Si por volatilidad se entiende que el PIB tenga altibajos frecuentes y la dispersión de las observaciones de la tasa de crecimiento frente al promedio correspondiente a un período específico sea pronunciada, entonces la conclusión es que debido a la frecuencia con la cual Argentina se encuentra en recesión, tiende a encontrarse en este estado. Una bonita tautología incluida en el último informe del Banco Mundial.
El momento político que vive la Argentina es extraño y oscuro. El Presidente Javier Milei protagoniza apariciones rimbombantes para afirmar que el gobierno que encabeza, sobre el que se ciernen crecientes dudas, permanece sin fisuras. Luego se escapa del país en cuanto tiene la oportunidad, para protagonizar el mismo espectáculo ante otras partes del mundo frente a un público que percibe como afín.
La oposición, en cambio, no se organiza para superar su merma. Ante un contexto tan crítico, eso es motivo para inducir a la reflexión sobre el significado de la experiencia de Milei como parte del largo plazo, y examinar si realmente se alcanza el nivel de reflexión que requiere la superación de esta coyuntura. Examen que proponemos encarar mediante el análisis crítico de la ideología dominante en esta época.
Rezagados por volátiles
Un documento sobre la Argentina publicado recientemente por el Banco Mundial, cuyo sugestivo título es Un nuevo horizonte de crecimiento: Mejorar política fiscal, abrir mercados e invertir en capital humano permite extraer inferencias interesantes tanto sobre el comportamiento de la dirigencia nacional en relación a la economía como de las consecuencias que tienen las ideas que elabora un sector aledaño a esta, el de los economistas convencionales.
En el resumen ejecutivo del informe se asevera: “Las capacidades productivas de Argentina, caracterizadas por sus abundantes activos de capital natural y una fuerza laboral bien educada, tienen potencial para impulsar un crecimiento económico sostenido e inclusivo. Argentina alberga grandes y diversos recursos naturales, incluyendo los segundos yacimientos de litio del mundo, las segundas reservas de gas y las cuartas reservas de petróleo. Sus tierras fértiles la convierten en un importante productor agrícola, ocupando el tercer puesto mundial en producción de soja. El alto capital humano tiene sus raíces en servicios de educación y salud, históricamente de alta calidad, así como en los logros obtenidos en sectores intensivos en conocimiento, como la investigación y la innovación”.
Los autores notan que, a pesar de contar con estas potencialidades, Argentina pasó de ser la séptima nación más rica del mundo a clasificarse como lo que se denomina un país de ingreso medio, de menores niveles de pobreza que los de mayor subdesarrollo, y que su PIB total creció a una tasa promedio del 1,8%, mientras que el promedio latinoamericano de crecimiento fue del 3,2%.
Como parte de este derrotero, se observa que “desde 1950, Argentina ha pasado 15 años en recesión, lo que la convierte en el país con más recesiones económicas del mundo, seguida del Congo, Chad, Ucrania y Venezuela. En promedio, cada recesión duró 1,6 años y significó una caída del PIB de 4 por ciento anual”.
El resultado es que, entre comienzos del siglo XX y la década de 1990, la brecha entre el PIB per cápita de los países desarrollados y los países subdesarrollados se amplió, para luego permanecer relativamente estancada.
El primer gráfico en el informe del Banco Mundial expone la distancia entre el PIB per cápita de Argentina y el de las Economías Desarrolladas
Estas son algunas de las principales causas del pobre desempeño macroeconómico que identifican los autores del informe:
- Altos niveles de volatilidad. Como el nivel de actividad fluctúa con mucha frecuencia, se infiere que la certidumbre para las empresas en torno a la evolución de la demanda se disipa, lo que perjudica la planificación de inversiones. Esta hipótesis se apoya con estudios empíricos que verifican la existencia de una correlación entre volatilidad e impacto negativo en el crecimiento económico. La presunta “volatilidad” se explica en gran parte por la incidencia de las materias primas en las exportaciones, lo que conduce a que los ciclos de precios y cantidades repercutan directamente en el mercado interno.
