El heroísmo le quita el sueño a Javier Milei. Dos discursos del Presidente, en el Llao Llao y luego por la cadena nacional, dieron cuenta de cierto desconcierto. En vísperas de la marcha en defensa de la educación pública, desfinanciada por los rigores del ajuste presupuestario en curso, para el presidente Javier Milei las penurias de las mayorías nacionales son promisorias y auguran un futuro venturoso.
La ansiedad por decir algo disruptivo cotidianamente y mantener en tensión al universo simbólico de la comunidad, un buen recurso político si la idea es incrementar hasta donde se pueda la distracción general y nada más, le jugó una mala pasada al presidente Javier Milei cuando hace unos días intervino en el Foro Llao Llao. Hubiera sido mejor que el cónclave, al cual Milei había asistido anteriormente durante la campaña electoral, cuando aún era diputado, y en alguna otra oportunidad, al arrancar su carrera como economista mediático sauvage, respetara la norma de rigurosísimo hermetismo. Pero esta vez no fue así, y para colmo parece inútil alegar filtraciones porque Santiago Oría, el joven cineasta que forma parte de la comitiva presidencial en todos los eventos, fue quien registró la intervención del primer mandatario y la subió a las redes.
Evidentemente la cuestión referida al heroísmo le quita el sueño al presidente. En esta oportunidad, así como en el Foro Económico Mundial de Davos atribuyó la heroicidad a los empresarios del planeta, en el Foro Llao Llao, ante un centenar de empresarios vernáculos de alta gama y tal vez incómodos con el derrape conceptual elegido, dijo que “el que fuga es un héroe”. Agregó que no hace a la cuestión el origen del dinero, y que lo que importa es que el fugador “logra escaparse de las garras del Estado”.
Por supuesto que estas palabras ya fueron denunciadas en los tribunales de Comodoro Py por hacer apología e instigar a cometer delitos, desde lavado de dinero y violación de la Ley de Ética Pública hasta incumplimiento de los deberes de funcionario público. La denuncia la hizo el excamarista federal Eduardo Freiler, quien destacó también que Milei “buscó idealizar actividades delictivas”, circunstancia agravada por el cargo que ocupa y la consecuente trascendencia y gravitación de sus palabras.
Seguramente la presentación de Freiler motivará oportunamente una serie de consabidas justificaciones del denunciado no merecedoras de mayor consideración, excepto cuando sostenga, replicando parte de su ideario habitual, que la recaudación estatal era derivada para solventar “actividades parasitarias” atentatorias del equilibrio fiscal, lo cual no ocurre si esos recursos son para los privados (muchos de ellos héroes, ergo, fugadores), y así resulten convertidos en “inversiones productivas”. Y lo cierto es que algo por el estilo dijo en su intervención en el Foro Llao Llao, cuando comenzó quejándose por la existencia de los controles de capitales que convertían al fugador en “un delincuente” cuando en rigor, a su criterio, “es un héroe”. Y seguidamente adoctrinó: “El que fuga es un héroe, no importa de dónde venga la plata, es decir, logró escaparse de las garras del Estado. Ustedes se ríen pero yo lo veo así. Digamos, qué le recomendarías a tu cliente, digo yo ahora me pongo el traje de economista: comprá dólares. Después figura como fuga. Y la verdad que si lo compran en negro, mejor. Porque así no tienen que pagar un montón de impuestos estúpidos. Qué hay, todo para financiar a los que levantan la manito y lo hace de querusa. ¿Para financiar a esos inútiles? La frase dice «ladrón que roba a otro ladrón tiene 100 años
de perdón ». Digo, con lo que han robado los políticos argentinos tenemos la eternidad ganada.”
