El economista de renombre mundial Jeffrey Sachs, en una entrevista con el profesor Glenn Diesen publicada en “Brasil 247”, presentó una dura crítica a la política exterior estadounidense hacia Venezuela. Según él, la continua intervención y la búsqueda de un cambio de régimen —que describe como una «herramienta central de la política exterior estadounidense»— se derivan de una «coalición de intereses» en la que el acceso al petróleo y su control desempeñan un papel decisivo.
Sachs observa que esta política abarca diferentes gobiernos, desde George W. Bush, pasando por Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden, convirtiéndola en una práctica del llamado «Estado profundo». Aun así, considera que el enfoque de Trump ha sido «especialmente vulgar y descarado», exponiendo directamente lo que otros presidentes se esforzaron por evitar decir públicamente.
El petróleo como fuerza motriz del conflicto.
Sachs identifica el petróleo como la segunda y «muy importante» motivación para la injerencia estadounidense en el país. Expica el punto en cuatro claves:
1. Las mayores reservas del mundo
Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del planeta, superando a Arabia Saudita, especialmente en la Faja del Orinoco, rica en crudo pesado. El interés de Washington en este recurso, señala Sachs, se remonta a hace un siglo.
2. Nacionalización y fricción con Exxon
El conflicto se intensificó tras la nacionalización de la industria petrolera en la década de 1970 y alcanzó su punto álgido en la década de 2000, cuando el gobierno venezolano exigió que las empresas locales conservaran la mayoría de las concesiones. Exxon Mobil se negó, fue nacionalizada y tomó represalias legales. Para Sachs, «tocar la industria petrolera estadounidense es motivo de guerra» para Estados Unidos.
3. La destrucción económica de PDVSA
Durante la administración Trump, PDVSA se convirtió en “un objetivo principal de ataque”. Las severas sanciones —que se basaron en medidas iniciadas por Obama— bloquearon el acceso de la compañía a la financiación, confiscaron activos en Estados Unidos y transfirieron el control de esos activos al autoproclamado “presidente interino” Juan Guaidó.
El impacto fue devastador: la producción de petróleo se desplomó y el PIB de Venezuela se contrajo en aproximadamente un 70% desde su máximo, una tasa «nunca vista en tiempos de paz».
4. La estrategia vinculada a Guyana
Sachs también señala que el derrocamiento del gobierno de Maduro sirve al interés de proteger las operaciones «altamente rentables» de Exxon Mobil en Guyana, donde la compañía ha encontrado importantes reservas en un área reclamada por Venezuela.
Añade que parte de la oposición venezolana promete a Estados Unidos abrir completamente los recursos petroleros del país si llega al poder.
Tráfico de drogas: la justificación más débil
Según Sachs, las justificaciones para la intervención varían según las circunstancias, pero la narrativa del «narcoterrorismo» utilizada por la administración Trump es completamente falsa. Afirma que la operación de cambio de régimen «no tiene absolutamente nada que ver con los narcóticos», calificando esta explicación como «la más reciente y la más débil de todas».
Según el economista, la política exterior estadounidense se caracteriza por el cambio de régimen, con narrativas que se ajustan «sobre la marcha». La agresividad de Trump incluyó ofrecer una recompensa de 50 millones de dólares por la captura de Maduro, un mecanismo que Sachs comparó con las prácticas típicas del «Salvaje Oeste».
La denuncia del «imperialismo de los recursos»
Sachs detalla que Trump adoptó tácticas abiertamente agresivas para intentar imponer un cambio de gobierno:
*Amenazas militares: movilización de una gran flotilla naval cerca del territorio venezolano.
*Admisión pública de injerencia: Según informes, Trump «se jactó abiertamente» de haber ordenado operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela.
*Consideración de una invasión: según informes, el propio presidente «reflexionó abiertamente» sobre la posibilidad de invadir Venezuela en 2017, durante una cena con líderes latinoamericanos.
Más allá del petróleo, Sachs menciona motivaciones ideológicas —el arraigado antizquierdismo en la política exterior estadounidense—, así como factores electorales internos, como el uso que hizo Marco Rubio de la crisis venezolana para movilizar votos en Florida. Sin embargo, advierte que el elemento más peligroso es la disputa entre las grandes potencias: al buscar apoyo militar de Rusia, Venezuela se convierte en un escenario indirecto de rivalidades globales, creando el riesgo de un conflicto por poderes.
Riesgos globales y erosión democrática
Sachs concluye que las tácticas de cambio de régimen son «destructivas para la democracia» porque llevan al gobierno atacado a «reforzar la represión» y restringir sus propias instituciones democráticas. Para evitar escaladas militares similares a las ocurridas en Ucrania —y que podrían ocurrir en Venezuela—, sostiene que las grandes potencias deberían reconocer «esferas de seguridad» mutuas en lugar de «esferas de influencia».
La intervención en Venezuela, motivada por el control del petróleo, ejemplifica cómo las sanciones económicas pueden funcionar como un asedio silencioso destinado a derrocar gobiernos considerados inconvenientes, mientras que narrativas como la del «narcotráfico» sirven únicamente como cobertura ideológica para el verdadero objetivo: el control de los recursos estratégicos.