No se trata de reescribir la Biblia y crear algo parecido al Libro Rojo de Mao. La toma de conciencia sobre la magnitud de nuestros desafíos es el primer paso para movilizar voluntades, pero la claridad final vendrá con el triunfo de una fuerza popular ampliamente representativa del interés general. Por eso, es importante identificar y analizar las variables que justamente intentarán sacarnos de esta situación.
Si primero está la Patria y ella somos todos — y nadie es su dueño — nuestros puntos de vista y razonamientos sobre el porvenir comunitario debieran intentar guardar coherencia con el primer postulado. Es decir, tenemos que avanzar todos juntos terminando con las divisiones artificiosas que con tanta eficacia se utilizan actualmente.
Vemos a la sociedad argentina sumida en la confusión. Nadie — salvo un perverso — puede solazarse con la desgracia ajena. Pero vivimos una suerte de esquizofrenia donde por un lado, repudiamos y sufrimos el retroceso argentino, y por otro, identificamos culpables a los que no dudamos en calificar de corruptos y responsables de nuestra degradación.
Están también los conformistas que tal vez sean la mayoría. Los que dicen “es lo que hay”, se adaptan y empiezan a ver por todos lados indicios de mejora. Es un modo de vivir, un tanto mediocre, porque la evidencia no está a la vuelta de la esquina sino en la puerta misma de nuestra propia casa, con un pie puesto en el zaguán.
Dentro de los conformistas está el grupete más pequeño de los entusiastas, que nos advierten cuánto hemos mejorado ya, y que si la transformación va a llevar cuarenta años — tal como se anuncia — no por ello ha dejado de empezar en pequeños pero perceptibles cambios. Éstos últimos, los conformistas-optimistas tienen que esforzarse y buscar todos los días algo bueno que anunciar porque lo que nos dijeron ayer, tan contentos, hoy no parece tan brillante ni prometedor.
Líbrenos Dios de integrar el minúsculo segmento de los agoreros y pesimistas, los que creen que este país no tiene solución y ya no le amargan la existencia a sus semejantes con sus triviales lamentaciones.
La inmensa mayoría de los argentinos, no importa su voto, edad, sexo o posición social, se interroga sobre el futuro mientras se esfuerza por hacer bien su trabajo. Esto empieza por conseguir un puesto de labor que sea decente y cuya remuneración alcance para alimentar a su familia, asegurarse un techo, enviar los chicos a la escuela y disfrutar un poco de la vida que, como se sabe, es bella.
La bruta y dura realidad viene a sacarnos del encantamiento: hoy no pocos puestos de trabajo en blanco tienen salarios que están por debajo de la línea de pobreza. La productividad general viene cayendo, no pocas veces galopando, y en consecuencia los sueldos no alcanzan. El ajuste es la regla general, tanto para los que están en blanco como para los sufridos informales, que están en negro.
Entender es la clave
Lo que se sufre — en diversos grados de gravedad — no es en sí mismo una lección de vida, aunque más de una vez se intente hacernos creer que somos los primeros responsables de nuestra suerte. Lo somos en primera instancia, pero sin contexto eso nada quiere decir, ni como consuelo ni como autocastigo.
Allí es donde viene la maldita ideología a colarse en nuestras entendederas para darnos una explicación que nos resulte satisfactoria y consoladora: que los políticos y sindicalistas se llevan “la nuestra”, que todos ellos son corruptos, que los ricos no tienen alma y solo acumulan. Que a los argentinos no nos gusta trabajar y queremos todo de arriba, que nuestra raíz cristiana nos hace mansos para que nos exploten. Que el imperialismo no nos deja levantar la cabeza. Que los ingleses no solo mantienen ocupadas las Malvinas por la fuerza sino que además manejan los hilos de la política local y, sobre todo, las finanzas. Que los norteamericanos se ocupan de que nuestros productos competitivos con los suyos no lleguen a su mercado y encima pretenden que no le vendamos a China. Todo esto, sin olvidar a los agricultores franceses que llevan de la nariz a los burócratas de Bruselas para que nuestros productos agrícolas nunca hagan pie firme en Europa.
Así sucesivamente en un larguísimo etcétera que nos distrae, de algún modo canaliza la ira y en definitiva nos confunde, permitiendo que nada cambie realmente. Que no cambie porque no lo identificamos como problema correctamente o porque con esas explicaciones falaces nos bastan para seguir viviendo… en el error.