Poco después, el lunes 22, Milei pronunció un discurso por la cadena nacional. Para el día siguiente las universidades de todo el país habían convocado a una marcha en defensa de la educación pública (que resultaría plebiscitaria, pese a los esfuerzos gubernamentales para desviar su naturaleza y su sentido) pero Milei decidió celebrar por la cadena nacional un presunto “logro” de su gestión. En efecto, escoltado de manera beligerante y algo ridícula por el ministro de Economía Luis Caputo, el titular del Banco Central Santiago Bausili, y más atrás el vicepresidente del Central Vladimir Werning y el secretario de Finanzas Pablo Quirno, el presidente Milei arrancó diciendo que entendía que la situación del país es dura, “pero también que ya hemos recorrido más de la mitad del camino”. Los altos funcionarios del área económica siguieron su discurso de pie, como si fueran un dispositivo altisonante o guardias de granaderos, y Milei continuó adjetivando con una de sus palabras preferidas; dijo: “Este es el último tramo de un esfuerzo heroico que los argentinos estamos haciendo, y por primera vez en mucho tiempo, esta vez el esfuerzo va a valer la pena.”
Con independencia de sus rispideces gramaticales y metáforas abusivas, el discurso planteó que era “para anunciar algo que hace tan sólo unos pocos meses parecía imposible en la Argentina”, y que contradecía “los pronósticos de la mayoría de los dirigentes políticos, los economistas profesionales, televisivos y petardistas tribuneros, los periodistas especializados y buena parte del establishment argentino”. El anuncio en cuestión era que el sector público nacional había registrado “durante el mes de marzo un superávit financiero de más de 275 mil millones de pesos, logrando de esta manera, y luego de más de casi 20 años, superávit financiero del 0,2·del PIB durante el primer trimestre del año”.
Quienes inmediatamente analizaron críticamente el aserto presidencial llegaron a la conclusión de que se refería al resultado contable de caja, es decir, al contraste entre ingresos y egresos, pero haciendo caso omiso de los gastos devengados, aquellos reconocidos como tales y que serán honrados más adelante. Hay pagos que el gobierno registra pero que por ahora no abona, como la deuda de Cammesa con las generadoras eléctricas, y que además se incrementan por el manejo de la política referida a los tarifazos, en paralelo a la reprogramación de la eliminación de los subsidios al consumo para evitar una mayor presión inflacionaria. También podría considerarse en el diagnóstico el incremento del endeudamiento del Banco Central que, aseguran los conocedores de las cuentas nacionales, en el curso del primer trimestre del año sumó 10.000 millones de dólares (en divisas). Pero la euforia de Milei no pareció permeable a semejantes sutilezas, y luego de mencionar a “la estrepitosa herencia”, y de asegurar que el superávit fiscal “no es ni más ni menos que el único punto de partida posible para terminar de una vez y para siempre con el infierno inflacionario que fue la Argentina desde la caída de la convertibilidad”, dijo que lo realizado en materia presupuestaria por su gestión en “tan sólo tres meses de gobierno, es lisa y llanamente una hazaña de proporciones históricas a nivel mundial”.
Luego el presidente intentó explicar el “enorme desafío” que debió enfrentar al asumir “con un país quebrado y al borde de una hiperinflación”. Y dijo: “Asumimos el gobierno con un sobrante monetario peor al del rodrigazo, una destrucción del balance del Banco Central peor que la de la hiperinflación del 89, e indicadores sociales peores a los de la crisis del año 2001. Lo cual significa que nos enfrentábamos a la peor crisis de la historia de nuestro país.” Y recordó: “En primer lugar dijimos que la causa de todos los males en la Argentina era el déficit fiscal, ya que producto de la obsesión de los políticos argentinos por gastar más de lo que tenemos, y agotadas las fuentes de endeudamiento y la suba de impuestos, recurrían a la emisión monetaria, que es la única y probada causa de la inflación. Tomamos el toro por las astas y anunciamos desde el primer día que con nosotros se acababa el déficit y, en consecuencia, se acababa la emisión monetaria y la inflación.” Entonces Milei, dada la gravedad de la herencia, justificó el abandono del gradualismo y la aplicación del “shock más ambicioso de nuestra historia”, con lo cual se habría logrado “el superávit financiero en tan sólo un mes de gobierno, un hito que no tiene parangón en la historia del mundo occidental”.
