Trump y el síntoma de la crisis constitucional. A ese despelote se suman las idas y vueltas en el reordenamiento de la economía propia –vía proteccionismo y desplume del gasto público- y la relación pendenciera con la economía mundial. El enfrentamiento Bannon-Musk. Los republicanos quieren volver a suburbia. Los demócratas también. El candonga ideológico del libre mercado inhibe a ambos.
A causa del espíritu que en general enmarca y promueve el accionar de la administración Trump, amplios sectores de la sociedad norteamericana recelan que el POTUS 47 se va a almorzar el sistema legal. Ocurre que entre otras cosas el ahora atacado sistema legal lo sentenció antes de asumir por un tormentoso entrevero con una trabajadora sexual. Y eso que la Corte Suprema lo exculpó del bochornoso asalto de sus partidarios al Capitolio, acontecido sobre el filo del final de su primera presidencia.
La bronca ahora de Trump es porque varios jueces dejaron sin efecto –por inconstitucionales- algunas medidas emblemáticas decretadas por el POTUS 47. A ese despelote se suman las idas y vueltas en el reordenamiento de la economía propia –vía proteccionismo y desplume del gasto público- y la relación pendenciera con la economía mundial.
Hay mar de fondo. ¿Pero qué correntadas se mueven ahí? Lo sepa o no el republicano Trump, lo quieran o lo deploren sus intelectuales más cercanos, ciertos indicios sugieren que su destino viene marcado por la paradoja de dar un giro de 180 grados en la política económica interna (independientemente de lo que haga finalmente con los aranceles) hacia el país que edificó el demócrata Franklin Delano Roosevelt. No va a ser el POTUS 47 el que deje en ridículo a la astucia de la Razón.
Esto puede lucir imposible, fuera de escala, del tipo “¿Con Trump? De ninguna manera”. Las observaciones de esas subjetividades no hacen al hecho objetivo del conflicto en marcha y su desenlace. Su paso por la historia y su paso a la historia confluirán hacia un olvido incómodo y nada grato. Solo se lo recordará para que los púberes aflojen con comer tanto chocolate y caramelos. Es una variante. La otra, es que digirió el sapo entonado con convicción el Himno a la Alegría.
Especular sobre las probabilidades de cada una, pinta como un juego fácil, pero que hace perder de vista de que si queda empantanado en la primera alternativa, por la propia lógica de la tradición reaccionaria populista, está para ser flor de un día. Más tarde o más temprano, el país del New Deal que surgió de las cenizas de ese valle que era tan verde, que se alimentó con las uvas de la ira, estará en condiciones de sentar sus reales. Que lo haga es otra cosa.
La historia del aislacionismo
Si no que lo diga el aislacionismo. El nacionalismo populista reaccionario, la tradición política en la que se inscribe y de la que emana Trump, no se agota en practicar la fe aislacionista, hasta donde eso es posible –aun para el mastodonte norteamericano- en el mundo tal cual es.
Huelga recordar uno de los episodios representativos del aislacionismo fue el protagonizado por el senador Henry Cabot Lodge y el presidente Woodrow Wilson. La Sociedad de Naciones (el germen de lo que después se constituyó en Naciones Unidas) fue una iniciativa de Wilson. El 28 de febrero de 1919, Cabot Lodge inició una ofensiva contra la propuesta de establecer una Sociedad de Naciones.
El Congreso finalmente declaró el fin de la guerra en una resolución conjunta adoptada el 2 de julio de 1921 sobre el Tratado de Versalles y le dijo adiós a la Sociedad de la Naciones, que quedó aguardando su momento. Veinticuatro años después, hacia finales de la Segunda Guerra, el 26 de junio de 1945 se firmó la Carta de San Francisco, documento fundacional de la ONU.
Cualquier similitud con lo que hace Trump con las Naciones Unidas no es un mero accidente. Pero esta convicción aislacionista no lo exime de entrar en contradicción con aspectos clave del nacionalismo reaccionario.
Bannon versus Musk
Posiblemente los serios encontronazos entre el estratega electoral de la ultraderecha Steve Bannon y Mc Pato Elon Musk, al que de un tiempo a esta parte lo vienen motejando como el “Presidente en la sombra” (shadow President), sinteticen bien estas contradicciones.
A mediados de febrero, en una entrevista con The New York Times, Bannon subrayó que entre él y Musk había diferencias fundamentales. “Sigue sin ser un nacionalista populista: él es un globalista”, caracterizó Bannon a McPato. “Entre él y yo hay un abismo probablemente insalvable” remachó.
