Trump I: El arte de ser un mártir

El candidato, se sabe, es un amante del machismo simbólico, de los uniformes, de la lucha libre, de las mujeres con pelo grande y tacos altos. Pero él no es luchador ni sirvió de uniforme, con lo que el heroísmo machista era de prestado. Hasta el atentado.

Los contadores de porotos electorales no tienen descanso en Estados Unidos. ¿Joe Biden se baja o no? ¿Quién lo reemplaza? ¿Hay un nuevo Donald Trump después del atentado, más suave, más maduro? Con las encuestas empatadas, los poroteros encuentran a dios en los detalles, en las mínimas diferencias en Estados en pugna, los llamados “violeta” porque no son azul demócrata ni rojo republicano.

Todo eso implica, por supuesto, kilómetros de notas y horas infinitas de especulación en los medios. El balazo que le perforó la oreja al candidato republicano cambió el panorama de modos evidentes y de los otros también. Las campañas son así.

La primera reacción de la derecha trumpista, la dura, fue acusar al gobierno demócrata de organizar o al menos habilitar el atentado. Pero el FBI se movió rápido y expuso que el casi magnicida era un pibe de veinte años, republicano registrado, lejos de ser material de conspiraciones y cerca de ser el típico nerdo que balea una escuela.

Los derechistas se tuvieron que conformar con la mucho más débil crítica a las fallas de seguridad, y probaron con otra conspiración: que Biden había ordenado que le redujeran la custodia a Trump. La idea no avanzó porque nadie prominente la tomó. Todo el mundo sabía que no era cierta.

La segunda consecuencia fue elevar a Trump al lugar de mártir y héroe. El candidato, se sabe, es un amante del machismo simbólico, de los uniformes, de la lucha libre, de las mujeres con pelo grande y tacos altos. Pero él no es luchador ni sirvió de uniforme, con lo que el heroísmo machista era de prestado. Hasta el atentado.

Ese día de sol en Pensilvania, Trump se tocó la oreja, vio sangre en su mano, se agachó, fue inmediatamente rodeado por la pared humana del Servicio Secreto, que se lo quería llevar en andas del podio. Trump los paró, les ordenó buscar el zapato que había perdido, levantó el puño en su gesto de campaña y gritó ¡luchen! El público comenzó a corear la palabrita.

Biden hizo lo correcto, lo presidencial, ordenando una investigación y llamando a su rival. Todo el mundo comenzó a convocar a la unidad, a bajar el tono, a limar la inmensa agresividad de la política norteamericana. No se habló mucho del tema, pero hubo un escalofrío general ante la idea de una situación en la que un pibe con un AR15 podía matar al candidato y detonar ¿una guerra civil? ¿Disturbios graves? ¿Atentados milicianos?

Como era esperable, los republicanos hablaron de unidad por apenas un día, y luego pasaron a definirla como el estado en el que los demócratas se rinden y les dicen que tienen razón. Así llegaron a la noche del jueves en la convención nacional partidaria, la del discurso del candidato ungido, en la que docenas de delegados se presentaron con la gorra roja de MAGA y una venda en la oreja derecha, como la que luce Trump.

El show fue completo, con luchadores como Hulk Hogan y columnistas como Tucker Carlson hablando de volver a ser hombres “de verdad”. Después de estas presentaciones, Trump entró al escenario. En un costado, colgaba el uniforme de Corey Comperatore, el bombero muerto en el intento de asesinato. El candidato habló suavemente, sin tantos de los guiños que lo abruman. “Escuchen bien, porque esto lo voy a contar una vez y nunca más lo voy a contar”, arrancó, y contó el atentado. Las cámaras paneaban mostrando delegadas llorando a moco vivo.

Pero el Trump humanizado duró poco, y la siguiente hora fue un acto de campaña con las habituales acusaciones de fraude, de acoso, de llevar “a nuestro país a la destrucción”. Vivo, el candidato no mencionó los dos puntos débiles que los demócratas usan en campaña, el aborto y los planes para destruir lo que queda de los servicios sociales.

Y mientras todo esto ocurre, los demócratas no terminan de discutir si Biden puede ser candidato o no. Las encuestas van y vienen, la Casa Blanca es escenario de reuniones con punteros y senadores, cada aparición presidencial fue planeada para mostrarlo lúcido y energizado.

Y entonces Biden se contagió de covid y está en cama.

Cada vez se instala más la idea de que Trump va a volver a la presidencia. Que eligiera a James Vance como vice fue tomado como la preparación a una futura sucesión con un candidato joven, exitoso y hasta de barba.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *