Trump, entre el presupuesto y la ilegalidad

Por un voto, los diputados republicanos acaban de aprobar el presupuesto de Donald Trump, que se merece el terrible nombre de Plan Económico. Salud y alimentación son los grandes perdedores, con cientos de miles de millones menos para atender cosas como cafeterías escolares en barrios pobres, adicciones, salud básica, vacunaciones y lo que nuestro Javier Milei llamaría viejos meados. Los ganadores son los multimillonarios y los militares, que reciben más cortes de impuestos y más presupuesto para sus caros juguetes, respectivamente.

La única sorpresa en el debate presupuestario fue la oposición de un grupo no muy grande pero muy influyente de republicanos en la Cámara que son fanáticos de los presupuestos balanceados. Los fanas le dieron un mal momento a Trump porque denunciaron que el nuevo presupuesto crea un verdadero agujero negro financiero y multiplica la ya enorme deuda pública de Estados Unidos. Trump se molestó en reunirse con ellos, en parte para convencerlos o doblarles el brazo, en parte para que se callen: él insiste en que los despidos de Elon Musk balancean cómodamente la baja en los ingresos impositivos.

Este es el gran caramelo para las multinacionales y sus accionistas, que están perdiendo plata con las tarifas de importación y la inestabilidad generada por la Casa Blanca. Esta es gente de plata, mucha plata, acostumbrada a ser mimadita por el presidente de turno, sea del color que sea, y tanto trumpismo les cae mal. Los cortes en los impuestos del uno por ciento más rico del país resultan un elemento central para el plan Trump de conquista del poder, que no se los puede poner en contra.

Hay que destacar que esta verona es, raramente, un paso legal en una presidencia amante del golpe de efecto. Al final, el Plan lo están votando donde se debe, no es un galerazo como tanto de lo que hacen Trump y sus minions. El Jefe ya tiene 330 causas a nivel federal que le van frenando medidas, por aquello de que un decreto no puede modificar una ley. La última, y grave, fue este jueves, cuando juez falló que el Ejecutivo no puede disolver el ministerio de Educación, que fue creado por ley del Congreso, y ordenó que recontraten a los cientos de despedidos.

Los abogados del Estados habían argumentado que el ministerio no había sido disuelto, que ahí estaba, pero lo habían “ajustado”. El juez no se compró el verso… Trump es tan exagerado que pierde causas con jueces nombrados por Reagan, por Bush y hasta por él, que en su primer gobierno le puso la firma a 220 cargos judiciales de alto nivel. Hace unos días le dijo comunista a un juez que le bloqueaba las deportaciones y que él mismo había elevado.

No que los jueces le frenen la mano al gobierno, ni ahí. Este mes, el juez Brian Murphy de Boston, Massachusetts, le advirtió al gobierno que estaban violando su orden de frenar las deportaciones de inmigrantes sin papeles. Resulta que un avión despegó rumbo al Africa con ocho detenidos a los que les dijeron que iban a Sudan del Sur. Estos ocho vienen de Cuba, México, Mianmar, Vietnam y Sudan del Sur -lo que puede haber inspirado la idea de deportarlos ahí- y son realmente una banda de impresentables condenados por asesinatos, violaciones y robos. Cuando el juez Murphy ordenó parar, Trump lo acusó de ser un tarado que protegía criminales.

La orden significó que el avión norteamericano aterrizara en Djibouti, donde hay una base militar de EE.UU., otra de Francia, otra de Gran Bretaña y, ahora, una de China. Es que esta ínfima ex colonia francesa está sobre el Mar Rojo, entre Somalia, Eritrea y Etiopía, un pedazo de desierto de los peores pero estratégico. Incidentalmente, esta expulsión en particular creó un escándalo en Irlanda porque el avión hizo escala en el aeropuerto de Shannon, al oeste de Dublín. Los furiosos pedidos de informes de la oposición, especialmente del Sinn Fein, dejaron en claro que el gobierno irlandés le hace caso a aquello de Bill Clinton sobre los gays en el ejército, lo de “no preguntes, no digas nada”. Dublín no le pregunta a los norteamericanos qué llevan y qué traen en sus aviones -por ejemplos, armas para Israel- y los norteamericanos no le dicen nada a Dublín.

