Dejemos los sectarismos para el fútbol

Los desencuentros argentinos no nacieron con el gobierno de Milei aunque hayan sido deliberadamente profundizados con acciones disociadoras oficiales. Eran anteriores y sin una revisión de esos errores no vamos superar este complejo y empobrecedor momento histórico. 

Una interesante y recomendable nota de Roy Hora en La Vanguardia que puede leerse acá aporta interesantes elementos para analizar críticamente la situación política argentina actual. 

Es destacable su crítica a la pereza analítica (aunque no la llama así) de la oposición al calificar de fascismo al régimen de Milei, evitando con ello la indispensable autocrítica sobre las condiciones que le permitieron ganar el ballotage y que llevan, ombliguismo mediante, a apostar a su desgaste para volver a las andadas como si el país no hubiese llegado a un límite y la política actual no llevase a una remodelación regresiva de la sociedad y su economía.

Además de tal acierto, el historiador tributa, sin embargo, a la visión dominante en las ideas económicas al decir que la economía argentina es “cerrada” y “sobre regulada”. Tales calificaciones expresan coincidencias profundas con la ideología fuertemente instalada en nuestros sectores ilustrados, que se piensa a sí misma como liberal cuando en realidad es conservadora al peor estilo. Pues busca volver a un pasado reciente que tiene muy pocas cosas rescatables dada la pendiente de decadencia en que venimos sumidos hace décadas. 

Dejemos a salvo de esta crítica a los auténticos conservadores que no reniegan de la construcción de un país pujante y equitativo y, al mismo tiempo, mantienen un lazo con la herencia cultural que recibimos desde la forja bicentenaria de nuestro perfil nacional en cuanto a lengua, conciencia territorial y valores integradores de la comunidad nacional. 

Si el problema principal de la economía argentina fuese que es “cerrada”, no se entiende para nada como una “apertura” salvaje podría mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la población, cuando al menos la mitad padece diversos grados de pobreza que van hasta una indigencia y marginalidad cada vez mayores.

Todas las “aperturas” que se aplicaron, en por lo menos el último medio siglo, resultaron en desmedro de la producción local, pérdida de empleos y consiguiente invasión de producción foránea, muy frecuentemente apuntaladas por medidas (regulaciones) que las favorecen en sus países de origen. Es una apertura para que nos invadan y obtengan del país y sus trabajadores ganancias acrecentadas. 

Ese aperturismo se recubre de otra falacia: El presunto gran destino exportador de la Argentina sin cambiar su estructura de producción sino especializándose, lo que implica un modelo de achicamiento toda vez que desaconseja vertebrar un vigoroso mercado interno que sirva de sólida plataforma para expandir las exportaciones no sometidas tan crudamente a los avatares del comercio mundial. 

Tampoco vemos precisión en el diagnóstico cuando se habla de “sobreregulación” puesto que lo observable muestra más bien regulaciones profusas, sucesivas y contradictorias. Es decir, “malas regulaciones”. La mayor parte de las veces generadas por inercia y a veces mediante creativa intervención burocrática, perfectamente compatible con la injerencia de intereses particulares y sectoriales. Desde ese punto de vista, es tal vez plausible hablar de “sobre regulación” pero, sin duda, nuestra economía está sub regulada en lo que refiere a favorecer la expansión productiva, empezando por la pesada gravitación del sistema financiero sobre la producción. 

Ante la ausencia de criterios de eficiencia estatal que establezcan claros objetivos de expansión, no pocas tareas se complican con presuntos “perfeccionamientos” burocráticos que crean “nuevas” oportunidades para cobrar coimas aplicando diversas formas de cohecho. Desde el cajoneo de trámites hasta su oportuno desvío y pérdidas de tiempo, maniobras a las que la víctima finalmente sucumbe y paga falto de protección legal y acciones claras de vigilancia que impidan esos frecuentes “peajes». 

Años de tropelías de este tipo, registrables en gestiones de diverso signo (más disimulados en unos o descarados en otros)  son también parte del sedimento de repudio al aparato estatal como “máquina de impedir”, prejuicio sobre el que se asienta la altisonante pero publicitariamente eficiente política de la motosierra que pretende aniquilarlo, al menos declarativamente. 

Sin duda debe ser posible cuantificar estas sangrías que son apenas una fracción del fenómeno más amplio de la corrupción, que tan eficazmente se utiliza como estímulo de la antipolítica, la más primaria de las manipulaciones políticas. 

La corrupción es inmoral al apropiarse con malas artes de una porción del trabajo ajeno, sin agregar nada al circuito de creación de riqueza salvo levantar obstáculos artificialmente creados. O sea, es ineficiente y antieconómica, pues sustrae recursos que no reingresan al ciclo productivo sino que se esterilizan en atesoramiento y gasto suntuario, muchas veces en el exterior. No movilizan aquí ni el sueldo de los trabajadores del servicio doméstico que esas “inversiones” promueven. Es una rara fijación la compra de propiedades sin declarar, ¿o será lo que nos muestran y practican sólo los menos hábiles en estas malas artes?

