Un análisis de las afirmaciones de Milei en el Luna Park, cuando las tribunas llegaron a cantar contra Keynes como en un clásico. Hubo acusaciones de plagio del libro del Presidente pero nadie reparó en que el título copia un recordado ensayo de Schumpeter.
“Ya el Sol del veinticinco / Viene asomando / Y su luz en el Plata/ Va reflejando”, canta el Mudo, y en el aguante a la fecha patria, que promete conmemorativas tazas de chocolate y pastelitos, en muy modestas cantidades, si se los logra comprar, dados los tiempos que corren, el señor Presidente de la Nación Javier Milei el miércoles 22 presentó en un Luna Park colmado y bullanguero su ensayo “Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica”. El análisis de la razón del título y lo que implica la “trampa neoclásica” sugieren, para una mejor calibración de su significado, darse una breve vuelta por el desangelado contexto.
Las crónicas periodísticas dan cuenta de las infrecuentes peculiaridades del evento. Incluso, hasta en extremo singular por las circunstancias en que aconteció este mitin. El Presidente comenzó su conferencia rockeando, entre algarabías y festejos, cuatro horas después de que el Indec informara oficialmente que “en marzo de 2024, el Estimador mensual de actividad económica (EMAE) registró una caída de 8,4% en la comparación interanual (ia) y de 1,4% respecto a febrero en la medición desestacionalizada (s.e.)”.
De los quince sectores de actividad económica que conforman el EMAE, el Indec contabiliza que “nueve sectores de actividad registraron caídas en la comparación interanual, entre los que se destacan Construcción (-29,9% ia) e Industria manufacturera (-19,6% ia). Junto con Comercio mayorista, minorista y reparaciones (-16,7% ia) aportan 6,6 puntos porcentuales a la caída interanual del EMAE”. Para que no le falte nada al guiso, el dólar blue comenzó un rally alcista.
Con el fin de no ahorrarnos ninguna ironía, el ensayo “Capitalismo…” pretende ser una guía para manejar eficientemente el sistema económico en que vivimos. En vez de una profunda crisis política que normalmente desataría un EMAE derrumbado y sin perspectivas a corto plazo de revertir, encima con la mala nueva del dólar paralelo, el país oficial le tomó el pelo a la sociedad civil sin que ésta lo perciba cabalmente. Una mayoría relativa convalida este comportamiento del país oficial y continúa sola y aún esperando que las cosas salgan bien. La fe puede mover montañas pero -por lo visto- no la tasa de crecimiento del producto bruto.
Keynes
John Maynard Keynes, Lord de la Corona, uno de los dos o tres economistas más importantes del siglo XX, cuyas ideas salvaron al sistema de sí mismo en el terrible derrape iniciado en la crisis de 1929, es regularmente vilipendiado por Milei. En la exposición del Luna Park Milei no se privó de sus dos minutos de odio a Keynes, los que están plasmados en el ensayo, mientras las gradas enardecidas coreaba: «Ohhh Keynes sos ladrón, sos ladrón, sos ladrón, Keynes sos ladrón» y en duelo tribunero era desafiada por otro sector que cantaba: “No la vio y Keynes no la vio/ y Keynes no la vio”. El ensayo “Capitalismo…” bien podría denominarse Anti-Keynes, a la manera del Anti-Dühring de Friedrich Engels. ¡Uy! Mejor, no.
Los libertarios creen –siguiendo las enseñanzas de Hayek- que basta para salir de cualquier crisis, siempre generada porque al sistema se le fue la mano dando crédito y se los otorgaron a los que no debían, dejar actuar a los precios sin ninguna intervención estatal. Y si hay inflación no se emite y listo. Siempre se olvidan de aclarar que si se adopta su óptica –que es la de Milei- salir de una crisis insume no menos de ocho años. Ocho largos años de deflación, desempleo y mucha, pero mucha malaria. Son unos eternos distraídos.
