Las confusiones sobran. Y uno de los confundidos es el propio ministro de Economía. ¿Qué se juega detrás de una devaluación? ¿Cómo terminaron la dictadura, el Plan Austral y la Convertibilidad? ¿Son lo mismo el nivel de precios y los precios relativos? ¿Qué plantea Cavallo?
A los integrantes del Gobierno Nacional no se les dan bien las definiciones políticas que excedan los exabruptos e insultos habituales del Presidente Javier Milei. Contradictorias y superficiales, a veces impertinentes, siempre consecuentes en no indicar nada concreto, responden todas a la mediocridad de un orden político cuya esencia es la de estabilizar la pobreza.
Estabilizar la pobreza no refiere a la idea con la que se suele identificar a Milei: la de liquidar de manera definitiva el conjunto de estructuras políticas y sociales que dotan a la población argentina de mecanismos de igualación socio-económica y posibilidades de progreso individual.
Se trata de algo más sencillo, que es conservar una relación preexistente entre precios y salarios que, en comparación con los estándares históricos, resulta en un nivel de vida más bajo que el acostumbrado.
De por sí, es un factor que tiende a ponerse en contra de preservar o ampliar el poder político, por el malestar social que produce. Pero mientras no emerjan alternativas dentro de una dirigencia política que fue proclive a incubar el estado de cosas actual, y ahora se muestra desconcertada ante la necesidad de formular una representación para contrarrestar la degradación que ella misma engendró, la cosa puede seguir.
Habla Caputo
La estabilización del orden político conservador de la pobreza tiene su expresión más diáfana en la liviandad con la que el Gobierno se expresa al respecto de la inflación y el tipo de cambio. Desde hace meses, el orden fiscal es un compromiso inquebrantable, se va a salir del cepo cuando estén dadas las condiciones, y también se van a reducir impuestos.
Sin embargo, los hechos son un poco diferentes. La realidad es que el Gobierno, fiel a la práctica liberal, combina elementos de un pragmatismo prosaico con la concreción de prescripciones ideológicas dañinas, apoyándose en la estabilidad del tipo de cambio para contener el descontento colectivo.
Cuando su incapacidad de propiciar una recomposición del nivel de vida queda en evidencia, y se ven frente a la necesidad de mostrar que aún no se agotó su abanico de opciones, comienza la toma de decisiones erráticas. Por ejemplo, en el aliento a la apertura de importaciones. O en la disminución transitoria de las retenciones.
El ministro de Economía Luis Caputo dejó entrever algunas de estas incongruencias en la última entrevista que mantuvo con su tocayo Majul en La Nación +:
- No habría devaluación posterior a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, ni abandono de las restricciones cambiarias como consecuencia del mismo. Aceleraría la “recapitalización” del Banco Central, que es una condición que se tiene que cumplir en conjunto con otras.
- Una devaluación produce distorsiones e incrementa la pobreza. Hay que lograr que los precios no sean tan caros en vez pretender “abaratarlos” con el dólar. Como nota de color, observó que si esa fuese una solución Argentina sería una potencia mundial, porque desde hace rato su política económica más recurrente es devaluar.
- Los precios internos altos se explican por la falta de competencia. Puso como ejemplo a la industria textil, “altamente protegida”. Por efecto de esa protección es que se vende internamente a un precio que en otros países sería inconcebible.
- La baja de retenciones es transitoria. Se la afronta porque se cuenta con un superávit fiscal mayor al esperado. Pero a la larga, se espera eliminar los impuestos, solamente que no en este momento.
Algunos malos entendidos
Caputo manifiesta algunos malos entendidos.
Una devaluación no es una decisión de política económica que forme parte de un herramental de opciones entre las cuales se elija la mejor para cada caso. Es una necesidad que, cuando se presenta, entraña costos para la actividad y el nivel de vida en el país que la ejecuta.
