La baja participación electoral manifiesta el desencanto que cunde en la Argentina. Un análisis de corte académico sugiere que se debe a la ausencia de visiones de futuro en la política, un fenómeno, a su vez, que debilita la democracia. Esto atañe a todo el orbe. En los países desarrollados ya no pueden esconder que la globalización ha beneficiado desigualmente a inversores y trabajadores. Viéndose venir la maroma, de la que Donald Trump es un síntoma, los que mandan en los Estados Unidos proponen –en una suerte de recuperación del “futuro”- una segunda etapa para la globalización que incluya a los trabajadores. La izquierda europea es un espejo en el que debe mirarse la dirigencia argentina comprometida con las mayorías nacionales. Los “zurdos” europeos abandonaron las luchas económicas a favor de derechos individuales, contribuyendo a su declive. Superar esas contradicciones agrava el intercambio desigual que beneficia al centro y perjudica a la periferia. En la Argentina, se plantea que la clave para mejorar el nivel de vida es elevar los salarios, una cuestión política que incluye derrotar en toda la línea a los libertarios a la violeta. Alcances del mito de que el bajo valor agregado en las exportaciones primarias sea una causa importante del empobrecimiento
Los desdoblados comicios bonaerenses para elegir en septiembre ediles y legisladores provinciales y en octubre legisladores nacionales hasta ahora prometen repetir el ausentismo del 53 por ciento –algo más, algo menos- que se registró en los también fraccionados en la CABA. En todos los distritos y clases de elecciones lo normal es que en la Argentina voten -grosso modo- tres cuartos del padrón.
El 25 por ciento que potencialmente faltará a las urnas contrariando su costumbre de depositar el voto, además de abrir la polémica acerca de cuál es la dirección de su indudable impacto en los resultados generales, dispara las hipótesis sobre qué motiva ese comportamiento elusivo.
Esperanzas
Respecto de esto segundo, tiene algo para decir el análisis aparecido el año pasado en la revista académica Perspectives on Politics editada por la Universidad de Cambridge, titulado “El futuro como recurso democrático” (“The future as a democratic resource”) del politólogo Jonathan White, de la London School of Economics and Political Science y del European Institute.
White sostiene que las visiones del futuro son cruciales para una democracia saludable. Sirven como un recurso vital para la política. Afirma que estas visiones ayudan a criticar el presente, fomentar la acción colectiva y mantener el compromiso en tiempos difíciles. Sugiere que la disminución de la política enfocada en el futuro debilita las instituciones democráticas, dificultando la legitimidad y la participación ciudadana. En los hechos, ocurre que en lugar de visiones amplias, lo más común es que la política contemporánea se centra en objetivos específicos y gestión de riesgos, un enfoque más gerencial que programático.
Y lo que es cierto para los países desarrollados no se ve por qué no lo sería para nosotros. En esa falta de esperanzas que emana de la política actual argentina estaría la madre del borrego.
White no está diciendo lo obvio, ni descubriendo la pólvora. La democracia representativa, con sus imperfecciones (desacuerdos, procedimientos falibles, etc.), depende de la capacidad de los ciudadanos para verla como un proceso continuo donde las insatisfacciones pueden ser abordadas y las derrotas actuales pueden ser rectificadas en el futuro. Esta “legitimidad anticipatoria” se basa en la expectativa de oportunidades futuras para desafiar al poder y revisar lo establecido provisionalmente.
“La capacidad para identificarse con una causa basada en preceptos, más general que los objetivos y disputas de un momento dado, parece crucial para la adopción de esta perspectiva. La derrota nunca es ‘final’ si un grupo ve sus demandas como amplias y a largo plazo”, dice White. Su punto es que las visiones orientadas al futuro fomentan el respeto democrático al permitir que los adversarios vean sus conflictos como desacuerdos entre visiones futuras en competencia, en lugar de como choques de identidades o motivaciones egoístas.
Lo intergeneracional
El debate teórico contemporáneo tiende a abordar estas cuestiones temporales en términos de vínculos con los jóvenes y los no nacidos. Ciertamente, la ética de la obligación intergeneracional ofrece una poderosa razón para preocuparse por el lugar del futuro en la política, pero White presenta un enfoque diferente. El politólogo inglés alecciona: “Si los actores tienen motivos para mantener el futuro a mano, no es solo por el bien del mundo que dejan atrás”, en tanto “las perspectivas sobre lo que les espera configuran los asuntos en el presente cambiante. Para comprender la relación de la democracia con el futuro, es necesario considerar cómo sus prácticas e instituciones reflejan las esperanzas, los miedos, las expectativas y los puntos ciegos de la vida cotidiana. La teoría democrática necesita ampliar su mirada más allá del “futuro de este presente”, tal como podría ocurrir algún día, hacia el “presente de ese futuro”, tal como se imagina hoy”. No está jugando con las palabras, precisamente.
