Una pelea con los pelos de punta. Sigue el empate y el republicano sube el tono y hasta amenaza a los funcionarios electorales.
Las elecciones en Estados Unidos son el 5 de noviembre y este mes y medio que falta nos tiene a todos con los pelos de punta. A los que votan y a los que no votamos, a los que vivimos en las antípodas y al ladito de los yankees, a sus amigos y a sus enemigos, y a los que ni fu ni fa. Es que esta vez no se elige nada más que al presidente de un país poderoso, influyente, agresivo. También se elige si el jefe y símbolo de la derecha dura internacional vuelve a tener tamaña manija. Si Donald Trump es reelecto, los Orban y los Milei del mundo reciben un espaldarazo, los Vox y los Bolsonaro se ilusionan.
Trump sabe qué se juega y también tiene los pelos de punta. Ya trataron de matarlo dos veces en un mes y la primera lo hirieron, levemente pero en la oreja, un lugar que te deja pensando “si la bala pasaba a un par de centímetros a la derecha…” El stress emocional de algo así es enorme hasta para alguien más vale inimputable, pero a eso hay que agregarle el cementado empate en las encuestas. Este jueves se publicó el estudio del New York Times y el Siena College, que se especializa en encuestas- que le da un 47 por ciento a cada candidato. La encuesta es chica, menos de 2500 consultados, pero no es una sorpresa.
El republicano evidentemente decidió escapar hacia adelante y radicalizar la brecha. Mientras todo el mundo dice que no le fue bien en el debate con Kamala Harris, es evidente que él no está de acuerdo. Sus minions digitales siguieron difundiendo el verso de que los inmigrantes haitianos se comen los perros y gatos de sus vecinos en Springfield, Ohio, pese a toda la evidencia en contrario. Su candidato a vice, J.D. Vance, defendió el bolazo explicando que a veces hay que crear los hechos y manipular las historias para se hable de lo que “es real”, una manera complicada de decir que si non é vero…Hasta volvió el degradante tema de que como Harris no tiene hijos, es una de esas solteronas que cuidan gatos.
Pero el Jefe fue más allá y empezó a hablar de economía chica. Ya había dicho que va a poner impuestos de importación altos a los productos chinos y mexicanos que, mágicamente, no iban a aumentar los precios de los importados porque “la diferencia la van a pagar ellos”. Ya había prometido una guerra económica a los países donde se radican las corporaciones norteamericanas, como si esos países se robaran las fábricas y no fueran las corporaciones las que se mudan solitas a aprovechar los bajos costos.
Lo que hizo esta semana Trump fue hablar de cosas más chicas, como eliminar los impuestos a las horas extras y las propinas de los gastronómicos. Más complicado, prometió restaurar el descuento a los dobles impuestos, algo que él mismo eliminó. Este descuento, llamado SALT, hacía que uno no pagar, por ejemplo, todo el impuesto a la riqueza porque se podía descontar lo que ya le había pagado al estado donde uno vivía, por ejemplo, el inmobiliario. Trump presidente lo sacó porque el mecanismo beneficiaba a estados demócratas, Trump candidato lo promete porque le puede morder votos a Harris y ayudar a sus candidatos locales.
Todo esto ocurre, claro, al estilo Trump, tan ripioso. El jueves, el candidato asistió a un encuentro para hablar de cómo combatir el antisemitismo y generó un escándalo cuando dijo que todos los judíos deberían votarlo a él por su apoyo a Israel. Para emparcharla, explicó que hay “malos judíos” que votan a los demócratas… En Estados Unidos hay casi siete millones de judíos y nadie en su sano juicio piensa que lo único que les importa es Israel.
Más en serio y más orgánico a su pensamiento, el republicano prometió castigar a los funcionarios electorales que no se porten bien. El nivel de paranoia que se está creando con respecto a la limpieza del voto es notable. Los republicanos tienen parado el presupuesto nacional en el Congreso a días que se venza el gobierno federal se paralice, y dicen que no ceden si no se agrega un articulado electoral. Estas líneas exigen, a nivel nacional, que no se deje votar a nadie sin una prueba documental, concreta, de que se es ciudadano. Los extranjeros no pueden votar en Estados Unidos -como no pueden hacerlo en ningún país- y los que se hacen pasar por votantes son un número minúsculo.
Pero es para ir creando ambiente, para intimidar a funcionarios que tenían una vida rutinaria y tranquila hasta que apareció Trump. Las amenazas pueden servir tanto para hacer fraude impugnando urnas como para arrancar una estrategia de protesta y demandas si se pierde la elección. Es como si ya estuvieran planeando otra vez los interminables juicios de 2020 y otro asalto al Capitolio.
Harris, mientras tanto, se concentra en Pensilvania, un estado “panqueque” que le puede dar una alegría. En Estados Unidos se votan electores en cada estado, en número proporcional a la población. A nadie le importa en particular perder Montana o las Dakota, de poblaciones patagónicas. Los poroteros de allá cuentan los electores de los estados propios y los ajenos y descubren dónde se destraba el empate técnico, que suele ser en un puñadito de estados panqueques, de los que nadie tiene asegurados. El más importante este año es Pensilvania: el que gana ahí, gana.
La demócrata, entonces, vive tomando café, besando bebés, visitando ferias y fábricas, y hablando de las cosas chicas de la vida. Es una mujer alegre y simpática, le va bien en el uno a uno, y el estudio del Times y el Siena le da algún punto de ventaja en el estado.
Pero la cosa es que falta poco y el empate sigue.