En vista de que para cambiar la calidad hace falta cambiar la cantidad, la salida del pantano de la subsistencia empieza por aumentar el poder de compra de los salarios. Si el salario promedio es bajo y genera semejante nivel de pobreza, es una entera responsabilidad de la clase política a negarse a que suban.
El ministerio de Capital (poco o nada) Humano (MCPONH) está imbuido de una negativa militante a cumplir el plexo normativo que le ordena con fuerza de ley impedir que los sectores afectados por la pobreza de la sociedad civil presenten emaciación. Un fallo judicial, apelado y ratificado por la alzada así se lo recordó y ordenó que reparta los alimentos que tiene almacenados.
Suponer que se comportan así por el cariño a lo que no es suyo de ciertos funcionarios ladris, y ya está, es bajarle el precio a la película y perderse la trama. En verdad, se trata de la manifestación -en clave de extremismo libertario- del sustrato común ideológico en que se inscribe el grueso de la clase dirigente argentina. Al encuadrar así al triste episodio del piden pan y no les dan del que tienen inútilmente guardado, la subjetividad de Sandra Pettovello, la titular del MCPONH, pasa a segundo plano y aparecen el factor común entre la pobreza creciente de la Argentina, las razones de las triquiñuelas para ocultar el pago de sueldos altos en el Estado y el ineluctable destino de chocarse la pared de frente del horrible gobierno libertario.
El nodo está en el salario. ¿Por qué hay semejante volumen de pobres en la Argentina? Porque los salarios son una desgracia. Cuando se escucha por ahí que la pobreza es un “fenómeno complejo”, independiente de su pertinencia, es una cretinada que recuerda a Natalio Botana (1888-1941), el legendario dueño de Crítica, quien describía el comportamiento de Hipólito Yrigoyen señalando que para el “Peludo” (mote de Yrigoyen) los problemas serios los arreglaba el tiempo y los grandes problemas no tenían solución y por eso no hacía nada.
Más allá de la tentación de compararlo con Sandra, la condición necesaria para vencer el “problema complejo” es aumentar los salarios. Eso es lo que –generalmente- no tienen en cuenta los heraldos de este lema. Es en lo que no muestra mucha predisposición (si es que alguna) el grueso de la dirigencia argentina. En todo caso hay interés gatopardista en reparar hasta ahí, el profundo daño infligido por los libertarios. No más. Y tienen todas las herramientas para dar el giro de 180 grados, desde el momento en que el salario es un precio político que se establece como armisticio en la disputa por el ingreso de las clases que concurren a generar el producto bruto. Si el salario promedio es bajo y genera semejante nivel de pobreza, es una entera responsabilidad de la clase política a negarse a que suban.
Cuadro de situación
De acuerdo a estimaciones privadas –actualmente- el 55% de la población argentina está viviendo por debajo de la línea de pobreza y un sexto en la indigencia. El INDEC categoriza como pobre a aquella familia que no cubre la Canasta Básica Total (CBT) e indigente a la que sus ingresos no le permiten comprar la Canasta Básica Alimentaria (CBA). El INDEC define que “la Canasta Básica Total (CBT) se calcula a partir de la Canasta Básica de Alimentos (CBA) con la inclusión de bienes y servicios no alimentarios como vestimenta, transporte, educación, salud, entre otros”. Al 14 de mayo de 2024 el valor de 1 (una) Canasta Básica Total -según INDEC- es de 828.158,19 pesos. El RIPTE (Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables), o sea: el promedio de los salarios en blanco sujeto a aportes al Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) fue en marzo -último dato disponible- 705.832,58 pesos. Es obvio que el hambre cunde.
Exabruptos a un lado, la formalidad procesal de los abogados del MCPONH para responder los reclamos judiciales que iniciaron las organizaciones de la sociedad civil que forman la trama de la que se valía el Estado para cumplir con la ley de alimentar al cúmulo de familias desposeídas, viene envuelta en una atmósfera cultural donde maridan Thomas Robert Malthus (1766-1834) y Friedrich August von Hayek (1899-1992). Esa tenida intelectual no ha despejado la sospecha de que sacarle de la boca la comida a los argentinos pobres fue a consecuencia de hacer caja política.