No sos mi margarita
Como estableció años ha el poeta francés Paul Valéry, el futuro ya no es lo que era. En la Argentina, las mayorías populares continúan siendo agredidas y afectadas en sus intereses más estratégicos por el gobierno libertario a la violeta que encabeza el hermano de la Karina. Pese a ello, su nada desdeñable parte alienada no le ha retirado su apoyo al octavo pasajero.
La ominosa situación provoca ironizar que la realidad transcurre con la música de fondo de los Sex Pistols gritando “No future”. De manera que comulgar con el objetivo de una política orientada al futuro resulta la condición necesaria necesaria para la vitalidad democrática.

Al revisar algunas de las chingadas y defecciones de las clases dirigente en los Estados, en la Unión Europea y en la Argentina en no postular el “presente de ese futuro”, en los tres casos se delinea su superación. Como dice el lugar común: en el pecado está la virtud. En la medida en que se expíen los pecados se revertirá ese sentimiento de que votar es inútil para la parte de la ciudadanía tan desencantada que ni instinto de supervivencia ya parece tener.
Camino al futuro
“El camino al futuro” (“the way of the future”) es un locución que pronuncia Leonardo DiCaprio en el papel de Howard Hughes, en la película de Martin Scorsese de 2004 “El aviador”. En la escena final de la película DiCaprio-Hughes queda tildado en una especie de trastorno obsesivo-compulsivo agravado, con la mirada perdida repitiendo contantemente “El camino al futuro”.
En el “sin camino al futuro” argentino las contradicciones norteamericanas y europeas –anche japonesas-, de superarse por donde sería la única y más factible vía –el alza de los ingresos salariales-, van a tener consecuencias muy serias que agravan la condición de país subdesarrollado, sino se hace nada al respecto. Justamente, la superación del atraso mediante ese “presente de ese futuro”: el del desarrollo de las fuerzas productivas, es lo único que salvara a la reina y desmentirá a los Pistols.
Una reciente columna de opinión del todo poderoso Larry Fink y un bastante más alejado análisis de las defecciones de la izquierda europea, ilustran acerca del origen de las contradicciones del despelote político derechizado actual, en la pérdida del “the way of the future”.
Larry
Fink es el presidente y director ejecutivo de BlackRock, el fondo cotizado o por su voz en inglés Exchange Trade Fudn (ETF) más grande que opera en los mercados de acciones y bonos de todo el mundo. Un ETF le vende al inversor el seguimiento de la cotización de los índices bursátiles. No de tal o cual especie. Si la bolsa sube 5 por ciento, el inversor gana 5 por ciento. Lo mismo cuando baja. De manera que el inversor no solo se tiene que dejar de preocupar por la trayectoria de tal o cuál acción o bono, sino que le sale bastante más barato que cuando si tenía que estar atento a lo que le consultaban al respecto los asset managers (los agentes de bolsa). Hoy en día los ETF crecen y a los agentes de bolsa se les ha recortado mucho el negocio.
En la columna que escribió en el Financial Times (03/06/2025) titulada “Es hora del segundo borrador de la globalización”, Fink contrasta que el primer borrador de la globalización significó “una riqueza enorme, distribuida de forma desigual, sin pensar en quién se beneficiaba ni dónde. Lo que está surgiendo ahora es el segundo borrador de la globalización, una reglobalización diseñada no solo para generar prosperidad, sino para dirigirla hacia las personas y los lugares que quedaron atrás la primera vez”.
“El PIB mundial creció más desde la caída del Muro de Berlín en 1989 que en toda la historia registrada hasta entonces. Pero los beneficios no se repartieron equitativamente. Los inversores del S&P 500 obtuvieron una rentabilidad superior al 3.800 por ciento. Los trabajadores del cinturón industrial, no”, consigna Fink. En el idioma que maneja y entiende Fink eso implica que “ahora, los países están democratizando los mercados al reconocer que el mismo trabajador de fábrica que la globalización dejó atrás también puede ser un inversionista”. Un zurdo que quiere repartir las ganancias, diría un enojado libertario argentino.
