El historiador económico Mario Rapoport cree firmemente que pueden “recuperarse los derechos conseguidos que Milei está destruyendo”. Advierte que con este modelo “nuestra sociedad sigue corriendo peligro” y propone un repaso de los fracasos que estas políticas libertarias tuvieron en el pasado. Rapoport considera que el problema de la Argentina viene de lejos y es estructural.
La derrota de La Libertad Avanza (LLA) en las elecciones bonaerenses funcionó como suele ocurrir con la mortandad masiva de peces en la costa de un río o lago: los biólogos saben que esos decesos son anticipatorios de algún problema ambiental no desencadenado del todo. Llevado a la arena política, muchos insinuaron el distanciamiento de vastos segmentos sociales respecto de la política libertaria, pero nadie quiso anunciarlo con certeza: la modalidad de campaña por redes sociales es silenciosa, y el efecto Milei, en las presidenciales del 2023, provocó un giro copernicano en la forma de hacer política y en el modo de comprender al electorado.
Mario Rapoport, ahora sí, y con el resultado puesto en las elecciones desdobladas bonaerenses, lo analiza para Y ahora qué? desde un contexto económico que tiene su costado político inevitable. Este profesor emérito de la UBA advirtió -al comienzo de la entrevista- que “debemos hallar las huellas criminales en el barro de la historia”.
–No hay nada nuevo en Milei –dijo–, excepto su extravagante adulación a Donald Trump, su violencia discursiva y la formación de un partido político mayormente virtual que, basado en su estilo iconoclasta, contestatario y con un uso intensivo de trolls y fake news, conquistó -al menos provisoriamente- a una parte de la juventud y a un electorado exhausto que buscaba un horizonte mágico, una salida rápida de la inflación endémica. Estos programas políticos tienen un principio y un fin, pero el desenlace es de bajo vuelo debido a que la política económica actual no tiene nada que ver con la potencialidad argentina y sus recursos.
–¿Cómo quedó el Gobierno con el resultado de las elecciones bonaerenses?
–Visiblemente debilitado por la aplastante victoria del peronismo, y por eso toman especial relevancia las elecciones nacionales de octubre. Con este escenario electoral abierto, a Milei no le va a quedar más remedio que trastocar sustancialmente su plan de ajuste o dar un paso al costado. No le veo futuro a este Gobierno.
–¿Cree que debería renunciar?
–Si continúa por esta senda va a tener que irse. Puede ser a través de un juicio político o de otra forma que contemple el sistema republicano. Ya ocurrió con otros gobiernos ajustadores y endeudadores como Menem, De la Rúa o Macri. Todos, de alguna u otra forma, se fueron.
–Un grupo de economistas, a principios del año pasado, ya advirtió sobre el desastre político, económico y social que podría ocasionar el gobierno mileista y visualizaron que podíamos asistir a una “prolija tarea de demolición del Estado y las instituciones republicanas”.
–La victoria de Javier Milei fue síntoma de un profundo malestar social y de una democracia deficiente. Corremos el riesgo de que esta democracia deje de ser un sistema mejorable para construir una vida en común porque este tipo de políticas instaladas desde el Ejecutivo ponen en jaque el pacto democrático fundante de 1983. Y aunque Milei desprecia la historia, la usa para justificar sus acciones. Las ideas de Milei son del pasado, las mismas que dominaron el escenario durante la última dictadura y en la década de los noventa, y van en contra de la historia argentina porque el problema del país no es la casta política ni el rol del Estado, sino los verdaderos poderes que dominan la economía: las grandes corporaciones y los sectores políticos vinculados a ellas.
–Por eso es necesario revisar el pasado.
–En todos los casos esa revisión indica que estas políticas económicas derivaron en crisis muy profundas. Las políticas de ajuste suelen inspirarse en una teoría monetaria de la inflación, que es producto del aumento de la emisión monetaria. Sin embargo, la inflación no es sólo resultado de la oferta y la demanda de dinero. La inflación supone un aumento del nivel general de precios, y usualmente se calcula a partir de los incrementos porcentuales del costo de vida. Keynes -por ejemplo- afirmaba que un cambio en el nivel de precios le importa a la sociedad en el momento en que su incidencia se manifiesta de manera desigual. Es decir: alterando los precios relativos y produciendo una redistribución drástica de los ingresos. En este sentido, tanto la inflación como la deflación afectan la distribución de la riqueza y, por su intermedio, a la producción de bienes.
–¿No sirvió la baja de inflación que produjo el Gobierno, aunque lo hizo después de aumentarla con la megadevaluación inicial?
