproca. La recaída del imperialismo en esa práctica de expatriar capital en las últimas dos décadas y media expandiendo China fue y es innecesaria, pero no está dicho que sacar la pata del lazo –con todo lo posible que es- sea fácil. No por los chinos, sino por las propias contradicciones internas norteamericanas. 

El movimiento nacional se juega mucho en esta parada. Debe si o si rehacer el poder de compra de los salarios para asegurar su legitimidad política. Tampoco la puede perder por el golpe inflacionario que supone subir los salarios. Y en ese intríngulis está la clave para desatar la aceleración del proceso de desarrollo, siempre y cuando se cuente con el instrumento político idóneo.

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