Romina y Natalia, pataleta

Sinopsis:

En la entrega del número anterior asistimos a una charla que las dos amigas de la infancia tuvieron en el restó de empanadas de la calle Larrea. Vimos que Romina Carla sufre una extraña y horrible compulsión ansiosa consistente en querer demoler cada casa antigua o monumento que ve para visualizar una torre de estas que tanto afean nuestra ciudad hoy en día. Ella visualiza la torre que su padre, dueño y socio de la gran demoledora y “desarrolladora compañía conocida como “Grupo Chxitza”, construiría después sobre lo que fuera antaño nuestra querida ciudad. Romina sufre por eso. Sufre por ser presa de ese deseo indigno.

Otra compulsión violenta sufrida por Romina es la de vender todas sus pertenencias para comprar dólares. El dólar barato para ella es dulce como un amorcito infantil, como un bomboncito de chocolate y dulce de leche.

El restó de empanadas tiene las paredes cubiertas de retratos, posters de artistas, deportistas argentinos y objetos antiguos. En el mostrador de madera hay un teléfono a disco y una caja registradora. Vemos un afiche gigante de René Houseman, otro de Soledad Silveira en “Pobre diabla”, otro de Calabró, de Pepe Biondi, de Evita Perón, de Susana Giménez haciendo shock, otro de “Rock hasta que se ponga el sol”, otro de Los Chalchaleros. Es interminable la memorabilia del restó y a las chicas las hechiza un poco. Es interminable la memorabilia del restó porque, digan lo que digan, el siglo veinte todavía no se terminó.

Volvamos a las chicas, las vimos volviendo por las cuadritas rumbo a la casa de Romina en la calle Juncal y, al llegar al edificio, una interesante presencia las aguardaba en el dintel. No voy a continuar progresivamente en lo que vendrá después, a propósito de esta presencia. Voy a volver atrás, a la cena, porque se había suscitado entre ellas una charla política que quise omitir por esa costumbre de ahora de “mejor no hablar de política”. Preferí no contarla porque soy una narradora un poco pacata, pero ahora no, ahora voy a reponer ese diálogo político que omití en los episodios anteriores y también el entrevero que hubo.

Natalia vio sin querer un afiche de doña Petrona C de Gandulfo y quiso pedir otra vuelta de empanadas. La dueña les guiñó un ojo y marcharon otras más de carne picante y de humita.

-¿A quién vas a votar, Romi?

– ¡Ay, te dije nena, que no pienso votar!

– Bueno, pero, dale, no te creo, anímate y decime.

-Ya hablamos de política, te dije que no sé, que soy apolítica, que no me acuerdo a quién voté la última vez, y vos me dijiste algo de un chancho. Natalia, a vos lo único que te interesa es la política, loca, lo politizás todo, pará!

– Bueno, dale, decime

-No sé.

-Yo sí sé. Vas a votar a la Bestia. Vas a votar a favor de la represión a los jubilados, a favor de que les saquen los remedios a los enfermos de cáncer y a los discapacitados, que le saquen la plata y destruyan el GarrahaN, a favor de que se desfinancien y se cierren las universidades públicas, de que saquen la comida a los comedores, y a favor de la coima, del dipunarco…

– Ay, no, Nati. No pasa nada de eso. No te creas. No lo va a hacer.

-Ya lo está haciendo, ¿no ves? Acá cerca, en Cerviño y Ocampo están por demoler el edificio del Inta, no viste? Es la compañía demoledora de tu papá.

-Y, sí, es lo mejor, es lo nuevo.

– ¡Qué es lo nuevo, Romina! Eso no es lo nuevo. Y vas a votar a favor de que le peguen y repriman y ocupen las tierras de los mapuches, y a que yo no tenga más trabajo y a que mi mamá cobre trescientas lucas y la gaseen.

– Ay. No. Nena, no exageres. Yo a tu mamá la requiero

– Sí, la querés, pero votás a la Bestia igual. Y sabés que este es un gobierno de ocupación, que este loco está entregando nuestra soberanía a los yanquis y que nos está endeudando más y más.

– Mi papá dice que, si no, puede haber una corrida cambiaria y volar todo por el aire y que pueden subir los dólares por el aire, Nati, si pierdo los dolarcitos baratos me muero.