En cambio, si se pone en marcha una política de intervención estatal inspirada en Keynes, el garrón puede llevar de dos a tres trimestres. No más. Un programa así no es hacer obras públicas, como suele manifestar un keynesianismo mal aprendido. Implica ponerle plata en el bolsillo a la gente que no la tiene. Para la sociedad como un todo no hay plata cuando no se gasta. Para ganar más, las sociedades tienen que gastar más. Eso de que no se puede gastar más de lo que se gana es, por la fuerza de los hechos, para los individuos. Por el contrario las sociedades no es que pueden, es que deben gastar más de lo que les ingresa, sino entran en recesión.
Para el porqué de una cosa y la otra tan diferente es menester tomar nota de la anatomía de la crisis, lo que además pone de manifiesto la inopia de la propuesta de Hayek, a la que adscribe a pie juntillas Milei, y la necesidad que tiene la Argentina de llevar adelante un plan de estabilización de fuerte matiz keynesiano.
La crisis de la producción es un proceso acumulativo en el cual un impulso primario autónomo en lugar de crear efectos secundarios que lo anulen produce efectos secundarios que lo amplifican. La crisis se traduce en la existencia simultánea de una sobreproducción con respecto a la demanda efectiva y una subproducción con respecto a la potencial; siendo la segunda consecuencia de la primera.
Por otra parte, esta subproducción constituye la dimensión única de la crisis, porque es la medida exclusiva de la pérdida económica que resulta. Dado esto, está claro que sin la «multiplicación» señalada más arriba la crisis sería una cosa imposible, porque no se puede imaginar ningún impulso primario correspondiente a la magnitud del tamaño gigantesco de las verdaderas crisis, por ejemplo la terrorífica de 1929 y anteriores que infligieron caídas de la producción del 25 o 30 % del PBI. Visto así, la baja del 8,4% de marzo, no es moco de pavo.
Máxime porque ninguna persona se puede poner a producir lo que quiera, si no toma en cuenta una salida previa, un poder de compra preexistente. Pero como ningún poder de compra puede existir sin una producción correspondiente anterior, el sistema se encuentra forzosamente en contradicción con sus propias condiciones de existencia.
En otras palabras, la inversión, es decir el consumo productivo, es una función creciente del consumo improductivo. Estos dos consumos son los dos componentes de un agregado dado: el potencial global de la producción. Entonces, por su propia naturaleza, los dos tipos de consumo son inversamente proporcionales el uno del otro. Pero, los que tienen el poder de decisión (los empresarios) son incapaces de tratar a ambos consumos de otra forma que no sea como directamente proporcional.
Pese a esta contradicción fundamental señalada, la economía no se ha encontrado nunca completamente bloqueada, en razón de la producción efectiva es constantemente inferior a la producción potencial y puede –en consecuencia- variar independientemente de esta última. Son estas variaciones, este «ciclo» entre un más y un menos en el subempleo del potencial, esta movilización y desmovilización de la reserva, que hacen posible la variación simultánea en la misma dirección de estos dos componentes asegurando así el equilibrio coyuntural sobre la base misma de un desequilibrio estructural.
La dinámica de la actividad económica viene dada por una inversión global que está desafiada por una contradicción permanente entre sus estímulos y sus medios. Mientras los estímulos, que dependen de la ampliación del mercado están en lo más alto, los medios de producción o medios a secas, que dependen de la tasa de beneficio, están en lo más bajo, y viceversa. Esta contradicción únicamente se supera durante el período de ascenso, donde la movilización de la reserva de los factores (tierra, trabajo y capital) permite el crecimiento paralelo de los beneficios y de la masa de salarios sin incrementar proporcionalmente sus tasas. Alcanzado el pleno empleo o –mejor dicho- la tasa máxima de empleo, y teniendo en cuenta el hecho de que la tasa a la que avanza la inversión es superior a la tasa de crecimiento de la población, se frena la compra de máquinas y la construcción de nuevos establecimientos productivos, teniendo en cuenta que eso sucede con una distribución del ingreso que permanece sin cambios.
