Don Winslow, que habló del caso Espert, tiene varios best sellers en su haber, entre los cuales se destaca la trilogía El cártel, El poder del perro, y La frontera. En esos libros Winslow presenta como eje inaugural el asesinato a manos de los narcos de Enrique Kiki Camarena –Ernie Hidalgo, en la ficción–, y la venganza contra sus perpetradores que se propuso llevar a cabo su compañero de tareas, Arthur “Art” Keller, un aguerrido agente (ficticio) de la DEA.
Lo que ha trascendido del caso Fred Machado, las vinculaciones con el narcotráfico y su extradición a los Estados Unidos, periplo con antecedentes de larga data que obligó a que José Luis Espert se bajara de la lista de La Libertad Avanza en la Provincia de Buenos Aires y fuera reemplazado por Diego Santilli, puso en la superficie varios temas de gran importancia para el futuro inmediato de la Argentina. Por añadidura son hechos que se dan en un marco desprovisto de originalidad alguna, porque simultáneamente irrumpen con idéntico formato en diversos puntos del planeta, como si respondieran a una comunidad de objetivos y estuvieran debidamente coordinados.
En vísperas de las elecciones de medio término la opinión pública debió asimilar la profusa difusión de la existencia de cierto protagonismo de propietarios y pasajeros de aviones que vuelan de un lado a otro del continente, con frecuencia por debajo del radar, estrellándose cada tanto con un raro sentido de la oportunidad al tiempo que trasladan carga non sancta. Y fue anoticiada del fenómeno sin concesiones, como si de algún thriller se tratara, al estilo de los debidos a la creatividad de Don Winslow, un escritor neoyorquino nacido en 1953.
Winslow estudió Historia Africana en la Universidad de Nebraska, aunque también fue gerente de una cadena de cines, detective privado, máster en Historia Militar, guía de safaris en Kenia y de montañismo en Sichuan. Un hombre disperso, a primera vista, pero siempre quiso y finalmente fue un escritor profesional con varios best sellers en su haber, entre los cuales se destaca la trilogía El cártel, El poder del perro, y La frontera. En esos libros Don Winslow presenta como eje inaugural el asesinato a manos de los narcos de Enrique Kiki Camarena –Ernie Hidalgo, en la ficción–, y la venganza contra sus perpetradores que se propuso llevar a cabo su compañero de tareas, Arthur “Art” Keller, un aguerrido agente (ficticio) de la DEA.
Las vicisitudes de Keller exceden las propias de otros “héroes” de las narconovelas más o menos tradicionales, quizá porque se dan acompañadas de un agudo pensamiento crítico, aunque incapaz de superar el maniqueísmo extremo. Pero hay un detalle a tener en cuenta: Keller cumple su venganza y desbarata a los principales carteles de la frontera con México. Luego intenta recluirse en una especie de monasterio, pero las circunstancias lo obligan a completar su misión auto impuesta. Finalmente, después de innumerables “hazañas” llega a ser director de la DEA, y en este punto se produce un episodio clave para comprender cuestiones tal vez relativamente (y afortunadamente, por ahora) menos cruciales en un país como la Argentina, pero no menos elocuentes.
El pasaje arranca con la fecha (Washington D. C. Noviembre de 2016), y un texto esclarecedor: “La mañana posterior a las elecciones, Keller se despierta pensando que ya no reconoce a su país. No somos como yo creía que éramos, reflexiona. En absoluto.” Luego asegura que su depresión responde a la pérdida de un ideal, “una identidad, una imagen de lo que es este país”. Y remata: “O era.” Y entonces el ahora director de la DEA a punto de ser desplazado de su cargo por las nuevas autoridades da un paso más: “Que este país vote a un racista, a un fascista, a un gangster, a un narcisista fanfarrón y jactancioso, a un fantoche. A un hombre que presume de agredir a mujeres, que se burla de un discapacitado, que se codea con dictadores. A un mentiroso redomado…”
En este punto interviene Winslow, el autor omnisciente, e informa a sus lectores que la cosa no acababa ahí, porque la noche anterior Keller había visto subir al escenario de los festejantes por el triunfo electoral a Jason Lerner, un individuo que estaba en tratos, y endeudado, con el cártel. Este hombre, ficticio por supuesto, ya ha sido nombrado “asesor especial” del nuevo presidente y, como tal, dispondrá de acceso privilegiado en materia de seguridad nacional. Y como es habitual cuando un gobierno cambia de manos y de orientación, Keller renunciará a su cargo, y gran parte de los avances logrados durante su gestión serán desactivados.