Por “caja política” se entiende la plata en negro que extrae de las arcas del Estado la dirigencia para erogar tanto los costos de su funcionamiento como los que les insume la institucionalidad democrática. El viejo truco de andar por las sombras es para no enfrentar al neurótico Mr Hyde de la sociedad que no quiere pagar nada de esa cuenta, reclamando a la dirigencia sacrificios, compromisos y una entrega propias de un santo o una santa. Milagros puede haber, este tipo de santidades de ninguna manera.
Claro que entre tanta oscuridad siempre se escapa la tortuga de algún que otro vuelto, o algún que otro herido por no quedar en el reparto. Costos a bancar, pues la pedagogía que sacaría a la sociedad civil de este comportamiento neurótico en busca de imposibles arcángeles implica –para los dirigentes- nunca embromar su nivel de vida y –para los dirigidos- aceptar un reparto de subsidios que auxilien a los que lo necesitan y no perseguir canonjías que no les corresponden. Así que el subrepticio trato pampa y el acuerdo de atorrantes entre la sociedad civil y la dirigencia para la caja política gozan de su viciosa buena salud.
Canción para su muerte
Volviendo a Malthus y Hayek, esas ideas refuerzan las sospechas de la caja política al ser observadas como rationale. En efecto, Malthus postulaba que las perspectivas de que los seres humanos vivan más años deberían ser de corta duración, porque bajo las condiciones de presión demográfica contra la producción de alimentos, (la población creciendo en progresión geométrica, la comida en progresión aritmética), la naturaleza encontraría una enfermedad que liquidara la población excedentaria.
La caída de las tasas de mortalidad durante las primeras décadas del siglo XX –que actualmente continúa- sacó de escena a la teoría maltusiana de la población expuestas en el “Ensayo sobre el principio de población” de 1798. En la actualidad, con cuatro veces la población de su época y cincuenta veces sus ingresos quedó inutilizada.
Por el impulso para explicar la disminución secular de la mortalidad, que contrariaba en su totalidad la visión maltusiana, en los diversos estudios que se emprendieron, entiende el Nobel de Economía Robert Fogel –en un paper sobre esta temática- que “al demostrar que las hambrunas y la mortalidad por hambruna son una cuestión secundaria para escapar de las altas tasas de mortalidad de la era moderna temprana, estos estudios desviaron la atención hacia la cuestión olvidada de la desnutrición crónica como la vía principal a través de la cual la desnutrición contribuyó a las altas tasas de mortalidad de la población en el pasado (…) La desnutrición puede ser causada por una dieta inadecuada o por exigencias de esa dieta (incluidos el trabajo y las enfermedades) tan grandes como para producir desnutrición a pesar de una ingesta de nutrientes que en otras circunstancias podría considerarse adecuada (…) Un cuerpo pobre genera una mayor vulnerabilidad a las enfermedades, no sólo enfermedades contagiosas, sino también enfermedades crónicas”.
Malthus creía que la desnutrición se manifestaba en hambrunas excepcionales periódicas y en el exceso de mortalidad que prevalecía entre los solemnemente pobres –de toda pobreza- de su época que vivían en la miseria y el vicio. Pensaba que las personas cercanas a la mitad del orden social, el robusto trabajador agrícola o el artesano de la ciudad, estaban generalmente bien alimentados, sanos y vivían una vida normal.
Fogel lo desmiente al explicar que “ahora sabemos, sin embargo, que en la época de Malthus las hambrunas representaron menos del 4 % de la mortalidad prematura (tasas de mortalidad superiores a las de 1980, considerando las estructuras de edades de 1700), y que los excesos de mortalidad de los ultrapobres (la quinta parte inferior de la sociedad) representó otra sexta parte de la mortalidad prematura. Aproximadamente dos tercios de toda la mortalidad prematura en la época de Malthus procedían de la parte de la sociedad que Malthus consideraba productiva y saludable. Sin embargo, según los estándares actuales, incluso las personas en la mitad superior de la distribución del ingreso en Gran Bretaña durante el siglo XVIII estaban atrofiadas y emaciadas, padecía enfermedades crónicas -mucho más que hoy- en la edad adulta joven y en la mediana edad, y moría 30 años antes que hoy”.
