Permiso, Don Aristóteles

A qué se llega por la vía de “los argentinos de bien”. La puesta en duda, hoy, de la genuina representación popular de los segmentos que históricamente ha convocado el peronismo, desde luego, no autoriza al no peronismo a considerarse superior, ni moral, ni política, ni mucho menos proyectualmente.

La operación demonizadora del peronismo tiene una larga trayectoria en la Argentina: al menos siete décadas. Empezó como una resistencia oligárquica contagiada a las clases medias en los años cincuenta del siglo pasado, acompañada con entusiasmo por la ilustrada opinión de la izquierda internacionalista.

Tuvo su momento de éxito con la Revolución Libertadora (1955) cuando la crisis política del peronismo lo enajenó justamente de esos sectores medios y aisló a la clase obrera, que se había organizado y consolidado como una estructura social estable y participante de las decisiones y la política estatal.

Luego, a lo largo de ese proceso fue persistente y de algún modo “ordenó” los grandes campos en los que hasta ahora se intenta contener al electorado argentino. Este designio se ha envalentonado con el éxito electoral de las opciones no peronistas: Raúl Alfonsín, la Alianza, Mauricio Macri y ahora Javier Milei.

Este último en lo discursivo aparece como un anacronismo decimonónico, pero en rigor configura un fenómeno contemporáneo que se articula muy funcionalmente con la atomización y pérdida de sentido del debate en los términos racionales que constituyen la herencia de la Ilustración, hoy brutalmente confrontada.

Por su lado, es obvio que el peronismo no carece de responsabilidades en sus derrotas. Pero su gregarismo suele actuar como un reaseguro persistente que le hace creer que va a sobrevivir a todo y … ¡volver! En cada instancia eso parece más complicado cuando las opciones se plantean desde cierta rutina, confiando en una suerte de decantación por número y opciones forzadas que son presentadas como cepos al electorado.

A esa idea repetida pero no verificada hemos denominado en otras ocasiones ombligoperonismo, como aquella certeza de detentar la genuina representación popular, algo que a esta altura de la cuestión resulta insostenible.

Esa representación la obtiene quien la transparenta (y la transpira) en acciones eficaces que expresan las demandas sociales y las sostiene con coherencia en las luchas sociales y políticas. En modo alguno la tiene comprada tal o cual corriente o persona concreta a que nos tiene acostumbrados la manipulación informativa masiva.

La puesta en duda de la genuina representación popular hoy de los segmentos que históricamente ha convocado el peronismo, desde luego, no autoriza al no peronismo a considerarse superior, ni moral, ni política, ni mucho menos proyectualmente.

¿Por qué una consigna como los “argentinos de bien” resulta tan peligrosa y dañina? Porque pretende, y en un momento lo logra, instalar una división falsa en la comunidad nacional, que por definición es una y plural, y que progresa cuando logra un dinamismo transformador que hace rato no está sobre la mesa de las decisiones ni, nos animamos a decir, de los debates principales.

Gobiernos peronistas y no peronistas fracasan uno tras otro, denostándose y echándose las culpas. Asumir esto, para lo que hay que trabajar mucho, será un primer paso para unificar fuerzas y emprender un camino donde los esfuerzos, incluso contradictorios, se sumen y mejoren en lugar de anularse y sobre todo modificándose en sus versiones “ombliguistas”.

Para ilustrar estas ideas elementales queremos proponer un ejercicio simple. Un silogismo que no por absurdo deja pocas enseñanzas. Esperemos que el espectro del viejo Aristóteles no se levante indignado de su tumba.

Trampitas de la lógica

Apelaremos a dos premisas y una conclusión que las vincula. Dos premisas falsas, pero muy instaladas en los prejuicios que dominan el sustrato ideológico del antiperonismo en un punto de adhesión o convicción ideológica irreductible, o sea que no parece poder sometérselo a revisión racional.

Aquí va la primera premisa:

Los peronistas son ladrones

Lo dicen textualmente los principales voceros de los medios de comunicación vinculados al establishment que ocupa la cúspide del poder económico financiero sin pudor alguno. Aunque debería ser innecesario, es tan potente el machacado que se realiza sobre quienes son proclives a tomar esta falsedad como verdad que conviene señalar aquí no sólo su artificialidad sino también su indemostrabilidad.

La hipótesis más seria sería que la tasa de corrupción por habitante en nuestro país no se ordena por pertenencias políticas sino más bien por prácticas sociales que se amplían cuando el país pierde sus objetivos como comunidad nacional y prima entonces el sálvese quien pueda.

Vamos por la segunda premisa:

Los sindicalistas son peronistas

Y así llegamos al tercer paso del silogismo, la conclusión o corolario, o sea como la conclusión obligada al “cruzar” las dos premisas anteriores aislando la cuestión y de ese modo establecer una conclusión al mismo tiempo de apariencia lógica y tan perfectamente falsa como sus dos premisas:

Los sindicalistas son ladrones

¿Una barbaridad, no? Pues bien, pero funciona, está en la televisión para quien quiera reparar en ello. Diariamente, y sobre todo en los noticieros de la tarde/noche. Con la máxima impunidad.

Al respecto, una perlita de actualidad: en la cobertura del canal de noticias TN de la mañana del paro nacional del jueves 9 de mayo la pregunta que formulaban tanto los locutores como los movileros haciendo entrevistas callejeras era “¿en cuánto perjudica el paro a los trabajadores?” dando por sentado que quien estaba circulando en ese momento se dirigía a su trabajo, lo que luego no se verificaba en todos los casos por las razones eran de lo más variadas.

Otra: la vocero principal del gobierno, al menos en el diálogo con TN, no era el secretario de Trabajo sino nada menos que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Un mensaje inquietante si el principal funcionario que se ocupa de un paro general es el encargado de “mantener el orden”. Todos los contenidos ratifican una impronta autoritaria a flor de piel en este gobierno libertario de palabra.

Decir que se han perdido los códigos es realmente poco.

Y no pasó ahora con Milei, viene de antes. Lo que ha aparecido en esta etapa es su generalización y la carencia de reacción social de repudio. Esto es lo que permite el avance de los “ordenadores”, los que dirán quiénes serán auténticos trabajadores y quienes merecen castigo. Eso es lo que se cosecha cuando se andan buscando “argentinos de bien”.

Estas características de la situación actual que describimos con pocos ejemplos es una de las consecuencias de que el movimiento nacional se haya fragmentado y –por ahora- renunciado a tener un programa vertebrador de la economía, la sociedad y la cultura.

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