La reciente estafa cripto que sigue sacudiendo a la política argentina no es solo un escándalo financiero de escala internacional, sino también un fenómeno comunicacional y de gestión de crisis que expone las fisuras estructurales de la administración de Javier Milei. Para analizar este complejo entramado, Y ahora qué? dialogó con Mario Riorda, uno de los principales referentes en comunicación política de América Latina. Politólogo, consultor con más de 180 campañas en su haber y autor de 18 libros, Riorda combina una extensa trayectoria académica —como profesor y director de posgrados en universidades de Argentina, España y Estados Unidos— con una experiencia directa en el asesoramiento de gobiernos y organismos multilaterales.
La especialidad de Mario Riorda, precisamente, es la comunicación gubernamental en contextos de crisis. En esta conversación, Riorda caracteriza a esta estafa como una “crisis de decepción de gestión”, un concepto que describe cómo los gobiernos que prometen cambios disruptivos y rupturistas, como el de Milei, se enfrentan a una reacción social mucho más intensa ante cualquier incongruencia o transgresión. Esta decepción, señala Riorda, no es solo moral, sino que golpea el núcleo de la identidad política sobre la que se construye el liderazgo libertario.
–En varias oportunidades has dicho que los gobiernos son instituciones crisis-propensas. ¿Qué tipo de crisis creés que se desató a partir de la cripto-estafa, de “decepción de gestión” o “de mala gestión”?
–Esta crisis forma parte de lo que se denomina “crisis de decepción de gestión”, que incorpora factores tales como falta de información y subestimación, y se centra en la negación y el ocultamiento. Esto les suele ocurrir a gobiernos que han generado expectativas muy altas y que, frente a cualquier tipo de transgresión, ponen de manifiesto sus incongruencias, faltas morales y descontento. Hay que tener en cuenta que la incongruencia y el descontento no necesariamente se dan en forma de shock, pueden darse de modo acumulativo a lo largo del tiempo. Cuando la crisis de decepción de gestión toma la forma de shock aumenta la capacidad de combustión y, en vistas de la aceleración de su impacto, casi siempre se trata de un o algunos escándalos.
–¿Cuáles son las posibilidades –y de qué forma debería hacerse– de clausurar una crisis? ¿Qué tipo de clausura conviene aplicar hoy, una clausura política o una operativa?
–Una crisis, para clausurarse, necesita un cierre operativo y un cierre político. El cierre operativo está dado por la necesidad de asistir, mitigar, reparar, compensar. Atender a todo aquello que haga frenar el daño existente. Por otro lado, hay que apuntar a la responsabilidad política relacionada con la atribución de justicia: descular por quién y cómo se originó la crisis. Tratándose de un escándalo –la crisis del cripto-gate lo es, más allá de su gravedad– muchas veces se desdibuja porque, en realidad, no hay un daño público –aunque de algún modo indirecto sí lo haya–; pero en general un escándalo produce mucho daño en el vértice del poder. En este punto, es difícil separar lo operativo de lo político. Casi siempre, la política se ve tentada por trabajar sobre la negación o la subestimación del impacto de las crisis, antes que posarse sobre el daño.
–¿En qué consiste concretamente la subestimación del impacto de la crisis?
–Esa subestimación se da cuando quien padece la crisis adopta una mirada optimista: “no tengo nada que ver o, si tengo algo que ver, el impacto será menor”. Es obvio que esta tentación de clausurar el costado político, negando la responsabilidad o adoptando la versión optimista en el desenlace de las crisis, es una actitud aspiracional. Tan es así que, cuando la adopción del costado optimista en la gestión de crisis es excesiva, se termina negando las crisis y, por lo tanto, eso suele agrandar las crisis o que las mismas queden abiertas en el tiempo.
–¿Cuán conveniente es hacer una exhibición de poder frente a una crisis? Afirmas que el gobierno de Javier Milei «canchereó» con las crisis. ¿Qué efectos puede generar esa actitud en el escándalo cripto?
–Hay muchos gobiernos que, al desconocer la crisis o al no tener los instrumentos necesarios para gestionarla, exageran la exhibición de su poder desconociendo que eso es precisamente lo que se ha perdido. Una crisis impacta en el sistema de valores que sostiene a una institución gubernamental, por lo tanto, la exhibición de poder puede ser un acelerador en el despliegue de la crisis en lugar de mitigarla. Es hacer ostentación de lo que se ha perdido parcial o totalmente: poder, confianza, reputación, etc.