Las instituciones en Malthus y Hayek
Malthus sostenía que para que no haya crisis demográfica se debían fortalecer dos instituciones: el matrimonio y la propiedad privada, justamente en las que estaban enancadas las virtudes del robusto trabajador agrícola y el artesano de la ciudad. Un ideal de sociedad de al pan, pan y al vino, albino.
En 1967, Hayek en el ensayo “Notas sobre la evolución del sistema de normas de conducta”, alecciona que “Para vivir con éxito y lograr los propios objetivos en un mundo que sólo se comprende muy parcialmente, es por lo tanto tan importante obedecer ciertas reglas inhibidoras que impiden que uno se exponga al peligro como comprender las reglas según las cuales opera este mundo. Los tabúes o reglas negativas que actúan a través de la acción paralizante del miedo constituirán, como una especie de conocimiento de lo que no se debe hacer, información tan significativa sobre el entorno como cualquier conocimiento positivo de los atributos de los objetos de este entorno”.
Sobre ese andarivel Hayek discurre que “las propiedades de los individuos que son importantes para la existencia y conservación del grupo y, por tanto, también para la existencia y conservación de los propios individuos, han sido moldeadas por la selección de aquellos individuos entre los individuos que viven en grupos que en cada etapa de la evolución del grupo tendía a actuar de acuerdo con reglas que hacían al grupo más eficiente (…) Aquí tenemos que abordar la integración al menos en términos dos niveles diferentes: por un lado, el orden más amplio que ayuda a la preservación de las estructuras ordenadas en el nivel inferior y, por el otro, el tipo de orden que en el nivel inferior determina las regularidades de la conducta individual que ayuda a la perspectiva de la supervivencia del individuo sólo a través de su efecto sobre el orden general de la sociedad”.
El diagnóstico malthusiano es inmanente en Hayek pero ni lo nombra al escocés. Tiene su explicación. La Escuela Austríaca que destrozó a David Ricardo (1772-1823) en todo lo que pudo y más, preservó intocadas (al contrario: veneradas) su teoría de la ventaja comparativa del comercio exterior y la fe inquebrantable en el crecimiento por el lado de oferta o producción. Lord John Maynard Keynes abusando de su flema inglesa jamás confesó tomarse en joda a Hayek. Poco importa si el austríaco tenía conciencia de que lo usaban de escudo (en realidad de otra cosa, pero respetemos la tradición flemática) contra las potenciales acusaciones de bolches a esos muy lúcidos conservadores profesores de Cambridge, eventualmente proferidas por una dirigencia del capitalismo que no la veía ni la sentía, y que fue salvada de sí misma -y pese a sí misma- por la puesta en práctica de esas ideas que rechazaban.
Lo cierto es que entre uno y otro las pullas no faltaban. Keynes escribió un prólogo para la reedición del “Ensayo de población…” de Malthus elogiando su posición en favor de la demanda como motor de la vida y salida del capitalismo en contra del ofertismo sin destino de David Ricardo. Suficiente para que Hayek se olvide Malthus. Revisando el abundante epistolario entre Malthus y Ricardo (que se encargó de recopilar Piero Sraffa, el amigo, sostenedor económico del encarcelado Antonio Gramsci y teórico que resolvió la cuestión del valor en la tradición clásica) se comprende mejor la tirria austríaca.
Los salarios del Estado
Esa idea tan ricardiana de que la acumulación de capital o inversión, de la cual depende el crecimiento, a su vez depende de una tasa de ganancia alta, es compartida por sus feroces críticos ultra liberales. En la determinación del nivel de la tasa de ganancia se juega la suerte de la acumulación de capital y entonces del crecimiento económico. Menos salarios más ganancia, más inversión. Esa secuencia de Ricardo se puede especular que es compartida por el grueso de la dirigencia política argentina, siendo los libertarios una expresión muy extremista.
Teniendo en cuenta que Malthus a lo que hoy llamamos consumo lo denominaba “gasto no productivo” en la carta 440 (según ordenamiento de Sraffa) a Ricardo le refiere que “si un mayor poder de producción no fuese acompañado por un aumento en el gasto no productivo, inevitablemente reduciría las utilidades y desalojaría a los trabajadores de toda ocupación”. Keynes aplaudiendo de pie. Ricardo enculado argumenta en la carta a Malthus 392 que “Con abundancia de capital y un precio aminorado del trabajo no puede dejar de haber empleos que rindan buenas ganancias, y si un genio superior tuviera en sus manos el empleo del capital del país, podría en muy poco tiempo hacer el comercio más activo que nunca”. La realidad demostró que en eso Malthus estaba en lo cierto y Ricardo no.