El país funciona, mal pero funciona. Obviamente los números de nuestra economía, y sobre todo de nuestros diversos sectores sociales, solo expresan las acciones registrables, pero siempre se escapa una porción de la realidad que queda no explicada ni representada. En esa informalidad está buena parte de las razones de que esto no estalle como debería ocurrir si en el análisis solo miramos al bulto y nos escandalizan las conductas más groseras en la administración o en las prácticas “entre privados”.
Tal vez deberíamos prestar más atención a las realidades sociales disfuncionales, las que existen y damos por sentadas cuando no pocas de ellas son francamente absurdas, para entender por qué estamos como estamos.
Tomarse el trabajo
Cuando desmenuzamos las formulaciones ideológicas que nos mantienen atados al carro de la estupidez colectiva, tomadas de a una, es relativamente sencillo desmitificarlas y hacernos creer que al desmontarlas las aniquilamos. Pero no, siguen ahí firmes como puntales de la civilización. Son impermeables a la crítica teórica y se erigen ellas mismas en presuntas verdades.
El actual gobierno, con su peligrosísima operación permanente de opinión pública segmentada, es el principal agente del caos. Ojo, no cualquier caos, uno bien administrado que salta de una taradez a otra sin dar tiempo para pensar.
Pero enfrente, digámoslo una vez más, tiene tierra arada para sembrar. Decir “la oposición” es casi un abuso, porque quienes se presentan como tales parecen comparsas de este poder deletéreo que se ha instalado en la Casa Rosada por obra y gracia del voto popular.
Si don Hipólito se levantara de su tumba, desenterraría también su anatema del “régimen falaz y descreído” con que en su momento calificó al régimen conservador que lo precedió en el ejercicio del gobierno. Y sabemos que no todo era basura en esa ecuación, y que muchas de sus lacras no se vivían entonces como tales.
Seguramente, los historiadores del futuro verán más cosas que aquellas que sufrimos hoy: violencia simbólica y real, cinismo moral, indiferencia al padecimiento ajeno, niñez sumergida en la indigencia con sus carencias alimentarias, salud, habitacionales y en materia educativa. Que más de la mitad de la población sea registrada como pobre no puede ni debe hacernos olvidar que en ese cuadro social los niños y jóvenes representan más del 60%. Un genocidio hacia el futuro que hay que revertir como prioridad absoluta.
¿Un manual serviría?
Si la tarea es construir una gran coalición social necesaria que se exprese en la política, entonces la tarea de desbrozar el camino de todas las trampas parece necesaria.
Enumeremos algunas en la preparación de ese manual para avivar el seso y despertarlo, como reclamaba el gran poeta Jorge Manrique (1440-1479), sin olvidar que debe ser una obra colectiva, generada por una progresiva autoconciencia de nuestros problemas, desafíos y posibilidades:
- Ignorancia del subdesarrollo
- Reducción de la economía a indicadores escogidos
- Ombliguismo de las vertientes ideológicas
- Ausencia de un programa orgánico
- Debate sobre las prioridades, postergado
- Subordinación al sistema financiero mundial
- Menosprecio de nuestra riqueza cultural
- Unidad y diversidad: el desafío del federalismo
- Aporte ambiental argentino a un mundo globalizado
- Alianzas internacionales y política de integración regional
El orden de estos puntos es provisorio, y por lo tanto también hay que pensarlo. La lógica no es enemiga del programa, al contrario, es una aliada tanto en la desmitificación de las falsas verdades como en el despliegue de las acciones para superar nuestra crónica situación estructural desarticulada e injusta.
Esbocemos algunas líneas de reflexión en torno de estos ejes, cuyo debate permitirá decantar un marco teórico adecuado a las condiciones en que se plantea la lucha política nacional en estos momentos.
Ignorancia del subdesarrollo
Nuestros científicos sociales han abandonado, si es que alguna vez lo incorporaron seria y responsablemente, el concepto de subdesarrollo para entender nuestra realidad. Los economistas ciertamente — al menos, para ser justos, los que son visibles en los medios de comunicación — piensan, proponen y a veces actúan sobre nuestra realidad como si las categorías y campos analíticos fuesen idénticos aquí y en los países altamente industrializados. La ciencia es la misma, pero la materia sobre la que hay que actuar es completamente diferente. Por ejemplo, lo que caracteriza al subdesarrollo es su insuficiencia crónica de recursos para la inversión, además de los indicadores sociales conocidos.
