Uno busca un Nobel, el otro ganar la guerra, mientras Netanyahu les suelta la cadena a los colonos de ultraderecha.
Anchorage, la capital de Alaska, no es linda ni en verano, pero tiene una cualidad geopolítica única: es lo más parecido a una ciudad que quede cerca de Rusia. Por eso es que Donald Trump le propuso a Vladimir Putin que se encuentren ahí, a más o menos la misma distancia de Moscú y Washington, y a salvo de las incómodas órdenes internacionales de arresto contra el ruso. El dueño del Kremlin viaja poco, porque literalmente no puede pisar 123 países signatarios de los convenios internacionales. EE.UU., como China, disiente de esos.
Trump anunció con bombos y platillos la reunión, medio que asegurando que iba a haber un tratado de paz. Después reculó y la definió como un primer encuentro para preparar otro con el ucraniano Volodimir Zelensky. Después, cauto, dijo que lo del viernes era apenas un encuentro “para escuchar”, que el bueno vendría después con el ucraniano y, quien te dice, con algún líder europeo.
Los demócratas y los progres en general tuvieron uno de esos ataques de moralismo que van tan mal en la política y denunciaron que Putin “ya ganó” por el solo hecho de tener una cumbre con el presidente norteamericano. Si, cierto, pero a la vez no muy inteligente ya que la condena moral y moralista no es muy conducente a lograr otra cosa que la rendición incondicional. Y a qué costo, como podrían detallar Hitler o Hirohito.
Pero en la tierra de las realidades, el tema es ver qué gana cada uno. Trump baja las expectativas y hasta dijo que si no se ponen de acuerdo las partes, el se lava las manos. El Hombre Naranja quiere un Nobel de la Paz, que le envidia infantilmente a Barack Obama. Pero tampoco se va a inmolar por la plaquita noruega.
Lo de Putin es más mañero y es casi estrictamente financiero. El ruso está ganando la guerra en Ucrania, de a poco pero en serio. Cuando invadieron, se esperaba que los rusos ganaran caminando, enseguida, pero los ucranianos poco menos que hicieron tiro al blanco con sus columnas blindadas y masacraron regimientos enteros de tropas profesionales. Resultó que los ucranianos habían aprendido de su rápida derrota en Crimea y que, como los rusos, se agrandaban defendiendo la tierra propia.
Pero Rusia es Rusia y termina aprendiendo, como aprendió cuando Hitler se la llevó puesta en 1941. Lo que hizo Putin fue reconfigurar el ejército, incorporar la tecnología de los drones, que parece dominar el campo de batalla, y cambiar las tácticas. Se acabaron las columnas de blindados que avanzaban como hormigas, pisaban las minas, volaban por el aire y seguían adelante hasta la siguiente mina. Ahora el campo de batalla está dominado por enjambres de drones que cubren a soldados en motos enduro, ágiles y rápidas, que van rodeando posiciones enemigas.
Lo primero que hizo Putin fue restaurar la colimba, primera vez desde 1945, lo que motivó un exilio de jóvenes que se nota hasta en Buenos Aires. Para darnos una idea del desastre, baste decir que hubo que mandar cien mil presos al frente, con penas conmutadas. No podía durar, y el gobierno cambió de táctica e hizo la carrera militar atractiva económicamente. El salario promedio en Rusia es de 900 dólares, pero el que firme como soldado gana 2450 y recibe un paquete de bienvenida de 30.000, más un perdón inmediato a toda deuda con el Estado -hasta el gas te perdonan- y acceso a créditos baratos. Si te hieren en combate, te jubilás con 1100 dólares por mes, más 3600 dólares de bono si la herida es grave.
Y esta va ser una guerra muy bien documentada, ya que el soldado que destruye un lanzacohetes enemigo cobra un bono de 3600 dólares y el que derriba un helicóptero gana 2400. Los dos premios mayores son la captura de un tanque Leopard -alemán y de alta tecnología- o que te condecoren: en ambos casos el pago es de 12000 dólares. No extraña que el Ejército Rojo -todavía se llama así- reclute ahora mil muchachos por día, más del doble de lo que puede reclutar Ucrania. Un problema llamativo es que la edad promedio de las tropas rusas al momento de la invasión era de 28 años y ahora es de 38. Es una fuerza de padres jóvenes preocupados por pagar las cuentas.