El sueño húmedo de la clase política argentina tiene en Ricardo su numen. Los libertarios que recurren a Malthus y Ricardo según les convenga, dando la impresión en su rusticidad de estar engrupidos que descubrieron la pólvora, son el caso extremo. De todas formas se ven compelidos –como los otros- a mentir sobre los salarios de la cúpula del Estado para no deslegitimar su acción depredadora sobre los sueldos de los laburantes. Los legisladores del Congreso de la Nación que no tienen esa chance andan con el culo al aire.
Aprendizaje
En la divertida película de los hermanos Cohen “Quémese después de leerse”, uno de los protagonistas le pregunta a otro “¿Qué aprendimos de todo esto?” En principio que Keynes y Malthus estaban en lo cierto: sin consumo no hay inversión. Ergo: el gobierno libertario no va para ningún lado y no puede ir para ningún lado.
También que Malthus y Hayek mearon profusamente afuera del tarro demográfico. Y que lo que importa es la calidad de la nutrición para derrotar a la muerte prematura. Eso sale al cruce de la sabiduría convencional, cuyo origen está en un estudio de las Naciones Unidas sobre las causas de la declinación de la mortalidad publicado en 1953 (actualizado en 1973). En ese estudio se imputan a cinco razones que los seres humanos vivan más:
(1) reformas de salud pública;
(2) avances en el conocimiento y las prácticas médicas;
(3) mejora en la higiene personal;
(4) aumento de los ingresos y del nivel de vida;
(5) factores naturales
El médico inglés Thomas McKeown en lo sucesivo trabajos que publico entre los ’60 y ’80, cuestionó la importancia de la mayoría de los factores que anteriormente se habían propuesto para la disminución de la mortalidad. Se mostró particularmente escéptico respecto de aquellos aspectos de la explicación de consenso que se centraban principalmente en los cambios en la tecnología médica y las reformas de la salud pública. En su lugar los sustituyó por una nutrición mejorada. O sea: salarios. Sin que los salarios aumenten su poder de compra todo esto que estamos padeciendo seguirá.
Fogel señala que “el estado nutricional de una población puede disminuir al mismo tiempo que aumenta su consumo de nutrientes si el grado de exposición a infecciones o el grado de actividad física aumentan aún más rápidamente”, en tanto “la cuestión de la desnutrición crónica y su relación con la disminución secular de la mortalidad” son centrales “Al demostrar que las hambrunas y la mortalidad por hambruna son una cuestión secundaria para escapar de la alta mortalidad agregada de principios de la era moderna”. Y alerta Fogel que “En ningún otro ámbito es más relevante la necesidad de reconocer el papel de la dinámica de largo plazo que en cuestiones actuales tan apremiantes como la atención médica, las políticas del sistema previsional y las políticas de desarrollo”, en tanto que “Las enfermedades crónicas y la muerte siguen ocurriendo prematuramente incluso en los países ricos. Si las reformas de los programas de salud y las jubilaciones que ahora están considerando los responsables de las políticas para tener éxito, deben ser coherentes con los cambios fisiológicos a largo plazo que rigen la disminución de las enfermedades crónicas y el aumento de la longevidad. Las previsiones a largo plazo que no toman en cuenta la dinámica de estos cambios a lo largo del último siglo, y de las condiciones socioeconómicas biomédicas y otras mejoras medioambientales que las hicieron posibles, corren el riesgo de quedar muy lejos de la meta”.
Si a Dios gracias se sortea coyunturalmente esta hijoputez de no repartir alimentos, quedan firmes las advertencias de McKeown y de Fogel. En vista de que para cambiar la calidad hace falta cambiar la cantidad, la salida del pantano de la subsistencia empieza por aumentar el poder de compra de los salarios. Eso indicara que en el sentido común ya no talla la entente entre Ricardo, Malthus y Hayek.