Los enfoques ideológicos reducen el campo del debate y dibujan una percepción ajustada a las dimensiones de su pequeñez conceptual. No son especialmente dañinos hasta que se convierten en políticas gubernamentales y entonces se enfrentan a la complejidad de lo real.
Antes de la pandemia, a partir de mayo de 2018, Siglo XXI Editores puso en librerías una obra clave de la sociología contemporánea de nuestro país, compilada por dos prestigiosos investigadores, Juan Ignacio Piovani y Agustín Salvia. Incluye valiosos aportes de más de una treintena de colaboradores que desmenuzaron las más importantes dimensiones de la vida comunitaria, convirtiéndose en un tratado de referencia obligada cada vez que se quiera analizar con rigor nuestra realidad social.
La Argentina en el siglo XXI, tal su abarcativo título, presenta y analiza los resultados de una amplia encuesta nacional sobre la estructura social del país que se llevó a cabo con la participación de las universidades nacionales en todas las provincias y fue auspiciada por el Consejo de Rectores. Les permitió a sus autores describir “cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual”.
Una obra erudita al alcance del gran público. Fue presentada en el Congreso de la Nación y en no pocos ámbitos académicos y periodísticos. Recomendamos su consulta permanente cada vez que se trate de pensar la sociedad argentina en términos reales y no imaginarios, como suele hacerse con muchos temas del diario trajín de los sesgados debates públicos.
Los datos que allí se presentan y analizan surgen de compulsas muy cuidadosamente realizadas en todas las regiones sobre la estructura social. Ésa es una de las fortalezas de este estudio porque desmenuza las particularidades a nivel nacional. Al mismo tiempo forman parte de un sistema de encuestas mucho más amplio referida a la heterogeneidad social, que incluyen las propias relaciones sociales y los valores, actitudes y representaciones. No omite indagar sobre lo que los argentinos creemos de nosotros mismos, no pocas veces con fuertes contrastes entre sectores y regiones interiores.
Ignorancia oficial
No hay registro que los actuales gobernantes hayan leído o siquiera sepan de la existencia de esta sólida investigación, a la que seguramente menospreciarían por su nivel de detalle y precisión de análisis.
No solo describe la estructura social, sino también las condiciones de vida y materialización de derechos a los que los ingenieros del caos confunden deliberadamente con privilegios. También una descripción detallada, en su tercera parte, sobre la composición, prácticas y estrategias de los hogares.
Como se advierte en esta somera descripción, esta obra es todo lo contrario de las simplificaciones en que incurre la vocería oficial actual, incluyendo al propio primer magistrado en ello.
Si hubiesen reparado en estas investigaciones es presumible que las atacarían con su agresiva descalificación como “cosa de zurdos” o algo peor. Esto se debe a que para ellos la sociedad no existe como un conjunto de personas que interactúan en múltiples planos sino sólo de individuos que se relacionan entre sí a través del mercado, donde intercambian bienes y servicios sin otro vínculo que la transacción misma. En el mejor de los casos y por habitualidad, puede llevar a admitir que se trataría de relaciones clientelares.
La ciencia como enemiga
Se ha reemplazado la metódica búsqueda continua y revisión permanente de conocimientos. Esta búsqueda metódica distingue a la ciencia y la diferencia de la ideología, por frases elementales con las que se pretende resumir el saber necesario para una convivencia que resulte fecunda.
Figuraciones simples para mantener un orden social desigual, que contrasta con las más legítimas aspiraciones populares.
Y si ese terrible empobrecimiento de las concepciones en juego ha tenido éxito electoral se debe, sin duda alguna, al punto de destrucción a que habían llegado los valores sobre los que se entablan las relaciones sociales: respeto mutuo, solidaridad y sentido de construcción común, entre otros.
Con todas las dificultades que padece la Argentina, no ha dejado de ser una sociedad nacional compleja, con enormes diferencias entre grupos, clases y regiones.
Una inconfesable pero sistemática y al mismo tiempo brutal operación continua sobre la opinión pública ha logrado imponer simplificaciones aberrantes que se han instalado como presuntas verdades que hoy han dado lugar al estropicio que estamos viviendo.