–Las medidas ortodoxas del Gobierno, para afrontar la inflación, implican licuación de salarios, jubilaciones y otro tipo de ingresos junto al aumento de tarifas, prepagas e impuestos al consumo, la liberalización de los precios, la disminución de subsidios y demás beneficios indirectos, el incremento de medidas que favorecen a las mayores fortunas, el cumplimiento estricto de la deuda y posibles nuevos endeudamientos.
–¿Qué busca Milei?
–Hasta mediados del siglo pasado los gobiernos populares recibieron el castigo de los golpes de Estado, pero ahora esos golpes y desestabilizaciones provienen del mercado y sus representantes empresariales y políticos. La política económica implementada por Javier Milei tiene como objetivo principal la supresión de la inflación a través de la eliminación drástica del déficit fiscal y, como fin último la dolarización de la economía. En la campaña electoral del 2023, llegó a decir que estábamos ante una potencial hiperinflación del 17.000% o una mensual del 142%, sin nunca citar una fuente real. En 1989 y 1990 tuvimos un 2.300 y 3.000%, y la mensual promedió entre el 19 y 25%. En 2022, con el Frente de Todos, la inflación llegó al 94,8% anual, la mayor desde 1991, y 148,2% en 2023, incluyendo la devaluación del dólar de diciembre.
–¿Y ahora?
–En el primer año de La Libertad Avanza la inflación fue igual a la del 2022, pero con una parálisis de la actividad económica, una gran recesión, desregulación de precios y tarifas, desfinanciamiento de la salud, la educación y la investigación básica, y recortes en salarios y jubilaciones. A esto hay que sumarle un creciente malestar político, con múltiples movilizaciones y represiones, una gran recesión, la estrepitosa caída del consumo y del empleo y el cierre de numerosas empresas.
–Parece que ajuste y desarrollo no van de la mano.
–El desarrollo con equidad es prioritario. Todos los gobiernos que eligieron el camino económico de Milei fracasaron. Procurar un equilibrio fiscal en base a un profundo desequilibrio social es una aberración que obstaculiza el desarrollo económico. La política gubernamental llevó adelante una salvaje redistribución regresiva de ingresos que ayuda a explicar los resultados electorales recientes.
–Usted dijo que la versión de que Argentina, a fines del siglo diecinueve y principios del veinte, fue un país rico no es cierta, y que luego cayó en una profunda decadencia. ¿Por qué surgió este mito?
–La idea de ese crecimiento está sustentada en datos del economista inglés Angus Maddison, que señaló que entre 1890 y 1914, Argentina tuvo altas tasas de crecimiento, y que esos niveles no volvieron a repetirse. En realidad, ignora que entre 1870 y 1914 hubo tres o cuatro grandes crisis económicas que se debieron al endeudamiento externo. Argentina crecía, pero sobre la base de un endeudamiento externo que terminaba en alguna crisis cuando los países acreedores dejaban de invertir en el nuestro. Esto originaba problemas en la balanza de pagos, que arrastramos desde principios del siglo diecinueve con el empréstito Baring -en 1824- y luego con varios préstamos recibidos entre 1850 y 1880, que culminan en 1890 en una crisis que provocó que el país entre prácticamente en su primer default. Argentina dependía de su comercio exterior porque sólo obtenía divisas por esa vía, y las necesitaba para importar ante la falta de industrias. Ese es el primer problema que tuvimos, que se reprodujo varias veces en la historia.
–¿Cuál fue la época dorada de la industrialización argentina?
–Entre 1945 y 1975 fue el periodo de mayor desarrollo industrial. Es necesario destacar que, si bien la industrialización por sustitución de importaciones comenzó antes de la llegada de Perón al poder, éste le dio un nuevo impulso.
–¿A qué ritmo?
–En ese interregno, la Argentina creció a tasas que hoy podemos considerar destacadas, salvo en la crisis de 1949 a 1952, con un fuerte proceso inflacionario, pero sin recurrir al endeudamiento. Hacia fines del primer peronismo, las tasas de inflación se redujeron drásticamente y fueron de las más bajas de la historia argentina: 5,4% en 1953, 4,4% en 1954 y 4,8% hasta septiembre de 1955, antes del golpe de Estado. Promediando los años ’70 -de la mano de gobiernos de distintos signos políticos- el desarrollo industrial presentaba características contradictorias.
–¿Por qué?
