Donald Trump, Jair Messias Bolsonaro, Javier Milei o el Brexit no hubieran triunfado sin el uso de las plataformas sociales. Ya lo decía el estratega de Donald Trump, Steve Bannon, en 2018: “Los demócratas no importan. La verdadera oposición son los medios de comunicación. Y el modo de lidiar con ellos es llenar la zona de mierda”. Pero el mundo te da sorpresas. También a ellos.
Atribulado por el fantasma de su padre que le ha confesado haber sido asesinado por su tío, quien a su vez en menos de dos meses se ha casado con su madre, Hamlet, príncipe de Dinamarca, dice: “El mundo está fuera de quicio”. O si usted prefiere, como cantaba Carlos Gardel, “al mundo le falta un tornillo”. Claro: las viejas categorías no alcanzan ya para poder interpretar lo que está ocurriendo. Esta es la imagen que usan la austríaca Natasha Strobl y el argentino Alejandro Grimson para estudiar a la derecha moderna. Tiempos enajenados en los que, al decir de Antonio Gramsci, “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”.
Más de cuatrocientos años después (Hamlet es de 1603) el mundo parece haber perdido un tornillo, símbolo de la sociedad liminar en la que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Es un nuevo fantasma que recorre el mundo.
Y, por supuesto, esto tiene su correlato en la comunicación que se alimenta de los nuevos tiempos y al mismo tiempo les da de comer. Vivimos en tiempos del discurso fragmentado y, en simultáneo, de los efectos sobre nuestro cerebro reptiliano; sí, aquel que nos da respuestas elementales, primitivas y básicas.
Y esa es la narrativa que nos proporcionan las plataformas sociales: corto, sin principio y muchas veces sin final, pero al mismo tiempo un verdadero chutazo de dopamina, que, ya se sabe, puede ser una droga muy adictiva.
Pero además, un discurso en el que la verdad no importa. Lo que prima es el efectivismo de las frases y el alimento de la droga de las emociones. Y es que cómo señala Grimson (2024) “… las mentiras no tienen costo para quienes las difunden. Porque lamentablemente la polarización ha destruido el espacio común, moral y perceptivo.”
En ese contexto se elabora el discurso de la nueva derecha mundial, que ha logrado importantes avances electorales merced a que ha sabido adaptarse mejor a los nuevos tiempos de la comunicación. O quizá, los nuevos soportes comunicacionales han sido creados precisamente para los nuevos tiempos y para la política (devenida en otra forma de hacer negocios). Al respecto es importante señalar que cuatro de los cinco hombres más ricos del mundo son dueños de plataformas de comunicación y que como nunca los hombres de negocios están interviniendo directamente en la política. Y no solo Elon Musk.
Donald Trump, Jair Messias Bolsonaro, Javier Milei o el Brexit no hubieran triunfado sin el uso de las plataformas sociales. Ya lo decía el estratega de Donald Trump, Steve Bannon (2018): “Los demócratas no importan. La verdadera oposición son los medios de comunicación. Y el modo de lidiar con ellos es llenar la zona de mierda”. Y para eso están las redes sociales, plagadas de fake news y de oscurantismo.
Es muy significativo que ni bien Donald Trump asumió el gobierno se apresuró a indultar a Ross Ulbricht, quien estaba condenado a 40 años de cárcel pero solo pasó 11 en ella.
Ulbricht no es lo que llamaríamos un niño de pecho. A través de su web Silk Road (camino de la seda) que funcionaba en la parte oscura y clandestina de la red (deep web) se vendían drogas y otros productos prohibidos, pagados todos ellos por criptomonedas para no dejar huellas.
Preso por narcotráfico y enriquecimiento ilícito, acusado de que incluso se podía conseguir sicarios a través de su página, Ulbricht recibió su indulto en nombre de la libertad de expresión.
En nombre de ella, también X, de Elon Musk, difunde mensajes racistas y discriminatorios y Marck Zuckerberg permite que los mensajes de Meta no sean seguros. Y sin embargo, Musk ha mandado recientemente un correo a sus empleados en X señalando que el negocio está estancado…
Cuando los perceptores también cuentan
Entre el sábado 18 de enero y el domingo 19 ocurrió un fenómeno digno de un estudio más profundo. Luego de que la Suprema Corte norteamericana prohibiese el funcionamiento de la plataforma china TikTok, una buena parte de los 170 millones de usuarios que hay de este servicio en EE.UU. se desplazaron hacia otra red china: RedNote, una red que -a diferencia de TikTok- ni siquiera tiene sus servidores en la nación norteamericana.
O sea: esos consumidores fueron inmunes a la propaganda de que la red del formato corto era una amenaza a la seguridad nacional.
La verdad es que a las personas no les molesta que sus datos estén en manos de quién estén. Ni siquiera de los chinos. A tal punto que Duolingo ha multiplicado los pedidos de los consumidores norteamericanos de aprender mandarín.
Una conversación curiosa se presentó entre un norteamericano recientemente afiliado a RedNote y un chino que ya llevaba tiempo allí. El asiático preguntó si era verdad que en Estados Unidos cobraran por el servicio de ambulancias y si pagaban impuestos sobre las casas y departamentos. La respuesta del gringo fue afirmativa, e inmediatamente el chino señaló: “Creíamos que era propaganda de nuestro gobierno para hablar mal de ustedes”.