Para salir del atolladero, o tan siquiera mantener la expansión del consumo sin crecimiento del empleo, o sea modificando la tasa de remuneración de los factores (renta de la tierra, salarios, ganancia), o –en su defecto- pasar a la inversión de máquinas para hacer más máquinas y así. Esto último no es factible. El problema es (esto es crucial) que las ventas de medios de producción no pueden servir de sustitutos a las ventas de bienes de consumo; son una función creciente de estos últimos. La competencia impide a los empresarios aumentar los salarios o perseguir la expansión de las empresas sin aumentarlos, en consecuencia la crisis estalla.
Los salarios, aparte de ser el ingreso de los trabajadores son un costo para los empleadores, que se encuentran también siendo los únicos que deciden en torno a la asignación de factores. Para maximizar sus beneficios deben disminuir sus costos, o sea mantener los salarios en el más bajo nivel posible, pero los beneficios son proporcionales a las ventas y las ventas proporcionales a los ingresos sociales. Como los salarios no constituyen solamente un ingreso social –sin dudas: los más importantes- los esfuerzos ex-ante de los empresarios para maximizar los beneficios por la reducción o el estancamiento de los salarios conducen ex post a la minimización de las ventas y de los beneficios.
¿Cómo se hace sin el remedio keynesiano de que la mano visible del Estado le dé bomba a la demanda de la economía para sortear estas contradicciones? No hay forma, y el 8,4 % de caída de la actividad económica de marzo es un crudo testimonio. Y ahora se entiende porque hacen falta no menos de siete u ocho años para que funcione la terapia libertaria. Deben quebrar las empresas, y durante esos años de vacas flacas las que sobreviven sacan créditos que son muy baratos –por el ambiente de malaria, compran las quebradas ocupan esos mercados y con los fondos que vuelcan todo vuelve a empezar y seguirán así hasta la próxima crisis.
Viene a cuento una interesante observación de Lord Keynes de 1933 acerca de que la producción (M por mercancía) se realiza con la convicción de que la cantidad de dinero recibida al final del proceso de intercambio de producción (D’) será mayor que la cantidad de dinero anticipada al inicio (D) por la ganancia que se obtiene. Keynes al respecto puntualiza que “la distinción entre una economía cooperativa y una economía entrepreneur [de empresarios emprendedores] tiene cierta relación con una significativa observación hecha por Karl Marx […] Señaló que la naturaleza de la producción en el mundo real no es, como suelen suponer los economistas, un caso de M-D-M’ […] Ese puede ser el punto de vista del consumidor privado. Pero no es la actitud de los negocios, la que es un caso de D-M-D’, es decir, tomamos como punto de partida el dinero por la mercancía […] para obtener más dinero”.
La vamos a parir feo, porque, como quien dice de otras prácticas humanas pero relacionadas con el cariño, Milei pinta para ser el último en enterarse, si es que alguna vez se entera.
El título del ensayo
El ensayo “Capitalismo…” de Milei fue recibido con acusaciones de plagio, amén de que en España hubo que retirar la edición que en la solapa informaba erróneamente que el primer magistrado era egresado de la UBA (lo es de una universidad privada) y doctorado en la Universidad de California, lo cual es falso.
Lo que no recibió ninguna observación es que el título alude al célebre ensayo de Joseph Schumpeter «Capitalismo, Socialismo y Democracia», de 1942. Schumpeter era un economista austríaco y de la Escuela Austríaca, que emigró a los Estados Unidos y fue profesor en Harvard. Anti keynesiano por definición, se comió la galletita del éxito de la política keynesiana y a partir de ahí se preguntó, retórico, en ese ensayo, escrito con la prosa pesada y ambigua que le es característica, “¿Puede el capitalismo sobrevivir?». Y su respuesta fue: «No, no creo que pueda».
Según Schumpeter para liquidar al capitalismo no hacía falta ninguna revolución proletaria onda marxista. Al capitalismo sería su propio éxito lo que lo sacaría de escena. El abaratamiento de la producción (tasa de beneficio en caída, en esto emparentado al marxismo clásico) y la concentración económica cada vez mayor, generarían una atmósfera cultural espoleada por los intelectuales, que escalaría hacia un creciente hostilidad hacia el sistema, lo que alienta una mayor intervención estatal. Y al final de ese camino espera el heredero socialista.
