¿Y ahora qué?

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Romina volvió

(Episodio XII) Natalia la vio entrar mientras estaba sentada en el suelo sacando sábanas de una de las cajas para guardarlas e instalarse con su madre que dormía arriba. Vio entrar a su mejor amiga con una gran sonrisa.

-¿De dónde venís, Romi? ¿Por qué no avisaste que te ibas a ir?

-Quería darles la sorpresa. ¿Y Stella?

– Mamá duerme arriba. Ya se despertó. Estará en el baño. Ya baja. ¿Qué hiciste, Romina? ¿A dónde fuiste?

-Fui a hacer un negocio. ¿Por qué me lo preguntás así? Sabés que tengo un proyecto y lo voy a cumplir. ¿Y a ustedes, cómo les fue?

-Bien. Te quedaste dormida, fui a buscar a mamá y vinimos las dos con el flete. Faltan algunas cosas. Tenemos tiempo. Lo más grande quedó en el guardamueble.

-¡Qué lindo, qué lindo!-Romina se puso a saltar, abrazó a su amiga y le dio besos.- ¡Vamos a vivir las tres juntas! Yo odio estar sola. Después cuando tenga la plata nos vamos de viaje! ¡Quiero ir a las islas del pacífico!

-Sí, Romi, me encanta, pero lo tenemos que ver…

-Dale, Nati, saquemos el champán de la heladera y pidamos comida. ¿Vino el médico, digo, Gustavo?

-Sí, vino y se fue a trabajar al taxi. Va a volver de madrugada. Tiene llave. Se va a quedar a dormir.

-Bueno, que se quede en la pieza de servicio. ¡Saco el champán!

-Debe estar reventada la botella, la pusiste al mediodía, Romi.

– No, seguro que no.

Y, efectivamente. Romina sacó el champagne que había puesto ese mediodía en el freezer y estaba la botella sana. ¿Sería magia? O, quizá la euforia de Romina lo calentaba todo. Tenía los ojos abiertos, como encandilada. Las pupilas grandes, el pelo onduladito estaba más abultado. No, no era magia, era calor, sí. Un calor que se emana cuando uno anda contento. Romina estaba demasiado eufórica. Aunque eso era bastante común en ella; digo, esos estados de ánimo que le subían y le bajaban. Nati se contagió un poco, Nati la quería a su amiga de la infancia y la volvió a abrazar fuerte. Casi se le cae la botella, no habían terminado de cerrar el freezer, llegaron a apoyarla en la mesa las dos, Romina se adelantó, ella siempre descorchaba y escanciaba. Nati sacó las tres copas, las llenaron, justo bajó Stella, agarrá una copa, mamá, -ofreció Nati y Stella, con los ojos semiabiertos, ¿Qué pasa, chicas? Nada, vamos a brindar, ma.

-Dale, Stella. ¡Brindemos! ¡Por el negocio que hice y porque vamos a vivir las tres juntas!

– ¡Chin-chin! ¡Sckoll! –gritó Nati.

– Pidamos comida en el restó. Propuso Romina. Pidamos unas milas a la napolitana.

-Sí, es lo mejor. –contestó Stella. –Yo armo el porro (Stella era una artesana con la hierba.)

Pero algo raro había en tanta euforia. Las dos juntas se comportaban como en la secundaria, se transformaban en las adolescentes que no eran, observaba Stella, y recordaba que Liliana decía lo mismo de su hija Romina. Ya eran mujeres grandes, bastante, demasiado grandes, pero, bueno, en estos tiempos es así.

-Cuando venga la comida les cuento.

-No, contá ahora, Romina, dale, ahora.

Las copas estaban vacías. El porro finiquitado.

-Primero, pongamos otra botella en el freezer.

-Y yo armo otro.

– No, chicas. Basta. –Stella, firme-contá, Romina.

– No me van a creer.

-Sí, te vamos a creer, dale.-alentó Natalia.

-Romina, por favor, qué hiciste con el reloj de pared, con el espejo grande, con el jarrón griego, con los juguetes’-Preguntó Stella.

-¿Y con el cuadro de Las señoritas de Avignon? ¿Lo vendiste? ¿Transformaste todo a dólar?

-No, hice algo mejor. Les cuento. Pero brindemos primero.

Las tres brindaron.

-No me van a creer, chicas.

-Sí, te creemos todo –Natalia ya estaba impaciente. Stella peor. Respiró hondo y se empoderó con aire de madre:

-¡Dale, Romina, contá de una vez!