Fink argumenta que la globalización en su forma actual, marcada por el crecimiento desproporcionado para los inversores y la exclusión de los trabajadores, está en declive y necesita ser reemplazada. Ahí es que postula un segundo borrador de la globalización, que combine mercados abiertos con objetivos y trabajadores nacionales en mente. La clave para lograr esto radica en reestructurar los mercados de capitales para que el crecimiento global se traduzca en riqueza local y beneficie a los ciudadanos comunes, no solo a los ricos, conforme la óptica de Fink.
Los zurdos europeos
Al rescate del nivel de vida de los trabajadores europeos estropeado por “el primer borrador de la globalización”, van los académicos italianos Aldo Barba y Massimo Pivetti, en un ensayo publicado hace casi una década con el sugerente título “Declino della sinistra europea e rinascita dello Stato-nazione” (El Declive de la izquierda europea y el renacimiento del Estado-nación).
Para Barba y Pivetti “con el distanciamiento de las cuestiones económicas y de clase, incluso por parte de la llamada izquierda más combativa, y el desplazamiento de su atención desde la esfera de los derechos sociales a la de los derechos civiles, puede decirse que en los últimos treinta años las ideas dominantes ya no han encontrado el más mínimo obstáculo”.
La defensa de los salarios mediante el fortalecimiento del Estado y la defensa de la soberanía nacional en el ámbito económico han sido abandonadas. En su lugar, la izquierda “antagonista” ha sido reemplazada por la reivindicación del derecho a la diversidad y la “lucha de liberación” de todo tipo de instancias individuales.
Los académicos italianos advierten que esta “lucha” ha sido “funcional para la protección de los intereses de las clases dominantes”, ya que ha actuado como una “perfecta cortina de humo” frente al retroceso de las clases populares en el terreno de las conquistas sociales y como un «factor de división en su interior».
Además que una parte considerable de la izquierda haya hecho suya la meta derechista de la privatización como medio para “reducir la deuda pública y su carga para las generaciones futuras” fue una de las manifestaciones más evidentes de su confusión política, señalan Barba y Pivetti. Entre nosotros, cambiar “Estado presente” por “Estado eficiente” no le va a la saga.
La decadencia de la izquierda europea, de acuerdo a Barba y Pivetti, fue causada por dejar a un lado su enfoque tradicional en el empleo pleno y la redistribución del ingreso hacia temas de derechos individuales y liberalización económica. Se contrasta el período de posguerra (“Treinta Gloriosos”), caracterizado por un fuerte intervencionismo estatal y crecimiento, con los años posteriores (“Treinta Miserables» o “Cuarenta Piadosos”), marcados por la liberalización de capitales, el debilitamiento sindical y un menor crecimiento.
La incapacidad de la izquierda para resistir y gobernar la globalización y el cambio en las políticas económicas, incluso cuando estaba en el poder, se presenta como un factor clave en su pérdida de apoyo popular y su “suicidio” político, especialmente en contraste con la percepción de que el liberalismo económico ha fracasado. La inmigración y el cambio en el feminismo también son identificados como elementos que contribuyeron al alejamiento de la izquierda de las preocupaciones de la clase trabajadora agregan Barba y Pivetti.
“La izquierda europea ha desaparecido, ha optado por dejar a los trabajadores de todos los sectores y de todo tipo a merced del mercado globalizado y de la competencia: formalizados y no formalizados, cualificados y no cualificados, temporales y a destajo, ocupados y desempleados, jóvenes y viejos”, tras esa caracterización pesimista, el dueto de académicos italianos señala que “Por supuesto, “mañana es otro día” y, como diría Toynbee, la historia volverá a avanzar. Pero en cuanto a cómo lo hará, la desaparición de la izquierda no deja mucho margen para el optimismo hoy en día”. Proponen “il risorgimento” rehabilitando las ideas que neciamente se abandonaron y que produjeron treinta años gloriosos.
El principal problema
Salir de la malaria reinante en el país y dejar atrás a los libertarios a la violeta implica que la dirigencia comprometida con las mayorías nacionales encuentre el “camino al futuro”. En una Argentina empobrecida, resulta perentorio impulsar al alza el poder de compra de las remuneraciones de los trabajadores. El desarrollo no es posible sin que haya demanda solvente. Además hay que cortar con la transferencia al exterior de excedente no remunerado del trabajo argentino.
En un mundo regido por el intercambio desigual, si los países desarrollados logran superar sus contradicciones será con altos salarios, lo cuales arruinan aún más a una periferia de bajos salarios. Incluso, si todo queda tan desordenado como está. Es que las circunstancias históricas generaron salarios rígidos, ya sea al alza o a la baja, en los países desarrollados y en los subdesarrollados respectivamente, que no responden a los impulsos del mercado.