Por otra parte, Trump y compañía quieren que el monopolio de la manipulación digital esté en sus manos. Quieren, pero no pueden. Porque al frente, los chinos siguen aplicando la vieja fórmula de copiar, mejorar y abaratar.
La derecha quiere el monopolio de los datos de los consumidores para la venta de sus mercancías, que incluyen a candidatos a la presidencia. Todos ellos empaquetados para responder lo que el votante quiera escuchar.
Pero claro, hay limitaciones. Trump ganó las elecciones gracias a Cambridge Analytica en 2016, pero las perdió cuatro años después. Y volvió a ganar en 2024, más por errores de los demócratas que por méritos propios. Igualmente, Bolsonaro perdió frente a Lula.
En resumen, las redes son poderosas, pero no son todopoderosas.
Mejor y más barato
Mientras eso ocurre, en lo que fuera el Imperio Celestial se ha lanzado el sistema chino de inteligencia artificial, más rápido y mucho más barato que el norteamericano. Se trata del DeepSeek (“buscar profundo”) que apenas ha costado 10 millones de dólares, una cifra ridícula frente al plan de Donald Trump de invertir 500 mil millones de dólares en tecnología digital.
Ojo que China logró este avance a pesar de las draconianas restricciones norteamericanas que fueron superadas a través del contrabando y con los avances tecnológicos del país de Confucio.
Y otro de los castigados por el “imperio norteamericano”, Huawei, se ha alzado en el 2024 como la fabricante de teléfonos inteligentes de mayor crecimiento en China, dejando muy por detrás a su archienemiga Apple.
Pocas horas después del anuncio de la inteligencia artificial china, las acciones de varias empresas tecnológicas gringas se desmoronaron. En un solo día perdieron un billón de dólares. Tan solo el gigante de los chips Nvidia perdió 600 mil millones de dólares. Hoy por hoy, GPT no podrá competir con un sistema de inteligencia artificial como DeepSeek que es gratuito (o casi) y mejor. Esta semana la nueva plataforma ha liderado la descarga de apps a nivel mundial.
Occidente y sobre todo Estados Unidos, a menos que baje radicalmente sus costos y produzca mayor tecnología, no podrán competir, y ya sabemos que la baratura de las mercancías derriba todas las murallas chinas y las de Trump también.
Y no solo es un tema del utillaje, sino las estructuras osificadas del capitalismo occidental las que están en juego. Le pasó a Roma y terminó como un recuerdo para los libros de historia.
Los desafíos de la izquierda a la hora de la neurociencia
Conservadores en la política y la economía, convencidos de que la desigualdad entre ricos y pobres no solo es inmutable sino que es necesaria, individualistas a ultranza y enemigos de los derechos de las minorías, los conservadores han demostrado que en tecnología y, sobre todo, en comunicación son revolucionarios.
Todo lo contrario a nuestra izquierda que todavía parece tener la cabeza en el mimeógrafo y en el discurso pegado a la razón y no a la emoción.
La izquierda tiene claro que los medios de comunicación son organizadores de los conversos y ahí hay grandes ejemplos. Pero no han traspasado a la comunicación de masas.
De hecho, quizá sea en el cine donde más éxitos se hayan logrado. No solamente con películas de Jorge Sanjinés, por citar un ejemplo, sino con films como “La Patagonia rebelde”, “La historia oficial” y muchas otras. Y ahí sí lograron combinar emociones con argumentos.
Las radios mineras, sindicales y comunitarias también han sido de gran importancia. Y, por supuesto, Página/12 y C5N, entre otros. Pero habrá que coincidir que la derecha y sus medios llevan la delantera. Y cuando ya no funcionaban tan bien esos medios fueron reemplazados, a medias, por las plataformas.
China da esperanzas de que otra forma de ver la realidad sea posible. De hecho, frente a la tremenda censura en los medios occidentales sobre lo que ocurre en la guerra en Ucrania ha sido TikTok una ventana hacia la realidad.
Y en la plataforma reina de los videos cortos de todo tipo existe una muy interesante combinación entre información y entretenimiento.
El mañana
Natasha Strobl comienza su magnífico ensayo sobre cómo actúa la derecha (2022) con una cita de Erich Kästner: “El tiempo está muriendo. Pronto será enterrado. En el Este ya están haciendo el ataúd, ¿Quieres divertirte con él?. Un cementerio no es un parque de atracciones”.
Y es verdad, no es un parque pero, en tiempos en que el mundo se ha vuelto loco y cuando la palabra dominante es incertidumbre, esta ha llegado también a la derecha, que tan segura parecía. El golpe de DeepSeek no lo esperaban, fue realmente profundo y puso su hegemonía en juego.
El antídoto contra el autoritarismo es la multipolaridad. El mundo único que EE.UU. creía moldear hoy es una ilusión. China y Rusia ponen lo suyo, pero corresponde que el resto de los luchadores del globo aprendan a manejar la tecnología y los nuevos medios de comunicación. Finalmente, tenemos mucho que decir.