Schumpeter es reconocido por haber hecho hincapié en la innovación y en el empresario innovador. Pero no lo hizo únicamente para dilucidar la evolución del sistema. Esa hipótesis le sirvió para explicar el ciclo (auge y caída de la actividad económica). Si el sistema se cae es porque hay que esperar que las nuevas innovaciones lo reanimen, puesto que las viejas ya dieron todo lo que podían dar. Austríaco de pies a cabeza, consideraba que el Estado no se tenía que meter pues los empresarios mejores (los más innovadores) sacarían al sistema del marasmo. Si el Estado se metía, dejaba sobreviviendo a los empresarios menos eficientes para mayor costo y menor beneficio social.
Al final Schumpeter creía que eso llevaría al socialismo. Milei plantea la disidencia. No solo cree en la supervivencia del sistema –y se burla de los “zurdos” y maltrata a los keynesianos- sino que juzga que para que sobreviva la inigualable libertad de mercado hay que evitar que el Estado meta las pezuñas. Así, se manifiesta como un discípulo de Friedrich von Hayek, y su intuición de que no se puede esperar que el mercado surta ninguna forma de justicia social, pero mejor no interferir en su funcionamiento tratando de enmendar la inequidad, porque eso traba e inhibe este impresionante mecanismo generador de riqueza sin par, llevando a la perdida de la libertad de los seres humanos y –entonces- a la declinación económica.
La trampa neoclásica
La “trampa neoclásica” es tal, porque está agazapado el concepto de “falla de mercado”. Es un argumento teórico para guiar la práctica de intervención en los mercados, que en la visión libertariapretende respetabilidad pero no la tiene. La “falla de mercado” significa que los precios que se forman en tal o cual mercado –desde el de las milanesas hasta el de los drones, pasando por el de peines- no son adecuados para asignar los recursos con eficiencia. En criollo: con menos costo se podría tener más cantidad de bienes o servicios. Para no entrar en detalles solo atinentes a los especialistas, huelga tener presente que hay una tipificación de las fallas del mercado que se configura con las diferentes causas que llevan a ese resultado. Los distintos collares para el mismo perro.
Para corregir esos mercados que están fallando hace falta que intervenga el Estado guiado por un precio teórico que sirve como punto de referencia. Los de la Escuela Austríaca niegan que ese precio teórico pueda ser hallado, dado que los precios –según la cáfila en la que se inscribe Milei- son completamente subjetivos, no son factibles de objetivar. Es la demanda por tal o cual bien o servicio de un individuo el que determina su precio. Los costos aparecen tras ese precio subjetivo de acuerdo a los austríacos. De manera que Milei nos está diciendo que ese criterio guía su accionar. Él no va a caer en la trampa neoclásica. Es como si nos sugiriera que observáramos con buena esperanza la caída de la actividad del 8,4 %, pues significa que los mejores innovadores se aprestan a aparecer y con sus ingenios en nuevos productos y nuevos procesos sacarán el país adelante. Todo un fana del grupo de rock Los Siete Delfines.
Pero entonces, ¿qué tiene que hacer el Estado? ¿Nada? No tan rápido. El economista norteamericano de fervores demócratas J. Bradford DeLong hace un par de años escribió un ensayo titulado “Camino a la utopía, una historia económica del siglo XX”. El título original en inglés es Slouching Towards Utopia, que viene a ser algo así como ir caminando a la utopía arrastrando los pies. Ese título expresa adecuadamente la visión -matizada de pesimismo- de Bradford sobre lo que aconteció entre 1870 y 2010, el siglo XX largo de acuerdo a su periodización. Se pregunta Bradford DeLong: «¿Por qué, con poderes tan divinos para dominar la naturaleza y organizarnos, hemos hecho tan poco para construir un mundo verdaderamente humano, para acercarnos a cualquiera de nuestras utopías?» Reseña cómo fue cayendo a partir de la crisis de 2008 -y el estancamiento que le siguió- la confianza en el papel hegemónico de los Estados Unidos. Durante ese lapso, en los países desarrollados, la dirigencia se hacía el chancho rengo con la restauración del pleno empleo, y así alimentaba —sin advertirlo— el descontento que capitalizaron los políticos neofascistas y fascistas. Mustio, Bradford decreta que «así terminó la larga historia del siglo XX», y «resultó que, después de 2010, Estados Unidos elegiría a Donald Trump, y Europa occidental no lo haría mucho mejor, poniendo fin a las posibilidades de revivificación (…) Ha comenzado una nueva historia, que necesita una nueva gran narrativa que aún no conocemos».
