Como un vaso de agua, un beneficio impositivo no se le niega a ninguna de las grandes exportadoras, y Milei lo hizo. Bunge es subsidiaria de Bunge Global, con sede en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos. Cargill también es estadounidense. Y Cofco es china. Los productores repitieron una frase: “Nos cagaron”.
A John Lennon le encantaba la frase. “La vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes”, repetía. Incluso la puso en la canción “Beautiful boy”, del álbum “Double Fantasy”.
A Su Excelencia Javier Milei quizás le convendría entender que la política es eso que pasa mientras está haciendo otros planes. Porque prueba y prueba y prueba, pero como no sale de su metro cuadrado se choca contra las paredes.
Cuando falta un mes exacto para las elecciones legislativas nacionales, conviene repasar qué es real, qué es posible y qué caminos se abren.
Lo más real de todo es lo que ocurrió con la política de retenciones cero. Para granos, duró un suspiro. Los siete mil millones de dólares disponibles sin derechos de exportación se los apropiaron las grandes cerealeras. El economista Hernán Letcher, director del Centro de Economía Política Argentina, publicó de inmediato un gráfico bien gráfico. Por orden de importancia se quedaron con el beneficio Bunge, LDC, Cofco, Viterra, Cargill, Molinos, Aceitera General Deheza, CHS, Amaggi, ACA y ADM. Las tres primeras, a considerable distancia de las demás. Como un vaso de agua, un beneficio impositivo no se le niega a ninguna de las grandes exportadoras. Bunge es subsidiaria de Bunge Global, con sede en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos. Cargill también es estadounidense. Y Cofco es china. El fenómeno es como el de la Suizo Argentina: no es simplemente una super-droguería sino una entidad con gran espalda financiera y enorme capacidad logística. No se trata solamente de convertir productos en plata. También plata en plata.
La velocísima concentración de ganancias por 1.500 millones de dólares en tan pocas manos generó reacciones de la Sociedad Rural Argentina, a través de su presidente Nicolás Pino. Suave, Pino dijo que la liquidación había sido “inédita”. Y en declaraciones a La Nación sugirió averiguar los CUTS de clientes, “qué vendieron y qué volumen”. Los directivos de las SRAs regionales, en general de menor porte, y los dirigentes de otras entidades del agro, insistieron en una frase de dos palabras: “Nos cagaron”.
Andrea Sarnari, presidenta de la Federación Agraria Argentina, dijo que la medida de retenciones cero “no fue pensada para el sector productivo y tampoco incentiva a la producción agropecuaria”. Y agregó: “Perjudica al sector porque sigue generando imprevisibilidad. Claramente no fuimos los beneficiarios, porque ya no teníamos la cosecha del año pasado. Así no nos dan a los productores la potestad de decidir y planificar mejor”.
La urgencia del ministro de Economía Luis Caputo por hacerse de un colchón para el Gobierno y a la vez generar grandes negocios privados en horas dejó un panorama didáctico para entender una parte de la crisis de la 125, en 2008, y quizás terminar de reconstruir la relación del campo nacional y especialmente el peronismo con los sectores agrarios.
En 2008 el Gobierno llegó a confundir a las grandes cerealeras exportadoras, que son parte del sistema financiero en todo el mundo, con los productores de todos los tamaños, e incluso con los pequeños. La denominación oficial para todos ellos era “patronales agropecuarias”. Un término de clase que no se repitió para otros sectores. Nunca se escucharon expresiones como “patronales petroleras” o “patronales gastronómicas”, a pesar de que la propiedad de los chacareros medios podía valer menos que un restaurant en Puerto Madero.
A su vez, quedó constituida la Mesa de Enlace, que no existía hasta entonces, con la SRA, Coninagro, Carbap y la FAA. Sólo al final del trámite en Diputados, cuando la crisis política ya estaba en un pico del que no volvería, Agustín Rossi logró negociar un proyecto que segmentaba las retenciones. Pero era tarde, y ni siquiera ese proyecto resultaría aprobado en el Senado. Suele hablarse mucho solo de Julio Cobos, el vicepresidente que fue desleal a la Presidenta y ejerció su voto no positivo, pero menos de la imposibilidad del bloque oficialista de alinear a propios y aliados. De otro modo, el desempate de Cobos habría sido innecesario.
La oposición antiperonista estuvo sagaz. Creó una generalización llamada “el campo” y logró persuadir a kiosqueros de Arequito y arquitectos de Chacabuco de que sus propiedades estaban en peligro.