Entonces actúan como lo harían sus equivalentes europeos o norteamericanos con los resultados conocidos: se chocan una y otra vez con la restricción externa en la obtención de divisas necesarias para financiar, no ya proyectos claves de desarrollo sino hasta el funcionamiento vegetativo de nuestras empresas.
Eluden consciente o inconscientemente la existencia de una economía nacional, con su propia estructura y cultura, tanto a la hora de producir como de consumir, en cuyo seno se resuelven las condiciones de vida de la población.
Por supuesto son insensibles al sufrimiento que causan con sus políticas monetaristas que sólo privilegian la deuda y el pago de sus intereses. Esa amputación hay que denunciarla y formular una política económica nacional que tenga como prioridad la movilización de la riqueza argentina, en primer lugar el trabajo de su gente.
Reducción de la economía a indicadores escogidos
Al omitir la condición nacional de la maniobra publicitaria del gobierno, se elige qué mostrar y qué ocultar. En la cuestión social recogen adhesiones que surgen de la humillación y hundimiento que padecen los amplios sectores más desfavorecidos.
Estos días estamos viviendo un momento particular de esas operaciones de manipulación. Diversos comunicadores “admiten” que el gobierno ha domado a la inflación, lo cual es un disparate metodológico. Denunciaron un índice dibujado para inducir al terror, que regaba con sal las heridas de la inflación realmente existente durante la gestión anterior, y luego presentaron como un verdadero éxito (se entiende que también lo hagan sus aliados y mandantes externos) la caída en los índices de inflación como no podía ser de otra manera cuando aplastaron el gasto a costa de jubilaciones y salarios públicos.
De la inflación real, persistente, enormemente dañina, no dicen ni media palabra porque muy convenientemente para ellos se trata de un “fenómeno puramente monetario”. Un dibujo perverso.
Ombliguismo de las vertientes ideológicas
Tal vez deberíamos decir “ideológicas y partidarias” porque es evidente que los partidos políticos han dejado de ser ámbitos de creación de futuro y mejora continua para convertirse en refugio de burócratas y oportunistas que actúan defendiendo en primer y casi exclusivo criterio su propio interés.
No abundaremos sobre el ombliguismo porque es un tema al que el autor de estas líneas dedica una preocupación y denuncia sistemática, fuese peronista, radical, desarrollista y aun de la izquierda, atrapada en un discurso autocomplaciente. La hipocresía es el factor dominante de este vicio tan extendido en nuestra política y se relaciona bastante directamente con la pérdida de elaboración doctrinaria y programática. Si no tengo objetivos básicos, soy un barrilete sin cola que vuela según los vientos que corren.
El ombliguismo no es solo una forma narcisista de reducir la realidad. Es también una traición a toda representación genuina de los intereses y aspiraciones sociales. Es básicamente hipócrita porque necesariamente tiene que invocar el interés general, aunque se lo traicione en el momento mismo de su enunciado. Tiene también consecuencias prácticas, cuando se vota (en el caso del biodiesel o alconaftas por ejemplo, disminuyendo su participación obligatoria en los combustibles que se consumen en el país) mostrando impúdicamente una clara dependencia de las bancadas presuntamente populares del lobby petrolero contra una ya desenvuelta y probada aportación industrial del campo argentino.
Ausencia de un programa orgánico
Es frecuente leer y escuchar que el principal problema de la Argentina es “la inflación”, o “la justicia”, o “la corrupción” cuando todas ellas son (y hay más) manifestaciones solo parciales de una situación estructural que viene de lejos, tan remoto en el tiempo como cuando nuestro país perdió su feliz inserción en el dispositivo mundial regido por el Reino Unido que dio lugar a un modelo estamental de distribución del ingreso con alta concentración en el vértice de la pirámide.
Desde entonces, venimos improvisando y poniendo parches, sin perjuicio de que estuvo siempre vigente el aporte de vigorosos pensadores nacionales que advertían sobre los riesgos de no proceder a implantar un modelo integrado de desarrollo.
En un período de tiempo tan hay de todo, con momentos incluso grandiosos que marcan avances muy importantes en la configuración de una nación industrial potente y orgullosa de su cultura, irradiándola al mundo. Pero la constante ha sido la improvisación y, sobre todo, la ausencia de planes acertados de activa política estatal para propagar al todo el territorio nacional los estímulos de la expansión productiva y la creación cultural concomitante.
El peronismo ensayó planes quinquenales y, agónicamente el Trienal de los 70. Fallaron porque no se convirtieron nunca realmente en guía de la acción de gobierno, acertaran o no en la determinación del orden de prioridades que lograran establecer en sus voluminosos tomos de voluntarismo concentrado.