En el mismo medio, a principios de marzo, a raíz de la áspera pelotera en la Casa Blanca entre los miembros del gabinete de Trump y Elon Musk, por los ganchos cercenadores que estaba metiendo en el gasto público –lo que afectaba seriamente la gestión-, se consigna que “uno de los máximos aliados del presidente se sumó rápidamente a las críticas. Bannon que ya ha tildado a Musk de “intruso”, “parásito inmigrante ilegal” y de ser “una persona realmente mala”-, ahora dio a entender que el hombre más rico del planeta es un lastre para Trump”.
Musk y China
Llovido sobre mojado este viernes el mismo New York Times, informa que Elon Musk, director ejecutivo de Tesla al mando de DOGE, la agencia que mantiene a los empleados federales eludiendo las cartas de despido, fue invitado a visitar el Pentágono por el secretario de Defensa, Pete Hegseth. Allí será parte del selecto auditorio que escuchara la presentación Hegseth sobre los planes de guerra para un conflicto militar entre Estados Unidos y China, conocido como O-plan.
El Times señala que el director de Tesla y contratista del gobierno, fue quien solicitó la sesión informativa, incluyendo qué objetivos serían atacados si la situación se intensificara. Musk, quien dirige Tesla y SpaceX y Starlink –que son empresas contratistas de Defensa- y tiene importantes inversiones financieras en China, abre el debate si debería estar al tanto de secretos de Estado del tipo de cómo Estados Unidos podría librar una hipotética guerra con China. Cabe destacar que la Casa Blanca ha declarado que en cualquier circuentancia Musk se recusará en caso de que asomen tales conflictos de intereses.
Tras conocerse la noticia, el presidente Trump y funcionarios de la administración negaron que la sesión se centrara en los planes de guerra contra China: «Ni siquiera se mencionará ni se hablará de China», escribió Trump en Truth Social. El Wall Street Journal confirmó –posteriormente- que Musk recibiría información sobre el tema.
Esto seguramente azuzará las cuitas del sector de Bannon. En la nota reseñada del Times de principios de marzo se cita a Raheem Kassam, un aliado cercano de Bannon y editor en jefe de The National Pulse, un sitio de noticias de derecha, manifestando que el estratega electoral “Mira hacia el futuro y dice: Ojo, que acá hay un extranjero ateo, amoral, irresponsable y alineado con el Partido Comunista de China (se refiere a Musk), que en algún momento podría quedar como líder del movimiento MAGA (…) y creo que tiene razón en expresar su preocupación como lo está haciendo”.
La vida en suburbia
Recesión en ciernes, la bolsa que va a los tumbos, el dólar que se devalúa y tiene a mal traer a los inversores globales, el ojo por ojo diente por diente en asuntos de comercio internacional son síntomas de una cuestión de fondo que viene dada por el hecho de que el sueño dorado republicano de que los ciudadanos vuelvan a vivir en la suburbia de los años ’50, en un Truman show en que florezcan las American Beautys en jardines bien cuidados por Edward Scissorhands, entra en abierta contradicción con esa idea malparida –muy del folklore republicano- de Estado chico y pagar menos impuestos. Incluso, si el objetivo liminar es devolver salud y más vida como moneda mundial al dólar, no se ve como eso se lograría estropeando el alcance del Estado norteamericano, con la engañifa de hacerlo más “eficiente”.
Buen ejemplo de todo este berenjenal es la prédica del economista conservador Oren Cass. Saltó a la fama cuando en 2018 publicó el ensayo “The Once and Future Worker” (El trabajador de antes y del futuro), donde brega por recrear suburbia. En febrero de 2020, Cass fundó American Compass, un think tank republicano enfocado en «cómo será la derecha de centro-derecha post-Trump». Durante la campaña de Trump en 2024 American Compass fue uno de los grupos de derecha conservadora que pasaron a formar parte del Proyecto 2025, cuyo eje es la Heritage Foundation. El Proyecto 2025 se propone rehacer el Estado Federal, pero está más bien lejos de Musk.
En el sitio de American Compass, Cass tiene subida una “Carta del fundador” titulada: “Una dosis saludable de populismo”. En donde se sintetizan las principales ideas que los animan. Cass desafía: “Si esto es populismo, entonces American Compass se enorgullece de ser populista. Pero a menudo me pregunto, cuando oigo el término usado de esta manera, cuál sería su opuesto. ¿Acaso el objetivo no es ser populista, sino elitista? ¿Desconectado? ¿Con un desinterés absoluto por el bienestar de las personas, cuyo bienestar debería ser la misión de todos? (…) Un término mucho más adecuado que “populista” es “receptivo”. Una política receptiva se esfuerza por comprender los fines que anhela la gente antes de abordar la cuestión más tecnocrática de cómo optimizar los medios”.