El poder de las cerealeras, en tanto, siguió incólume. José Graziano, que en 2002 creó el Plan Hambre Cero para Lula y luego fue director de la FAO, la organización de la ONU para la agricultura y la alimentación, sostiene que el problema del mundo no es la falta de alimentos sino el acceso democrático a ellos. Y argumenta que el fundamento de ese problema es la conversión del mercado de materias primas y alimentos en parte del sistema financiero en general, incluidos sus derivados y los negocios derivados de los derivados de los derivados.
Como sucedió en México con el salvataje de los Estados Unidos tras el desastre del Tequila, los siete mil millones embolsados por un pequeño grupo de megaempresas representan el primer sector del que Su Excelencia fue en socorro. Amigos son los amigos, en especial cuando el ministro de Economía fue el mesadinerista del Deutsche Bank.
Aún es difícil predecir si el fastidio entre los productores de toda la Argentina que quedaron afuera de las retenciones cero tendrá una traducción electoral. Pero, igual que en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, conviene retener un dato: ya no sólo el día a día va de flojo a pésimo sino que la percepción personal de esa realidad está encarnada en cada quien. Nada de abstracciones. La Argentina de Milei parece haber pasado, en buena parte, de la fascinación a la alegría, de la alegría a la esperanza, de la esperanza a la angustia y de la angustia a la bronca.
Entretanto, Su Excelencia sigue fiel a la máxima mileísta de que las elecciones no se pierden por la recesión sino por el impacto negativo, inflacionario y psicológico, de la devaluación. En Buenos Aires, donde votan cuatro de cada diez argentinos, esa máxima falló. Resta ver qué ocurre nacionalmente en los treinta días que vienen. La expectativa no es sólo argentina. El propio Scott Bessent, secretario del Tesoro de Donald Trump, ya dejó en claro que baraja un menú de opciones de ayuda, desde un swap a nuevos préstamos, pero que lo verá después de las elecciones.
Esta edición de Y ahora qué? es rica y diversa en análisis por parte de colaboradores habituales y de entrevistados. Hay coincidencia en que los salvatajes financieros tienen al mismo tiempo una lógica propia, regida por la codicia sistémica del sector financiero a escala mundial, y contraprestaciones potenciales por parte de la Argentina a los Estados Unidos. Todo eso si es que hay salvataje, claro.
Ya es parte de la conversación cotidiana que Washington quiere frenar a China en el país. El problema es complejo. Incluso si Su Excelencia quisiera hostigar a Xi Jinping como hace con Lula o Gustavo Petro, en política internacional existe algo que se llama retaliación. Vendetta, o sea digamos. No tiene por qué ser inmediata, sobre todo en el caso de un gigante que, como China, planifica a largo plazo. Pero hay otro costado del problema, que es el nivel de existencia real de presencia china más allá del comercio bilateral. Los chinos extraen litio, que sacan por el puerto de Rosario, exploran petróleo y gas, tienen una estación de Espacio Lejano en Neuquén y concedieron el famoso swap, por citar solo algunos elementos concretos. ¿Su Excelencia terminará de concretar el frenazo a la construcción de la central nuclear de Atucha III? ¿Congelará el proyecto de puerto del holding Fufeng Group en Timbúes, Santa Fe? ¿Dará otra vez marcha atrás y no terminará con las obras de las represas hidroeléctricas Jorge Cepernic y Néstor Kirchner en Santa Cruz? ¿Y qué sucedería con los casi dos mil millones de dólares ya desembolsados por los bancos chinos?
Entre las especulaciones en danza figura la construcción de una base de los Estados Unidos en Tierra del Fuego. Abonan ese escenario las presencias allí de la comandante del Comando Sur Laura Richardson, acompañada hasta por Su Excelencia, y de su sucesor Alvin Holsey. Ambos hablaron de la importancia estratégica de la zona por su proyección hacia la Antártida y por la clave bioceánica de los estrechos. Sería poco serio despreciar la geopolítica cuando la fragmentación mundial y la guerra en el comercio abarca conflictos logísticos en los mares dignos de la primera mitad del siglo XIX.
Hay otro escenario posible. Que Bessent y Trump prometan y esperen, y que hoy no pidan nada a cambio. Como si le dijeran a Su Excelencia: “Cuando te necesite ya te pediré algo, y no podrás negarte”.
Hay un precedente de presunto salvataje que es útil recordar. No se trata del México del Tequila sino de la Argentina de Mauricio Macri. Cuando ya no tenía con quién endeudarse, Macri despuntó el vicio con el Fondo Monetario Internacional. Trump jugó fuerte y, como carta electoral para 2019, impulsó políticamente en el directorio del FMI el mayor préstamo jamás acordado a un país. Una vez concedido, fondos y empresas cumplieron su papel en la fuga de divisas. Pero Macri perdió las elecciones. ¿Será que la política es eso que pasa mientras estamos haciendo negocios?