Además, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia en el plano mundial impidió que las disparidades salariales sean apropiadas por las ganancias, es decir, que impidió que los salarios bajos de los países de bajos salarios se compensen con altos beneficios a fin de retener en el país la plusvalía extra exprimida a sus propios trabajadores.
La regla simple de las leyes del mercado y la competencia interna de los empresarios de cada país subdesarrollado, así como la competencia entre estos países, eliminó esta plusvalía adicional en beneficio de los consumidores de los países desarrollados.
Una vez activado a fines del siglo XIX, este proceso se hizo acumulativo. Los bajos salarios dan lugar a una transferencia de valor desde los países atrasados a los países avanzados, y esta pérdida reduce, a su vez, el potencial material de una futura mejora en sus salarios. En contraste, esto provee, en los países receptores, con la necesaria potencialidad para que las concesiones de los empleadores amplíen aún más la brecha entre los salarios nacionales. Esta ampliación de la brecha empeora la desigualdad del intercambio comercial, y, eventualmente, el valor resultante transferido. Cuanto más pobre es uno, más explotado es, y más explotado uno es, en más pobre se convierte. Como en las relaciones entre trabajadores y empresarios dentro de una nación, del mismo modo entre los países, la pobreza condiciona la explotación y la explotación reproduce a través de sus efectos su propia condición
Valor agregado
La internacionalización de la tasa de ganancia impide que los diferenciales de salarios nacionales percutan sobre los beneficios nacionales. Estas diferencias percuten sobre los precios. No andamos mal porque exportamos materias primas, sino porque exportamos con bajos salarios, independientemente del tipo de producto que se trate.
Son las remuneraciones de los factores las que forman el precio y no a la inversa: los precios la remuneración de los factores. Eso se confunde y acomoda a buena parte de la clase dirigente argentina en uno de sus mitos más sentidos y que han vaciado de contenido la sensación de futuro que evidentemente necesita el electorado que le es afín y ha dejado de serlo.
Es el que dice que como mayormente exportamos materias primas con poco valor agregado eso nos empobrece. Se sigue que exportar bienes industriales –que tendrían más valor agregado- nos enriquecería. Nada de eso es cierto. La siguiente tabla permite corroborarlo.
Por valor de unidad de producto (cualquiera esta sea) el agro exporta 49 por ciento en concepto de valor agregado y la industria 31 por ciento, promedio anual entre 2014 y 2024. El valor agregado se define como la suma de los salarios, las ganancias –entendida en sentido amplio que, por ejemplo, incluye la renta de la tierra- y los impuestos indirectos (IVA e ingresos brutos).
La transferencia desde la agricultura hacia la industria tiene lugar no porque la agricultura es en sí misma atrasada y la industria es en sí misma avanzada, sino simplemente porque el espectro de bienes industriales es mucho más amplio que el de los productos agrícolas, en tanto la proporción que representan en las compras de la canasta familiar es una función creciente del aumento del nivel de vida. Dadas las rigideces del comercio exterior y ciertas dimensiones mínimas del país de que se trate, las salidas para la agricultura son tempranamente saturadas.
Ahora, la clase dirigente argentina comprometida con las mayorías nacionales puede seguir como siempre y refugiarse en la creencia de que por no fabricar tornillos se compra menos pan. Eso sí que es renunciar al futuro.
Y el camino al futuro está en que los desencantados de hoy perciban que sus dirigentes saben y entienden como se hace para elevar el nivel de vida sin prender fuego nada, apenas haciendo que el capitalismo funcione en dirección al crecimiento económico y democracia.
“Dicen que es difícil hacer predicciones, sobre todo sobre el futuro. ¡Pero a veces es aún más difícil explicar el pasado!” comentaba con sorna el economista Alan Taylor miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, y profesor de Asuntos Internacionales y Públicos en la Universidad de Columbia, un moderado partidario de algunas ideas de Keynes en el transcurso de un reportaje. Y sí que es difícil en el presente argentino, cuando hay tanto de ya no ser entre los mareados.
Lo cierto es que la clase dirigente que pretende expresar a los sectores populares, de momento no parece que ni está cerca de haber alcanzado algún logro en materia de generar esperanza. Repetir como un loro mal enseñado los eslóganes de la reacción a la violeta no pavimenta el camino al futuro sino –como quien dice- a la innecesaria mal parida ruta al infierno de la pobreza.