Por donde pasa una genuina renovación

No hay amplia experiencia histórica de arrepentimiento por parte de quienes utilizaron sus posiciones de poder para enriquecerse y fugar dinero del país. Convengamos que no son estos vivos los únicos que “negrean” dinero. Pero es interesante diferenciar porqué lo hacen pequeñas empresas que tratan de no arriesgar lo obtenido con mucho esfuerzo en los avatares de la política económica que, por falta de visión de futuro suele cambiar de rumbo cuando empieza el incendio. 

Esos “ahorristas” no son tales porque también atesoran, pero sin convertirse en “héroes”. Evitan con toda racionalidad estar sometidos tanto a los avatares de la inestabilidad general como a una estructura impositiva (sea de nivel nacional, provincial y/o municipal) que encarece los pasos necesarios antes de completar la producción y lanzarla en el mercado, como ocurre con el redituable (para el recaudador) Ingresos Brutos, impuesto obtuso si los hay. 

Aquí tenemos un tema interesante en los manejos ideológicos: Se promete bajar los impuestos (retenciones, o lo que fuera) para subirlos a poco andar en cuanto la vorágine del gasto estatal empieza a hacer agua. Los campeones liberadores de impuestos y luchadores anti inflacionarios son grandes tomadores de deuda sin contrapartida en inversiones locales, emisores de dinero y encubridores seriales de deudas sociales y externas. Si lo son por necesidad, torpeza o por indigencia teórica es algo que dilucidarán los historiadores del mañana. 

Ese fracaso recurrente no tiene otra respuesta racional que promover la expansión productiva para que, con tasas más bajas, se recauden mayores recursos en una comunidad que invierte y prospera. Y desde luego no es instantáneo, por eso requiere de un altísimo apoyo popular que los traficantes de pases mágicos no tienen ni entienden como no sea manipulando la opinión pública y creando enemigos por todas partes, dividiendo a la sociedad.

De allí también que la ejemplaridad en la conducta de los gobernantes no sea exclusivamente una cuestión ineludible de conducta ética. Es también una condición indispensable para apuntalar con participación popular una gesta integradora de la sociedad y su cultura.

Una genuina renovación de las opciones, que hoy no se advierte, pasa entonces por un replanteo del proyecto común que tiene la sociedad argentina, construyéndolo al mismo tiempo que reconoce sus problemas principales. 

No se trata de una competencia entre inocentes -perdón- entre corruptos, sino de un compromiso profundamente compartido con el conjunto de la sociedad, por eso dividirla a propósito y artificialmente es una tarea criminal

Las tareas pendientes

La primera y principal es reconocernos en comunidad, con un objetivo común a construir. Ser todos parte de una sociedad sin desigualdades aberrantes como las actuales y asumiendo que partimos de un nivel muy problemático, en el que el producto por habitante disminuyó mientras creció la concentración de la riqueza. 

No es que somos todos más pobres: La inmensa mayoría de la población y el país en su conjunto lo es. 

El segundo paso, sentadas las bases de la fraternidad necesaria para salir adelante, es asumir que llevamos medio siglo de estancamiento (con apenas modernizaciones parciales y muy mal distribuidas en sus beneficios) con lo cual hay que dejar de adjudicar culpas entre corresponsables para construir una alternativa sólida que indudablemente pasa por políticas de expansión productiva e integración social. Tan simple como eso, y al mismo tiempo tan difícil de lograr por los intereses que se fueron consolidando en este periodo histórico de retroceso. 

Y es aquí donde la gran mayoría de los que ocupan puestos de poder tienen que dar un paso al costado. Obvio que no lo harán sin un fuertísimo movimiento de renovación y genuinidad en las dirigencias que aún no aparecen. No se trata de decir “que se vayan todos” (algo de eso hubo, además de la consigna histórica, en el voto desesperado a Milei en la segunda vuelta), sino “vengan todos” los que tengan dos condiciones: Capacidad para reconstruir la convivencia fraterna -ese será el nuevo formato del patriotismo- y convicción en el esfuerzo compartido para crear nuevas bases de expansión material y cultural.

Está clarísimo que estas condiciones están a años luz del estilo y la mecánica del actual gobierno, pero es también imprescindible advertir que ya estaban ausentes desde mucho antes (ilusiones aparte, porque creer es algo a lo que todos tenemos derecho), y ahora tienen que plasmarse en sumatorias, evitando divisiones y enfrentamientos artificiosos. Dejemos los sectarismos para canalizarlos en el fútbol, mientras mantengan un sentido lúdico. 

Hay un horizonte y un porvenir que no tiene dueño, aunque el pueblo va reconocer a quienes mejor interpreten la gesta del desarrollo que merecemos y podemos construir.

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