Cass alega que “La derecha estadounidense se ha equivocado con estas respuestas en las últimas décadas, de maneras que se han alejado mucho del auténtico conservadurismo. El respeto a los valores y preferencias del pueblo es vital para la legitimidad democrática y la buena formulación de políticas (…) Una idea fatal del fundamentalismo de mercado que infectó al conservadurismo es que la economía vuelve obsoleta la discusión sobre los fines. Según la doctrina de moda, el objetivo de la economía es maximizar el bienestar del consumidor”.
A esto Cass contrapone que “Como escribí en “The Once and Future Worker”, renunciamos a algo que dábamos por sentado: un mercado laboral en el que la diversa gama de familias y comunidades del país pudiera autoabastecerse”. Por eso Cass define que “Nuestro trabajo, desde estas diversas perspectivas, converge en la conclusión de que los estadounidenses luchan por alcanzar la prosperidad tal como la definen, abarcando no solo indicadores económicos, sino también indicadores de salud familiar, comunitaria y nacional que están poco correlacionados con el consumo y a menudo se ven socavados por las fuerzas del mercado”. Cass cree que a ese enfoque se debe “Gran parte de nuestro éxito en la reformulación de los debates conservadores sobre política económica”.
Los demócratas
Para volver a los ´50 hace falta una política muy diferente a los que impulsa Cass. Ni que hablar de la que busca Musk, a la que no sabe cómo oponerse Bannon, y por eso los insultos y gritos pelados. La ideología se los impide, aunque apostrofen con el marcado conforme la versión berreta de manual neoclásico de introducción a la economía.
Los demócratas como no quieren refutar esa aproximación ideológica tampoco se mueven con claridad.
«El Presidente Trump no solo puso fin al agotamiento del largo siglo XX, sino que sirvió como un recordatorio de que el pesimismo, el miedo y el pánico pueden animar a las personas, las ideas y los eventos con tanta facilidad como el optimismo, la esperanza y la confianza (…) ¿Qué salió mal? Bueno, Hayek y sus seguidores no solo eran genios del lado de Dr. Jekyll, sino también idiotas del lado de Mr. Hyde. Pensaron que el mercado podía hacer todo el trabajo y ordenaron a la humanidad que creyera en ‘el mercado da, el mercado quita; bendito sea el nombre del mercado’. Pero la humanidad objetó: el mercado manifiestamente no hizo el trabajo, y el trabajo que hizo la economía de mercado fue rechazado y marcado como ‘devolver al remitente'». Así va redondeando sus conclusiones el economista de fervores demócratas J. Bradford DeLong, según las ideas desarrolladas en su ensayo de hace unos años “Camino a la utopía, una historia económica del siglo XX”.
El título original en inglés es Slouching Towards Utopia, que viene a ser algo así como ir caminando a la utopía arrastrando los pies, que expresa adecuadamente la visión del Bradford sobre lo que aconteció entre 1870 y 2010, el siglo XX largo de acuerdo a su periodización. Toma su punto de partida temporal en 1870 porque alrededor de esa fecha se dio la sinergia entre la corporación moderna, el laboratorio de investigación industrial y la globalización plena. El trío actuando en conjunto, siempre de acuerdo a DeLong, impulsó el progreso tecnológico hacia alturas nunca vistas hasta entonces en la historia humana. El descomunal aumento del producto bruto que se logró de la mano de la tecnología en el siglo XX largo sacó de escena al fantasma de Robert J. Malthus, a tal punto que los aumentos de la población contribuyen a incrementar la productividad en vez de estropearla, como solía suceder antes del despegue orquestado por la Santísima Trinidad de Bradford.
En el siglo largo se alcanzó la utopía de la enorme y persistente producción, pero se falló en mejorar la distribución. De ahí que nos venimos arrastrado entre espinas en el afán de alcanzar la utopía distributiva y sufrimos y nos destrozamos. Para entender qué fue lo que nos quedó en el camino que recorrimos arrastrando los pies, por el peso de las contradicciones que no se supieron allanar, DeLong enhebra el relato histórico a partir de las categorías puestas en juego por cuatro pensadores:
Joseph Schumpeter, con relación a la innovación tecnológica;
Friedrich Engels, y su enfoque del modelo marxista de base y superestructura;
Friedrich von Hayek, y su intuición de que no se puede esperar que el mercado surta ninguna forma de justicia social, pero mejor no interferir en su funcionamiento tratando de enmendar la inequidad, porque eso traba e inhibe este impresionante mecanismo generador de riqueza sin par, llevando a la perdida de la libertad de los seres humanos y –entonces- a la declinación económica.