–Algunos expertos afirman que no importa tanto la dimensión moral del escándalo, pero que sí importan los cálculos estratégicos de la oposición y la expresión de la indignación social. ¿Es políticamente estratégico impulsar un juicio político contra el presidente o algunos de sus funcionarios?
–Hay varias cosas para decir al respecto. Primero, nunca es clara la estrategia de la oposición frente a una crisis o, como en este caso, un escándalo político. Uno puede entender que haya una especie de deber cívico republicano de ir hacia el juicio político, que es absolutamente legítimo. Pero ese deber se mezcla con un proceso pragmático consistente en ver qué es lo más conveniente en una estrategia opositora en un momento dado. Sabiendo que la ecuación de gobernabilidad en las cámaras legislativas no es la más apta para transitar un juicio político, sería ir a un proceso que tiene altas chances de ser poco efectivo. Por eso creo que, aunque pueda ser muy deseable la instancia de juicio político por parte de la oposición, no sería la iniciativa más inteligente. Sobre todo frente a la necesidad de dar visibilidad al tema y, de esta forma, responsabilizar al gobierno o que, al menos, se aclare la situación que originó ese escándalo.
–Relacionás el escándalo mediático que significó la entrevista “arreglada” que realizó el periodista Jonatan Viale a Javier Milei, con el concepto de “tatemae”. ¿Qué significa este término y por qué podría definirse como una operación de tatemae?
–El concepto “tatemae” es una expresión oriental que hace referencia a las verdades no muy placenteras, que se convierten en verdades “inmencionables” porque generan una incomodidad pública. Son prácticas que funcionan como una fachada, en la medida en que tapan algo que todo el mundo sabe que no es verdadero pero que si se hiciera público, su adopción sería conveniente para sostener una especie de orden en algún momento dado. Es posible que una mayoría de la población sepa que hay relaciones de connivencia entre el poder político y la prensa, pero una cosa es saberlo y otra cosa es que quede groseramente expresado, como sucedió con el caso de TN y Jonatan Viale.
–¿Cómo impacta este escándalo mediático en la credibilidad social hacia los medios de comunicación?
–Hace tiempo que la credibilidad de la prensa está en jaque, particularmente desde el apogeo de las redes sociales, en donde la prensa empezó a ser tanto sujeto como objeto de reputación. Es quien da reputación a otros y quien recibe reputación de la sociedad. Gran parte de la mirada pública hacia la prensa tiene más que ver con la posición política de un medio y menos con su labor profesional o con su ética profesional. ¿Lo traduzco? Se la juzga como se juzga a cualquier actor político.
–En el territorio digital, la difusión de narrativas sobre la estafa muestra una gran dispersión territorial, en la medida en que se amplifica a nivel planetario. ¿Es legítimo comparar el impacto cuantitativo de la conversación digital de la foto de Olivos, más encausada por los límites nacionales, con el cripto-gate, que tiene un impacto internacional, en términos de conversación y de afectación?
–Sí es legítima la comparación, independientemente de que pueda resultar incómoda u odiosa para una u otra parte. La foto de Olivos se hizo pública en un momento de alto nivel de susceptibilidad pública, donde el poder político no asumió el esfuerzo que le exigía a otros. Este cripto-gate es bastante parecido.
–¿En qué se parece?
–El presidente se jacta de que no hay plata y de haber realizado el ajuste más grande de la historia de la humanidad. Este escenario genera un clima de zozobra cuando se producen escándalos de este tipo, donde no se trata de que unos pícaros puedan generar una estafa mundial inédita sino que uno de los potenciales beneficiarios de esta estafa son el presidente y su entorno. La transgresión de la norma tiene un impacto muy significativo para el votante de Milei; el núcleo más duro empieza a conmoverse. Eso sucedió en gran parte con el voto del Kirchnerismo respecto de Alberto Fernández. Aunque más no sea, es un primer nivel de desconfianza en su capacidad tanto como en su honestidad. Y ni hablar del impacto mundial.
–¿Cómo evalúas la estrategia comunicacional y política de polarización que utiliza este gobierno para con la oposición? ¿Y, en especial, el contraste discursivo que establece con el pasado?