Trump y las guerras

No es que todo sea rosadito para Benjamín Netanyahu, que está en pleno plan expansionista con la idea de deportar a la población entera de Gaza -Trump lo propuso- y ahora de tomar partes de Cisjordania. Netanyahu parece haber hartado a todos sus aliados, con los europeos y los canadienses declarando oficialmente que los planes militares de Israel son “desproporcionados” y “exagerados”, mientras la ONU sigue advirtiendo que hay hambruna en los territorios bajo su control. El gabinete de derecha dejó pasar ayuda humanitaria a regañadientes, unos 400 camiones de comida y medicinas. Es poco, que en lo peor de los combates pasaban 600 y antes de la guerra más de dos mil.

Pero lo que realmente preocupa a Netanyahu y sus aliados de ultraderecha es cómo Trump los está ignorando cada vez más abiertamente. La gira por los países árabes fascinó a Trump de tanto mueble dorado, tanto desfile militar, tanta promesa de inversiones y hasta un regalo de lujo, un Boeing 747 que es un palacio volador. Trump se entrevistó con el presidente de Siria, país que Netanyahu sigue bombardeando, y le prometió levantar las sanciones. También dijo que dejaba de bombardear a los houties de Yemen, que para festejar le tiraron una pepa al aeropuerto de Tel Aviv. Y el 12 de mayo, Hamas liberó al último rehén norteamericano, un soldado de doble nacionalidad, en un proceso mediado por norteamericanos y acreditado al Gran Jefe y sólo a él. Netanyahu lo vio por la tele.

No es que Trump piense romper la histórica alianza de Estados Unidos con Israel, pero parece que se aburrió del tema. La oposición israelí le está haciendo lobby directamente a la Casa Blanca, pidiendo entre otras cosas que medien la liberación de los rehenes que faltan para sacarle la última razón de ser a la guerra. Netanyahu se está quedando sin nadie a quien echarle la culpa por no ganar de una vez, por no encontrar a los prisioneros de Hamas. Y la fatiga entre los militares es ya visible: una guerra sin horizonte final, sucia y con tantas víctimas civiles vietnamiza a cualquier ejército.

En medio de esto, un obvio desequilibrado mató a una joven pareja de diplomáticos, él israelí, ella norteamericana-israelí, cuando salían de un evento en pleno centro de Washington. El caso tocó una fibra sensible, porque los dos veinteañeros estaban por casarse, hasta habían comprado anillos, y porque su asesino volvió a la escena del crimen y se entregó: parece que nadie vio por dónde se iba y él quería ser capturado. Por supuesto, cuando se lo llevaron alguien estaba filmando, y el tirador, Elías Rodríguez, gritó “Palestina libre”. Netanyahu no perdió ni un minuto, y dio un discurso repitiendo aquello de que “Palestina libre es el nuevo heil Hitler”.

Más claro todavía es el cansancio presidencial con la guerra en Ucrania, que es un brete de los malos. Los ucranianos se niegan a ceder territorios para darle el gusto a Trump, los europeos se están rearmando y Vladimir Putin lo único que se dignó conceder fue una tregua para festejar los ochenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Trump tiene una relación extrañísima con Putin, tanto que le da credibilidad a la pregunta de qué información comprometedora tiene el Kremlin. ¿Será cierto lo de la fiesta del entonces desarrollador inmobiliario con un par de chicas en Moscú, que incluyó una “lluvia dorada” y fue filmada en secreto?

Trump le aceptó a Putin la idea de un diálogo directo con Kiev para negociar la paz, que todavía no dio ningún resultado. El único límite que le puso fue avisarle que no va a haber ninguna normalización de las relaciones económicas hasta que la guerra no termine. El vicepresidente J.D. Vance, que es menos sutil, dijo que hasta que no paren de matar tanta gente, nadie va a hablar de otra cosa.

