Donald Trump se encuentra con la realidad

Las revoluciones no son sólo voluntad, y el presidente está aprendiendo que la economía es más complicada que en 1930.

En años más tranquilos, a futuro, se escribirá la historia de estos liderazgos mesiánicos pero fallutos que nos andan embarrando la vida. El historiador tendrá muchas herramientas para analizar estas locuras, y tal vez notará una enorme diferencia entre figuras como Víctor Orbán y Donald Trump, lo que en Palermo distinguen como tranco largo y tranco corto. El húngaro, como sus colegas polacos ya destronados y los italianos, no prometía una revolución sino un cambio profundo, con lo que nadie le andaba contando las hojas del almanaque. El Donald entró hecho un Trotsky hablando de la revolución mundial y no para de hacer sapo. Mucho daño, mucho dinero esfumado, mucho sufrimiento, pero pocos resultados.

El elemento esencial para entender el apuro del norteamericano es que este es su segundo gobierno, y que tuvo cuatro largos años para pensar en qué falló. Los usó bien, para domesticar al Partido Republicano, purgarlo de conservadores que no entendieran su revolución y elegir un gabinete medio marmota, pero leal al Jefe. Pero la conclusión fundamental fue que tenía que hacer todo rápido, ahora, sin esperar. Por eso la batería de medidas, por eso la promesa de terminar la guerra en Ucrania en 24 horas, por eso la paz en Medio Oriente en cosa de días, por eso la reindustrialización de acá a fin de año.

El lector sabe que nada de eso ocurrió ni está por ocurrir.

La guerra sigue, Hamas todavía tiene rehenes, Israel anda bombardeando aquí y allá, China no se rindió ante las mega tarifas y pese a las constantes chicanas, no se sabe que tantos países supliquen un tratado comercial especial. Por supuesto, no lo admiten. Como dijo una vocera de la Casa Blanca, “en cosa de cien días, el presidente cambió para mejor la situación de nuestros industriales, nos acercó a una paz en Medio Oriente y Ucrania, logró compromisos de inversión históricos, liberó rehenes norteamericanos e hizo que las universidades aceptaran su responsabilidad por permitir el antisemitismo. No hay negociación que Trump no pueda manejar”.

Lo único cierto de todo el párrafo es que los rusos liberaron algún preso que tenían para chicanear a Joe Biden, y que el gobierno de Estados Unidos ahora se dedica a chantajear universidades.

Ucrania

Vladimir Putin es un cuadro del KGB, un agente de inteligencia entrenado en la paciencia de la araña, en el juego largo. Exactamente todo lo que Trump no es. La famosa paz en Ucrania consistió en una promesa rusa de no bombardear la infraestructura energética, que terminó en el bombardeo de ciudades. Este jueves, Trump explicó muy suelto de cuerpo algo que ya debía saber, que la principal concesión que haría Putin por la paz es “no tomar toda Ucrania”. El ultimátum es claro: o Kiev acepta ceder formalmente todo lo que ya está ocupado por Moscú, o Putin tiene mano libre”. 

Los ucranianos, se entiende, peludean de lo lindo porque esto significa ceder la Crimea y el presidente Volodimir Zelensky no puede ni pensar en aceptar ese suicidio político. Las consecuencias de un trato así, hay que señalar también, podrían significar el fin de la democracia ucraniana, débil ella, y la vuelta a un jefazo alineado con los rusos que garantice al menos que no nos bombardeen.

En la Casa Blanca no cayó bien que Zelensky no se rinda y Trump en persona le dedicó una linda indirecta: “Si por una razón u otra, alguna de las partes en la negociación la dificulta, le vamos a decir que es un tonto, son tontos, son gente horrible, y vamos a ignorarlos”. 

La única flor para Ucrania fue un mensaje de Trump pidiendo que Putin pare de bombardear civiles. Un pedido, nomás.

Era la economía, stupid

La semana pasada fue la sigilosa venta de bonos del Tesoro que organizaron las economías del G8, para mostrar el desastre que pueden hacerle a Estados Unidos. Esta semana fueron varios de los principales empresarios del país, que se reunieron con Trump y le explicaron que la economía no es más la de 1930. Y las bolsas que siguen subiendo y bajando, pero no se recuperan del diez por ciento que cayeron por el anuncio de las tarifas. El Donald sabe de acciones -en su primer mandato vivía señalando que subían sin parar- y debe haber recibido una clase sobre las famosas cadenas de proveedores.

Resulta que en este mundo en que vivimos, nadie termina de fabricar un producto completo, casi no hay integración vertical. China es especialista en erigir fábricas textiles donde se hace la tela, los botones, el hilo para coserlos, la etiqueta y la camisa completa. Pero China es un caso especial, de lo más anal retentivo, en un mundo que terceriza todo lo que puede en función del precio. Es como comprarse un coche por acá, con autopartes de varias provincias y de Brasil, montado en alguna parte del Mercosur. Esto es un padrón en Estados Unidos, hasta en esos productos que llegan con una etiqueta con las barras y estrellas y el tercermundista slogan de “Orgullosamente Made in the USA”. Miralo por adentro y empezó a contar los componentes importados.

Así fue que el presidente naranja empezó a sugerir, primero despacito y después más claro, que las tarifas a China iban a bajar. No a lo que eran antes de su Día de la Liberación, pero sí menos que el demencial 145 por ciento de hoy. Los empresarios siguieron agarrándose la cabeza, porque no saben si encargar productos o insumos ahora, si esperar a que bajen el impuesto, o cerrar las tiendas. 

La economía norteamericana es tan grande, que estos empresarios ya estaban encargando stock para Navidad. Para darse una idea del problema, los importadores de café están desesperando, sin saber el precio que le van a cobrar a sus clientes por las más de mil millones de tazas que se toman por día. Tal cual: mil millones. Por día. Alterar semejante mercado, dejarlo sin precios de referencia, es jugar con fuego.

Esto es algo que Trump parece no haber previsto. Mágicamente, el Donald pensaba que las fábricas surgirían como hongos, en tiempo real, con sólo poner tarifas. De a poco, le estarían haciendo entender que eso tomaría años, si es que sucede: ¿y si uno invierte miles de millones en fábricas y el presidente baja las tarifas? ¿Qué hacés con esas inversiones?

Los afectados son algunas de las mayores multinacionales del planeta, acostumbradas a ser obedecidas y cuidadas, dispuestas a cepillarse al que no las privilegie. Esas empresas encargan muy campantes sus partes, insumos o productos al país que les resulte más barato y cumplidor, sea China o alguno de sus Plan B en Asia. No se juega así nomás con estos pesados.

Y otro tema que se está expandiendo es la interesante noción de que la arbitrariedad de las tarifas y la opacidad de las negociaciones es una buena oportunidad para que diversos mediadores se enriquezcan. Esta semana, un grupo de legisladores demócratas lo dejó en claro en una carta abierta que le mandaron a Trump, avisando que la política comercial “se está convirtiendo en un esquema corrupto para enriquecer a funcionarios del gobierno y sus leales”.

Trump no ayuda en este frente, que parece ni ver, y esta semana anunció “la más EXCLUSIVA invitación en el MUNDO entero”. La movida es una cena en su club de golf en Virginia y un tour personal en la Casa Blanca para las 220 personas que tienen el honor de ser los mayores inversores en su memecoin, $TRUMP. El sólo anuncio hizo subir un sesenta por ciento la cotización del engendro, lo que llenó los bolsillos del presidente.

Y pensar que el pobre Elon Musk tuvo que prometerle a sus accionistas que se va a dedicar más a sus empresas que a despedir empleados públicos… qué injusticia.

Blancos fáciles

No todas son amarguras para el gobierno trumpiano. La justicia sigue sin encontrar cómo frenar las deportaciones de inmigrantes legales e ilegales. Las universidades arrugan -menos Harvard- ante la amenaza de perder fondos públicos si no eliminan los programas de igualdad de género y raza. Las academias militares purgaron sus bibliotecas por orden superior: salieron los escritores negros, quedó Mi Lucha. La nueva de los censores es mandarle memos oficiales a las revistas científicas más prestigiosas preguntando con qué criterio se atreven a decir que la homosexualidad no es una perversión.

Cómo vota el mundo

El turismo en EE.UU. está en retracción. Los canadienses, abundantes en otros veranos, se borraron. Europa anda floja, con muchas menos reservas que lo normal. Tercermundistas diversos vacilan, y cómo, ante tanto incidente con un Departamento de Migraciones militarizado y empoderado. Y el público doméstico está cortando el consumo de pavadas -gaseosas, papas fritas- que es el tradicional primer acto de las recesiones.

Dos juegos de salón norteamericanos de reciente invención, populares en las reuniones, asados y cumpleaños: 

Apostar a que la recesión va a tener también inflación, o sólo recesión. 

Adivinar cómo va a hacer Trump para no entregar el poder en enero de 2029. Este es especialmente popular en reuniones de politólogos y abogados, porque para ganar hay que dar detalles del truco que va a usar.

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