- Refuerzo de la volatilidad por el Gasto Público. Se sostiene que el gasto público sigue a los ciclos económicos por la evolución de la planta estatal y los salarios, y que, en épocas de crecimiento, estos tienden a crecer. Además, la persistencia del elevado gasto público produce un desplazamiento del crédito que podría destinarse a la inversión en el sector privado.
- El valor de las importaciones tiende a crecer con mayor velocidad que el de las exportaciones. Principalmente, observan que las importaciones crecen durante las expansiones por el mayor consumo interno, y las exportaciones son poco sensibles al tipo de cambio, por lo que, ante la eventualidad de un déficit comercial, la variación de las exportaciones no compensa el incremento de las importaciones previo.
- Argentina tiene bajos niveles de inversión en relación a su PIB total. En el informe se la atribuye, una vez más, a la volatilidad. Y se aclara que con la inversión extranjera no se compensan los bajos niveles de inversión locales.
Además, en el informe se expone cierta preocupación por lo que pareciera ser un período de decadencia nacional, con deterioro de la calidad de los servicios públicos, la falta de creación de empleo formal, el empeoramiento del nivel de vida, y una presunta disminución en el acceso a la educación de las generaciones más jóvenes.
Afirmación del estancamiento
El informe publicado por el Banco Mundial expresa un problema notable: la Argentina atraviesa un ciclo de estancamiento político que antes que nada se vincula con el deterioro económico. Lo cual no es novedoso, sino más bien obvio para cualquier observador de su historia reciente.
Tampoco es el único país en el mundo que se encuentra en esta situación. Pero, a diferencia de Inglaterra, en la cual un estancamiento similar del Conservadurismo condujo a la reciente victoria electoral del Laborismo, o del caso en Francia, en la que una alianza entre los partidos de Izquierda y la fuerza centrista que encabeza Macron bloqueó el acceso de la Derecha al gobierno a pesar del descontento imperante con la Presidencia del último, no existen alternativas dentro de la dirigencia argentina que expresen un cambio de orientación cabal y desenvuelvan una vocación de poder para realizarlo.
Ante esta ausencia, la conducta de la dirigencia recae dentro de un pensamiento afirmativo de sus propias limitaciones, que centralmente reivindica el apego al “orden” para poder resolverlas. Tal reivindicación es propia de la filosofía positivista de Augusto Comte, quien consideraba que cuando se estableciese una visión de las ciencias sociales basada en la observación de los hechos comprensibles, diferente de la religión o la metafísica, se aceptaría que la sociedad tiende a un orden espontáneo de cosas y se resolverían todos los conflictos.
Se trata de un fundamento muy atractivo para las posiciones políticas reaccionarias, porque esencialmente sugiere que las cosas son como son, que las desigualdades o lo que se puede registrar como opresión son en realidad características espontáneas de la sociedad, y los intentos de alterarlas necesariamente deben acarrear un costo para concluir en el fracaso.
Es el espíritu imperante en el análisis publicado por el Banco Mundial. Si por volatilidad se entiende que el PIB tenga altibajos frecuentes y la dispersión de las observaciones de la tasa de crecimiento frente al promedio correspondiente a un período específico sea pronunciada, entonces la conclusión es que debido a la frecuencia con la cual Argentina se encuentra en recesión, tiende a encontrarse en este estado. Una bonita tautología.
Disparates
Para resolver este presunto intríngulis se apela a una vaga noción del orden. Es válido ponerlo en estos términos, porque los presuntos argumentos teóricos que estructuran la exposición carecen de claridad en cuanto al establecimiento de las causas recurrentes por las cuales Argentina mantiene la trayectoria que se describe. Lo único claro es que la Argentina tiende a “vivir por encima de sus posibilidades”, para utilizar una expresión común entre los economistas. Pero, si fuese así, no debería encontrarse frecuentemente en recesión. Menos mantener un atraso prolongado, que es la hipótesis que encabeza el trabajo.
La razón que impide alcanzar algún tipo de explicación profunda es que no se examina la política económica como tal, y los factores objetivos que provocan que la economía se expanda o se contraiga por su inducción.
Así, se soslaya observar que hasta mediados del siglo XX la dirigencia política argentina era refractaria a impulsar modificaciones que condujesen a una alteración de la estructura económica y social, que la dictadura de 1976 llevó adelante un desmantelamiento de los avances alcanzados hasta entonces para modernizar la economía, que hasta la crisis de 2001 perduraron las raíces de ese proceso de deterioro, y que desde 2018 se volvió a iniciar una declinación.
Ante esos hechos no es una sorpresa que la inversión se contraiga. Sencillamente, se dan las condiciones macroeconómicas para que suceda, no por incertidumbre, sino por la certidumbre del descenso en la demanda con la que se asocian los episodios mencionados. La baja inversión responde, en definitiva, al empobrecimiento de la población argentina, y es lo último motivo de lo primero.
Lo que es un objeto de trabajo autónomo en el largo plazo es la estructura productiva, sobre la que se dice poco. De hecho, es una contradicción ingenua la de pretender que crezca la importancia de la inversión en la actividad económica si al mismo tiempo no se repara en que la mayor parte de las importaciones que demanda Argentina se deben a ella.
Por otro lado, se insiste en la prociclicidad del gasto público (esto es, el refuerzo de los ciclos de crecimiento o contracción) como motivo agravante de la ya endeble noción de volatilidad, pero se soslaya que, si la economía crece sostenidamente, la Administración Pública debería expandirse simplemente por la necesidad de un control más voluminoso para una economía con un mayor nivel de actividad, en el que sería tan lógico como necesario que los salarios del sector público formen parte del proceso de expansión.
De la misma manera, cuando los gobiernos recortan el gasto público no es por una imposibilidad de sostenerlo en sus niveles iniciales, sino como parte del mismo proceso que causa la recesión.
Lo interesante es que el resonante Pacto de Mayo comparte en su espíritu esta forma confusa de ver las cosas. Basta invocar los diez puntos comprometidos para comprenderlo:
1. La inviolabilidad de la propiedad privada.
2. El equilibrio fiscal innegociable.
3. La reducción del gasto público a niveles históricos, en torno al 25% del Producto Bruto Interno.
4. Una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar.
5. Una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio.
6. La rediscusión de la coparticipación federal de impuestos para terminar para siempre con el modelo extorsivo actual que padecen las provincias.
7. El compromiso de las provincias argentinas de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país.
8. Una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal.
9. Una reforma previsional que le dé sostenibilidad al sistema y respete a quienes aportaron.
10. La apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser protagonista del mercado global.
Mayormente, lugares comunes y declaraciones de principios que rara vez se concretan, y cuando lo hacen, tienen lugar sus peligrosas consecuencias, como ocurre con la disminución del gasto público y la persecución del equilibrio fiscal como metas. O cuando se avanza con una reforma laboral perjudicial para los trabajadores, que es, solamente, eso. Nunca un incentivo a la creación de empleo, ni puede serlo, porque ésta deriva de la expansión macroeconómica que los gobiernos que recurren a las ideas mentadas tienden a cercenar.
Si algo hace importante al Pacto, es justamente su carácter ideológicamente afirmativo, al que recurre un gobierno cuya política económica presenta un agotamiento cada vez más evidente. Si se lo mide por su potencial incidencia en una modificación de los hechos políticos, es irrelevante.
La pregunta que urge plantearse es porque no existe un ideario contrario, que realmente promueva la explicación de los medios para alcanzar el crecimiento económico y la mejora del nivel de vida de la población, ante cuya falta florecen estos disparates que enmascaran la continuidad de la decadencia producida por quienes dicen llegar para superarla.