– No vendí las cosas ni compré dolarcitos baratitos. Hice algo mejor. Se las di al pastor. A mi Pastor. Saben, el Pastor Ravioletti y su esposa Violeta. Cipriano Edmundo Ravioletti. Me prometió que me va a iniciar. Él tiene los poderes de Cristo y es capaz de elevar los valores de tus bienes con sólo tocarlos. Yo lo vi posar las manos sobre un piano danés sin tocarlo. Se puso a predicar con los ojos cerrados. Contó la historia bíblica de los cananeos fundiendo metales en el desierto y su energía impregnó el instrumento. Lo vi con mis propios ojos. A los pocos minutos el piano pasó a valer miles de euros más de lo que valía. Yo no quise apurarme. Trasladé mis cosas al templo y las dejé en estado de espera. Hay muchos objetos valiosos en la sala de atrás de la nave principal. Es un depósito exotérico en donde los bienes esperan su toque de gracia divina. Somos muy pocos los que tenemos acceso y debemos cumplir con un ritual antes de entrar. Hay muebles antiguos, alhajas, ropa de gala, antigüedades, documentos históricos, y hasta escrituras de propiedades. Es un lugar especial. Entrás y sentís que te elevás del piso. Hay alfombras persas, cortinados turcos, tapices, tejidos armenios. Ahí, junto a esas maravillas, están el reloj de pared, el espejo, el jarrón griego, los juguetes. Imaginármelos junto a las demás preciosidades me llena de orgullo y emoción. El pastor los va a energizar y los va a revalorizar. Cuando se impregnen de su espíritu cristiano los va a vender. Me dijo que él mismo se ocupa de las transacciones posteriores.

Natalia y su madre se miraron y pensaron lo mismo. Había que avisar a Ricardo, el papá de Romina. Romina prosiguió:

-Y me dijo el pastor que me va a iniciar a mí. Una vez que estén las cosas vendidas, yo seré parte de la Congregación. Seré una hermana más. Una hermana espiritual del Templo de la Sagrada Piedra Blanca del Señor

-¿Cómo que “te va a iniciar”? –Stella preguntó con una voz medio autoritaria, pero Romina no se percató. Sonaba extraño ese lenguaje y la afectación con la que contaba todo esto. La dejaron hablar.

-¡Me va a iniciar! ¡Me va a bautizar!

– Pero si a vos Liliana te bautizó de bebita en la iglesia La piedad. –Stella se enojó y no pudo disimular.

– Contá más.-Natalia sí disimulaba su asombro.

– Este es otro tipo de bautismo. Es evangélico. Es cuando te zambullen en una pileta grande y te bañás en agua bendita. Hay un hermano que te sostiene la espalda y la cabeza desde atrás. Vos te entregás, te dejás caer de espalda al agua. Y hasta vi que muchos cadetes de la policía lo hacen cuando se gradúan. Así las fuerzas de seguridad están más inmunizadas contra las tentaciones, contra el mal y los sobornos. Pero yo prefiero el bautismo rojo.

-¡¿Qué?!

– El bautismo rojo es con la zambullida adentro de la misma pileta, pero en vez de agua tiene sangre bendita. Es mejor. Es sangre de Cristo, está más fortalecida, porque es una sangre que te inmuniza, que te defiende de las enfermedades. Porque yo le tengo más miedo a los virus que a el mal. Además, no voy a ser policía. Prefiero bautizarme en sangre, ya me dijo la pastora Violeta, la esposa del pastor, que a ella esa sangre la curó de la viruela, que el poder de Cristo la libera de las gripes, del Covid y de todo bicho que ande dando vueltas acosando cuerpos cristianos en invierno.

– ¿Y después de zambullirte en sangre, te bañás?-preguntó Nati.

-Ah, no sé, voy a preguntarle a la pastora.

-¿Y de dónde sacan toda esa sangre?

-Y, no sé. La donarán los hermanos. Ellos están todos fortalecidos por Cristo.

-¿Y podemos ir a ver la ceremonia?

-¡Sí, vengan! ¡Vengan las dos! Vengan, que yo después las bendigo. Después de tener mi cuerpo bañado por la sangre del señor, voy a ofrecer bendiciones a mis seres más queridos. A mi papá, también.

Natalia y Stella se miraron con poco disimulo. A las dos les daba asco ese tipo de creencia. Ni siquiera soportaban a los pastores de la tele en trasnoche en esos programas en los que gritan como energúmenos. Madre e hija se miraron cómplices. Algo iban a hacer. Por supuesto que al reloj, al espejo, al cuadro y demás lo iban a recuperar. Había que llamar a Ricardo y ponerse de acuerdo con él. Antes de fin de año todo iba a volver a estar en su lugar.

El champagne se había terminado. Quedaba un poco de tinto.

Justo llegaron las milanesas.

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