Una de ellas es que hay un inmenso sector de compatriotas que vive “de arriba” a costa del trabajo de otros, es decir tramposamente, de nosotros y gastando “la nuestra”, cuando es la condición de país subdesarrollado la que impide la más amplia incorporación de trabajadores, mediante el empleo formal, la producción y el intercambio.
Esto no lo inventó Milei, ni tampoco Macri, aunque ambos operaran sobre esa burrada, sino que viene de lejos cuando en plena dictadura, manipuladores entrenados machacaban con que los “los argentinos somos derechos y humanos”. Esos argentinos ya establecían una odiosa diferencia con sus semejantes y prójimos, sin dejar de ir a misa los domingos.
Las condiciones para el advenimiento del grupo libertario se establecieron, obviamente, con anterioridad al hecho en sí, y es allí donde hay que buscar la explicación sin quedar empantanados en la dialéctica negativa de que de estos lodos provienen de aquellos polvos. Implicaría una parálisis de la historia. Al orden causal es necesario identificarlo para poder corregirlo y superarlo precisamente mediante acciones superadoras.
Las visiones dominantes
La idea de que la prosperidad argentina depende sobre todo de su producción primaria está firmemente arraigada desde el siglo XIX en las clases sociales con mayor poder y desde allí influyen sobre el resto.
Julio A. Roca, el unificador del territorio nacional, sostenía que había que abstenerse de fomentar las “industria inferiores” como las manufacturas y artesanías para concentrarse en la verdadera fuente de riqueza que era el sector agropecuario. Ignoraba, o así lo pretendía, que los impulsos de la civilización del acero, con los ferrocarriles a la cabeza, eran los vectores principales del verdadero progreso, y que ese impulso venía de Europa y competía con los Estados Unidos.
Confrontaba en esto con su amigo y poderoso industrial, estanciero y banquero, Ernesto Tornquist, y su otro amigo y luego adversario Carlos Pellegrini. Estos últimos veían con mayor claridad lo que pasaba en el mundo a finales de la centuria de 1800 y comienzos del siglo XX, pero tampoco lograron imponer sus ideas en un país donde una encumbrada clase social estaba confortablemente instalada en el vértice de la pirámide con jugosas rentas para disfrutar y construir una ciudad capital moderna que asombraba a los viajeros y contrastaba de modo notable con el atraso del interior.
Las razones históricas del atraso argentino tienen más que ver con la preservación de los intereses de una oligarquía (con olor a bosta, según Sarmiento) que con un devenir misterioso de una presunta tara latina y católica que algunos autores han tratado de ver como fundamento de nuestro encierro en concepciones sesgadas y retardatarias. Esas visiones resultan muy acordes al dispositivo de dominación existente en el marco de nuestro próspero y desigual antiguo régimen que, no obstante, realizó modernizaciones importantes en otros ámbitos, como en la extensión de la escolaridad obligatoria que impuso la celebrada Ley 1420.
La puja de intereses entre los dueños de la tierra, asociados a los sectores exportadores/importadores del transporte y la banca, y las masas laboriosas que llegaban a hacer la América llevó a un encarcelamiento en prejuicios ideológicos autodenigratorios, muy convenientes para perpetuar la captura de las rentas agrarias.
No es curioso aunque lo parezca que esas concepciones calaron en sectores más amplios que los directamente beneficiados por el país proveedor de carnes y granos a Europa, en particular al Reino Unido. En parte ello se debió a la relativa movilidad social existente en un país en rápida expansión geográfica y económica.
Ésta es una característica específica del sistema ideológico, que se instala en un contexto estamental donde se imponen no solo los mecanismos de distribución concentrada del ingreso sino también las ideas que lo convalidan y justifican.