En la Argentina, a raíz del denominado “caso Espert” se vio una de las maneras en que se expanden las actividades vinculadas al narco. En el juicio en los Estados Unidos, Texas, de un empresario acusado por un esquema de estafa piramidal con la venta de aviones, lavado de dinero y narcotráfico, pero preso en la Argentina con un pedido de extradición en curso, se ventiló que habría mantenido vinculaciones de larga data con el actual diputado (de licencia hasta el final de su mandato) José Luis Espert. En efecto, enseguida la cuestión ascendió a niveles de escándalo, y pese a la serie de argumentos contradictorios de José Luis Espert con la intención de restar entidad a numerosas evidencias propias de la causa en los Estados Unidos, finalmente debió renunciar a la candidatura para renovar su banca encabezando la lista de La Libertad Avanza por la Provincia de Buenos Aires.
La estafa escandalosa con la cripto moneda $Libra, o la corrupción en la ANDIS, entre otros episodios, señalaron una tendencia estructural de los libertarios vernáculos, todos ellos émulos de Milei, quien en repetidas oportunidades aseguró: “Amo ser el topo dentro del Estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro.”
Y así las cosas estalló la serie de escándalos que jalonaron su experiencia ocupando el sillón de Rivadavia, hasta llegar a la renuncia de Espert a su candidatura, y el comentario del empresario que habrá de ser extraditado, Fred Machado: “Yo no quiero ir a Estados Unidos. Si esto explota, yo fundo todo. Yo hablo y se cae el país mañana.” Según el narcoempresario habría mandado ese mensaje a Santiago Caputo, quien le habría contestado: “Mensaje recibido.”
La proximidad de las elecciones produjo un aumento de acusaciones cruzadas, con algunos animadores más entusiastas que otros, y con frecuencia sin percatarse de que si un funcionario público se entera de la existencia de un delito su obligación no es denunciarlo en la prensa, sino en la justicia. Pero lo cierto es que paralelamente varios personajes como Gastón Alberdi (un consultor político descendiente de Juan Bautista Alberdi), quien fuera cofundador de La Libertad Avanza, salió a la palestra y se refirió extensamente a los que acompañaron la experiencia libertaria desde el principio. Y no fue precisamente liviano en sus apreciaciones, cuando no acusaciones, referidas al narcotráfico y al narcopoder en la Argentina.
Evidentemente se trata de un tema serio que requiere la intervención de un Estado nacional robusto y de una política decidida a resolverlo. También requiere el debate democrático de la mejor y menos costosa manera de abordarlo, pero tal como están actuando muchas figuras tutelares de la actual administración no parece que estén a la altura de las circunstancias. Un ejemplo, cambiando de tema para lograr un cuidadoso ejemplo de lo escrito: Cordero (Trabajo) y Sturzenegger en el coloquio de IDEA se refirieron inicialmente al sueño húmedo de las grandes corporaciones locales, la desregulación laboral, condicionada a los resultados de las elecciones del 26 de octubre. Luego Sturzenegger habló de minería, como si compartiera una charla de sobremesa en algún country del Gran Buenos Aires. Tema importante, claro que sí. Pero el ministro aseguró que el país no aprovecha acabadamente las ventajas que ofrece la minería, aunque pese a ello en el futuro será uno de los países con la energía más barata del mundo, y por lo tanto disfrutará de una ventaja competitiva significativa merced al círculo virtuoso entre la energía y la industria. No se dio cuenta, pero algún observador perspicaz lo vio parecido a Eduardo Duhalde, quien tanto gustaba decir que la Argentina estaba condenada al éxito. Y como la minería sin embargo no funciona como quisiera y lo óptimo para los libertarios es simplificar los problemas hasta su extinción concluyó, como si fuera gracioso, planteando dos hipótesis: “Cuando Dios creó el mundo y la cordillera puso todos los minerales del lado de Chile, o la segunda hipótesis es que somos unos pelotudos”.