Con Milei y su “Capitalismo…” entre nosotros se empezó a conocer. La narrativa de la nueva historia que reclama Bradford DeLong, en su rasgo de excusa socialdemócrata, es natural que no pueda prescindir de los viejos vicios del sistema, muy engarzados en la fe austríaca de Milei. Ahí aparece el papel que le asignan los libertarios al Estado. Como está implícito en Milei, una buena explicitación se lee en una edición de unos meses atrás del semanario inglés The Economist. En la publicación se relata cómo los economistas de la Escuela de Chicago remodelaron la Justicia estadounidense a través de conmemorar que en «este otoño (boreal), hace cincuenta años, Richard Posner, juez federal y académico de Chicago, publicó su Análisis económico del derecho. Ahora, en su novena edición, el libro desató una avalancha de ideas de los economistas de la escuela de Chicago, incluidos Gary Becker, Ronald Coase y Milton Friedman, que se plasmaron en los expedientes de jueces y abogados de Estados Unidos». Las investigaciones académicas que se hicieron sobre las consecuencias de Chicago en el funcionamiento concreto del Poder Judicial norteamericano «han encontrado que aquellos expuestos a sus ideas se oponen más a los reguladores y son menos propensos a hacer cumplir las leyes antimonopolio, y tienden a imponer penas de prisión con mayor frecuencia y por más tiempo».
El deporte de castigar a los pobres se basa en que «las sentencias severas (…) reducen la actividad criminal de la misma manera que los altos precios reducen la demanda». Darle vía libre a las corporaciones hace suyo el criterio del «llamado estándar de bienestar del consumidor. (…). Esto establece que una fusión corporativa es anti-competitiva sólo si aumenta el precio o reduce la calidad de los bienes o servicios», consigna el semanario inglés.
Además del ensayo de Posner, el otro brazo de la pinza conservadora lo moldeó, según The Economist, el «programa de dos semanas llamado Instituto Manne de Economía para Jueces Federales, que se desarrolló desde 1976 hasta 1998. Fue financiado por empresas y fundaciones conservadoras, e implicó una estadía con todos los gastos pagos en un hotel junto a la playa en Miami (…) los asistentes apodaron la conferencia ‘Pareto en las palmeras’. El plan de estudios era extremadamente exigente y lo impartían economistas como Friedman y Paul Samuelson, ambos premios Nobel (…). A principios de la década de 1990, casi la mitad del Poder Judicial federal había pasado algunas semanas en Miami».
Las investigaciones académicas refieren que «los ex alumnos de Manne adoptaron (…) una postura conservadora en casos antimonopolio y otros casos económicos, con un 30 % más de frecuencia en los años posteriores a su asistencia. También impusieron penas de prisión un 5 % más frecuentes y un 25 % más largas». La postulación para jueces de la Corte Suprema de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla, puede hacer sospechar a algunos escépticos de que al libertario todavía le falta la conciencia para dar el par de batallas que -ahora sí- lo encaramen como el defensor mundial número uno de la libertad.
En cualquier caso, todo esto da indicios bastante claros de que la alternativa real que enfrenta el mundo (y la Argentina) es fascismo o democracia, porque alentar el movimiento de capitales para aprovechar los bajos salarios de la periferia, caerle a los pobres con el garrote legal, dar rienda suelta a las corporaciones y jugarle a la tecnología para olvidar y lavar las responsabilidades políticas, o trabajar para que eso no suceda, no se ve bien en cuál otra contradicción se podría inscribir.