El costo de todo esto es monstruoso, y el presupuesto militar, 170.000 millones de dólares, se devora un tercio de presupuesto nacional. Además está el enorme gasto en la industria militar, eficiente y productivo pero pesado. Rusia recicló la vieja industria soviética y pasó de producir 80.000 balas de cañón al año a montar 250.000. Las fábricas de bombas aéreas se reciclaron para hacerlas teleguiadas, “inteligentes”, y ya producen 70.000 anuales. Y los drones iraníes Shahed fueron mejorados y rediseñados y se montan en la mayor fábrica del mundo en Yelabuga, Tatarstán, con el nombre de Guerán 2. El lugar es impresionante, escupe 80 de esas máquinas por día, y tiene obreros de Rusia, Kirguistán, Sri Lanka, Zimbabue, Congo, Ruanda, Kenia, Nigeria y Sudán del Sur.
Además están los 700 misiles Iskander anuales que producen otras fábricas, lo que explica que los rusos le disparan un promedio de 200 pepas por día a los ucranianos, entre drones suicidad y cohetes. Y que Ucrania pasó de dominar el campo de batalla y montar contraataques a perder pueblo por pueblo porque Rusia le niega toda posibilidad de refuerzos y avituallamiento por dominar el espacio aéreo. Los rusos usan drones de alta potencia guiados por fibra óptica, invulnerables a la interferencia, que “anidan” a retaguardia y se despiertan cuando viene un convoy con municiones y alimentos…
El problema, diría Sturzenegger, es financiero: ¿hasta cuándo puede Rusia seguir pagando esta guerra? Las sanciones económicas, inéditas en la historia humana, complicaron la cosa pero Putin sigue ganando fortunas con el gas y el petróleo que por ahora permiten pagar las importaciones de tecnología y materiales desde China. Pero esto es una economía de guerra, un drenaje de recursos injustificable, con lo que el gran caramelo que el Presidente Naranja puede ofrecer es económico, material, pecuniario: aflojá y te aflojo las sanciones.
Netanyahu lo hizo
La ultraderecha israelí anda con la correa suelta, sin bozal y mordiendo. A la ofensiva militar final en Gaza, ordenada por el premier Benjamin Netanyahu, le sigue en paralelo una más informal en Cisjordania, protagonizada por los colonos de la derecha ultrarreligiosa. Según la ONU, este año ya van 750 ataques contra pueblos y aldeas palestinas en lo que, se supone, es su territorio soberano, un promedio de 130 por mes, más de cuatro por día.
El ataque típico es nocturno, con civiles enmascarados y bien armados que queman coches y casas, y pintan con aerosol la palabra “venganza” en las paredes. Cada tanto hacen un ataque de día y cuando los locales resisten aparece el ejército, que invariablemente dispara para el lado de los palestinos, En uno de esos ataques, un colono israelí tiró una bomba incendiaria por una ventana y quemó vivo a un nenito que dormía en la pieza.
Este jueves, el ministro de Finanzas Bezalet Smotrich, uno de los más zafadamente ultraderechistas del gabinete -que es decir algo- inauguró las obras de un barrio de colonos en el este de Jerusalén. El proyecto es enorme, unos cuatro mil departamentos, y crea un muro en forma de anillo separando la parte árabe de la ciudad del campo cisjordano. Nadie, ni Estados Unidos, reconoce la soberanía israelí de este lado de Jerusalén, que se asume será la capital de un futuro estado palestino. Pero el ministro Smotrich explicó por qué es tierra propia: Dios le dio esos terrenos a su pueblo…
Más autoritarismo
Toda columna sobre los Estados Unidos trumpianos se transforma fatalmente en un medidor del avance del autoritarismo en aquellas tierras. Esta semana, el Gran Líder decidió mostrarle a propios y ajenos cómo se gobierna en escala menor, “limpiando” la vida cotidiana, y militarizó la capital del país. Pobre Washington, que ahora hierve de tropas y de agentes del FBI que cambiaron el traje negro por un uniforme militar con chaleco antibalas y casco para patrullar las calles. Trump decidió que el crimen era excesivo y que había demasiados sin techo en las calles.