-No, no te vas a morir, Romi.

– Sí, Natalia, me muero sin los bomboncitos, me muero. Sin el loco, esto puede ser un caos y yo no podré hacer mis viajes, Nati.

-A mí me parece que vos tenés miedo de otra cosa, Romina. Vos tenés miedo de que Trump nos bombardee si no lo votamos.

– ¿Qué decís, Natalia? ¿Cómo le voy a tener miedo a Trump? Hay una cosa más grave, más peligrosa. ¡Estoy aterrorizada!

– No te angusties, Romina, yo estoy peor que vos, estoy sin casa y sin mi laburo de siempre y estoy más calma.

-Es que vos no te das cuenta.

-¿De qué?

-¿Cómo de qué?

-¿De qué?

-¿No ves?

-¿Qué?

-¡¡¡Qué pueden volver los kirchneristas!!!!

Al decir esto la cara de Romina se fue poniendo primero roja intensa hasta terminar violeta. Natalia creyó ver a su amiga descompuesta.

-¡¡¡¡Sííí!! ¡Puede volver la chorra! ¡¡¡Cristina chorra!!! ¡¡¡Cristina chorraaa!!!!

-¡Pará, Romina!

– ¡Esto va a ser un caos! ¡Van a saltar las monedas por el aire!¡¡¡Puede volver el kirchnerismoooo!!!

Una parejita joven que estaba sentada a la mesa de la ventana las miró un poco y siguió en lo suyo. Natalia le hizo una seña a la dueña, que la entendió muy bien y le trajo otro vaso y otra lata de cerveza roja y se la sirvió a Romina.

-Cristina chorra. Cristina chorra. Cristina chorra. -Siguió Romina un poco más calmada y más bebida.

-No creas esas boludeces, Romi. Sabés que son mentiras.

-Yo la odio a esa hija de puta y puede volver… aunque esté presa, puede volver, vos no sabés el poder que tiene esa mujer.

-No, Romina, salgamos un cachito a la calle a tomar aire, tengo un poco de tuquita, dale, y te tranquilizás un poco.

Natalia le hizo otra seña a la dueña y salió a la vereda. Enfrente había una moto de delivery. Pero no había nadie. Muchos autos estacionados, sobre todo, Peugeot grises. La calle se iluminaba solamente con la luz del local. A unos metros, ya en la oscuridad, una frazada cubría a una familia con su perro. Antes de que Natalia prendiera la pituca, Romina empezó a vomitar. Salió la de verdura, la el relleno de las de carne picante, las de jamón y queso, la de humita. Todo muy burbujeante y espeso. Por suerte embocó justo en la alcantarilla. Natalia la agarró de la cintura. Puaj, la salpicó un poco. Tres personas mayores que pasaron dieron vuelta la cara de asco y se perdieron en la noche. Cuando Romina se hubo parado su tormenta, Natalia la hizo sentar en una de las sillas de las mesas de la calle.

-Por favor,-rogó Romina,- no hablemos de política, que me hace mal.

-No, Romi, no te saco más el tema.

– La política arruina todo. Arruinás las reuniones, vos, Natalia, con la política, arruinás las salidas.

Dieron unas pitadas y volvieron al restó. Pidieron los tradicionales pastelitos de membrillo, Romina tomó mucha agua y los comió. Quedaron las dos en silencio adentro de los pensamientos.

Mientras masticaba la masa frita y el dulce, Natalia volvió a caer en el hechizo de la memorabilia de las paredes. Vio un póster de Palito Ortega y recordó una canción que su mamá le cantaba de chica en Estocolmo:

“Te buscaré, cariño por todas partes,
no pararé hasta encontrarte,
yo necesito tu amor.
te buscaré y el día
que yo te encuentre,
será todo diferente,
podré cantarle al amor….”

“Qué canción boluda -pensó Natalia,- claro, mi mamá en el exilio cantaba todo lo argentino que le pasaba por la cabeza”

Algo se le vino a la cabeza a Nati. A alguien buscaba Natalia.

Romi pagó, y emprendieron el camino a la casa, las dos ensimismadasy silenciosas por las calles oscuras de Buenos Aires. Hasta que llegaron a la puerta del edificio y vieron la presencia inesperada sentada en el escaloncito de la planta baja.

Continuará

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