Donald Trump está hiperactivo, saboteando el Estado y dañando cosas frágiles. Es una táctica que le pasó su amigo Steve Bannon, la de crear un tsunami. Y un tema para debatir: el autor expone su visión sobre la Usaid, la agencia que decidió desmantelar el nuevo presidente.
Steve Bannon, que fue asesor de Donald Trump en el primer gobierno, fue expulsado casi con cortesía, trabajó en la campaña y ahora no se sabe bien qué pitos toca -aunque alguno toca- es autor de una frase más que lúcida. Hablando de cómo cambiar realmente su país y cualquier país, el hombre recomendaba apabullar al sistema. “Flood the zone”, era el slogan, inunden el lugar. La nueva política, populista y nacionalista, tenía que ser un tsunami y no una creciente, tenía que crear tantos frentes al mismo tiempo que la oposición no supiera con cuál reaccionar primero.
Este puede resultar familiar entre nosotros, porque ya vivimos la versión berreta de Javier Milei, la del fallido megadecreto. Milei no resiste ninguna comparación con Trump, el Gordo Dan no es ningún Steve Bannon y Federico Sturzenegger podría, a lo sumo, ser empleado de Elon Musk. Su muy real capacidad de daño se ve limitada por la simple incompetencia técnica de su gobierno, que no tuvo ni tiene la base de profesionales que te provee el ala derecha del Partido Republicano.
La otra distinción es, por supuesto, el inmenso diferencial de poder que existe entre gobernar Argentina y Estados Unidos. En criollo, nosotros podemos jodernos a nosotros mismos y poco más, los yankees pueden joder al planeta. Bastante de esto es lo que anduvo haciendo el Donald y sus MAGA boys en estos días. Es el arranque, porque todavía no terminó de confirmar su gabinete como para romper internamente su país.
Lo más sonoro fue el apriete a los empleados públicos nacionales para que se sumaran a un retiro voluntario. Esto no es inédito en Estados Unidos, un país que tiene una legislación laboral patética, pero nunca se había hecho tan a lo grande y a lo bestia. El retiro voluntario era, hasta ahora, algo que ofrecía una empresa que compraba a otra y quería reducir staff sin violencia, o un recurso para un ente público realmente en crisis.
Pero Elon Musk le mandó un mail a todos los empleados federales del país menos a los militares y les dio apenas más de una semana para renunciar y seguir cobrando hasta septiembre o… no terminó de aclararlo. De paso, el mail se titulaba “una bifurcación en el camino”, exactamente como el que le mandó a los empleados de Twitter cuando compró la empresa. Los sindicatos lograron esta semana que el plazo perentorio se estire hasta el lunes, cuando habrá una segunda audiencia judicial.
Peor les fue a los trabajadores de US AID, el viejo hogar de hippies en el gobierno norteamericano. La Agencia Internacional de Desarrollo, sigla que también quiere decir “Ayuda”, era un resto de la época en que tantos soñaban mejorar el mundo haciendo cosas como vacunar chicos y perforar pozos de agua. Es un ente que hizo mucho bien, por una vez en la vida, bastante independiente de los gobiernos de turno y buen reclutador de idealistas. Era odiado por la derecha y Trump anunció su cierre con desprecio. El miércoles se supo que calculan que van a quedar 290 empleados de casi diez mil. Esto puede parecer nada, pero ya andan calculando cuántos muertos en el mundo va a dejar el cierre inmediato de programas como el de remedios para enfermos de sida y vacunaciones en los lugares más pobres del planeta.
La ofensiva siguió con los inmigrantes, que ya van catorce mil detenidos. Trump envió un grupo de acusados de pertenecer a una mara venezolana a Guantánamo, nada menos. Esto puede crear otra eternidad de problemas como con los acusados de terrorismo que terminaron envejeciendo en la base, sin juicio y sin fecha de liberación. El gobierno se limitó a aclarar que los venezolanos quedaron en un sector “diferente” al de los árabes.
Siguiendo con el tema migratorio, Trump presentó cargos contra la ciudad de Chicago por negarse a colaborar con Migraciones y los órganos federales de seguridad en eso de capturar sin papeles. Chicago es una de las 170 ciudades norteamericanas que se declararon santuarios de inmigrantes y le prohibieron terminantemente a sus fuerzas policiales colaborar con los de la migra. El caso, se entiende, puede hacer escuela, porque lo que el gobierno nacional pide es que se declare como delito no colaborar con ellos, hagan lo que hagan.
Esto tiene la originalidad de pasar por los tribunales, lugares que Trump evita como la peste, por su historia personal y porque suele encontrar un límite a sus fantasías sobre el poder presidencial. Así como un juez le paró lo de los retiros voluntarios, que vencían el miércoles, otro le paró su suspensión del ius soli, de rango constitucional. La carta fundamental de EE.UU., como tantas otras, afirma que toda persona nacida en suelo propio recibe la nacionalidad. La opción es el jus sanguini, que permite ser alemán si te llamás Weber aunque tus antepasados hayan dejado el país en el siglo XV.
El disparate es que Trump cree que si el recién nacido es hijo de indocumentados, ese derecho es inválido. El artículo tiene una de esas redacciones vuelteras del siglo 18, porque sigue diciendo que el derecho se extiende a todo lugar “sujeto a la jurisdicción” del país. El truco, de abogados, es decir que un ilegal “evadió” la jurisdicción nacional, y por eso el bebé se jode. Algunos estados, republicanos, empezaron a negarle partidas de nacimiento a chicos de inmigrantes…
La lista sigue, con la prohibición por decreto de que personas trans compitan en deportes si lo hacen en géneros que no son “los de nacimiento”. La asociación que nuclea a los equipos universitarios, de todos los deportes, inmediatamente pasó una resolución prohibiendo a los trans. Lo mismo está pasando con la suspensión de todo esfuerzo o reglamento de igualdad de géneros y razas en el gobierno: las empresas privadas están cerrando sus departamentos de igualdad y cancelando reglamentos internos.
Y todavía hay que ver qué pasa con los aranceles de importación a Canadá y México.
Y con los agentes del FBI que investigaron a los fascistas indultados por Trump, y ahora están siendo amenazados.
Y con la futura ministra de Educación, que hasta escribió un libro diciendo que habría que cerrar el ministerio.
Y con el Canal de Panamá.
Inundar el lugar… los demócratas parecen que la miran por la ventanilla, no hay manifestaciones, no hay protestas.