–Milei se caracteriza por generar “estrategias de conflicto controlado”, es decir usar el conflicto como generador de identidad. El problema es que uno puede vivir generando conflictos de modo constante, con una agenda muy agresiva como la que impulsa Milei, pero cuando hay una crisis la situación cambia.
–¿En qué sentido cambia?
–En el sentido de que el propio conflicto pasa a formar parte de una rutina cotidiana, cuando la crisis debería ser pura excepcionalidad. Si no es gestionada adecuadamente, literalmente puede matarte. En el libro “Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara”, que escribimos con Silvia Bentolila, hablábamos de una especie de “fin del mundo”, de caída infinita. Algunos autores lo denominan “el desatar de los infiernos”, refiriéndose a una crisis donde se pierden todas las variables de control. Entonces, sí ha sido interesante esa hiperactividad de una agenda que pareciera no cesar, pero gestionarla desde el conflicto no parece ser el mejor escenario, porque puede derivar en una apertura infinita de la crisis; una crisis de sombra larga que no se puede clausurar, ni operativa ni políticamente. El conflicto es algo que está dispuesto en la esfera pública para no ser clausurado nunca. Tan es así que los gobiernos que trabajan adecuadamente el conflicto generan identidad desde el propio conflicto. Una crisis no genera identidad, por el contrario, corroe la identidad previa y daña -políticamente hablando- generando reacomodos de poder y estigmas reputacionales..
–¿Qué rol –favorable o desfavorable– juega el aceleracionismo comunicacional cuando no se tiene control de la agenda?
–El aceleracionismo en comunicación política tiene tres variantes. Primero, la potencialidad estructural que posibilita la tecnología. Segundo, el vértigo y la escalabilidad que puede alcanzar ese vértigo hasta llegar a situaciones impensables. La internacionalización de esta crisis y la afectación internacional de la imagen de Milei asociada a la estafa son una muestra paradigmática que había sido impensada horas antes de que todo estallara. Y el tercer elemento refiere a la voluntad y competencia de los actores de ubicarse primero en la agenda pública, tanto para negar como para acusar o promover la novedad más impactante y viral. Hay una batalla para ver quién es el primero, quien dice más y más rápido, con serios riesgos de caer en errores groseros o contradicciones severas. Hoy, el aceleracionismo es una constante; lo interesante en este caso es que se da de modo furioso en un escenario de crisis que, por definición, es incontrolable. A tal punto que el ejército digital organizado –formal e informal– del mundo libertario o de las derechas ultra radicales, particularmente en Argentina pero también en países que tienen grupos afines a este espacio político, se ha visto absolutamente desbordado y ha sido puesto en jaque por una reacción mayormente espontánea y desorganizada de actores críticos. Hoy cualquiera “se le anima”. Del lado libertario, la hostilidad digital ha perdido potencia desde todo punto de vista, a lo que se suma que en el volumen total de mensajes en torno a crisis es más potente el encuadre negativo y adverso que el encuadre positivo que el oficialismo y sus aliados han intentado instalar.
–¿Cómo pueden quedar las coaliciones?, ¿cuán difícil puede ser promover la agenda del gobierno en el Congreso?
–Estimo poco o nulo cambio en el corto plazo, a lo sumo algún nuevo tipo de coordinación eventual para alguna ley o votación en particular, no mucho más. No creo que nadie lo sepa fehacientemente, particularmente porque la característica del sistema político argentino es la de un sistema de partidos roto, en plena descomposición o reorganización. No solo el oficialismo ha tenido desmembramientos sino que todos los partidos están en un proceso de ruptura, algunos muy explícitos como el Pro o como el Radicalismo, pero también hay tensiones en el Peronismo. Cuando hay un sistema de partidos muchas veces un ordenador circunstancial y temporal y hasta transicional, es el liderazgo preponderante. Cuando el liderazgo preponderante de un país, como lo fue Cristina en su momento o como lo venía siendo Milei hasta ahora, es el gran ordenador. Cuando al liderazgo preponderante le va bien, la oposición no tiene chances. Cuando le va mal aumenta la competitividad opositora. Habrá que ver qué tanto es impactado el liderazgo de Milei por esta crisis y, en función de eso, habrá más chances de que haya mayor competitividad electoral pero, además, de que se establezcan otro tipo de acuerdos en la dinámica legislativa en el Congreso. Insisto, a nivel provincial sí hay competitividad opositora, a nivel nacional mucho menos.