La Secretaría de Hacienda, núcleo de ejecución presupuestaria, siempre fue más importante que las oficinas de planificación que supimos tener.
Conclusión provisoria e importante para el debate: el plan debe existir y proyectarse ordenadamente en el tiempo con todos los ajustes y actualizaciones que imponga la realidad. Pero sobre todo debe ser la guía de la acción del conjunto del equipo gobernante, no solo de los iluminados y bien pensantes. En proporciones variables y hasta hoy, aunque no conocemos ningún ejemplo práctico, deben también estar en algún nicho de la administración.
Debate sobre las prioridades, postergado
El resultado del ballotage del año pasado desorganizó el sistema de grieta que tan aceitadamente había venido funcionando anteriormente. Ahora está en tren de reconstruirse en otros términos, poniendo mucho cuidado en favorecer la confusión y promover la división en el campo opositor. Tal el sentido de potenciar la figura de Cristina Kirchner que, desde luego, la pone en el centro de la escena como el contendiente preferido por su debilidad relativa evidente.
Con ello se escamotea el eje de los temas sobre los que tendría que estar trabajando el campo nacional y popular. Es obvio que si se discuten las cuestiones secundarias sin hacer mención a las principales también estamos favoreciendo una relación de fuerzas que resulta adversa la construcción de la amplísima convergencia que se requiere para dar vuelta la página del retroceso actual.
Para alimentar futuros intercambios apuntemos el dilema sobre si el acuerdo programático que es la condición de esa construcción política debe limitarse a lo inmediato, por caso la defensa de la vida democrática y el respeto a las instituciones o si, en cambio, se requiere un ambicioso proyecto de movilización de energías política y sociales que apunte a remover, justamente, las condiciones que nos impone el subdesarrollo.
Bien mirado, no hay nada más sustancialmente democrático que encarar esta última vía de acción, superando todas las diferencias menores y buscando el más amplio acuerdo de transformación posible. Tenemos a favor, como se viene mencionando, el programa de la Multipartidaria que se logró establecer en 1981 y que con la invasión a Malvinas fue velozmente archivado.
Subordinación al sistema financiero mundial
La matriz de endeudamiento argentino (un fenómeno mundial) sigue parámetros de ampliación sistemática en cada una de las crisis recurrentes que enfrentamos. Sin embargo se argumenta que la ratio de nuestra deuda, la proporción sobre el PBI y su proyección hacia adelante son relativamente bajas y que podemos seguir endeudándonos impunemente.
¿Quiénes lo dicen? Los banqueros o sus voceros. ¿Quiénes si no?
Es un tema muy complejo porque la Argentina necesita una inyección de capitales para desenvolver sus potencialidades productivas, ampliar sustancialmente su oferta de empleo y desplegar sus habilidades tanto en la transformación de sus recursos como en la creación de tecnología especializada para nuestros requerimientos, proyectada al conjunto del territorio.
Pero la bajísima deuda que nos dicen que tenemos, para que tomemos más, impide de hecho con sus oscilaciones y crisis periódicas que nuestro país encare proyectos expansivos de escala mundial como está perfectamente en condiciones de hacerlo. Ni hablar del RIGI, como mecanismo de privilegios e incentivos a actividades extractivas que dejarán poco y nada en el tejido productivo nacional.
Menosprecio de nuestra riqueza cultural
Tenemos una cultura nacional, vigorosa, vital, diversa, muchas veces no amplificada por la feroz competencia de las artes liberales que nos vierten aluvialmente por los canales globalizados de información. No solo manifestada en creaciones artísticas que en el pasado asombraron al mundo, sino expresada de mil maneras distintas en las formas de trabajo y sobrevivencia que las dificultades han impuesto a lo largo y ancho de nuestra geografía.
No hablamos, aunque tampoco menospreciamos, de la cultura de las élites intelectuales y artísticas, sino de las manifestaciones populares que están vivas en todas partes, aunque muchas veces arrinconadas por falta de aliento.
No es sólo el arte lo que cuenta, aunque en él (en la música, en el teatro, en las letras, en la plástica y otras nuevas formas de expresar la sensibilidad) se manifiesta muchas veces de modo sublime aquello que es propio de cada comunidad, sino que importa e impacta también a las costumbres.
Con todo el castigo que a través de las últimas décadas ha recibido la población menos favorecida, siguen vivos en ella los valores familiares, grupales, regionales que conforman nuestro acervo.