Shampú sudafricano

El pobre Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, está como metido en una novela de realismo mágico. Trump, caprichosamente, decidió que este viejo militante del partido de Nelson Mandela y sorprendente multimillonario, es un racista antiblanco. La mitad de los sudafricanos que no se agarraron la cabeza se doblaron de risa, porque Ramaphosa es moderado como un uruguayo y es el mandatario que vino a reparar el daño que hizo el desmesurado y corrupto Jacob Zuma. Pobre hombre, tuvo que fumarse que Washington criticara duramente sus políticas internas, le diera con un palo por denunciar penalmente a Israel por genocidio y empezara a repartir visas de inmigrantes a los afrikaner que las pidieran.

Decir que los blancos son perseguidos en Sudáfrica es comerse la peor propagando nacionalista cristiana norteamericana. En un país lleno de tensiones entre grupos e ideologías, donde los inmigrantes africanos son cada vez peor tratados, los blancos sólo tienen que cuidarse del inimaginable nivel de crímenes violentos. Todas las estadísticas muestran que los blancos caen en la bolada como cualquiera, que nadie los va a buscar. Pero andá a convencer a Trump de algo con datos duros…

La cosa es que esta semana, Trump recibió a Ramphosa en el despacho oval, le dio la mano, sonrió para la foto y le pasó una carpeta llena de recortes que “prueban” que hay racismo antiblanco en Sudáfrica. Ramaphosa discutió, entonces bajaron las luces del despacho y le pasaron un video con testimonios. Entre las “pruebas”, aparecía un viejo discurso de un extremista zulú, Julius Malema, que se presentó una vez a elecciones con el lema “maten a los Boers”. Esto es como analizar la política argentina con un discurso de Biondini… El pobre presidente sudafricano no podía creerlo, pero se la bancó bien y siguió discutiendo. En su país fue felicitado hasta por medios que simplemente lo odian, por su dignidad.

Faltaba Musk, nieto de afrikaners duros, riéndose en un rincón.

Bitcoins e inteligencia

El jueves a la noche hubo una cena de lujo en uno de los clubes de golf de Trump. Fue para los mayores inversores en la Trump Coin, la cripto del presidente, que pagaron y bien por el privilegio. Los demócratas, y no sólo ellos, gritaron que era un espectacular caso de falta de ética, una manera de lucrar con el puesto. Los minions dijeron, cortito, que el presidente no maneja sus negocios, que le paó a sus hijos, pero se olvidaron de avisar que el dineral va a los bolsillos de Trump Inc.

¿Qué le pasa a los ultraderechistas con las bitcoins? Nuestro jamoncito no tiene el piné de crear la propia, con lo que terminó ensartado en negocios ajenos que salieron mal, pero parece que la pulsión existe. ¿Cuánto falta para la Bukele-coin?

Otra argentinada en EE.UU., la reveló el New York Times esta semana. Resulta que un minion menor, un tal Joe Kent, mandó a cambiar un informe de inteligencia que contradecía a Trump. Kent es el jefe de gabinete de la directora nacional de inteligencia Tulsi Gabbard, una de esas rubias artificiales que abundan en el universo MAGA. El informe era técnico y simplemente avisaba que no hay la menor evidencia que ligue a Nicolás Maduro con las bandas delictivas venezolanas en Estados Unidos. De hecho, relataba los problemas de Caracas con estas bandas incontrolables. Esto contradice directamente el razonamiento oficial de que las bandas sirven a Maduro, son una invasión paramilitar ordenada por Venezuela, y pueden ser deportadas como combatientes extranjeros. Kent mandó a reescribir el informe, relativizando la información, “que dejaba en un mal lugar a mi jefa y al Presidente».

Para ojos argentinos, acostumbrados a nuestra Side venal y delictiva, esto no es nada. Pero en Estados Unidos la idea es dar información de calidad al presidente, que luego decide qué hacer, incluyendo decir mentiras. Lo de Kent es insólito y también torpe, porque dejó una estela de mails que lo terminaron quemando. Trump lo debe haber felicitado, porque él mismo ya se cargó a once directores de órganos de contralor. El gobierno norteamericano está lleno de entes de control interno, cuyos miembros son nombrados a medias entre republicanos y demócratas, por períodos fijos. Este presidente se cepilló a los demócratas.

Y otra argentinada: como Trump no puede cerrarle la boca a la Universidad de Harvard, la más rica del país, le acaba de prohibir por decreto recibir estudiantes extranjeros. Justo los que son más rentables…

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