La razón más recurrente para llevarla adelante es que el nivel de actividad de un país sobrepase sus posibilidades estructurales, conduciendo a que el caudal de importaciones exceda al de exportaciones y se produzca un déficit comercial. Mientras sea posible, el déficit se atiende con endeudamiento externo. Agotada la posibilidad, sobreviene una devaluación.
No es la situación argentina, en la cual es insólito que existan problemas recurrentes con el sector externo cuando desde 2019 la tendencia es que se obtengan superávits comerciales cuantiosos, relacionados en gran parte con el retroceso de la actividad económica que predomina desde entonces.
En cambio, la dificultad que se presenta aquí es de otra índole. La permanencia del control cambiario, junto a la política de mantener bajas tasas de interés frente a los precios, pero más altas que la tasa de devaluación mensual, produce incentivos para presionar al gobierno, y alienta la salida de capitales ante una devaluación.
Son esas “distorsiones” las que se supone que una devaluación debería eliminar. Por eso también insiste el FMI en eliminarlas, y sus funcionarios no parecen muy dispuestos a aceptar financiar otro curso de acción.
También es bueno recordar, ante el desparpajo de Toto, que no es la primera vez que un gobierno argentino se ve ante la disyuntiva de buscar una enmienda inmediata frente al empobrecimiento que necesariamente entraña su orientación. Fueron los desenlaces de la dictadura de 1976, el Plan Austral y la Convertibilidad.
Por otro lado, hay una preocupante confusión entre nivel de precios y precios relativos. Los salarios, y otros ingresos asociados (jubilaciones, asignaciones familiares) retrocedieron ante una variación del nivel, que es como se denomina a su variación general.
El argumento de la industria textil adolece de otras vulgaridades, como la de creer que la competencia es algo que florece alegremente, o que pueden existir industrias sin aranceles y eso mágicamente incrementaría el bienestar. Pero el punto es que se trata de un bien particular. Es decir, un precio relativo, un bien más caro que otros. Cuando resulta que lo “caro” es el conjunto de bienes que consume los argentinos habitualmente. Y la baja de retenciones no favorece el tema con la comida.
La sugerencia de Cavallo
En su blog, Domingo Cavallo deslizó una propuesta para afrontar el intríngulis que aqueja al gobierno. Sostuvo que un préstamo del FMI le sería útil al Gobierno como muestra de apoyo, pero no resuelve el problema de la falta de los dólares necesarios para el desarme de los controles.
Para resolver esta carencia de manera definitiva, sugirió: “a) la eliminación del dólar blend para las exportaciones, de tal forma que el 100% de los ingresos por exportaciones sean vendidos al Banco Central: b) el aumento de los incentivos fiscales a las exportaciones, es decir una acentuación del proceso ya iniciado de reducción de las retenciones a las exportaciones agropecuarias y de las economías regionales; c) el aumento de los reembolsos de impuestos internos a la exportación de manufacturas: y d) disponer que el pago de servicios turísticos y las importaciones de bienes de consumo final considerados no esenciales se deban pagar por el contado con liquidación y no requieran divisas del Banco Central”.
El dólar blend del que habla Cavallo consiste en permitirles a los exportadores liquidar el 30% de sus divisas en el mercado del contado con liquidación. Para Cavallo, se lo puede reemplazar subsidiando la exportación y limitando retenciones. Es decir, consumiendo menos en el interior, todo sea por eliminar el cepo sin “desordenes macroeconómicos”.
Lo que pretende Cavallo en gran parte ya ocurre, porque están dadas las condiciones para incentivar la exportación en detrimento del mercado interno. Y no resuelven la cuestión de fondo, que es que a la larga la política económica sea compatible con las aspiraciones de la población argentina.
Caputo y Cavallo expresan desde dos puntos de vista distintos la incompatibilidad del liberalismo argentino con las soluciones políticas que se requieren del conjunto de la dirigencia. Eso da lugar a una preocupación. Las alternativas opositoras, que hasta ahora no muestran interés en promover un debate sistemático sobre la política y la economía en Argentina, no parecen tener una hoja de ruta para responder a la crisis que pueda suscitar la continuidad de este esquema económico.