Sinopsis:
Romina Carla y Natalia hicieron un viaje por España que terminó en una playa andaluza en la que Romina se sacó unas fotos que luego fueron éxito en las redes sociales.
Ahora, después de finalizado el viaje, Romina propone a Natalia hacer otra vez el mismo viaje a España pero para visitar las tiendas, restoranes y marcas globales multinacionales. Natalia trata de convencerla de no hacerlo, pero a Romina le vibra una extraña compulsión. Quiere convertir todo su entorno material en dólares. Sus muebles, su casa, todo lo heredado de su madre, a dólares. Romina está enamorada del dólar barato. “Extraña y tanática pasión”, según califica su amiga Natalia.
Ahora las dos amigas están en el restó de empanadas de Larrea y Juncal. Natalia va a tratar de disuadir a su amiga Romina de tal propósito.
Las chicas caminaron las pocas cuadritas de la casa al restó y entraron. Había solamente dos mesas ocupadas. Eligieron una justo en la mitad del salón. Bueno, se trataba de un saloncito no muy grande con un mostrador de madera con caja registradora y paredes llenas de cuadros y cuadritos retro. Había uno de Chunchuna Villafañe,-hermosísima,- con una seven up. Había otro del Huracán del ’73, otro de Palito Ortega, otro de Los náufragos, otro de Julia Elena Dávalos, de Pepe Marrone y de tantos, tantos, que ahora me es imposible enumerar. La cosa es que cada vez que Romina entraba a este restó, que era casi todas las noches porque la cocina no se le daba bien,- ella suspendía un poco su ansiedad. Entraba siempre como si fuera su primera vez, y, mientras corría la silla para sentarse, los movimientos se le ralentaban. Toda ella se ponía más lenta. Miraba las paredes como si recordara a esos personajes a los que nunca hubiera haber pedido ver en vivo. A Tita Merello la miraba un rato. Los carteles antiguos con nombres de calles, la detenían unos segundos. Se quedaba mirando uno de la calle “Cangallo”, otro de la avenida Callao que dataría de los años sesenta.
A Natalia también le pasó lo mismo. Se quedó mirando, aunque ella estuviera más acostumbrada a las remembranzas. Las dos, entonces, tardaron en sentarse por perderse en esa memorabilia selvática. Y un poco por el porrito, también. La dueña, desde atrás del mostrador, las supo esperar.
— ¿Qué les llevo, chicas?
— Yo, tres de verdura y una de carne picante. Y unas birris para las dos.
— ¡Ay, qué locura con el verde, Romi! Yo quiero una de humita, una de jamón y queso y… dejame pensar… dos de carne picante.
— Sí, Nati, nada va a detener mi proyecto.- Romina se puso un poco melodramática.- Quiero convertir todo mi pasado a dólar. Todo, todo, todos los muebles de mi vieja.
— Boluda, yo la sigo adorando a tu vieja. No le hagas algo así. Era una grande Liliana. No le hagas algo así.
— Pero si está muerta.
— Yo la sigo recordando. Y cuando voy a tu casa es para verla aunque no esté. Yo la veo en la vajilla del bargueño, en los moldes de torta que tenés en la alacena, en las cortinas. Me acuerdo de nuestros cumpleaños. Mi primer cumpleaños en la Argentina fue en tu casa, lo hizo todo tu mamá, mis viejos no podían, recién habíamos llegado, yo hablaba sueco y castellano, Jajaja, esa fue mi primer fiesta toda en castellano…
— Conozco bien tu historia, Nati. Pero yo quiero soltar y proyectarme al futuro. Podría vender todo y viajar. Vamos primero a New York y de ahí, sacamos un pasaje a Madrid, y después nos vamos por el mediterráneo y terminamos en un resort que van a hacer en el extremo este. Un resort totalmente nuevo, sin pasado.
— ¿Qué decís, nena? Siempre hay pasado. Vos conocés Estados Unidos más que argentina. ¿Un qué dijiste?
— Un resort es un hotelazo. Son esos hoteles de ahora, son más que hoteles, son pura amenity de lujo, de super lujo. Tienen varias piscinas, peluquerías, salas de masaje, y saunas, jueguitos, la playa es toda para vos, hay unas superpiletas y bailás con mucha gente al lado de la pile, y de pronto viene un chongo y te tira y después se tiran todos arriba tuyo, hay rehabilitación por si te drogás mucho o te escabiás, también tenés psicólogos, videntes, curas y rabinos que te atienden ahí mismo, y médicos de los que quieras, también hay clínicas estéticas, yo me quiero hacer cositas; y muchos casinos con maquinitas, y chongos y chongas a cualquier hora…
— Ay, qué asco, nena.
— Vos sos demasiado prejuiciosa, Natalia. Vos le tenés miedo a la libertad. Ahí no te va a pasar nada, si se te rompen los meniscos o tenés un infarto, te atienden al toque, vamos a estar bien cuidadas. Está todo lleno de sirvientes, algunos, hasta son robots. Y hay muchos bares, shows, bares temáticos, animadores, profesores de teatro y de canto y de danza, y restoranes temáticos, es un paraíso, es la nueva utopía…
— Vos ya estuviste en esos lugares, Romina.
— Sí, pero este que van a hacer va a ser mejor, además van muchos famosos…
— Bueno, basta, Romi, que llegan las empanadas.
— Pido más birris.
— Romina, yo te tengo que pedir una cosa.
— Sí, las pido y me decís. ¿Querés la misma, la colorada mendocina?
— Sí. Te tengo que pedir, Romi…
— Decime.
— Yo te quería preguntar si dentro de dos meses podríamos venir a tu casa a quedarnos unos días mi vieja y yo.
— ¿Vos y Stella?
— Sí, mi mamá y yo.
— Y, bueno, sí. Tu mamá es una divina. Y yo estoy cansada de ser huérfana.
— Por unos días nada más. Vamos a tener que dejar el depto… Yo me busco algo, y, si no, me pongo a vender ropa importada de Brasil, no sé… ¿Tu viejo no tiene algo? Digo, de todo lo que demuele y construye. Y están todos vacíos esos edificios y torres.
— Sí, pero todo lo que hace mi papá es carísimo, ya sabés.
— Pongamos nosotras un negocio, hagamos algo.
— Es, que, Nati, vos no entendés mi proyecto. Te explico. Yo vendo las cosas, los muebles y un depto viejo que me deja papá. Me lleno de pesos y compro títulos, bonos del estado, acciones y los retengo hasta que se vencen y ahí los cambio por dólares, por estos dólares bomboncito que me encantan, bien bajitos, y así me lleno de dólares, me hago alfombras verdes, porque ahí entran los intereses y eso es muchísima guita, capaz que me gano el diez por ciento en tres meses, que es muchísimo.
— O sea, hacés una diferencia entre la guita que pusiste y la que ganás.
— Claro, nena, es así
— ¿Y dónde está esa diferencia?
— Y yo qué sé, Natalia. ¿Qué te importa?
— No entiendo nada, Romi. Y sabés que esas cosas son una timba. Esos bonos pueden bajar y cagaste. Esas cosas las hace tu viejo. Y siempre le va muy bien. ¿Por qué no le pedís la guita a él directamente?
— Porque yo quiero aprender. No quiero seguir siendo mantenida por él. Tengo más de cuarenta…
— Y qué te importa….
— Yo quiero ser como vos, que trabajás y sos una señora.
— No, vos no querés laburar. Y está bien. Yo ya perdí el laburo. Y no tengo nada. En este último año no pude comprar bomboncitos. Quiero que se vaya este gobierno para poder proyectar algo. ¿Boluda, por qué lo votaste?
— Qué sé yo. Ya ni me acuerdo de lo que voté.
— Sí, a todos los que votan derecha les viene amnesia…
— Bueno, vos estás muy politizada, basta, pidamos unos pastelitos de membrillo.
— Pidamos.