La fragmentación como política
Cuando ese orden tambalea se reacciona para evitar fugas y al mismo tiempo mantener la captura establecida de las rentas. Allí está el origen del odio irreconciliable que los liberales del 80, devenidos conservadores cerrados, tuvieron hacia el radicalismo en primer lugar (aunque las gestiones de Yrigoyen y de Alvear no amenazaron el dispositivo dependiente del sistema mundial regido por Gran Bretaña) y luego, el que perdura hasta hoy, hacia el peronismo.
Como no todo es lineal ni tan simple, en el seno del propio sector conservador surgió su oposición/renovación, encarnada en la interesante figura de Roque Sáenz Peña y el grupo modernista al que recelaban tanto los incipientes radicales como los señores del autonomismo nacional más rancio, que veía en Roca al gran ordenador de intereses que ocasionalmente se ponían en pugna.
Ese grupo abrió el cauce a la ampliación de la participación popular en las elecciones, iniciando un camino democrático que aún hoy no se ha completado, a pesar de haber conquistado hitos fundamentales como el voto femenino, en 1951, y luego la baja en la edad para poder votar, sobre cuyos beneficios aún podemos hacer evaluaciones.
En estos tiempos donde se pone en duda la validez de la democracia, tanto por parte de quienes sufren por sus resultados como de quienes aprovechan los mecanismos que permiten la instalación de oligarquías políticas que monopolizan la representación popular, cabe preguntarse sobre la calidad de lo que teníamos y considerábamos un buen sistema.
Digamos que esas experiencias negativas no fueron revisadas a tiempo una vez que se instalaron en los puestos de conducción quienes atienden en primer lugar a sus intereses individuales o de grupos y no son en absoluto permeables a la autocrítica y la revisión sistemática de los resultados obtenidos, como corresponde en un sistema de genuina representación de los ciudadanos.
Es el fracaso de esas gestiones lo que lleva a preguntarse si la democracia no estuvo realmente defendida y aplicada con generosidad. Fue apropiada por quienes se adueñaron de sus procedimientos. Allí está, en parte, la explicación de por qué los partidos políticos dejaron de cumplir su función de articulación de propuestas y debate hacia el futuro. Y el manejo turbio de los presupuestos estatales brindó los argumentos para que esta ola destructiva se autojustifique.
No se puede volver al pasado y hay que superar este presente ominoso.
Una realidad diversa y rica
Con las simplificaciones a la orden del día es imprescindible ocultar las complejidades que tiene la sociedad argentina, urbana en un 97% de su población. La gente está mucho más informada de lo que parece a juzgar por las opciones que elige.
Lo que establece la confusión registrable se debe ante todo a algo que no es carencia sino saturación, y esta última aparece muy parcial cuando no directamente tendenciosa.
No le adjudiquemos toda la culpa a las redes sociales, que realmente influyen en amplios pero muy específicos sectores muy dependientes de ellas. Todo lo que se propala por los medios audiovisuales, que inciden en otros segmentos de la población, en alguna medida superpuestos con los anteriores, está a su vez muy conformado en cantidad y calidad por aquello que se instala desde centrales informativas bien definidas, que suelen tener a los principales diarios y grupos de interés como referencia. Así tenemos la paradoja de que cada vez se leen menos pero siguen fijando la agenda en una medida no desdeñable.
No estamos en un paraíso anárquico donde la información fluye libre y los usuarios eligen autónomamente que ver o escuchar. Todo lo contrario, son redes ampliamente monopolizadas y con alto “poder de fuego”, es decir capacidad de saturar esos circuitos.
La confusión existente es resultado de la fragmentación social y cultural previa, hábilmente manipulada por los ingenieros del caos que constituye el grupo de operadores que asesora al titular del Poder Ejecutivo. Para ellos, no hay escasez de recursos.
Cada cual puede subir lo que quiera a las redes, pero de allí a que se convierta en tendencia hay un abismo. Sin ingenuidades al respecto, por favor. La gente, y especialmente los que están enchufados a las redes, nunca han estado tan aislados de su comunidad como ahora, por paradójico que parezca.
No menospreciar al adversario
Estamos zarandeados por profesionales, aquí no hay nada de espontáneo. Actúan por saturación y repetición, con equipos de 24 x 7 (horas y días) que se divierten mucho a costa nuestra y están muy bien remunerados. No tienen lazos de amistad, no los une el deber ni la solidaridad, sino la avaricia.
Darles batalla en ese terreno de ponzoña parece una tarea imposible.
No queda otra que apostar a la claridad y contribuir a una sana reacción de la conciencia popular. Para ello, hay que suministrar herramientas, no basta con rezarle a la Virgen o a San Cayetano.
Es preciso desmontar los mecanismos del macaneo más que responder tal o cual tontera que larguen por las redes, porque así la iniciativa la tendrán para siempre esos “ingenieros”, que tocan y te la van cambiando todo el tiempo para que lo principal no quede a la luz.
Instalaron que habían bajado la inflación, cuando el dato real es que bajaron las jubilaciones y los sueldos. Es decir, dejaron de pagar lo que correspondía. Anteriormente, administraciones más timoratas, suspendían el pago a proveedores y otras maniobras con los pagos del estado. Ahora a cara de perro, a galguear se ha dicho.
Lo de complicar y encarecer el acceso de los viejos a los medicamentos, novedad de estos días, es de una perversidad superior. El argumento falaz es evitar el consumo indebido y los excesos. Eso se logra con monitoreos y auditorías. Se las invocó para bajar los aportes a las universidades. Que las hagan ahora y no sacrifiquen la salud de los adultos mayores. Hipocresía en estado sólido.
La salud, como la educación, son bienes públicos. Obvio que tienen un aspecto de responsabilidad personal, pero eso en el mejor de los casos es la mitad de la cuestión.
Si no cuidás a los abuelos sos un canalla egoísta, así de simple, y si sostenés (como hicieron impúdica e ingenuamente algunos diputados del oficialismo) que seguramente hay parientes que se harán cargo demuestra la bajísima empatía que tienen estos personajes con el resto de sus compatriotas.
La medida está pensada y expresada además en forma demagógica, al excluir a quienes tienen una prepaga u otros requisitos escogidos para generar opiniones encontradas. Se apuesta a los enfrentamientos sociales mientras se implantan políticas que pronto reconoceremos como genocidas.
El jubilado que tiene una prepaga le está aliviando gastos al PAMI y habría que premiarlo en lugar de castigarlo. Pero no.
Para los que guitarrean con la enseñanza que brinda el Estado digamos que lo mismo ocurre con la educación. Es un bien en sí y necesidad pública que apunta al futuro mientras con los jubilados lo que debemos hacer es ser solidarios con nuestros ancestros como condición de la propia integración social. Si hay educación de gestión privada, que no toda es elitista o clasista, se está aliviando al sector público y al presupuesto estatal de gastos que de otro modo contribuirían aún más con la baja calidad que se brinda hoy con este servicio esencial.
Pero nada de esto se advierte cuando te han chupado el seso con la necesidad excluyente de bajar el gasto público. Un tema lleno de falacias que no es este el momento de desnudar, que ya llegará. Digamos sólo que el gasto estatal corresponde al tipo de sociedad que tenemos y queremos forjar, y su calidad es un tema de vigilancia democrática esencial.
Cuando se busca bajar el gasto porque sí, no importa cómo y caiga quien caiga, lo más probable es que se estén cometiendo daños a la comunidad que llevará mucho tiempo reparar, pero seguramente menos que las décadas que reclama Milei para poner al país en orden.
Tal como aquella de que debemos vivir del campo y de sus exportaciones la de achicar como única medida de gobierno, es otra idea perversa, que no resulta de una falta de imaginación sino de un modelo de organización social que tenga mucha gente desprotegida y sea fácil de contener con un pedazo de pan y unos buenos garrotes policiales.
La Argentina, con la amplitud de su geografía, la diversidad cultural de sus regiones, la diversificación que aún tiene en sus actividades y los diferentes grupos sociales que la integran, no se merece eso. Ningún país lo merece, pero éste, con estos brutos proyectos de ajuste perpetuo que se le imponen todo el tiempo, menos que nadie.