Razones antes de la razón (o la sinrazón) del voto

Mientras se acerca el momento de las elecciones del 26, no tiene sentido alguno dejarse llevar por un tentador antinorteamericanismo. No estamos en “Braden o Perón”, entre otras cosas porque no hay un Perón y el mundo bipolar de la posguerra no existe más. 

Ni una palabra que se diga hasta el domingo 26 de octubre dejará de ser interpretada en el contexto de las elecciones de medio término que se celebrarán ese día. Las jornadas que vienen mostrarán la puja por demarcación, lucha y seducción del votante, empezando por convencerlo de que concurra al comicio.

Todo lo que se discuta, y suponiendo que ocurra, debe ser tomado con pinzas y mirando de donde viene y qué persigue, lo cual muchas veces es muy obvio y otras no tanto. Una buena pregunta sería plantear si las “razones” del voto se corresponden con los principales problemas o desafíos que enfrenta la sociedad. 

Ayuda a la confusión general el hecho de que hay que elegir diputados nacionales y en algunas provincias senadores, donde se presentan contendientes tradicionales, cambiando de ropa en más de un caso, y sobre la base de una fuerte fragmentación social que alimenta la dispersión. 

Por eso se entiende el esfuerzo de las diversas fuerzas que aspiran a obtener representación en el Congreso por presentar opciones que parezcan básica y dramáticamente opuestas

La polarización, aun siendo una simplificación que no pocas veces opaca la representación genuina, funciona como formato instalado de competencia por los votos, vinculado al proceso de formación de la opinión pública sobre bases en general poco sustantivas puesto que se apela ante todo a la emoción. 

Paradójicamente, esto ocurre en un contexto de alta desmotivación del electorado, que se viene expresando en ausentismo. Lejos de revisar errores, los principales contendientes insisten en encapsular las opciones apelando a prejuicios fuertemente instalados.

El panorama, con todo, no es uniforme. En los distritos donde se adelantaron elecciones, que en general resultaron adversas al gobierno central (con la excepción de la Capital Federal donde el descontento se expresó en ausentismo), cada cual juega sus fichas para retener o modificar resultados. Eso deberá analizarse luego con los números reales, pero lo que nos interesa destacar ahora es el juego de sombras (o de fantasmas, si se prefiere) que se proyecta sobre el electorado para influir sobre su decisión final. 

La simplificación polarizadora no ha innovado, pues se insiste en esquematizar entre kirchnerismo y libertarismo, ambos términos equívocos que no expresan corrientes mayoritarias. En ambos casos está ausente una vocación de representación del conjunto social y se definen por la caricaturización del adversario. El debate, como confrontación de ideas, cede su lugar a la imputación mutua de responsabilidades actuales o pasadas.  

También esto es consecuencia de que no está planteada una alternativa solvente ante el desvarío mileísta, autopercibido como “libertario”.

Lo insólito es la desfachatez con que en esta oportunidad se lleva a cabo la injerencia externa. Empezó como vocera la directora del FMI, Kristalina Gueorguieva, señalando que el programa económico auxiliado por esa institución requería apoyo en las urnas y culminó el martes pasado con el chantaje del presidente Donald Trump en la reunión con Milei en la Casa Blanca. 

En el medio estuvieron todas las tratativas y declaraciones del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, anunciando la intervención directa del organismo gubernamental a su cargo en el mercado monetario argentino. En todos los casos, con declaraciones explícitas de que se trataba de un apoyo político a un programa económico que viene haciendo agua a pesar de estar exclusivamente centrado en los aspectos monetarios y financieros, con enorme costo popular.

Quedó claro que esta administración estadounidense prefiere un dólar barato en nuestro país (ellos hablan de “fortalecer” la moneda argentina) puesto que esto favorece la importación de bienes y servicios de ese origen, en desmedro de la producción local y de las exportaciones nuestras a China, la bête noire de esta historia. 

Y es así porque las exportaciones norteamericanas son, en lo que hace a productos agrícolas (la soja en primer término) y de algún otro sector, directamente competitivos con los que genera y vende al exterior la Argentina. 

De cualquier modo, no tiene precedentes la grosería imperial con que se informó que la condición para la ayuda norteamericana es “sacar” a China de la relación económica con nuestro país. Tanto que mereció una severa respuesta de la embajada de ese país en la Argentina al poner en evidencia que se utiliza un lenguaje de la guerra fría en circunstancias completamente distintas como son las actuales, sin perjuicio de que subyace el equilibro nuclear como garantía última de la paz mundial. 

Ese mismo anacronismo está presente en el rústico discurso de Trump sobre la Argentina al presumir que si Milei pierde habrá un gobierno de “extrema izquierda” en esta parte del mundo. O no está bien informado o se expresa con enorme menosprecio sobre la cultura política local. Muy probablemente ambas cosas. 

La importancia de los Estados Unidos en el mundo excede su administración actual, lo cual no los exime de responsabilidades. 