El presidente dijo que se trata de un “milagro económico” debido más a la “motosierra” que a la licuación del gasto público, idea esta última que seguramente no será compartida por los jubilados, a título de ejemplo, aunque Milei tratara de justificar su pérdida de poder adquisitivo “por la nefasta fórmula de movilidad de Alberto Fernández”. Pero el presidente insistió: fue recortado “el gasto público que la política utilizaba indiscriminadamente para comprar voluntades”, fue reducido el 76% de las transferencias a las Provincias, se implementó “una reducción drástica del 87% en la obra pública” (y repitió la fantasía utópica de que el sector privado financie las obras), fueron suprimidos cargos políticos, “cerrados organismos innecesarios o que se usaban para perseguir a quienes pensaban distinto”, y fue suprimida la pauta publicitaria.
Sería inútil buscar en el discurso del presidente la menor alusión a la cara oscura del “milagro económico”, una recesión veloz y severa prologada por la megadevaluación del 120%, con la consecuente caída de la capacidad de compra de los sectores populares, el achicamiento de la industria, el aumento del desempleo y de la pobreza, la caída de las ventas y el aumento de los quebrantos empresarios. Sin embargo el presidente insistió en plantear que el camino elegido es “moralmente deseable ya que por primera vez en la Argentina no pagan justos por pecadores”. Y en pleno misticismo, casi en éxtasis, aseguró que “nosotros estamos haciendo posible lo imposible”. Y agregó: “Para nosotros la inflación es un robo y el déficit fiscal es la causa de la inflación. Por lo tanto el déficit cero no es sólo una consigna de marketing para este gobierno, sino que es un mandamiento.” Según el presidente, es encomiable “la enorme tarea” realizada por Luis Caputo y Santiago Bausili, a quienes calificó de “patriotas”, y por su equipo, tarea posible además gracias al esfuerzo heroico de la mayoría de los argentinos que están sufriendo pero a conciencia de que es el único camino para salir adelante.
Milei eligió un tono severo, enérgico y relativamente mesurado; lo escoltaron cuatro altos funcionarios también serios y responsables, con quienes el presidente había dado la batalla contra una “estrepitosa herencia” y “el infierno inflacionario”, obteniendo un éxito sin parangón en la historia del mundo occidental. Visto bien, se podía percibir en Javier Milei algún tipo de aura shakespeariana, sobre todo porque la adversidad que debió enfrentar habría sido inmensa, tanto como el mandato recibido de lograr el déficit cero, convertido por cierta impronta religiosa en mandamiento. El presidente aseguró que “no hay alternativa más que rendirse a los pies de un pueblo que ha decidido abandonar la esclavitud y emprender el largo camino por el desierto hacia la Tierra Prometida”, una nueva alusión religiosa. Y si todo en su entorno exhibe notable ritualidad, también queda habilitada la búsqueda de algún mandato tan denso y exigente sobre un escenario teatral, con preferencia isabelino, y aparece Hamlet, por supuesto, aparece el dulce príncipe que ha recibido del fantasma de su padre el mandato de vengar su asesinato y la pérdida de la corona a manos de su hermano. Entonces en el final del primer Acto de Hamlet el dulce príncipe dice una oración repetida hasta el cansancio desde el estreno de la obra en 1609:
¡El mundo está desquiciado! ¡Vaya faena, haber nacido yo para tener que arreglarlo!
(The time is out of joint; O cursed spite, / That ever I was born to set it right!).
Es parte del problema de quienes se sienten portadores de grandes soluciones para grandes mandatos, aunque cierren su discurso con una arenga en apariencia neutral, como en la ocasion en que Milei utilizó la cadena nacional. No dijo el slogan habitual referido a la libertad sino que “Dios bendiga a los argentinos” y que “las fuerzas del cielo nos acompañen”. Y dan ganas de agregar, mirando tanto sufrimiento inútil, que así sea.