En las expresiones ideológicas de la antipolítica pueden encontrarse los rastros de un mensaje que parte de la contraposición, llevada al extremo, entre lo “individual” y lo “colectivo”, propiciando la ruptura de esa relación a favor de un individualismo a ultranza para el cual le es ajeno todo aquello que no forme parte de su micromundo de necesidades, intereses y deseos. Y no solo que les es ajeno sino que, más aún, su presencia representa una “amenaza” que debe ser eliminada o cancelada, tal como la ideología del anarco-capitalismo proyecta sobre la existencia del propio estado.
A propósito de la reciente visita a la Argentina de Éric Sadin, viene a cuento enmarcar los análisis del fenómeno Milei -y en general, de las expresiones de la llamada nueva derecha- en el marco conceptual que desarrolla el filósofo francés, especialmente en su obra La era del individuo tirano, que lleva como subtítulo “El fin de un mundo común”.
Allí Sadin analiza en profundidad la cadena de implicancias sociales que conlleva la generalización de las nuevas tecnologías digitales, deteniéndose en una minuciosa descripción de sus efectos sobre la psicología individual y colectiva que sirven de base para explicar los cambios profundos y estructurales que afectan al mundo de la sociabilidad.
Aun expresando realidades nacionales disímiles y, en algunos puntos clave, proyectos programáticos de signos opuestos (Trump, abiertamente proteccionista y Milei decididamente librecambista, por ejemplo), fenómenos como los del propio Trump, Bolsonaro, Milei y tantos otros, difícilmente puedan explicarse sin considerar, además de las fracturas y el aumento de las desigualdades creadas por la polarización económica y social, las transformaciones originadas en el cambio tecnológico. Un cambio que además de ser portador de efectos ambivalentes y contradictorios, llegó indudablemente para acelerar el “ritmo de la historia”.
Comprender lo que representa Milei como emergente de la realidad que lo hizo posible y profundizar el análisis sobre las raíces de la anti-política, parecería plantear un desafío que excede largamente el plano de la especificidad de la crisis de nuestra dirigencia, sin dejar de considerar la más que evidente incidencia de esa crisis como fuente del hartazgo, que derivó en la reacción social de rechazo a la “casta” que Milei convirtió en fuerza electoral y que aún usufructúa como Presidente.
Siguiendo la línea conceptual de Sadin, la revolución digital está provocando una acelerada transformación de las relaciones sociales que erosiona los fundamentos del “contrato social”, en tanto los nuevos sujetos, modelados y asistidos en sus demandas y deseos por un sistema de tecnologías que hacen realidad la hiper-individualización, ofreciéndole a cada individuo de forma automática – gracias a la inteligencia artificial – aquello que personalmente mayor interés, satisfacción y placer le provoca, tiene, entre otras consecuencias, el efecto de socavar el entramado social que constituye la base material de “lo público”.
Un factor (no el único) que contribuye a impulsar la erosión del sentido de lo público se relaciona con que ese nuevo sujeto, que dedica buena parte de su tiempo del día a interactuar a través de las redes y las plataformas -conformando así una práctica socialmente extendida- ejerce su protagonismo e interviene con su actividad en el territorio virtual sin encontrar allí resistencia alguna que limite sus deseos, intereses o demandas.
Más bien, sucede lo contrario, en tanto los algoritmos tienen la capacidad de interpretar sus propias preferencias en cualquier terreno del consumo, en el más amplio sentido del término, para ofrecerle instantáneamente aquello que potencialmente maximiza su bienestar. En ese campo de relaciones virtuales se crea el acostumbramiento de moverse sin restricciones en un espacio donde no parecerían existir obstáculos que pongan límites a nuestra libertad (virtual). Sin mencionar, además, el hecho de que existe en el propio individuo el poder absoluto de bloquear, eliminar o cancelar a un “otro” que interfiera con sus opiniones, gustos o deseos.
Se trata de una práctica que a fuerza de internalizarse está modificando la forma en que se establecen los vínculos, en detrimento de la centralidad que tenían (antes) las relaciones sociales establecidas en el “mundo real”, es decir, sin mediación de lo virtual.
No es difícil comprender que dicha metamorfosis crea a la vez la predisposición a la intolerancia, mucho más aún cuando el individuo, habituado a ejercer su libertad (virtual) sin reconocer límites, se enfrenta en el mundo de la sociabilidad real a las restricciones, tensiones y diferencias que nacen del hecho, imposible de soslayar, de estar obligado a convivir con lo distinto, es decir, con lo plural.
Una predisposición cada vez más naturalizada para que, en determinadas condiciones, contribuya a crear el caldo de cultivo para que afloren las reacciones antisociales que se manifiestan a través de las corrientes de la antipolítica. Éstas las explota y las potencia, haciendo que la intolerancia frente a lo distinto se traslade al mundo de las relaciones sociales reales, afectando la condición de ciudadanía.
En ese contexto, asistimos a un proceso que tiende a diluir esa unidad de referencia, representada por lo público, donde el sujeto se construye y desarrolla integrando en su interior realidades diferentes que conviven comunicándose entre sí, comprendiéndose unas a otras, reconociendo sus desencuentros, a veces en tensión y otras veces en abierto conflicto, pero en el marco del sentido de una pertenencia común, cuya expresión superior es el estado como representante del orden público.
En palabras de Sadin: “El ciudadano se considera libre de actuar según su propia voluntad pero dentro de un “orden público dado”; el consumidor se ve remitido antes que nada a sí mismo, a tal punto de vivir en la total indiferencia del otro. Hoy estamos pasando de la era moderna – que mostró cómo los ciudadanos buscaban afirmar su singularidad y defender sus intereses, pero obligados a tener como referencias, de un modo u otro, un registro de códigos compartidos – al estadio de una proliferación de individuos no ya aislados sino autárquicos”.
En las expresiones ideológicas de la antipolítica pueden encontrarse con facilidad los rastros de un mensaje que parte de la contraposición, llevada al extremo, entre lo “individual” y lo “colectivo”, propiciando la ruptura de esa relación a favor de un individualismo a ultranza para el cual le es ajeno todo aquello que no forme parte de su micromundo de necesidades, intereses y deseos. Y no solo que les es ajeno sino que, más aún, su presencia representa una “amenaza” que debe ser eliminada o cancelada, tal como la ideología del anarco-capitalismo proyecta sobre la existencia del propio estado.
¿Acaso por sus modos y formas de actuar no es evidente que la figura de Milei representa el estereotipo del individuo tirano?
En contraposición al fortalecimiento del orden público y las instituciones del estado, la ideología libertaria juega con la promesa fantasiosa de un mundo ideal en el que conviven individuos en pie de igualdad que practican una economía basada en el libre albedrío, sin interferencia alguna.
No parece casual que esa ideología conciba al estado como un obstáculo que oprime y limita al individuo. Producida la disociación entre lo “individual” y lo “colectivo”, el éxito o el fracaso de la vida de cada individuo es presentado como fruto de su propio mérito, con independencia del contexto social en que desarrolle sus proyectos de vida. Un enfoque que pretende ser demostrado utilizando como ejemplos, en distintos campos de la vida social y cultural, la irrupción de figuras cuyo éxito y trascendencia despiertan la idealización de sus fans, sobre la base de una inocultable motivación aspiracional.
Se trata de historias de vida que ponen en un primer plano el esfuerzo individual como motivo del éxito, como si fuera posible proyectar esa misma fórmula al conjunto de la sociedad.
Impacto social de las redes y plataformas
El basamento objetivo del debilitamiento entre el vínculo de “lo individual” y “lo colectivo”, conectado con los cambios de la economía, fue desarrollándose en el terreno de las redes sociales y las plataformas al punto de ser naturalmente internalizado según las lógicas y los códigos que gobiernan las relaciones “sociales” en el campo virtual.
Twitter (ahora X), Facebook, Instagram y TikTok marcan, por decirlo así, etapas evolutivas del proceso que conduce, en palabras del mismo Sadin, a la “la súbita sensación de la suficiencia de uno mismo”, a la “negación del prójimo” y al advenimiento de “particularimos autoritarios”, no importa de la naturaleza que éstos sean.
Dicho de otro modo, el proceso en curso pone en acción fuerzas, inherentes a las reconfiguraciones de la economía y el mercado que hacen realidad las nuevas tecnologías, que naturalmente fluyen como una corriente que va horadando el orden público, provocando la disociación entre la condición unidimensional del individuo-consumidor y la multidimensional del individuo-ciudadano.
Un fenómeno que, siguiendo el hilo de sus efectos, se traduce en el debilitamiento y la progresiva disolución de los lazos sociales que les otorgan un soporte real a valores como los de la solidaridad y la justicia social, entre tantos otros, y que son violentamente cuestionados por los libertarios.
Bien miradas las cosas, la figura idealizada del individuo-consumidor hiper-personalizado, autosuficiente, con acceso pleno y efectivo al consumo de bienes y servicios tangibles (no solo virtuales) y convencido de que el curso de su vida no guarda relación alguna con la suerte que corra la sociedad (real) en la que vive, representa una minoría que puebla islas que crecen rodeadas del mar de infra-consumo en el que se sumergen los excluidos y marginados del sistema. En el caso argentino, con más de la mitad de su población en estado de pobreza. Una realidad cuya reversión no puede concebirse al margen de una política pública diseñada e impulsada, en marco de un proyecto de recuperación y desarrollo del país, desde el máximo vértice del Estado.
«… una corriente que va horadando el orden público, provocando la disociación entre la condición unidimensional del individuo-consumidor y la multidimensional del individuo-ciudadano.»
Una definición que desnuda lo equivocado (o directamente siniestro) de las políticas «progresistas/populistas/nac&pop» de incorporación de los sectores marginados a la sociedad de consumo sin una fuerte acción político/cultural que evite que, al hacerlo, automáticamente se transformen en opositores.