La primera, ser garantía de paz global. Las conductas provocadoras y las intervenciones militares sesgadas por la ideología van en contra de esa misión y vocación. O sea, tienen cuestiones propias que resolver.

El auxilio financiero al gobierno mileísta revela un sesgo poco elaborado por lo maniqueo, pero es más un problema de ellos y en modo alguno nuestro, salvo como contrapartida de reestablecer seriedad y la búsqueda constante de relaciones equilibradas y mutuamente beneficiosas. No tiene sentido alguno dejarse llevar por un tentador antinorteamericanismo.

No estamos en “Braden o Perón”, entre otras cosas porque no hay un Perón y el mundo bipolar de la posguerra no existe más. 

Es tan obvio que casi todo el mundo se da cuenta que los excesos verbales no llevan a ninguna parte. Cuando se convierte en norma, hay que hacer lo necesario para volver a la cordura.

Hay un correlato interno en este alineamiento incondicional y muy irresponsable. Por lo pronto, el riesgo de volver a meter a la Argentina en una puja sangrienta que ya nos costó dos dolorosos atentados durante el menemato. 

Como antecedentes perniciosos pueden recordarse el reconocimiento que le hicieron a Galtieri, diciendo que era un “general majestuoso” y terminamos en una guerra nada menos que con un socio clave de la OTAN al abandonar la vía diplomática para recuperar las Islas Malvinas. Y, por otro lado, en esa línea de adscripción, el larguísimo aplauso a Menem en el Capitolio que lo llevó a una línea genuflexa ante la primera potencia occidental y anotarse en mancebía, mediante “relaciones carnales”, como aliado extra OTAN. 

Esta pérdida de dignidad tiene que ver con una carencia previa: la no pertenencia esencial a una comunidad nacional. Considerarse ciudadano del mundo con desprecio de la propia condición. Eso lleva al oportunismo y su ejercicio conduce a un papelón tras otro.

No sentirse parte de una cultura ligada a determinado territorio y un pasado de construcción colectiva engendra debilidades insuperables. En tiempos de globalización forzada bajo los procesos de centralización y concentración de la economía, la innovación tecnológica actúa como un acelerador de la disgregación. Este es parte sustancial de lo que nos pasa. 

La autodenigración (una de cuyas expresiones es la antipolítica) se convierte en un modo de vida en el que se anhela satisfacer necesidades narcisistas en lugar de fomentar la solidaridad y la fraternidad. 

El Papa Francisco decía que no hay que sentirse superiores en nada y mirar hacia abajo sólo para ayudar al caído que lo necesita. Con esa inspiración podríamos decir que tenemos que ver a nuestros vecinos como hermanos y a todos los países como dignos de respeto. Ello supone empezar por respetarnos a nosotros mismos como parte del género humano con las mismas obligaciones y derechos.

La obsecuencia convertida en directriz de la política exterior no lleva a ninguna parte. El poderoso maltrata e impone sus condiciones si el claudicante se lo permite.

Estas reflexiones están ausentes en la campaña electoral. Se prefiere inundar las redes con mensajes mecánicos: “soy jubilado, apoyo a Milei que nos saca de la pobreza” y otras formulaciones parecidas igualmente falaces.

Con Cristina Kirchner condenada y presa la consigna “kirchnerismo nunca más” carece de entidad presente. Se procede entonces a extremar los términos del debate: intentar aislar al oponente y centrar el fuego en consignas genéricas como “son todos ladrones”, ambas muy debilitadas por los desastres propios de la actual administración que estallan sucesivamente.

No habiendo una oposición organizada, cualquiera sea el resultado electoral y la amplitud del voto castigo, el principal de los objetivos de los ingenieros del caos se habrá cumplido: mantener dividido al movimiento nacional. 

La tarea por delante entonces es inmensa, porque implica construir una alianza de clases y sectores sociales con intereses directos en sacar el país adelante, expandiendo su tejido productivo y con ello ampliando las oportunidades de labor para el conjunto de nuestros compatriotas. 

Esa convergencia de visiones, esfuerzos y dinámicas sociales debe expresarse en un programa técnicamente sólido y cumplible, con eje en la expansión productiva, lo cual implica crear trabajo en toda la geografía nacional, junto con la atención de los más vulnerables que son las históricas víctimas del actual dispositivo de la economía argentina, que por carencia de prioridades no logra salirse de la dependencia externa, ahora desembozada e intervencionista como nunca antes.  

Mientras no se construya ese programa seguiremos pensando que hubo un pasado mejor al que conviene volver, reiterando errores. 

Tal como están planteadas, estas elecciones servirán para registrar el estado de ánimo de la población, tanto si votan y cómo lo hacen como si se quedan en sus casas. Analizados los resultados en detalle, distrito por distrito, podrá delinearse un camino de salida del encierro político en que nos encontramos trayendo a la mesa el conjunto de problemas que hoy ni siquiera se están discutiendo.

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