No es casual que cada vez que la historia la Argentina dio un paso adelante hubo un reverdecer de las formas propias de expresión artística. De allí tenemos una enorme inspiración como respaldo abiertos a las nuevas expresiones que la labor humana vaya gestando y nuestros artistas traduciendo en obras originales y muchas veces altamente representativas.
Unidad y diversidad: el desafío del federalismo
Hay una retórica federalista que oculta intereses establecidos a escala municipal que llegado el caso operan como feudos de intereses inconfesables. Pero ése es un problema y un desafío que no agota la cuestión de la representatividad completa de los grupos sociales sometidos a limitaciones de todo tipo, con el común denominador de la necesidad de salir de la pobreza.
Una auténtica renovación de la vida política, dejando atrás clientelismos y manipulaciones tecnológicas deleznables, deberá contar con vidas locales intensas, trasparentes, diversas y no poco coloridas, tanto como la sociabilidad humana pueda y quiera desenvolver.
La calidad de vida, concepto complejo y deseable, se mide en definitiva a escala local.
Cuánto más estimulada sea la convivencia cercana, con la contribución de la tecnología que ahorra horas perdidas de transporte, mejor será la representatividad de quienes son designados voceros de esas comunidades. Si tomamos legisladores de diverso grado: concejales, de distrito o nacionales, vemos que sus cualidades, por menguadas que sean, no pueden muchas veces expresarse por los enfeudamientos que les imponen patrones y financistas que utilizan a esos representantes como brazos de sus negocios del poder. Eso hace también que mucha gente buena pero con poca garra y escasa vocación de lucha, se aparte de la vida política y deje el campo orégano para los burócratas de siempre.
Aporte ambiental argentino a un mundo globalizado y alianzas internacionales y política de integración regional
Trataremos en conjunto para no hacer excesivamente extensa esta nota los dos últimos puntos de la provisoria enumeración de temas a incorporar y resolver en el debate político actual.
Como consecuencia de su bajísima inversión por habitante y en el marco del PBI nacional la Argentina tiene mucho espacio y recursos – empezando por los humanos – para movilizar en una política de desarrollo planificada en sus líneas directrices pero siempre abierta a las iniciativas de los emprendedores y comunidades dispersas en el territorio nacional.
Aun cuando sea previsible ahora con el triunfo de Trump un relativo oscurecimiento de las prioridades ambientales en el desarrollo, no por ello la cuestión deja de tener actualidad y constituir una enorme oportunidad para la Argentina.
Con más de la mitad de su territorio desértico y semidesértico, que algunas mediciones llevan a los dos tercios, tenemos mucho por hacer en materia de riego sincronizado (esto es la cantidad justa de agua por cultivo) y forestación. Ésta última, vital para contrarrestar el efecto invernadero en el Hemisferio Sur y ofrecer al conjunto del género humano una contribución decisiva para administrar el cambio climático.
La movilización de ciencia, tecnología y empresas que ello augura nos permite pensar en una épica poblacional que se expanda del modo más amigable sobre el conjunto de la geografía nacional.
Los ciclos de sequía y superabundancia de agua se administran con infraestructura, modelos de gestión avanzados y planes de poblamiento con alta calidad de vida donde ahora hay desiertos degradados por la propia acción humana o eventos naturales resultantes del calentamiento global.
Ello implica un modelo autónomo de planificación de ocupación del suelo y organización del espacio territorial que no excluye sino que exige la cooperación internacional no sólo de afuera hacia adentro sino también en la proyección de la experiencia y tecnología que vayamos desenvolviendo.
La prioridad es la integración nacional porque requiere un Estado capaz de unificar acciones y sostener por diversos modos los avances a futuro empezando por el propio plan, que si no es total termina conspirando contra su éxito. Nada que pueda tener alguien como Milei en la cabeza, por supuesto, pero que está en la esencia de la proyección de la voluntad de un pueblo en erigirse sobre sus dificultades y resolverlas creativamente.
No podemos descargar esa responsabilidad en entidades u organizaciones internacionales que terminan respondiendo a sus mentores antes que mirar las necesidades específicas de cada país. En el caso argentino supone intercambiar con sus vecinos información, muy seria y responsablemente, talento y experiencia para que una convergencia hacia una forma superior de vínculo sea posible y determinada por el propio despliegue del proceso de cada país, alcanzando las mejores y más solidarias formas de vida en común.