Karl Polanyi, que refuta la concepción de Hayek de una utopía basada en el mercado. Los derechos de propiedad no son los únicos que importan preservar en la vida cuando chocan con la trama social y política, dice Polanyi. Lo fundamenta estableciendo que pueden y deben ser puestos en armonía (disminuyendo su reinado absoluto) sin que se vea afectada la eficiencia de la acumulación. Al contrario, si no se lo hace, el crecimiento declina por los conflictos políticos y sociales que origina, advierte Polanyi.
Al mando de esta más que singular motley crew, Bradford ataca el problema irresuelto de la distribución historiando que, «a lo largo del largo siglo XX, Karl Polanyi, John Maynard Keynes, Benito Mussolini, Vladímir Lenin y muchos otros, trataron de pensar soluciones. Disintieron de ‘el mercado da…’ de manera constructiva y destructiva, exigiendo que el mercado haga menos, o haga algo diferente, y que otras instituciones hagan más. Quizás lo más cerca que estuvo la humanidad de un algo diferente exitoso fue el matrimonio forzoso de Hayek y Polanyi, bendecido por Keynes, en la forma de una socialdemocracia del Estado desarrollista del norte global posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero la configuración institucional socialdemócrata había fallado en su propia prueba de sostenibilidad. Y aunque el neoliberalismo posterior cumplió muchas de las promesas que le había hecho a la élite del norte global, de ninguna manera fue un progreso hacia una utopía deseable».
Se pregunta entonces Bradford DeLong: «¿Por qué, con poderes tan divinos para dominar la naturaleza y organizarnos, hemos hecho tan poco para construir un mundo verdaderamente humano, para acercarnos a cualquiera de nuestras utopías?». Para encontrar una respuesta en la actualidad, repasa cómo fue cayendo a partir de la crisis de 2008 -y el estancamiento que le siguió- la confianza en el papel hegemónico de los Estados Unidos.
En el lapso de marras, en los países desarrollados, la dirigencia se hacía el chancho rengo con la restauración del pleno empleo, y así alimentaba -sin advertirlo- el descontento que capitalizaron los políticos neofascistas y fascistas. Mustio, Bradford decreta que «así terminó la larga historia del siglo XX», y «resultó que, después de 2010, Estados Unidos elegiría a Donald Trump, y Europa occidental no lo haría mucho mejor, poniendo fin a las posibilidades de revivificación (…) Ha comenzado una nueva historia, que necesita una nueva gran narrativa que aún no conocemos».
Se equivoca cuando afirma que la “la configuración institucional socialdemócrata había fallado en su propia prueba de sostenibilidad”, en todo caso se cagó en las patas, pura subjetividad, y se equivoca es decir lo de la narrativa. Esa narrativa si es conocida, y bien conocida: es la de la economía capitalista que fue salvada por la impronta keynesiana. Los conservadores americanos republicanos dudan. Los demócratas dudan. Los únicos que no dudan son los sectores populares que votan por la apacible vida de suburbia vía Keynes y no saben que es por ahí. Entonces aparecen enemigos jodidos como los inmigrantes, los impuestos, la política exterior de sesgo fraterno.
En la nota del Times sobre Bannon versus Musk, se afirma que “Por ahora, sin embargo, MAGA sigue siendo un movimiento personalista que apoya cualquier cosa que apoye Trump, sin importar de las inherentes contradicciones. Durante la última década, mientras iba tomando el control del Partido Republicano, Trump edificó su movimiento cuasi populista uniendo una amplia gama de facciones e ideas conflictivas entre sí”.
Trump transcurre su última presidencia de la que se retirará a los 82 años. Si lo ocurrido hasta ahora es una muestra del conjunto de lo que acontecerá, todas “esas facciones e ideas conflictivas entre sí” exacerbaran las muchas contradicciones en danza. Habrá que ver cómo y cuándo en la historia aparece él o la que le ponga el cascabel al gato. Si es que aparece. Nunca es seguro, aunque la enorme base keynesiana del edificio capitalista sigue incólume. Verdad, nunca la humanidad se plantea problemas que no puede resolver. Tan cierto como que la ideología es más mala que las arañas.