“Un turro siempre le gana a un bobo”

Los consejos del asesor de Nixon siguen firmes. El mismo día que lo condenaron, Trump recibió una donación de campaña. Y después conectó con la queja de los que pierden el tren.

Hay cosas que se van olvidando, de la vida americana. En 1972, Richard Nixon fue reelecto para un segundo período que no pudo terminar por aquello del Watergate. Los votantes ya sabían quién era su presidente, qué había hecho, qué laya de tipo estaban revalidando, pero le dieron un fantástico sesenta por ciento del voto. El estratega de la campaña fue Arthur Finkelstein, que tuvo una de esas carreras estelares en las sombras de la política republicana, metiendo y sacando gente del Senado y la Cámara, de gobernaciones y legislaturas. Finkelstein explicó su éxito con Nixon con una frase lapidaria: “Un turro siempre le gana a un bobo”.

Donald Trump es un turro.

Este año pudimos ver, a la distancia o en clinch, una de las campañas electorales más erráticas y de a momentos surrealistas de las que se tenga memoria. Trump ya nos tiene acostumbrados a su incapacidad de terminar una frase sin irse por dos o tres ramas diversas. Este año enfrentó cuatro causas con 34 condenas penales o civiles, tres demandas sórdidas que le costaron millones, dos atentados e incontables furcios. 

Pero este turro desafía la ley de gravedad.

El día que lo condenaron por primera vez, recibió cien millones de dólares en donaciones de campaña. En un día… y eso que dijo que iba a usar la plata para pagar a sus abogados. 

El día que Kamala Harris lo boxeó en el único debate que se animó a tener, todos dijeron que ella le había ganado. El dijo que no y las encuestas lo confirmaron: la demócrata había subido un poquito, él estaba intacto.

El día, y fueron tantos días, en que dijo algo racista, machirulo, reaccionario, ganó votos entre latinos y negros, aunque no entre latinas y negras.

Lo que aparece como una constante es la apuesta de presentarse quejoso y apocalíptico, pintarse como un perseguido por el sistema que llevó al país a la ruina. Los Estados Unidos de Trump son una tierra asolada por el crimen, los inmigrantes y la desesperanza, amordazada por mandatos sanitarios y regulaciones ecológicas, empobrecida por la inflación, donde la casta hace fraude para seguir en el poder. Es una pintura extrema que le tocó algo a una mayoría de votantes: Trump ganó el colegio electoral, pero también el voto popular. 

Con lo que se puede decir que por fin un republicano conectó realmente con el zeitgeist de su época. No era la decencia sonriente de Harris, el progresismo ecológico, la “justa causa” de defender Ucrania, la promesa de normalidad y más derechos sociales. Era la queja de los que pierden el tren, viven siempre como a fin de mes, ven que son más pobres que sus padres y que sus hijos van a ser todavía más pobres. La mayoría está mucho más conectada con las causas de la epidemia de opiáceos, la depresión y la soledad.

Por supuesto que todo esto puede tratarse de otras maneras, como hicieron los demócratas que atacaron la cadena comercial que vendía esas pastillas como caramelos. Pero esto es Estados Unidos, que tiene un esqueleto reaccionario, religioso, racista y violento que no se ve como no se ven los esqueletos, pero que está. ¿Por qué votaron a Trump? preguntan desde el martes infinitos periodistas. Por los inmigrantes, por la corrección política, por la inflación, por los transexuales, porque “me siento escuchado”. El trumpismo no es de derecha simplemente, es el partido del orden y de la libertad de hacer chistes sobre gays.

Si alguien ve una enorme distancia entre estas razones para votar y las consecuencias del voto en el mundo real, está viendo bien. Las razones son pequeñas y tal vez tontas, los resultados van a ser enormes, como ya se está oliendo cualquier ucraniano. En 1980, otro republicano carismático, Ronald Reagan, también ganó caminando con una campaña sobre restaurar el prestigio y el poder de un país maltratado por la inflación y humillado por los ayatolás. Lo primero que hizo Reagan como presidente fue invadir la ignota isla de Granada, para que los marines volvieran a desembarcar y las barras y estrellas ondearan triunfantes. Nadie les preguntó a los granadinos qué pensaban del tema…

Trump dice e insiste en que no va a empezar guerras sino a terminarlas, cosa que cumplió en su primer mandato. Vladimir Putin debe haber desayunado champagne el miércoles y le debe haber mandado una caja a Benjamin Netanyahu. La Unión Europea ya habla de aumentar los presupuestos militares para no depender más de EE.UU. Los mercados del mundo se preguntan si el proteccionismo que anunció el ahora presidente fue cosa de la campaña o va en serio. Media América ya devaluó o subió las tasas de interés para sostener sus monedas. 

En fin, otra fase que arranca, con un Trump que “entendió” lo que hizo mal en su primer mandato y no piensa repetir esos errores. El hombre de la piel naranja prometió soluciones extremas y va por todo, ungido por el poder de la queja.

Un comentario sobre «“Un turro siempre le gana a un bobo”»

  1. Excelente artículo, ilustra muy bien el problema que va a atravesar los EEUU por culpa de un demagogo como es Trump. Muy lamentable que una gran mayoría de latinoamericanos se ha dejado convencer de sus babosadas.

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