No es cosa común que un Presidente y su principal amanuense tengan tiempo para teorizar mientras deben gobernar una nación en crisis. Un explicación que desentraña las herméticas frases pronunciadas en Praga después de premio de legitimidad dudosa.
Cuando hablaban de política los griegos clásicos distinguían dos esferas: agónica y arquitectural. La política agónica refiere a la disputa por quién tiene la manija en el momento que se trate. La política arquitectural es una categoría en la que se inscribe la disputa del modelo de país que se quiere.
Lo sepa o no la política agónica, ésta se lleva adelante sobre la ruta que traza la política arquitectural. Entre los miembros más conscientes de la clase dirigente la disputa por la manija –la agonía de yo soy mejor que vos, y vos sos lamentable- se ordena a partir de la arquitectura del poder. Los descerebrados –ese adorno incómodo de la clase dirigente- son parte del paisaje.
En la Argentina de hoy esa arquitectura puede ser la de retroceder hacia 1880 –algún remedo de campaña al desierto incluido- o, por el contrario, significar el surgimiento de la conciencia política que se hace cargo de la ominosa realidad de un país semiperiférico para alentar el desarrollo de las fuerzas productivas que deje atrás esas condiciones de existencia. Variantes intermedias de ni chicha ni limonada también hay y siempre las termina capitalizando el orden establecido.
De un panorama social y económico que tiene afianzado el sino de Belindia, un tercio de ese bodrio de sociedad estancada seguirá viviendo –a pleno ¡Viva la Pepa!- como en Bélgica y dos tercios -yugándola mal- como en la India, diría Vilfredo Pareto que es uno donde las elites circulan. En criollo: tomala vos, dámela a mí, que con la gilada nos vamos a divertir. Y hasta el día del juicio final así seguirá la coartada del entongue de que unos reemplazan a otros –que son lo mismo- para aprovechar el espacio agotado por el disgusto social hacia los cínicos de turno, si no media un reemplazo factible parido por la otra política arquitectural; la que se propone -en serio- cambiar estructuralmente la sociedad.
Y, como advierte Pareto, este juego de simuladores puede continuar, si no lo desafían, en tanto y en cuanto sus protagonistas no devengan en una aristocracia, donde los cargos se heredan por linaje. Si eso sucede, ese orden político reaccionario tiene picado el boleto, porque al talento de los que quedan afuera en algún momento se le alinean los planetas y los herederos inútiles son desplazados y -por su propia hibridez- no pueden oponer resistencia.
Pareto en Praga
Hablando de Pareto, estuvo presente en el discurso presidencial de Praga y esto hace a la agonía y la arquitectura de la política. Vilfredo Pareto (1848-1923) un economista nacido en Francia de origen italiano que fue un teórico fundador importante de la escuela marginalista, ilusionado con que sus muy abstractas ecuaciones matemáticas pudieran guiar la lucha política concreta.
En la capital de la República Checa en su noveno viaje al exterior, Milei recibió un premio otorgado por un ex miembro del Instituto Liberal de Praga, en nombre del mismo, lo que llevó a las autoridades de la institución a manifestar que estudian denunciar al usurpador. Las autoridades del Instituto Liberal de Praga informaron que el urbanista Alain Bertaud fue el que recibió el premio que otorgan anualmente. La sagacidad de la diplomacia de Diana Mondino se observa hasta en el anteúltimo detalle. Se nota que este entuerto llegó último.
El sainete contextualiza el discurso de Milei en Praga en el que -entre otras cosas- relató que “con mi jefe de asesores, el doctor Damián Reidel, estamos reescribiendo gran parte de la teoría económica para poder derivar optimalidad de Pareto, tanto estática como intertemporal, teniendo funciones de producción no convexas. Si nos termina de salir bien, probablemente me den el Nobel de Economía junto a Damián, pero eso es parte de otra historia».
¡A la pelota, no es cosa común que un Presidente y su principal amanuense tengan tiempo para teorizar mientras deben gobernar una nación en crisis! La manifestación recóndita seguramente buscaba que sus acólitos legos criollos reaccionasen con un cariñoso y sentido “¡Viva el dotor, caramba!”. En tanto sus detractores se chuparan la mandarina refunfuñando “¿de qué carajos está hablando?”.