Washington DC es un limbo legal, peor de lo que era Buenos Aires antes de ser la CABA. El lugar surgió en el siglo 18 por una cesión de terrenos temibles -un pantano insano- que quedaba a mitad de camino entre Canadá y Florida, y lo único que puede elegir es intendente. Los residentes de la ahora ciudad no tienen senador, apenas un diputado que tiene voz pero no voto, lo que lo define como el proverbial cero a la izquierda. Para peor, como en Washington nunca hubo esclavitud es una ciudad claramente afroamericana, detestada por los republicanos.
La capital tiene sus barrios bravos y una tasa de violencia que sólo no llama la atención en Estados Unidos o Colombia. Ya van cien asesinatos en lo que va del año, pero lo que le dio el pie a Trump fue que hace unos días lo asaltaron y lo fajaron mal a un agente de DOGE, el departamento informal que fundó Elon Musk para echar empleados públicos. El presidente decidió intervenir.
La policía local anda desorientada, sin saber qué pito sigue tocando, mientras hay tanquetas en la calle. La municipalidad y las ONG empezaron a evacuar a los sin techo, porque el presidente anunció que los iban a subir a camiones y tirar por ahí, como Videla en 1978 para que no los vieran los turistas del Mundial.
En paralelo, hubo un gesto fuerte contra los demócratas en un acto del muy progre gobernador de California, Gavin Newsom. Fue simple, decenas y decenas de guardias de la fronteras y agentes de la Migra aparecieron en el lugar del acto, rodearon el estadio y le pidieron documentos a todo el que tuviera cara de no ser de apellido inglés. Newsom, con razón, denunció una intimidación.
Esto es en parte convicción ideológica y ese lado de señora gorda paqueta que tiene Trump, pero en parte es la parte Patricia Bullrich de un gobierno con serias dudas sobre cómo le va. Resulta que la economía imperial está mostrando la inflación que causan las tarifas. El número final para julio es de 2,7 por ciento, pero si se descuentan las cosas volátiles, como los combustibles -que por allá hasta bajan cada tanto- la inflación “central” es del 3,1, con alguna décima más para las grandes ciudades. Muy fuerte para le primer mundo.
A la vez, ya quedó en claro que todas las economías asiáticas están seduciendo a los estudiantes internacionales que se están yendo de EE.UU. antes que los deporten por capricho o que ni piensan en ir. India, China y otros están ofreciendo facilidades, con el gran caramelo de que la educación es de excelencia y mucho más barata que por el norte.
Y más de fondo, un dato para los que viven soñando y anunciando la decadencia del Imperio Americano. Resulta que hay una entidad que cuenta y anota las patentes internacionales, que acaba de publicar sus números, que serían alarmantes para cualquier republicano que sepa leer. Hay una categoría llamada “patentes de alta calidad”, que define a cosas nuevas de alta tecnología y no moldes de galletitas o curitas con dibujos. ¿Quién está al frente? Pues China, con cinco mil en lo que va del año, seguida por Japón y Europa con casi cuatro mil, y Corea del Sur con algo más de tres mil. Estados Unidos está último en la cuenta, con alguito más de dos mil. Esto, para el proyecto hegemónico y el ta chín ta chín de la mayor potencia que hubo y habrá, es un desastre.
Y buena parte del tema es que China dejó de copiarse soluciones ecológicas de base, como paneles solares, autos eléctricos o baterías, y está generando tecnología mejorada, original y en precio. Los republicanos niegan que exista el cambio climático y desarman los subsidios a la industria nacional de energías alternativas.