¿Por qué la derecha teme a la cultura?

La razón para atentar contra la cultura y la educación (que es parte de ella) no proviene del ahorro de dinero, que nunca fue mucho tampoco.

Desde la Riviera Maya,

México

La galardonada de honor de los Platino a la producción audiovisual hispanoamericana Cecilia Roth fue contundente: la próxima versión de los premios Platino (Madrid 2025) no tendrá ni series ni películas argentinas. La razón la sabemos todos: es la intención de culturicidio que pretenden implementar Javier Milei y su gobierno de ultraderecha. Y aún más taxativo fue Andy Chango, ganador al mejor actor de reparto en El amor después del amor, cuando gritó que en su país “están asesinando a la cultura”.

Y eso que el apoyo al INCAA provenía no del Estado sino de la venta de entradas.

Que la denuncia se haya lanzado en la Riviera Maya, en Xcaret, tiene también su toque. Acá se desarrolló uno de los imperios más poderosos de su tiempo. Que hoy perdura gracias a su arte, a sus códices, a sus pirámides, a sus pinturas y a su danza. Y ya que mencionamos a Fito Páez: “Nadie puede/ nadie debe/ vivir, vivir sin amor”. Lo propio sin cultura.

Por eso el gran galardonado director de La sociedad de la nieve, que obtuvo siete Platinos (entre ellos mejor actor principal, Enzo Vigrinck, mejor película y mejor director, Juan Antonio Bayona) dijo “quien no ama al cine no ama a su país”, a tiempo de recordar que su madre comenzó a trabajar a los 9 años y su padre a los 15, pero que él estudió gracias al esfuerzo de ellos en escuela pública.

La razón para atentar contra la cultura y la educación (que es parte de ella) no proviene del ahorro de dinero (que nunca fue mucho tampoco). Menos aún de la enfermedad patológica de dejar cada vez más argentinos sin trabajo, sino sencillamente del temor que la derecha tiene a eso que construye identidad, pertenencia, denuncia y un imaginario sin el que el futuro no podría levantarse.

Cultura es memoria pero también edifica discurso y relato. La española Irene Vallejo cuenta cómo hace miles de años una mujer enamorada dibujó en la pared un retrato del amado que se iba de viaje y que podría no volver más. Los trazos están ahí sea cual sea el destino del amante y de ella también.

Por esas épocas en la hoy ardiente Babilonia se escribiría el poema de Gilgamesh, el inmortal. Metáfora que bien llega al arte porque éste sobrevive a sus autores y los hace eternos.

Y los ejemplos en los audiovisuales argentinos son legión. Solo mencionaré algunos.

Sabemos de la gesta de los trabajadores del sur del continente que hicieron una histórica huelga ahogada en sangre gracias a «La Patagonia rebelde», basada en la extraordinaria obra de Osvaldo Bayer.

«La historia oficial» (primer Oscar argentino) permitió que el mundo entero se enterase del horror de la apropiación de los bebés de los presos políticos a los que se asesinaba durante la dictadura. Una película que quitó la venda a los que no sabían (o se hacían los que no sabían) y reafirmó a los que conocían los hechos.

Lo propio pasó con «El secreto de sus ojos» (el otro Oscar rioplatense) y después con «1985» (Premio Platino 2023 y nominada al Oscar).

Y unos años antes «La noche de los lápices», basada en el libro de la recientemente desaparecida María Seone, que muestra que en épocas de la dictadura se mataba a muchachos y muchachas cuyo “delito” era pedir boleto escolar. La corriente negacionista, que también reivindica la dictadura, no quiere que eso se recuerde. Tarde, el arte habla, a veces susurra, a veces grita.

Y en las series basta un botón: «Iosi, el espía arrepentido» que muestra la impunidad de los organismos de represión ultraderechista que hoy están trabajando a más no poder.

El tema de la cultura está íntimamente ligado al de la universidad. La actriz Alejandra Flechner (nominada a mejor actriz de reparto por la película Puan) ha aprovechado los premios para denunciar lo que ocurre con las casas de estudio superior públicas en Argentina. «Puan» calle en la que se encuentra la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, escenifica la rica vida dentro de las universidades que hoy pasan clases en la calle, como el propio film lo anuncia, como mostrando que el arte se adelanta a la vida.

Si la cultura es el remedio contra el olvido, la impunidad y la ignominia, ¿cómo no imaginar la obsesión para cortarle las alas?. Sueño (o pesadilla) imposible porque audiovisuales se seguirán haciendo aunque sea filmando con celulares y editando en computadoras. ¿Acaso no nos dábamos modos en la cárcel de escribir hasta en papel higiénico? El cantante mexicano José Alfredo Jiménez cantaba: “Y los mariachis callaron”, que el escritor Carlos Monsivais definió como el mejor réquiem para su país.

Por suerte, ni los mariachis callarán ni el cine desaparecerá porque, como dijo Cecilia Roth, “resistiremos”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *