El rescate es para las finanzas, no para el Presidente

Para el Gobierno de Milei no hay rescate posible. Si Estados Unidos quisiese preservarlo sacrificaría los intereses internos históricos de un aliado en la estructura que sostiene al dólar como moneda mundial, que son los bancos y los fondos de inversión. El retiro de sus ganancias con la bicicleta financiera conlleva inevitablemente una devaluación

El jueves 9 de octubre el Secretario del Tesoro Americano, Scott Bessent, anunció que la institución estaba operando en el mercado cambiario argentino, y confirmó que entrará en vigencia un swap entre Estados Unidos y Argentina de 20 mil millones de dólares. 

Este martes 14 añadió que, además, se trabaja en un salvataje financiero con bancos y fondos de inversión, también de aproximadamente 20 mil millones. Esos fondos serían líquidos, pudiendo utilizarse para intervenir en el mercado cambiario. En otras palabras, servirían para respaldar una salida de capitales.

El jueves el tipo de cambio mayorista cerró la jornada en 1.451 pesos por dólar. El dólar blue se encontraba en torno a los 1.475, y el MEP había llegado a los 1.527. El lunes, el dólar mayorista bajó a 1.347 pesos, y tanto el blue como el MEP pasaron a gravitar en torno a los 1.405.

El martes 14 volvieron a subir, tras la peculiar aseveración de Donald Trump de que Estados Unidos solamente apuntalaría a Argentina si Javier Milei resultase victorioso en las elecciones de medio término, pero se aquietaron con el siguiente anuncio de Bessent. 

La misma tendencia siguieron las acciones y los bonos argentinos, que repuntaron con las dos declaraciones de Bessent tras mantener jornadas de baja. No obstante, en la licitación de deuda pública del miércoles, el Gobierno solamente renovó el 45,7 por ciento de los vencimientos, ofreciendo títulos con cobertura en dólares. La licitación de Letras de Capital se declaró desierta, debido a que se demandaban tasas de niveles de mercado, que en este momento superan el 100 por ciento nominal anual.

El rescate norteamericano fue recibido con controversias internas. Los autores de un artículo publicado por el New York Times señalaron que “fondos de firmas de inversión, que incluyen a BlackRock, Fidelity y Pimco, están altamente localizados en Argentina, al igual que inversores como Stanley Durckenmiller y Robert Citrone, ambos de los cuales trabajaron con el señor Bessent cuando fue inversor de George Soros”. 

La sospecha de que la finalidad del rescate es la de proteger a estos capitales condujo a que los senadores demócratas buscaran impedir legalmente la utilización del Fondo de Estabilización para apoyar a Argentina. Una de ellos, Elizabeth Warren, objetó que esa no puede ser una prioridad mientras el Gobierno americano permanece en “shut-down” por la falta de acuerdo en torno al presupuesto público.

El Wall Street Journal se explayó con una propuesta más radical. Aduciendo que el problema de la crisis cambiaria se origina en una falta de confianza en el peso estructural, producto de devaluaciones recurrentes, el remedio es la dolarización, y que cualquier rescate tendiente a fortalecer el peso es errado.

También el Financial Times dedicó un editorial al rescate. La posición que expresa es que alentar una política que fija el peso artificialmente y lesiona el crecimiento es un error reiterado. A Milei le corresponden los méritos de impulsar la austeridad fiscal, pero para que crezca Argentina, Estados Unidos debería recortarle sus tarifas aduaneras y promover la inversión en minerales críticos.

Más allá del desarrollo específico de los hechos, la intervención de Estados Unidos está motivada por factores relacionados con la estructura del poder financiero mundial. 

Al menos desde finales del siglo XIX, sus bancos adquirieron importancia como acreedores internacionales. El patrón se acentuó durante la Primera Guerra Mundial, cuando fueron los proveedores de fondos que las potencias europeas requerían para financiar el esfuerzo bélico. La City de Londres, hasta entonces el centro de las finanzas globales, quedó desplazada por Wall Street. Finalmente, al terminar la Segunda Guerra, el dólar se impuso como principal moneda mundial, y continúa siéndolo hasta nuestros días.

Por la gravitación de la economía norteamericana sobre el resto, los bancos y fondos de inversión, que el New York Times señala con sentido práctico como interesados en el rescate a Argentina, son un aliado estratégico del Estado, puesto que son parte esencial del mecanismo que reproduce un capitalismo mundial en el cual Estados Unidos conserva el “privilegio exorbitante” de pagar las importaciones en su propia moneda. De ahí que, ante la posibilidad de que realicen un buen negocio, el Gobierno “intervenga” rescatando a Argentina para garantizarles el cobro. 

Este análisis no es incompatible con los que ponen el énfasis en la confrontación geopolítica con China. Pero nos parece que el origen del accionar norteamericano es otro. En lo que se explicó anteriormente, la actitud hacia China no emerge como determinante.

Por otra parte, el “rescate” en verdad es para los Fondos de Inversión. Si la acción americana está determinada por razones estructurales, las que condujeron al Gobierno de Milei a la situación actual no lo son en absoluto. 

Resultan de una política económica llevada adelante con impericia. No obstante, contrariamente a lo que afirman los editoriales de medios conservadores, lo fue por su debilidad para fijar el tipo de cambio, cuya estabilidad efímera es la que permitió que la economía se recuperara hasta mediados de este año.

La estabilización del tipo de cambio y de los precios requiere del diseño de políticas integrales que permitan acumular reservas. Para que perduren y sean aceptadas políticamente, en algún punto tienen que permitir que se recupere la relación normal entre los precios y los ingresos de la población, que en procesos de este tipo queda deteriorada.

En las circunstancias que atraviesa el país, ese punto parece ser inmediato. Por el riesgo que hubiese acarreado un deterioro más agudo del poder de compra del que siguió a la devaluación de diciembre de 2023, el Gobierno intentó sostener la estabilidad cambiaria mediante improvisaciones prosaicas. 

Mientras ponía techos a las paritarias y ajustaba el gasto público, ensayó una política monetaria-cambiaria inconsistente. Interviniendo sobre el dólar MEP y poniendo tasas de interés atractivas para un tipo de cambio fijo, pero bajas para permanecer en títulos nominados en pesos, alentó una bicicleta financiera que le insumió las reservas acumuladas con la recesión al principio del Gobierno, en vez de permitirle capitalizar el superávit comercial de los últimos dos años.

Ahora sufre las consecuencias, puesto que se encuentra vulnerable, e imposibilitado para acumular dólares si no media una devaluación. Cosa que, en un año electoral, con una fuerza política neófita, reaccionaria, refractaria al acuerdo con otros participantes del sistema político, y por lo visible en decadencia temprana, es una decisión casi equivalente a la extinción. Por eso, busca retrasar la crisis sin poder impedirla.

Como los bancos y fondos de inversión van a retirar sus capitales, Argentina va a sufrir una devaluación y sus consecuencias. Por ende, para el Gobierno de Milei no hay rescate posible. Justamente, eso es lo que no parece una meta plausible para Estados Unidos, que si quisiese preservar a un “importante aliado estratégico” (afirmación ridícula, de la que se mofa con razón el Financial Times), se vería frente a la dificultad de que sacrificaría intereses internos históricos en aras de salvar un experimento político que, por las circunstancias del caso, podría ser sucedido por otro de signo opuesto, y no aceptaría los mismos condicionamientos.

Las consecuencias más graves en el largo plazo no son los condicionamientos en las relaciones internacionales que mantiene Argentina, sino algo más terrenal y urgente: el mayor malestar material de la población, y el enrarecimiento de la situación política. 

Con lucidez, una alternativa proveniente del campo nacional-popular puede revertir el cuadro. Pero, como enseñó la experiencia del Frente de Todos, el recambio electoral no garantiza que la propuesta sucesora esté a la altura. Sin pretender llegar a certezas, un método para preparar una solución que abra nuevos caminos para Argentina puede ser la de pensar ideas para salir de la debacle económica, y pasar a concentrarse en el desarrollo.

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