Logrados ambos loables objetivos, hay que reconocer que Milei tiene timing para el ridículo. A la par de enunciar que posiblemente esté transitando el camino al Nobel –tal como lo refrendaría cualquier abuelita ante nietos tan promisorios como Milei y Reidel- el Indec dio cuenta de la debacle en la producción, la distribución del ingreso y el nivel de empleo que están sufriendo los argentinos a causa de las decisiones del gobierno. El PIB argentino en el primer trimestre se contrajo 5,1% en términos interanuales; con el consumo, la producción industrial y la inversión yéndose a pique. Los datos de la distribución del ingreso de la EPH (Encuesta Permanente de Hogares) confirman que empeoró y sugieren que el 55% de la población bajo la línea de pobreza -calculado por entes privados- es acertado. El desempleo subió 2% en el primer trimestre hasta el 7,7%, y hasta ahora no paró de aumentar.
Cortejando a la rapidez de reflejos, el economista Juan Carlos de Pablo, contertulio y mentor intelectual de Milei, consultado en una entrevista radial sobre las pretensiones al Nobel de su discípulo, dijo que “es una pavada” debido a que “primero que vos no te postulas, te postulan. Segundo, que es para avances en teorías y no hay avances en teorías. Es un comentario olvidable como cualquier otro. No se enganchen con pavadas”. Hasta el cementerio –escuchando óperas- sí. Adentro de la tumba no.
Más allá de paradojas, boutades y desmarques, los arcanos presidenciales merecen ponerse a la luz del día en razón de ser parte de la arquitectura del poder de la Argentina para pocos, si es posible menos. Algunos pueden observar que no vale la pena poner en claro esta otra mancha oscura del tigre. Total, con todas las que hay alcanzan y sobra. Es verdad, pero para eso hay que identificar que se trata de una mancha más de este tigre tan jodido.
Convexos y cóncavos
El manejo de esa difícil relación Estado-sociedad civil requiere criterios. En lo que le compete, esos criterios los proporciona la teoría económica. El primer escollo es que no hay tal cosa como una única teoría económica. A decir verdad, en una profesión donde nadie se pone muy de acuerdo sobre ningún punto, salvo quizás las extravagantes aproximaciones al librecambio, es directo identificar que Milei aludió a categorías muy caras a su criticada escuela neoclásica. Para decirlo mal y pronto, neoclásicos son los que explican que los precios surgen donde se cortan la oferta y la demanda.
¿Qué hay detrás de esa oferta y esa demanda? Un individuo cuya demanda de un bien establece el precio de acuerdo a la escasez o abundancia relativa de los recursos para producirlo. Eso en el caso de los bienes reproducible. Cuando no son reproducibles, como el dinero o el Estado, no importa. Le inventan un precio para poder usar la oferta y la demanda. Verdad, los dos precios ficticios no sirven para nada, salvo tranquilizar a los sugestionables espíritus neoclásicos. También para pontificar sobre las inexistentes “oferta y demanda de dinero”. El Presidente a raíz de la aprobación de la Ley Bases cree que toda va a andar sobre rieles porque a la par hay un positivo “rebote de la demanda de dinero”. En fin.
Poner de acuerdo al pibe de Sudáfrica, con la enamorada de New York, con el goloso de Moscú y con los televidentes de San Pablo o Shangai para que haya un precio mundial del cacao sobre la base de la conjunción de los deseos y la escasez o abundancia relativa de los recursos entre seres ubicados tan remotos entre sí fanáticos degustadores de los bombones y la tabletas, es una hazaña teórica poco común y un primer síntoma serio para la intuición de que esta muchachada neoclásica está diciendo grandes boludeces.
Otro, que cortando el pelo un ñato o ñata en Alemania paga la hipoteca y se va a las playas griegas de vacaciones y en Bolivia ambos tienen la vida hipotecada. Mismo servicio (corte de pelo), precio muy diferente. Un tercero es la papa, alimento de enorme demanda en todo el mundo y cuya demanda se encuentra con una feliz abundante oferta en todo el planeta que posibilita un bajo precio en todos lados, aún en los que no siembran e importan. Con todo ¿cómo apareció la demanda de celulares si no existían, al igual que la papa y el maíz antes de Colón? ¿Y de los viajes espaciales, tan Elon Musk últimamente? ¿Cómo se estableció el precio de la oferta de bienes que no existían?
Cuando se dicen –con la mayor solemnidad- grandes sandeces se está vendiendo gato por liebre. Las ciencias sociales no son la excepción a esta regla, y consiguen mejor precio de venta cuando les dan un Nobel.
Observemos al gato para que salte la liebre. Si en el mundo neoclásico el precio surge de los deseos de los individuos confrontados con los recursos disponibles, el criterio que debe recoger la política para un manejo adecuado es que en ese precio el individuo está maximizando su bienestar y es único.
Ahí entra lo cóncavo y lo convexo. Ambas calidades son atributos de funciones matemáticas con uso en el análisis económico mayormente de corte neoclásico. Cuando una función matemática es convexa (al origen, o sea a los ejes x e y) aplicada a economía significa que tiene un máximo y es único. En la vereda de enfrente, cuando una función matemática es cóncava (al origen, o sea a los ejes x e y) aplicada a economía no es seguro que haya un punto máximo. En jerga se habla de equilibrios múltiples.
De este enfoque abstracto en grado sumo, en la práctica se desprende que la política en general, y la política económica en particular, deben abocarse a buscar soluciones que maximicen el bienestar de los individuos. Ahora bien, como los neoclásicos determinaron teóricamente que esos precios libres corresponden a funciones convexas, entonces hay que dejar actuar al mercado para que lleve al máximo bienestar. Entonces inventaron las “fallas de mercado” para volver respetable la intervención del Estado, cuando la realidad los dejó fuera de combate en muchas circunstancias.
Una de máxima importancia es que el mercado conduce a las depresiones, cosa que en este cuadro de ideas maximizadoras resulta inexplicable: ¿cómo es que siempre pun para arriba y un día de buenas a primeras se cae la actividad económica? ¿Los seres humanos insensatos que tanto apreciaban el chocolate, las papas, los cortes de pelo, los celulares y los viajes espaciales, un día se esgunfiaron porque sí? Enfoques extremos como los del Milei postulan que los mercados no fallan y esa justificación para intervenir la denomina “la trampa neoclásica”.
Óptimo
Por lo demás el Sr Presidente –objetivamente- está muy de acuerdo con el enfoque neoclásico y se encuentra buscando “la optimalidad de Pareto, tanto estática como intertemporal”. Óptimo de Pareto implica para la decisión política de la sociedad debe ser tal que sobre la base en las preferencias individuales, tal como se expresan en los precios, se llegue a un acuerdo normativo donde nadie sienta que hay una solución mejor a costo de que cierta cantidad de personas se sientan peor. El mejor de los mundos posibles supone que los individuos son libres de elegir y tienen igual poder. Una estupidez importante de cara al mundo tal cual es.
Si se quieren seguir rascando el ombligo (en realidad haciendo otra cosa), con el óptimo de Pareto le van a seguir chingando feo frente al hecho que plantea la contradicción entre libertad y necesidad. Como criterio de política, en tanto búsqueda de una solución de compromiso estable, el óptimo de Pareto –prescindiendo de los supuestos neoclásicos- es descubrir que el agua moja y que de noche está oscuro. ¿Qué otra cosa se hace en el proceso político que lo define como tal, si no es buscar soluciones de compromiso que resulten estables? Esas soluciones de compromiso -para ser factibles- no pueden prescindir de la realidad de la asimetría en la distibución del poder entre las clases que concurren a generar el producto bruto y la disputa por el excedente.
Es de imaginar las sonrisas malévolas de Hans Morgenthau y su discípulo Henry KIssinger si les platearan que en las relaciones internacionales la racionalidad del comportamiento estatal en vez de constituirse a partir de la persecución del interés nacional en términos de más poder, se configurara en pos a la recherche du temps perdu del óptimo de Pareto.
Si escapa a la percepción promedio de cómo se han gastado toneladas de demostraciones matemáticas y sabias aproximaciones teóricas para semejante nimiedad de Pareto, hay que convenir –en principio- que el Dr Merengue y Purapinta son algo más que simples caricaturas de la revista Rico Tipo de los ’50 del siglo pasado.
Si el examen se detiene ahí, se pierde la parte más densa de este asunto. Pareto, contradictorio y confuso como es en tramos de consideración en sus muchos trabajos, estaba lejos de ser un ingenuo. Quería encontrarle la vuelta a cómo apaciguar el conflicto social. Como buen teórico lo primero que hizo fue darle una explicación al origen de ese conflicto. Entonces al igual que John Lennon que imagino un mundo sin fronteras, Pareto imagino un mundo sin conflicto social.
En ese mundo neoclásico los seres humanos a través de sus demandas establecen los precios de los bienes y -a partir de allí-, la remuneración de los factores: salarios, renta de la tierra, ganancia. Si había conflicto entonces, se debe a que la intervención política lleva los salarios más allá de lo que determinan los precios de los bienes que producen los asalariados. Un óptimo de Pareto para la argentina actual sería uno en que aceptemos sin más que el 60% de la población quede por debajo de la línea de pobreza, pues ese salario de morondanga es el que pueden pagar el precio de la manteca, el de los clavos, el de las sillas, el de las cirugías estéticas y así.
No fue casualidad ni una inconsecuencia que Benito Mussolini nombrara senador vitalicio a Pareto, como pretenden los neoclásicos actuales para salvar la ropa. El orden político fascista de que nadie asome la cabeza era justo lo necesario para lograr el óptimo.
Esto entra en franca contradicción con la explicación de los clásicos de los precios, tal como fue reformulada en medio del siglo XX por Piero Sraffa. Son los costos los que determinan los precios. ¿Y cómo se determinan los costos? Según Arghiri Emmanuel es el salario un precio político determinado por la lucha de clases, anterior a todo el resto de precios, el que se fija primero y luego le siguen los demás, siendo la ganancia lo que queda del precio, una vez que se descontaron los costos para producir los bienes o servicios.
El salario es el mercado. En la Argentina de hoy si se sigue el criterio del óptimo de Pareto -en nombre del mercado- este se achica. Si se sigue el criterio de los clásicos hay que subir los salarios sí o sí.
Intertemporal
Pero si la vamos a hacer hagámosla bien y aparece rutilante la optimalidad “tanto estática como intertemporal”. Estática es referida al tiempo presente. Pero como los neoclásicos establecen que los precios se conforman a partir de los caprichos de los individuos, les aparece el problema del eventual encule renuente: ¿el precio de dentro de dos años será el de hoy? Menuda cuestión. Sin intertemporalidad, no habría soluciones confiables de política económica neoclásica aplicables –con su lógica- más allá de una semana, digamos.
Los clásicos nunca tuvieron ese problema porque concebían –con apego a la realidad- que los precios son de largo plazo y funcionan como centro de gravedad. Los precios de mercado oscilan alrededor de ese valor pero nunca se piantan. Lógico, si son fijados por los datos constitutivos políticos y culturales más profundos de la sociedad.
A decir verdad, Pareto y sus inmediatos antecesores querían darle una explicación neoclásica a los precios de largo plazo clásicos. La condición de intertemporalidad para que no se les escape la tortuga recién la lograron concebir teóricamente –y expresarla matemáticamente- ya entrado el siglo XX.
Y no es que haya veces que se les va la mano con la intertemporalidad. Es que su propia lógica los lleva de un cul-de-sac a otro. El Nobel Gary Becker, queriendo explicar porque las familias a principios del siglo XIX eran tan numerosas y ahora no, aplicó los sacrosantos principios neoclásicos de la demanda, la oferta y la intertemporalidad y logro que se le dé por bueno un mamarracho de proporciones. En efecto, para poder comparar una familia en 2 siglos que tenga “consistencia intertemporal” reproductiva (o sea que responda entonces y ahora de la misma manera a los mismos incentivos de precios) tiene que ser la misma familia de highlanders y encima permanezcan fértiles. ¡Tomate el sildenafilo de Gary!
En todo estas vos
El Presidente habló de funciones de producción cóncavas. O sea que no maximizan. Pareto aclara el punto al señalar que “Si la competencia es completa, el equilibrio no puede tener lugar sino allí donde el costo de producción es igual al precio de venta. En efecto, si es más elevado, el productor pierde y debe abandonar la lucha; si es más bajo, el productor gana y otros vendrán para compartir ese provecho”. Que las funciones de producción sean cóncavas para la formulación de política significa que ningunos “otros vendrán para compartir ese provecho”.
En consecuencia, se forma un monopolio o un oligopolio. Milei, siguiendo las enseñanzas aplicadas por el juez norteamericano Richard Posner (padre de la escuela Law & Economics o como redactar fallos judiciales de acuerdo al herramental neoclásico) entiende que los monopolios no son necesariamente malos si por la concentración económica se logran precios más bajos.
En esta visión los sindicatos son una macana que llevan al conflicto social pues impiden que los salarios bajen a su valor de equilibrio y encima los tienden a subir. Ahora bien, los precios de los factores son simultáneamente los términos de distribución del producto social. En su condición, si son rígidos lo son solamente de modo intrínseco, y no como los precios de los bienes casualmente. Tratarlos hipotéticamente como flexibles, al uso neoclásico, constituye una abstracción ilegítima.
Esto es una distinción sustancial. La abstracción neoclásica sería admisible si, sea cual fuere la perennidad y el grado de las inflexibilidades, se liga el rendimiento del sistema (crecimiento del producto bruto) con el grado de la competencia, de tal forma que cuanto más libre es el comercio más cerca del estado ideal nos encontramos. No es el caso. El capitalismo es discontinuo. Una vez que las interferencias exógenas sobrepasan un cierto umbral, la dinámica del sistema se da vuelta y en este caso preservar la competencia allí donde esta puede ser posible vuelve al sistema más deficiente de lo que sería si su abolición fuera total. Como advertía un neoclásico de fuste como Harry .G. Johnson cuando señalaba que “si una cantidad x de condiciones marginales son violadas y se elimina una sola de estas violaciones, no se puede estar seguro que esto traerá aparejado un eventual mejoramiento del bienestar”.
Una economía de mercado ciento por ciento pura es una construcción mental. Admitiendo que, si hubiera existido, habría constituido el óptimo del óptimo paretiano, no queda menos que tratar de establecer en la realidad la situación de segundo rango -la única que es verdaderamente significativa – la cual no es la competencia al tanto por ciento como sea posible sino la planificación al cien por ciento. El socialismo vituperado por Milei.
Sin embargo, cuando los factores de distorsión se encuentran orgánicamente integrados al sistema y son ineludibles, que la política a través de la intervención estatal busque poner en marcha una distorsión inversa, constituye el único medio para contrabalancear en cierta medida los efectos de la distorsión original y encontrar un óptimo relativo. Eso hace al país integrado, al país para todos, donde la situación cotidiana del capitalismo se vuelve menos irracional, y el rendimiento global del sistema más voluminoso a raíz de las distorsiones de la política económica. Esto, incluso si tal situación es menos racional y el rendimiento menos importante con distorsiones que en una situación imaginaria sin distorsión alguna, que es lo que plantean Milei-Reidel.
Por lo demás, para Pareto que “el costo de producción es igual al precio de venta o la desaparición” significa que en equilibrio no hay ganancia empresarial. A pesar de que en la práctica y en la teoría todo empresario persigue ganar más los neoclásicos no conciben teóricamente la ganancia. Solo hay ganancia como defecto de la competencia. Si este defecto desaparece no hay ganancia.
Este gran escándalo neoclásico se agrega a los ya descriptos. Los neoclásicos están tan flojos de papeles que se comprende, por un lado, que siempre choquen la calesita y, por el otro que, si están corriendo con esta vaina a los sectores nacionales y populares, hay mucha debilidad intrínseca que revertir.