–El crecimiento había sido en las últimas décadas, a excepción de algunas recesiones puntuales, persistente e intenso, y fue la industria la que lideró la expansión global; la diversificación había continuado en su avance, incorporando actividades nuevas, con una mayor integración vertical de las cadenas productivas; lentamente, las exportaciones del sector habían comenzado a cobrar cierta importancia en la balanza comercial y el proceso de maduración permitía un uso más eficiente de los recursos y una mejor posición competitiva. Sin embargo, también ofrecía una cara negativa que ponía de manifiesto sus limitaciones porque su estructura morfológica se encontraba mucho más próxima a la de un país subdesarrollado que a la de uno desarrollado.
–¿Cómo se traducía esa morfología subdesarrollada?
–Los sectores básicos reflejaban serias insuficiencias, mientras las ramas vinculadas a la industria liviana continuaban teniendo un peso demasiado grande en la estructura industrial. La falta de desarrollo de un proceso propio de creación de tecnología alejaba a las industrias locales cada vez más de la frontera productiva de los países desarrollados ocasionando resultados comparativamente magros en la evolución de la productividad. Por otra parte, la puja distributiva y la inestabilidad política repercutieron sobre los niveles inflacionarios, que se dispararon con el Rodrigazo en el año 1975, mientras que los cambios en los precios relativos a nivel internacional, como resultado de la crisis del petróleo, afectaron el sector externo aumentando el costo de las importaciones y reduciendo las exportaciones. A pesar de ello, es equivocado pensar que los países que tuvieron fuertes procesos de industrialización en América Latina fracasaron, y que no trajeron aparejado crecimiento, movilidad social y mejoras en la distribución del ingreso.
–¿Usted ve alguna opción intermedia entre ajuste y desarrollo?
–No. El desarrollo económico tiene que ser la prioridad, y con cierta equidad. Todas las épocas de ajuste trajeron crisis. Así fue en 1976, 1980, 1989, en el 2001 (aunque fue una crisis deflacionaria porque el peso estaba atado al dólar) y en la actualidad. El pasado demuestra que cada vez que se produjeron medidas de ajuste y se trató de reequilibrar el mercado de cambios, todo terminó en una crisis. Las ideas de Milei son del pasado, son las que predominaron en 1976 y en los 90, y van en contra de cualquier proyecto de desarrollo.
–¿Cómo analiza la relación con el FMI y la deuda contraída con este organismo?
–La cuestión de la deuda externa, constituye uno de los nudos de nuestra historia económica, política y social. La perenne demanda de fondos de la Argentina surgió de una aparente dificultad para acumular capital que impulsó a sus gobiernos a suplirlos con endeudamiento, incluso cuando una y otra vez se mostró que tal intención resultaba profundamente gravosa. Además, la deuda no se fue construyendo mayormente al ritmo de nuestras necesidades, sino de la mayor o menor existencia de fondos líquidos en las potencias capitalistas, lo que explica su marcada inestabilidad, modelando el proceso del endeudamiento argentino y sus oscilaciones bruscas. En ese contexto, el proceso de endeudamiento ocasionó daños profundos al país y con condicionalidades destructivas en la economía.
–¿Cómo fue ese proceso de daño?
–En síntesis, la deuda externa continuó siendo funcional a aquellos intereses que en los países ricos se reciclaban buscando nuevas oportunidades de rentabilidad ayudados por las políticas de apertura, desregulaciones, estabilidad monetaria (en nuestro caso la convertibilidad) y privatizaciones. También constituyó una vía de escape del ahorro interno por parte de las élites locales, que se aprovecharon de él a través de la especulación y la fuga de capitales. El proceso de endeudamiento externo responde más a necesidades de las economías centrales que a las de los países periféricos y, al mismo tiempo, acentúa la volatilidad de nuestras economías, su vulnerabilidad externa y consolida la dependencia económica. Sólo la búsqueda del desarrollo por medio del ahorro interno, la existencia de controles que permitan recibir un financiamiento externo productivo, y el reforzamiento del proceso de integración regional, se presentan como verdaderas opciones frente al desastre económico al que, en gran medida, el endeudamiento externo nos ha llevado.
–Usted tiene una hipótesis interesante en la que relaciona el PBI con el bimonetarismo o la dolarización de la economía. ¿Podría explicarlo?
–Las élites argentinas siempre confundieron la riqueza de la Argentina con su propia riqueza. El bimonetarismo no es otra cosa que la aceptación de que el excedente argentino se exprese en otra moneda ya que esas élites invirtieron preferentemente en el exterior. Es como si los capitales argentinos estuvieran exiliados, lejos de nuestros problemas y necesidades, y eso desencadenó el permanente endeudamiento externo y las crisis originadas ese efecto. Si queremos tener una política económica propia, la economía local debe pesificarse y el dólar jugar solamente en el comercio internacional.